Katarina, una bruja alternativa - Smashwords

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anime a sus amigos para descargar su propia copia en Smashwords.com, ..... retratos literarios, pero es bastante incomodo no tener un cuerpo físico para existir ...
Katarina, una bruja alternativa Libro 3 de pensamiento alternativo PorAlbert Gamundi Sr. Published by Albert Gamundi at Smashwords Copyright 2017 Albert Gamundi Edición Smashwords Edición Smashwords, notas de licencia Gracias por descargar este libro electrónico gratuito. Aunque se trate de un libro gratis, sigue siendo la propiedad intelectual de su autor, y no puede ser reproducido, copiado y distribuido con fines comerciales o no comerciales. Si te ha gustado este libro, por favor anime a sus amigos para descargar su propia copia en Smashwords.com, donde también se pueden descubrir otras obras de este autor. Gracias por apoyar el trabajo duro de este escritor.

Dedicado a mis fieles lectores, a mi musa, a la que le deseo lo mejor en todos sus proyectos y como siempre a J. Murphy. Espero que disfrutéis de otro de mis relatos cortos, tanto como lo he hecho escribiéndolo yo mismo con mis manos. Nuevamente suelto algunas de mis vivencias en estas líneas, pero mi objetivo no es escribir una biografía, sino dar la oportunidad de nacer a todas esas ideas que rondan por mi cabeza. Gracias de antemano por la lectura que vas a realizar, querido lector.

Katarina, una bruja alternativa Y una vez más se repitió la historia, una bola de pañuelos de papel usados voló por los aires y fue a aterrizar a mi cabeza, acostumbrada a la misma escena dia a dia, esa mañana me había puesto un gorro de lana para cubrirme la cabeza, no podía escapar de ese humillante ritual pues eran treinta personas contra mi, una vez me alcanzó el repugnante proyectil a mi tiesta se quedó pegado entre la lana, sonreí para mis adentros mostrando mi cara de desprecio tratando de aguantar el llanto, mala suerte fue la mía que me increpó por detrás un compañero de clase, me despojó de mi gorro y aprovechó para rociarme la cabeza con harina. El corazón me volvía a palpitar con rabia, debía cambiar de instituto, pero mi tutor no estaba dispuesto a enviarme a otro sitio por comodidad propia, tampoco se me pasó por la cabeza dejar la mochila al lado de mi pupitre al lado de la ventana, pues sabía que si la abandonaba temporalmente a su suerte, igual le faltaría la otra tira de sujeción o le habrían puesto cola a la cremallera. Deseaba llorar, pero me dije que no para mis adentros, con la cabeza baja y entre las risas de mis “compañeros” de clase me dirigí a los baños. Crucé el pasillo corriendo e hice caer a un profesor, el cual no tardó en soltarme una cascada de gritos dejando entender que era una cabra loca y estúpida, mis notas no ayudaban tampoco a que me reconfortaba. Después de disculparme y ganarme una nota para casa llegué por fin a los baños, el agua inundaba la zona casi en su totalidad, un golpe de suerte jugó a mi favor pues no había chicas en la zona, traté de limpiarme mi castaña melena con agua durante varios minutos, no lo conseguía, esta vez ya no me quedaba espacio para mas resentimiento en mi deposito emocional, me cortaría el pelo como un chico para que fuera mas sencillo limpiarme. Era una marginada social del colegio, no fumaba ni bebía, pero la imagen de mis dientes con hierros correctores y un piercing en la nariz era suficiente motivo para que se me echaran encima como lobos. Tras forcejar con un peine en mi pelo no conseguí limpiarme del todo la harina, sabía que si utilizaba agua crearía una masa pastosa suficientemente empalagosa como para que no pudiera ser extraída. Regresé al pasillo con temor, el sepulcral silencio del pasillo contrastaba duramente con los gritos de mofa y burla hacia algunos profesores que se daba en algunas clases, una vez alcancé la puerta de cuarto curso, grupo B regresé al campo de batalla, nunca mejor dicho pues el profesor acababa de gritar mi nombre tratando de hacer valer su autoridad, un brutal Erika de las Torres, llegas tarde sacudió todo mi cuerpo, levanté mi mano en señal de disculpa y me senté en mi silla, un elemento mas para definir ese campo de batalla era la disposición de las mesas, dispuestas como

trincheras con una silla para sentarse tras ellas, me senté encima de una mina, en esos momentos habría deseado que se hubiera tratado de una mina que hubiera terminado con mi vida, una chincheta se clavó en mi trasero con fuerza. Aguanté el dolor como pude, pues mi cuerpo era esquelético y enseguida noté el dolor, segundos después observé como se descerrajaban de risa varios de mis compañeros detrás. El profesor justamente terminó de pasar lista y sacó de su maletín el libro de matemáticas. Tomé aire y lo solté lentamente, no veía posibilidades humanas de conseguir atender a la pizarra, estaba demasiado amargada como para atender a asuntos que no me importaban. Saqué la libreta de mi bolsa, para mi suerte solo estaba quemada la mitad de la libreta por algún gracioso, pero el golpe ya no me hizo daño. A continuación retiré de la mochila el estuche y me hice con un lápiz de dibujo, empecé a dibujar en mi libreta, unas montañas blancas de fondo, un río se abría en medio del valle cuyo limites eran las mencionadas formaciones rocosas y en la ladera derecha del río dibujé una aldea de campesinos, con una iglesia a un lado y un señor que estaba pescando, al otro lado dibujé un surtido muy variado de animales, conejos, lobos, pájaros, osos y ciervos con grandes cornamentas. Realmente eran cosas sin sentido para mí, no tardé en romper el dibujo con mis propias manos para ponerme a llorar desconsoladamente. - ¡Erika la bruja está llorando, no sabía que los bichos podían llorar!.- Se mofó el chico mas popular de la clase. El profesor se limitó a gritar para que se callasen todos los alumnos, pues ahora coreaban la ofensa. Tiré la mesa de una patada y tomando el lápiz aún afilado con una mano me dirigí a la última fila. ¡Uy, no me pegues por favor!-. Se mofó nuevamente el cabrón de la cabeza rapada por los lados, cuya habla carecía de letras en muchas ocasiones. Por primera vez en mucho tiempo sonreí, dentro de mí brotó una rosa en llamas, cuyas espinas se clavaron en mis músculos, entonces clavé el lápiz en el cuello del chico con tanta fuerza que rompí la madera. La clase entera no tardó en abalanzarse contra mí, las bromas pesadas de antaño se convirtieron en tirones de pelo y puñetazos, hasta el mismo profesor intervino con voracidad. - ¡Te voy a matar hijo de la grandiosa puta!-. Perdí los modales y las barreras que contenían mis lágrimas, mi combate duró realmente poco, pues me retuvieron varios alumnos por el cuello. Roberto Cresposo fue escoltado rápidamente a la enfermería, aprovechando el fervor de la pelea no conseguí saciar mi completa venganza con la chica mas guapa de la clase, refinada y coqueta por sus ropas de color rosa y cara, le destrocé el cutis de un puñetazo que me rompió un dedo de la mano. Me escupieron en la cara, me patearon incluso cuando estaba retenida, y en cierta manera el profesor escapó de la clase tomándome a mi por la cintura. Mi desventura terminó pronto, pues la policía se encontraba allí dando un curso de para sensibilizar acerca de los peligros del ciclomotor. Un agente me inmovilizó un brazo y me forzó a ir con él hacia el coche patrulla, el resto de mis compañeros se burlaban de mí a mis espaldas, atrás dejaba mi mochila y dos víctimas que podrían haberse convertido en la escuela entera. Anduve durante tres minutos en silencio mientras me interrogaban rápidamente los policías, los niños de primeros que abusando de su condición de recién salidos de la primaria se comportaban como salvajes conmigo me hacían muecas, un humillante espectáculo era lo que dejaba atrás. Salía de un instituto que parecía un campo de concentración, no sentía tristeza pues allí carecía de amigos e incluso tampoco encontraba apoyo emocional en la psicóloga del colegio, ella se limitaba a compadecer se de mí y a recetarme medicinas, yo era la mala de la película siempre cuando en realidad solo era un animal tratando de escapar de las zarpas de los cazadores. Una vez crucé los muros del colegio, dispuestos de tal forma que los traficantes de drogas no consiguieran penetrar en el recinto, entré en el coche de policía. Niña, no se que demonios te pasa pero te vamos a llevar a comisaria-. Gruñió furiosamente uno de los agentes que se sentó a mi lado, pues el otro conducía. Fui llevada a comisaría y me topé con mi tutor que también había sido arrestado, esta vez por posesión de drogas, una sonrisa cruel se dibujó en mis labios cuando cayó al suelo con la lengua hacia fuera, un nuevo delirio en el consumo de drogas podía llevarlo a la tumba, me habría librado de ser su ama de casa. El agente que lo acompañaba con las esposas se dislocó el brazo por el peso del cadáver y descubrió que su corazón se había detenido. - ¡Te lo merecías mamón! ¿Aún no has fregado los platos, Erika?-. Me burlé de él. El policía que me retenía me inclinó la cabeza y me llevó a una sala de interrogatorios, después

de contar todo el relato de ese día a dos psiquiatras y un oficial fui depositada en un calabozo. Me juzgarían y muy probablemente sería enviada a un internado. Por el momento vestía mis ropas, dado que me aburría bastante pedí papel y lápiz a un agente, un segundo golpe fortuito fue suficiente para que me lo concedieran, no les parecía a mi pesar que yo pudiera ser peligrosa con papel y lápiz, pues las rejas de la celda no dejaban pasar mi brazo, para ir a otras celdas. Nuevamente me dispuse a dibujar, esta vez dibujé a una mujer con un bastón cuyo puño era una piedra mágica que le daba poderes, se encontraba encima de un acantilado y abajo estaba el mar, por encima del agua se podían apreciar dos delfines saltarines, durante media hora estuve perfilando a los animales para tratar de esconder mi nerviosismo y temor a la vez de lo que me pudiera pasar, una vez sus dorsos ya eran brillantes y no había lugar para más detalles de sus cuerpos me dispuse a perfilar a la mujer, la vestí con una pesada armadura, no quería que nadie le hiciera daño, ahora fueron las lágrimas quienes estropearon el dibujo, no la encontraba fea tapada de metal hasta arriba, incluso con esos finos y bellos labios cortados por el frío del cielo invernal que pretendía dibujar posteriormente. La cena llegó a mi celda, un pedazo de pan y una sopa caliente fueron todo lo que me dieron, el carcelero se dirigió a mi y me dio un vaso de agua. Entonces se retiró con la misma serenidad con la que entró, era posible que eso se diera porque había una cámara de seguridad observando todo lo que ocurría en la celda. Empecé a comer, no tenía hambre, escuchaba fuera que muchos reclusos protestaban por la poca cantidad de comida que les dieron, nuevamente la rosa de fuego penetró por todo mi cuerpo y lancé toda la comida contra la puerta de la celda. - Esta comida es una mierda – empecé a cantar – este mundo es un campo de concentración, pero piensa que es posible la evasión – subí el tono de mi voz con más fuerza para que todo el mundo me pudiera oír. Se trataba de una canción de Barón Rojo, una formación musical de metal pesado español, continué cantando hasta que terminó toda la letra. El resto de reclusos se revolucionó y me acompañó con su voz, ahora añadí palmadas al ritmo de la canción, conseguí que viniera una carcelera y me diera una bofetada, yo no hice más que reírme. - ¡Soy Katarina la bruja nórdica, y como no me dejes cantar, so perra te voy a clavar un lápiz en el cuello a ti también!-. Había perdido el juicio nuevamente, la crueldad de un mensaje imponente había cuajado en mi espíritu, pero una pequeña brecha fue sellada por las emociones y el deseo de ser libre, el canto me ayudaría a escapar, entonces me puse a abofetear a las autoridades, no podían matarme y lo sabían, de lo contrario el problema sería más gordo para ellos, pero me daba igual. Nuevamente fui trasladada de lugar, me agarraron del pelo y me metieron en una celda al final del pasillo, escuché como la agente dolorida llamó a un centro psiquiátrico. - Si, quiero que os la llevéis ahora mismo, en unos días la necesitamos para el juicio-. Escuché desde detrás de los barrotes, empezaba a ser grande a mi manera, era una bruja para muchos, pues si de verdad lo era cumpliría mi función, causar el caos y sembrar el terror entre los mortales, ¿Acaso no son humanos los que me hicieron llegar a tal punto? Era el momento de actuar, empecé a patear la puerta con las pocas fuerzas que me proporcionaba mi cuerpo. Si iba a ser una criminal por defender mi persona, lo haría bien. Tras varios minutos dando patadas finalmente me detuve, un madero me retuvo contra el suelo y me esposó. Media hora mas tarde no me retenían unas esposas, sino dos hombres vestidos de blanco procedentes de un centro de salud mental a varios pueblos de los que vivía. - ¡No podréis con Katarina la bruja, os voy a quemar enteros, so capullos! -. Como era natural, la improvisación nunca fue buena en mí, pretendía parecer estar mas tocada del coco de lo que estaba, era una actriz frente al peligro. Me arrastraron mientras pateaba el suelo con mis zapatos rotos por la tacañería de mi tutor en no comprarme otros, los presos coreaban la canción del campo de concentración a mi paso. Antes de alcanzar la salida escupí a la cara de uno de los agentes. - Defiendes a la justicia... y una mierda que te comes, si fueras un justiciero habrías encerrado al colegio entero-. Me reí en su cara antes de salir por la puerta. - Vamos, no lo pongas mas difícil, bonita-. Una palabra amable por parte de un desconocido no fue suficiente para tratar de aplacar todas las infamias y burlas que habría sufrido durante años. Me dispusieron en la parte trasera de un vehículo acolchado, fui revestida con una camisa de fuerza y depositada como un saco entre otros “locos”. Esos otros locos eran una chica con el pelo rojo y un

vestido blanco, mientras que el otro era un hombre de unos treinta años que yacía aparentemente bajo los efectos de las drogas. La furgoneta se puso en marcha, yo me dejé volcar a un lado, tampoco podía disponerme de otra forma, no podía oír nada de lo que ocurría ahí fuera. El agotamiento físico consiguió que cayera en un sueño, aunque no muy profundo. De nuevo las pesadillas se asentaron en mi reposo, rememoraba distintos tipos de burlas que había sufrido durante tantísimo tiempo, bolas de papel con mocos, arañas en mi estuche, orina en mi botella de agua o incluso más de una falda rasgada en una agresión en grupo por parte de las chicas. El frío sudor empapó mi cara al despertar, una mirada triste y profunda provenía de los ojos de la chica del pelo rojo, a su lado estaba recostado sobre sí mismo el hombre de las drogas. - Eres solo un producto para oprimir a mentes inferiores, a mi no me vas a tocar la moral...-. Murmuraba el hombre en un inquieto sueño. - Y bien, Erika, ¿Estas lista para empezar tu nueva vida? -. Se dirigió con una voz fina y afilada la chica del pelo rojo. - Me llamo Sofia y debes creerme, sé mucho del ser humano, también se que no iremos a un manicomio, eres una mente creadora y solo puedes estar contra nosotros o de nuestra parte-. Añadió volteando su cabeza hacia atrás. - ¿Como sabes mi nombre, ¿quién te lo ha dicho todo? -. Respondí con la máxima celeridad que me permitió mi dormido cerebro. No hubo respuesta a dicha pregunta, empezaba a pensar que evidentemente estaban locos, puede que fuera un exceso de saber o la necesidad de entablar una conversación con alguien las hubiera llevado a tales extremos. Giré mi cabeza hacia atrás para echarme el pelo medio sucio hacia atrás y perdí las gafas, aunque no de mucho me servían en esa media oscuridad que reinaba dentro del recinto. Sofia se durmió, posiblemente era voluntad de la bruja Katarina, porque en esos momentos lo que más ansiaba mi corazón era estar sola, pero no podía. Me dirigía a algún lugar y me permití dormir una vez más, si las palabras de la peluca con menstruación eran ciertas nos dirigíamos a un lugar seguro. Caí en un sueño del que no recordé nada, me había pasado la noche inconsciente, cuando abrí los ojos eran cerca de las dos del mediodía, el sol ivernal estaba bajo y eso me dio la pista de que eran días cortos. Me encontraba en una cama cómoda y al lado de mi mesa de noche me encontré con un hombre que hizo que mi corazón se estremeciese. Medía cerca de un metro ochenta y tenía un gran espadón de color dorado, el cual afilaba con una piedra. Del susto me desmayé por unos segundos. - ¡Creador, corre que Katarina ha despertado! Un hombre algo mas bajo que el espadachín se corrió a verme. - Tranquila, ni estas loca ni vas a ser juzgada por defenderte de tus compañeros de clase-. Se acercó a mi el hombre con total tranquilidad. - Verás esto es sencillo guapa, tienes que dibujarnos para que podamos existir, de momento solo somos retratos literarios, pero es bastante incomodo no tener un cuerpo físico para existir, sabes, así que saca tus polvos mágicos y dame todas mis habilidades como asesino que tengo que liberarme de tres mafias mundiales-. Un hombre con melena que parecía un ninja y llevaba una katana sujetada por una mano se acercó a mí. Creía que eso era un manicomio todo el mundo iba armado en esa sala, excepto yo y el supuesto Creador. Este cruzó la sala en un par de zancadas, tomó su móvil y puso una canción relajante para amenizar el ambiente, por el marco de la puerta segundos más tarde entró corriendo un conejo blanco y gordo con una zanahoria en la boca, por su forma torpe de moverse y que se escondiese bajo la misma cama, el animal creía sentirse seguro de su perseguidor. - Te lo explicaré rápido, vives en una realidad, yo tampoco se cual, me dedico a la lucha libre y a convivir con los personajes que supuestamente voy forjando, según ese señor que ha dormido contigo en la camioneta. - Argumentó el Creador- Si te vas de aquí te van a coger los del juicio, así que te dejaré elegir, aunque me gustaría que te quedases pues tu eres el complemento que necesitan mis obras, el cuerpo que encarcele su espíritu para reformar un mundo devastado por el Darwinismo Social, aquí solo sobreviven los machos alfa, aunque para eso aquí tienes al señor ninja para degollar-. Sentenció el Creador. - Acepto, mis palabras fueron sinceras y directas, eran gente distinta y debía darles una posibilidad a ellos-. El Creador se limitó a sonreír, y como si de una obra de teatro preparada correctamente se tratase, retiró de un armario un arsenal de material para crear ilustraciones, entonces se retiró de la habitación. En la sala nos quedamos yo, el conejo y los dos espadachines. - Yo soy Harter Feelsonsteel, hijo de una maestra de la nada y un señor de la guerra, y este es Rafael Hoffman de orígenes turbios y desconocidos, nosotros te protegemos-. Sentenció el corpulento hombre. Me costó adaptarme a la nueva realidad, pero al cabo de unos días todo parecía

irme sobre ruedas. Vivía en una casa a las afueras de una ciudad muy lejos donde no podrían encontrarme, por las mañanas estudiaba con Pansofo, el hombre que consideraba un drogadicto, mientras que por las tardes discutía con Sofía sobre la naturaleza y los astros que podíamos ver durante el amanecer de la tarde. Por las noches me quedaba a solas con Harter, escuchaba sus historias sobre la guerra de los hombres contra los señores de su realidad. Empecé a sentirme identificada con él en varios factores, según me contó en un principio era un campesino que asesinó a cuantos le amargaron su vida desde pequeño como venganza, posteriormente se convirtió en rebelde contra sus opresores, que eran de todo menos humanos sinceramente, hasta que finalmente consiguió vengar la muerte de su mujer que era una elfa en la batalla final. Me apasionó su relato en muchos factores, pero cuando vio que mis ojos brillaban con fuerza me interrumpió. - El propósito de una espada no es matar de entrada, como la catana de Rafael Hoffman, la espada tiene que permitirte reeducar a tus enemigos, en mi caso no tenía opción y creo que él tampoco la tiene, esta hoja ha conocido sangre de muchos tipos, hasta ha llegado a estar quebrada, pues este no es el aspecto que presentó en un primer momento, tú debes ser una espada, te defendiste de ese chico con un lápiz porque te sentías acosada, puedo entenderlo, las pasiones y el momento te llevaron a arremeter contra él, pero no te preocupes le has reeducado, posiblemente se recupere en su casa como un perro rabioso. - Pero llevaban todo el instituto acosándome, ya era una maldición que me persiguió desde que perdí a mis padres-. Empecé a llorar desconsoladamente. El hombre se acercó a mi, me recogió entre sus brazos y se dispuso a llorar conmigo, en mi interior sentía como si hubiera roto una fortaleza, había quebrado su espada y podía llorar nuevamente la pérdida de su mujer. Creo que llego en mal momento, anunció otra chica con el pelo rojo, pero esta vestida de gótica, en su mano derecha llevaba puestas unas uñas muy largas teñidas por sangre, no me asusté, pues sabía que en el fondo de su corazón florecía una rosa mancillada también, cuyas espinas trataban de renacer para protegerla-. Tu eres la última en llegar, soy Cristina Borgia, el placer es mio-. Agregó antes de largarse. Con la misma firmeza que la de un hombre se retiró de la sala, permanecí cerca de Harter sentados cerca del lar de fuego. En el resto de las numerosas estancias de la casa se encontraban el resto de presentes que posiblemente aún no conocía, pues apenas hacía un día que llegué allí y tardé tiempo en descubrir que hay algunos residentes que apenas pisan su casa, como el caso de Yolanda Borgia. Dos semanas más tarde empecé a dibujar los cuerpos de los presentes, me pesaba el lápiz de una forma inexplicable, el peso del pasado recaía en la herramienta, entonces me dejé caer encima del escritorio para llorar. - No te rindas, se que es muy fácil decirlo, pero después de una etapa dura viene algo mejor-. El Creador me increpó por detrás con esas palabras. - Me las dijo una musa una vez, y me sería egoísta guardármelas para mi solo, aunque sea ella quien llene mi corazón durante el invierno de mi soledad, a cualquier precio debemos tirar adelante-. Agregó antes de servirme una taza de chocolate caliente. - Espíritu de la naturaleza, has terminado ya de leerte mi ensayo sobre el poder y la coacción del credo, quiero tu opinión para la editorial-. Interrumpió en la sala de forma tranquila, Pansofo. Por fin conocí el nombre de ese individuo, se le escapó en sus sueños mientras pronunciaba un discurso para realzar su figura. El chocolate humeante en una taza estaba a medio palmo de mi cabeza, le envié una mirada rápida levantando mi cuerpo, dejé entrever a un corpulento hombre con una espada dorada, una cinta roja en la cabeza y un tabardo con un símbolo que trataba de representar el valor. - Este eres tú, Harter, hijo del Creador y de Katarina la bruja-. El Creador sonrió con seguridad mientras me acarició la mano en señal de respeto. - Nunca caminarás sola, has sido capaz de dejar a un lado tu cólera destructiva para dar vida, igual que cuando la lava de un volcán se retira para dar nueva vida, ahora tu hijo se retirará a buscar a alguien que sea capaz de creer en su historia, igual que yo he creído en ti para esto. Me asomé a la ventana y vi como mi supuesto hijo salía de casa vestido como una persona corriente y se marchaba en una moto de 125 CC. Sentí un vacío en el pecho y cuando me di la vuelta el Creador ya no estaba, en la sala, en el suelo había una máscara de lucha libre con el mismo consejo escrito, y al lado de la taza de chocolate las llaves de la casa. A lo largo de otras dos semanas me renové a mí misma, conseguí limpiarme el pelo, Yolanda me consiguió un pasaporte con el nombre Katarina Stuckens de origen nórdico, también me cambió el peinado y me puso un tinte rubio, mientras que Rafael Hoffman me obsequió con unas lentes de color verde para cambiar mi vista. - Gracias por lo que haces-. Fueron

sus únicas palabras antes de partir de la casa. Al cabo de un mes ya no quedaba nadie en la casa, yo sola era la única que restaba en ella, sabía que los volvería a encontrar tarde o temprano, que después de mí vendrían más, ahora era el momento de dibujar a Katarina en la realidad. Volví a dibujar a aquella mujer que hice en la celda, me quedó bastante bien, doblé el papel en varios pliegues y me la dispuse dentro del bolsillo, era el momento de empezar de cero en Europa. Ahora me llamaba Katarina, y como toda bruja era una mujer independiente, odiada por el clero que las consideraba herejes, pero yo era distinta, en unos años me quitaría los hierros de los dientes y forjaría mi propia espada, aprendería a neutralizar a mis enemigos como un ninja y aprendería a amar a la naturaleza al tiempo que sería conocedora de mi propia vida. Mucho les debía a aquellos personajes, regresaba de un manicomio, ellos eran distintos del resto de los mortales, hijos míos y del Creador sin tener un contacto de sangre. Una vez salí de la casa y tomé las maletas para ir a una parada de tren a empezar de cero con la ayuda del dinero de las hermanas Borgia giré la cabeza una vez más a ver la casa. Me imaginé como una bruja que me consideraron muchos, con restos de venganza miré a la casa, esta se empezó a derrumbar hasta quedar reducida a escombros con todo lo que había dentro, unas lágrimas de tristeza me llenaron los ojos, un nuevo tren me esperaba. Terminaría mis estudios en cualquier lugar y me dedicaría a ilustrar cómics rememorando mis vivencias, siempre con la espina en el corazón que en algún lugar desearían juzgarme, no por haber clavado en defensa personal un lápiz, sino por ser quien soy. Pues no hay mayor pérdida que la de renunciar a ser uno mismo, en esta vida necesitas a los demás para sobrevivir. Doy las gracias a los que habéis leído mi historia, y espero que no sufráis como lo he hecho yo, os deseo lo mejor a todos. Gracias por leer este relato corto, soy consciente de que vivimos en una época donde el tiempo corre y el que no vive en armonía con la masa es marginado y/o castigado duramente. Con esta obra animo a que el mundo actúe de acuerdo con la filosofía de la espada, es mejor reeducar siempre que sea posible antes de matar al otro. Te invito, nuevo lector, a que leas mis otras obras si esta es la primera que lees, al resto de lectores, quisiera insistir en el honor que representa para mí que mis obras sean leídas. De nuevo agradezco vuestra paciencia leyendo mis relatos. Hasta pronto

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