Comentario

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Dios quiere que seamos felices en esta vida y por toda la eternidad. Dios nos muestra el camino de la felicidad. ¿Cómo? A través de nuestra conciencia. El.
Hoy es la fiesta de todos los santos y, especialmente, de los santos anónimos, la fiesta de los santos de chaqueta y pantalón, la fiesta de los santos de mono, uniforme o ropa deportiva. Hoy es la fiesta de los santos que no están en los altares de nuestras iglesias, pero sí en los altares de la gloria de Dios. En esta Eucaristía damos gracias a Dios por ellos, por todo lo que nos han aportado mientras vivían en esta tierra y porque ellos, desde el cielo, nos siguen alentando en nuestro caminar hacia Dios, con su ejemplo y su oración. Y después de dar gracias a Dios, escuchemos la voluntad de Dios a través de su palabra y de los santos. La voluntad de Dios es tengamos vida abundante. La voluntad de Dios no es que seamos gente amargada, triste y rara. San Ireneo decía: la gloria de Dios es que el hombre viva. La voluntad de Dios es que seamos dichosos, bienaventurados, felices. Por eso, el Evangelio de hoy repite hasta nueve veces la palabra dichosos o felices. Dios quiere que seamos felices en esta vida y por toda la eternidad. Dios nos muestra el camino de la felicidad. ¿Cómo? A través de nuestra conciencia. El Concilio Vaticano II dice: La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella (GS 16). Dios nos muestra el camino de la vida a través de los mandamientos. Aunque decimos, a veces en broma y en otras ocasiones en serio, que los mandamientos nos prohíben lo que más nos gusta, en realidad son una luz ofrecida a la conciencia de todo hombre para manifestarle la llamada y los caminos de Dios, y para protegerle contra el mal. Así lo enseña el Catecismo de la Iglesia (n. 1962). Dicho con otras palabras: los mandamientos prohíben lo que nos aleja de Dios, de los hermanos y de nuestra propia felicidad. Dios nos muestra el camino de la vida, sobre todo a través de Jesucristo. Él enseñó con su vida y con su palabra el camino de la felicidad. Las bienaventuranzas sólo unas pinceladas de su retrato. El sacerdote y periodista José Luis Martín Descalzo escribió: Jesucristo fue el pobre. No tenía donde reclinar la cabeza y su corazón estaba abierto en plenitud a su Padre. El fue el manso. Era su dulzura lo que cautivaba a sus amigos, lo que atraía a los niños. Sólo el demonio y los hipócritas le temían. El conoció las lágrimas. Lloró por Jerusalén, por la dureza de quienes no sabían comprender el don de Dios que estaba entre ellos. Lloró después lágrimas de sangre en Getsemaní por los pecados de todos los hombres. Nadie como él tuvo hambre de la gloria de su Padre. Fue el misericordioso. Todos sus milagros brotan de la misericordia. Su alma, literalmente, se abría ante aquellas multitudes que vivían como ovejas sin pastor. Su corazón era tan limpio que ni sus propios enemigos encontraban mancha en él. Era la paz. Vino a traer la paz a los hombres, a reparar la grieta belicosa que había entre la humanidad y Dios. Y murió en la cruz. Fue perseguido por causa de la justicia. Era demasiado sincero, demasiado honesto para que pudieran soportarle. Dios nos muestra el camino de la felicidad también a través de los santos. El beato Juan Pablo II escribió: Ellos nos ofrecen unas indicaciones preciosas que permiten acoger más fácilmente la intuición de la fe (NMI 27). Ellos son el Evangelio vivido, los auténticos testigos de la fe. Conocer más a San Martín, a la Madre Teresa de Calcuta, a San Ignacio o al santo cuya vida nos arrastre más, será muy eficaz para conocer y seguir el camino de la felicidad, el camino de la santidad. Los santos nos demuestran que para los cristianos ser santos y ser felices es lo mismo. Dios no sólo nos enseña el camino de la santidad o de la felicidad más grande. También nos ofrece fuerza para seguir ese camino, en la oración y los sacramentos. Demos gracias a Dios.