Algunos presupuestos y alcances interpretativos de El laberinto de ...

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tratar de decir qué tipo de texto es El laberinto de la soledad. El presupuesto genérico, determinante a su vez de ciertos patrones de lec- tura, suele resolverse ...
ALGUNOS PRESUPUESTOS Y ALCANCES INTERPRETATIVOS DE EL LABERINTO DE LA SOLEDAD Anthony Stanton EL COLEGIO DE MÉXICO

Uno pensaría que se ha dicho todo acerca del famoso ensayo de Octavio Paz y, sin embargo, me parece que hay muchas cosas por explorar. No debería extrañarnos esta capacidad de generar interpretaciones, característica de la gran literatura, sobre todo de un texto clásico, como lo es El laberinto de la soledad. Desde su recepción inicial -bastante hostil- en 1950 y aún en 1959, cuando se publica una segunda edición revisada, el libro no ha cesado de provocar polémicas. Con más de un millón de ejemplares vendidos sólo en las ediciones del Fondo de Cultura Económica y a pesar de ser un libro de texto obligatorio en el sistema educativo mexicano, este clásico nunca ha gozado de una aceptación unánime. Su historia es paradigmática de muchas de las obras difíciles de la literatura moderna: sus críticas subversivas se olvidan cuando las tesis principales se vuelven lugares comunes. Una creación heterodoxa, apreciada por unos cuantos y atacada por la mayoría, pasa a ser institucionalizada y, en el peor de los casos, utilizada como una especie de guía turística más o menos culta sobre México y lo mexicano. Su dudosa fortuna ha consistido en ser el testigo de su propia mitificación, ser la encarnación autorizada de lo mexicano, cosa paradójica ya que este mismo tipo de codificación oficial fue lo que el libro intentó desconstruir. Pero no voy a analizar aquí la recepción del libro, ni trazar su prehistoria dentro de la obra de Paz ni rastrear la genealogía de sus fuentes intelectuales, tarea felizmente llevada a cabo por Enrico Mario Santí en su edición comentada de 1993.1 Mi propósito es más elemental y a la vez más fundamental: tratar de decir qué tipo de texto es El laberinto de la soledad. El presupuesto genérico, determinante a su vez de ciertos patrones de lectura, suele resolverse diciendo que el libro es un ensayo. Así se dice todo y casi nada. Si el ensayo es un género literario, ¿cuál es la frontera entre, por un lado, discurso imaginativo, ficticio, apócrifo, inventado, y, por el otro, esa carga referencial, didáctica, sociológica, moral, histórica, política... que permea el ensayo clásico, sobre todo en su rica modalidad hispanoamericana, esa tradición que enlaza a Sarmiento, Rodó, Mariátegui, Martínez Estrada, Reyes y a tantos otros. ' El laberinto de la soledad, ed. Enrico Mario Santí, Madrid: Cátedra, 1993.

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Alfonso Reyes, el gran precursor mexicano de Paz como ensayista nato, habló del ensayo como «este centauro de los géneros, donde hay de todo y cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha...»2 ¿Cómo definir algo tan flexible, abierto y libre? ¿Cómo definir lo indefinible? Imposible poner límites al tema, al enfoque, al estilo o a los objetivos. Se antoja que el único criterio de unidad textual proviene de la intransferible sensibilidad subjetiva que se expresa en el texto. El intento más ambicioso de elaborar una «teoría del ensayo» en el mundo hispánico topa constantemente con el problema de la generalidad de todos los rasgos supuestamente constitutivos del género, rasgos que no son, desde luego, exclusivos.3 Casi todos estaríamos de acuerdo, creo, en que el ensayo puede ser un género literario o, al menos, una modalidad muy particular e identificable de escritura y de propuesta epistemológica. En su brevedad, su falta de exhaustividad sistemática, su carácter dialogal, exploratorio, provocador y sugerente, su libertad expresiva con ese aire espontáneo, subjetivo y a veces confesional, su ordenación y estructura más estéticas e intuitivas que racionales o científicas, su intento de incitar al lector a través de la siembra de ideas... en todo esto el ensayo se revela como el más pragmático de los géneros literarios, el que más busca influir en los lectores sin dejar de ser un texto artístico con una voluntad de estilo que lo aleja del documento puramente didáctico. Podemos hablar de la funcionalidad epistemológica del ensayo en el mundo hispánico: estamos ante un texto artístico que busca no sólo describir sino también influir en las concepciones que tenemos de nosotros mismos, de nuestras creencias, costumbres y actitudes. Forma de expresión inseparable de la modernidad, el ensayo es un instrumento de indagación que busca el conocimiento de uno mismo, de los otros y del mundo. El pensamiento posmoderno, que se empeña en cancelar los nexos entre texto y mundo, encuentra en el ensayo un ejemplo de discordancia no asimilable. Es anómalo hablar de un ensayo cultural autorreferencial, porque este tipo de texto presupone un mundo exterior que trata de moldear y reformar. Nuestros grandes ensayistas suelen ser grandes moralistas. Antes de avanzar conviene plantear un asunto preliminar. Casi todos los estudiosos del género sostienen que uno de los rasgos peculiares de éste es su brevedad. Con unas doscientas páginas, El laberinto de la soledad rebasa los límites de lo breve, pero pensemos que se trata no de un ensayo, sino de un conjunto de ensayos entrelazados que giran alrededor de una problemática común y que cada capítulo o cala puede leerse como indagación relativamente autónoma. ¿Qué tipo de discurso se despliega en El laberinto de la soledad? Un discurso 2

Alfonso Reyes, «Las nuevas artes» [1944], recopilado en Obras completas de Alfonso Reyes, vol. 9, México: Fondo de Cultura Económica, 1959, pág. 403. 3 Vid. José Luis Gómez-Martínez, Teoría del ensayo, México: UNAM, 1992 (2a).

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literario, estético y poético con un brillo metafórico y una abundancia de analogías sorprendentes. Obra de un poeta. Pero si aceptamos la impureza constitucional del ensayo (y no como defecto sino como carta de fuerza), es evidente que el libro de Paz tiene un estatuto interdisciplinario e interdiscursivo. Se alimenta de muchos lenguajes y formas de argumentación, pertenecientes a diversos campos: filosofía, psicología, historia, religión, mitología, narrativa, poesía, lingüística, política, antropología, sociología, economía... Los métodos de enfoque son igualmente diversos: coexisten posturas que son en principio incompatibles, como el historicismo materialista y el esencialismo idealista, como el existencialismo y cierto neoplatonismo o nostalgia de las Formas absolutas. Estas contradicciones serían inadmisibles en un tratado filosófico, pero en el ensayo son elementos legítimos de una propuesta indagatoria. La hibridez constitutiva del ensayo es el instrumento idóneo para explorar culturas esencialmente sincréticas como las de América Latina. No sorprende que el tema dominante y recurrente, por no decir obsesivo, del ensayo latinoamericano haya sido la identidad cultural, las relaciones entre pasado y presente, la radiografía de los males y la invención de posibles curas. Labor de exploración e interrogación, muy lejos de los dogmas. El ensayo tiene un auge comprensible en el siglo XIX, cuando no hay todavía una especialización diferenciada de la «inteligencia americana», pero el siglo XX tendría que calificarse como su edad de oro en América Latina. Ningún otro género ofrece la misma posibilidad de cuestionar toda verdad establecida. Si por definición el ensayista es el que pisa el terreno de los especialistas, no debe sorprendernos la reacción habitual de éstos al ver invadida su comarca. En las ideas no hay propiedad exclusiva. Los presupuestos genéricos de este libro generan lecturas e interpretaciones que tal vez resulten discordantes entre sí. La unidad estilística recubre una pluralidad de enfoques que señalan distintas direcciones. Diálogo difícil entre la estética y la epistemología. Ensayemos un análisis. En lugar de leerlo como un tratado psicológico sobre el ilusorio y tautológico alma nacional o ser del mexicano, ¿por qué no ver en el libro una descripción de estereotipos sociales, psicológicos y culturales relacionados con la historia de México? Así, lo más discutible no sería la radiografía psicológica, lingüística y cultural, que constituye la primera parte y la parte más empírica del texto, sino el intento de ver la misma oscilación dialéctica, el mismo ritmo entre los contrarios de soledad y comunión, en la historia de México. ¿Hasta qué punto este ritmo binario (y recordemos que es un ensayo anterior al estructuralismo) describe adecuadamente el devenir de México como nación? ¿No implica este esquema una excesiva simplificación? ¿Cómo ver en ciertos episodios complejos sólo un polo de la dialéctica? La Colonia, por ejemplo, ¿representa la comunión colectiva para todos? ¿Y no hay algo maniqueo en la visión del porfiriato como pura simulación e inautenticidad, que es la visión promovida por la revolución triunfante que siente la necesidad de denigrar al antiguo régimen para autolegitimarse? Y ¿qué

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decir de la visión ontológica de la Revolución Mexicana como «una verdadera revelación de nuestro ser», «un regreso a los orígenes», «una búsqueda de nosotros mismos y un regreso a la madre», «un estallido de la realidad: una revuelta y una comunión»?4 ¿No hay aquí una idealización mitificada de la Revolución y, más concretamente, de la vertiente zapatista? Tal vez para comprender esto último es necesario retomar la dimensión autobiográfica y ver en El laberinto de la soledad una proyección muy personal, un intento de resolver en el plano imaginario una disyuntiva histórica y familiar: la del choque entre la ideología liberal de su abuelo y la zapatista de su padre. El hijo-nieto trata de conciliar las dos ramas conflictivas de su herencia familiar, dividida, como la patria, entre el afán de modernización universal y la necesidad de escuchar el llamado del otro México, rural e indígena. El presente es un hilo a punto de estallar, desgarrado entre dos fuerzas que jalan hacia dos utopías que son dos mitos: un porvenir abstracto y un pasado irrecuperable. Pasemos a otro tipo de consideración. Se ha prestado poca atención analítica a los mecanismos retóricos de construcción en este ensayo. En primer lugar, es preciso reflexionar sobre la identidad y ubicación de la voz de la enunciación: ¿es siempre la misma? Tres muestras. En el primer capítulo leemos la siguiente confesión: «Recuerdo que en España, durante la guerra, tuve la revelación de 'otro hombre' y de otra clase de soledad: ni cerrada ni maquinal, sino abierta a la trascendencia» (25). El yo autobiográfico que habla aquí describe ciertos hechos decisivos que han marcado su vida y su pensamiento. De ahí la posibilidad de un nivel de lectura de El laberinto de la soledad como confesión autobiográfica, el relato de una vida y de sus contornos condicionantes, pasando por casi todas las etapas: nacimiento, infancia, adolescencia y madurez. Como en Ulises criollo, de José Vasconcelos, se mantiene un claro paralelismo entre los dos espejos enfrentados de vida individual y vida nacional. Ambos libros son, entre otras cosas, alegorías, narraciones simbólicas de la vida de la nación, relatos míticos sobre los orígenes de la identidad colectiva que moldea y determina la identidad personal. Dos intentos de inventar la realidad de México. Un dato revelador: El laberinto de la soledad nació después de un intento fallido de escribir una novela. Asimismo, en el primer tramo de la autobiografía de Vasconcelos, Paz vio en su juventud la realización de la gran novela mexicana.5 Veamos ahora dos oraciones esenciales, las que abren y cierran el libro en su primera edición. El comienzo: «A todos, en algún momento, se nos ha revelado nuestra existencia como algo particular, intransferible y precioso» (9). La clau4

El laberinto de la soledad, México: Fondo de Cultura Económica, 1959 (2a ed. rev. y aum.), págs. 122, 130, 134. 5 Vid. «Poesía y mitología. Novela y mito» [1942], recopilado en Primeras letras (1931-1943), selección, introducción y notas de Enrico Mario Santí, México: Vuelta, 1988, págs. 282-90. A partir del ejemplo de Vasconcelos, Paz traza un programa estético: «Y quizás el poeta que logre condensar y concentrar todos los conflictos de nuestra nación en un héroe mítico no sólo exprese a México sino, lo que es más importante, contribuya a crearlo» (pág. 290).

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sura: «Somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los hombres» (174). En la primera, el sujeto se identifica como parte de la humanidad universal y habla de experiencias compartidas por miembros de todas las culturas y todas las épocas. En la oración final, la enunciación proviene de un sujeto que habla como parte de una colectividad restringida: la de los mexicanos a mediados del siglo XX. La clausura ofrece, además de un cierre cíclico de la estructura total del libro, una reescritura de las frases finales de un famoso ensayo precursor de Alfonso Reyes: «Hemos alcanzado la mayoría de edad».6 Reyes habla desde una perspectiva americanista; Paz, desde una ubicación mexicana pero en relación con América y el mundo. El final del ensayo de Paz puede interpretarse como una liberación que es una nueva condena, pero una condena que ofrece la posibilidad de una salida: al salir del laberinto de la soledad de la historia nacional, aislada del mundo, los mexicanos entran en uno más vasto: el de la cultura universal. En este nuevo desierto, la comunión planteada es una especie de soledad multiplicada y compartida: «Allí, en la soledad abierta, nos espera también la trascendencia: las manos de otros solitarios» (174). Proclamada en 1950, en circunstancias muy distintas, esta orfandad colectiva de la modernidad es más actual y más apremiante el día de hoy, medio siglo después, en la estela del derrumbe de las ideologías políticas y filosóficas. Al igual que sus manifestaciones culturales, México sigue buscando «una Forma que nos exprese» (148).

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Alfonso Reyes, «Notas sobre la inteligencia americana» [1932], recopilado en Obras completas de Alfonso Reyes, vol. 11, México: Fondo de Cultura Económica, 1960, pág. 90.