EL HOMBRE QUE CALCULABA

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30 Oct 2009 ... Malba Tahan. EL HOMBRE QUE CALCULABA. Traducción de Francisco Martín Arribas. El hombre que calculaba.indd 3. 30/10/09 12:20:45 ...
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Malba Tahan

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Capítulo I En el que narro las singulares circunstancias de mi encuentro con un viajero, camino de la ciudad de Samarra, en la ruta a Bagdad. Qué hacía dicho viajero y cuáles fueron sus palabras.

¡En el nombre de Allah1, Clemente y Misericordioso! En cierta ocasión, iba por el camino de Bagdad, al paso lento de mi camello y de vuelta de un viaje a la famosa ciudad de Samarra2, ubicada en las orillas del río Tigris3, cuando descubrí a un viajero sentado en una piedra, y modestamente vestido, que parecía descansar de los esfuerzos de alguna travesía. Estaba a punto de dirigir al desconocido el salam4 trivial de los caminantes cuando, asombrado, vi que se levantaba para hablar lentamente: —Un millón, cuatrocientos veintitrés mil, setecientos cuarenta y cinco…

1. Alá. Dios. Nombre que dan los musulmanes al Creador. 2. Ciudad de Irak. 3. Río de Asia interior, desemboca en el Golfo Pérsico junto al Éufrates. 4. Saludo árabe. Significa «paz».

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Volvió a sentarse y guardó silencio mientras, apoyada la cabeza en las manos, parecía estar perdido en las profundidades de alguna meditación. Me acerqué y me quedé mirándolo como si me encontrara frente a un monumento histórico perteneciente a los tiempos de leyenda. Poco tiempo después, el hombre se levantó de nuevo y, con voz pausada y clara, pronunció otra cifra igualmente fabulosa: —Dos millones, trescientos veintiún mil, ochocientos sesenta y seis... De esta misma manera, así varias veces, el intrigante viajero se irguió y, en voz alta, dijo un número de varios millones, para luego volver a sentarse sobre la inmutable piedra del camino. Sin poder contener mi curiosidad, me acerqué aún más al desconocido, y después de saludarlo en nombre de Allah —con Él sean la oración y la gloria— pregunté por el significado de aquellos números, que sólo podían guardar un lugar en cuentas gigantescas. —Forastero, respondió el hombre, no repruebo la curiosidad que te ha hecho perturbar mis cálculos y la tranquilidad de mis pensamientos. Ya que te dirigiste a mí en forma delicada y cortés, estoy dispuesto a atender tus deseos. Pero, para ello, antes necesito contarte la historia de mi vida. Luego hizo el siguiente relato, que debido a su interés transcribiré con toda fidelidad:

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Capítulo II Beremiz Samir, el Hombre que Calculaba, relata la historia de su vida. Cómo me enteré de los cálculos prodigiosos que practicaba y cómo nos convertirnos en compañeros de viaje.

—Me llamo Beremiz Samir y nací en la pequeña aldea de Khoi,5 en Persia,6 nací a la sombra de la gran pirámide formada por el monte Ararat7. Siendo todavía muy joven comencé a trabajar como pastor de un rico señor de Khamat8. Cada día, al amanecer, llevaba un gran rebaño a los pastos y debía devolverlo a su redil antes de que llegara la noche. Por miedo a perder alguna oveja y ser, por tal causa, castigado con severidad, las contaba varias veces al día. Así es como fui adquiriendo, poco a poco, semejante habilidad para contar que, a veces, de una simple mirada contaba sin error todo el rebaño. Aún no confor-

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Pequeña aldea persa, en el valle del Ararat. Actualmente Irán, reino de Asia Interior. Montaña de Anatolia, Asia Interior. Ciudad de Persia. Al pie del monte Ararat.

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me con eso, empecé a ejercitarme contando bandadas de pájaros que veía volar por el cielo. Así fui volviéndome muy hábil en este arte. Después de unos meses —gracias a ininterrumpidos ejercicios contando hormigas y demás insectos— logré realizar la prueba increíble de contar la totalidad de las abejas de un enjambre. Este logro como calculador, sin embargo, quedaría pequeño frente a los que llegarían más tarde. Mi amo era generoso y poseía, en dos o tres alejados oasis9, importantes plantaciones de datileras, e informado de mis recursos matemáticos, me eligió para dirigir la venta de los frutos, que así debía contarlos, uno a uno de cada racimo. Trabajé en el reducto de las palmeras casi diez años. Feliz con las ganancias que le proporcioné, mi buen patrón acabó por concederme cuatro meses de reposo, y así, ahora voy hacia Bagdad10 porque quiero visitar a algunos parientes y contemplar la belleza de las mezquitas y el lujo suntuoso de los palacios de la gran ciudad. Para no perder el tiempo en el camino, me ejercito contando los árboles de la región, las flores que realzan el paisaje y los pájaros que nunca faltan entre las nubes del cielo. Me señaló una vetusta higuera que se erguía a muy poca distancia y siguió hablando: —Ese árbol, por ejemplo, cuenta con doscientas ochenta y cuatro ramas. Conociendo que cada una de 9. Lugar con vegetación y aislado en el desierto. 10. Capital del Irak.

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las ramas tiene como promedio trescientas cuarenta y siete hojas, es muy fácil saber que el árbol tiene un total de noventa y ocho mil quinientas cuarenta y ocho hojas. ¿No le parece simple, amigo mío?11

—¡Una maravilla! —exclamé asombrado—. Es fantástico que un hombre, de una mirada, pueda contar las ramas de un árbol o las flores de cualquier jardín… 11. El Calculador en este caso efectuó, mentalmente, el producto de 284 por 347. La operación es considerada muy simple ante los cálculos prodigiosos que realizan los matemáticos más famosos. El americano Arthur Griffith, nacido en Indiana, realizaba mentalmente, en veinte segundos, la operación de dos números de nueve cifras cada uno. En el siglo XVIII, el inglés Jadedish Buxton efectuó una multiplicación con dos números de 42 cifras cada uno. Sin embargo un alemán, Zacarías Dase, que comenzó a los quince años la carrera de calculador, superó los mayores prodigios operando con factores de cien cifras cada uno. Dase, mentalmente, realizaba la extracción de raíces cuadradas de números entre 80 y 100 cifras cada uno, en sólo 42 minutos. Además, utilizó su habilidad en la continuación de los trabajos de Burkhard sobre las tablas de números primos comprendidos entre 7.000.000 y 10.000.000. Tanto en Dase como en otros numerosos casos de calculadores famosos hay que resaltar que sus conocimientos sólo se limitaban a las reglas de cálculo. En lo demás, su ignorancia era lamentable. Entre el resto de famosos calculadores podemos destacar a Maurice Dagobert, francés; Tom Fuller, norteamericano y Giacomo lnaudi, italiano.

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Esta proeza puede procurar inmensas riquezas a cualquiera… —¿Usted cree? —se intrigó Beremiz—. Nunca se me ocurrió pensar que contando las hojas de los árboles y los enjambres de abejas alguien pudiera ganar dinero. ¿A cuántos puede interesarle la cantidad de ramas que tiene un árbol o cuántos son los pájaros que forman la bandada que acaba de cruzar por el cielo? —Su habilidad es admirable —le expliqué— y puede ser útil en veinte mil casos distintos. En una capital como Constantinopla12 o incluso en la misma Bagdad, usted sería un auxiliar de gran importancia para el gobierno. Usted podría calcular poblaciones, ejércitos y rebaños. Le sería muy fácil calcular los recursos del país, el valor de lo cosechado, los impuestos, las mercaderías y cada uno de los recursos del Estado. Sé, por las relaciones que tengo, soy bagdalí, que no será difícil para usted obtener algún puesto sobresaliente junto al califa Al-Motacén13, nuestro amo y señor. Quizá llegue al cargo de visir-tesorero o tal vez se desempeñe como secretario de Hacienda musulmán. —Si así es, no lo dudo —respondió el calculador—. Seguiré hacia Bagdad. Y sin más consideraciones se acomodó en mi camello —el único que teníamos—, e iniciamos la marcha

12. Ciudad y puerto de Turquía. Su nombre actual es Estambul. 13. Califa de Bagdad. Subió al trono en el año 1242.

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por el extenso camino que nos llevaría hacia la gloriosa ciudad. Desde ese día, juntos por un encuentro casual en medio de la árida ruta, fuimos compañeros y amigos inseparables. Beremiz era un hombre de carácter alegre y comunicativo. Era muy joven todavía —no había cumplido aún los veintiséis años—, contaba con una inteligencia notoriamente viva y tenía evidentes aptitudes para dominar la ciencia de los números. A veces formulaba, sobre las cuestiones más triviales de la vida, relaciones impensadas que denotaban su agudeza matemática. También sabía contar historias y narraba anécdotas que iban ilustrando su conversación, aunque ésta, por sí misma, siempre atrapaba oyentes curiosos. Otras veces se mantenía en silencio durante varias horas, se encerraba en un mutismo inquebrantable, meditando sus cálculos prodigiosos. En dichas ocasiones trataba de no molestarlo. Lo dejaba tranquilo para que pudiera desarrollar, con las bondades de su memoria extraordinaria, descubrimientos maravillosos en los misteriosos arcanos14 de la ciencia matemática, que tanto cultivó y engrandeció el pueblo árabe.

14. Recóndito, secreto.

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