la ciudad hispanoamericana en los siglos xvii y xviii - Universidad ...

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práctico", en Estudios sobre urbanismo iberoamericano, Sevilla, Junta de Andalucía, ..... 29 GUTIÉRREZ , Ramón, Arquitectura y urbanismo en Iberoamérica.
LA CIUDAD HISPANOAMERICANA EN LOS SIGLOS XVII Y XVIII Alberto Nicolini Universidad Nacional de Tucumán. Argentina La ciudad hispanoamericana La ciudad hispanoamericana ensayó sus primeros pasos hacia la regularidad en el ámbito del Caribe y encontró en México, hacia 1530, la fórmula que le permitió definir un tipo original de estructura urbana, a la vez simple y adaptable: la cuadrícula regular de planta cuadrada con la plaza al centro; solución que bien pudo adaptarse pragmáticamente cuando las condiciones del sitio lo hicieron necesario. Dicho tipo se erigió rápidamente en modelo y se aplicó de manera flexible con notable persistencia en toda Hispanoamérica a lo largo del siglo XVI.1 Fue una solución de regularidad geométrica con antecedentes tardo-medievales y centralidad multifuncional renacentista. Paralelamente, había sido necesario consolidar un sistema de convivencia en la sociedad plural hispano-indígena por lo que, además, se habían fundado reducciones y pueblos de indios.2 Al comenzar el siglo XVII, la urgencia era todavía la de edificar y echar a andar las ciudades que acababan de trazarse. Pero muchos de los sitios elegidos para fundar en el siglo anterior se habían mostrado inconvenientes y hasta hostiles, debido a lo cual estas ciudades hubieron de trasladarse y, por lo tanto, re-edificarse; a ello se agregó que, en territorios no ocupados aún, debían fundarse nuevas ciudades. Para toda esa tarea, el modelo urbano geométrico estaba definido; la primera escritura de los palimpsestos que llegarían a ser las ciudades hispanoamericanas ya había sido plasmado en el territorio. A las innovaciones asombrosas del siglo XVI les siguió la consolidación conservadora del siglo y medio siguiente; era un mundo que había alcanzado cierto grado de estabilidad; “a fines del siglo XVI...las principales rutas terrestres y marítimas habían quedado fijadas...cada región había adquirido hacia el año 1600, características de su economía que habían de permanecer sin mayores cambios hasta fines del período colonial...las bases del sistema administrativo y judicial habían quedado perfectamente establecidas después de un período experimental que se prolongó durante la mayor parte de la primera mitad del siglo XVI. “3 Los problemas centrales, entonces, en el largo plazo de los siglos XVII y XVIII fueron cómo terminar de edificar las trazas de las ciudades fundadas en el siglo XVI y cómo diseñar y concretar, a nivel práctico, las nuevas fundaciones y traslados. Desde 1 SALCEDO, Jaime, "El modelo urbano aplicado a la América española: su génesis y desarrollo práctico", en Estudios sobre urbanismo iberoamericano, Sevilla, Junta de Andalucía, 1990, pp. 9-85 NICOLINI, Alberto, “La ciudad regular en la praxis hispanoamericana”, en ARAUJO, Renata, CARITA, Helder y ROSSA, Walter (coord.), Actas do Colóquio Internacional Universo Urbanístico Português, 1415-1822. Lisboa. Comissão Nacional para as Comemorações dos Descobrimentos Portugueses, 2000, pp. 599-613. 2 GUTIÉRREZ, Ramón (coord.), Pueblos de Indios. Otro urbanismo en la región andina, Quito, Ediciones Abya-Yala, 1993. 3 HARDOY, Jorge E. y ARANOVICH, Carmen, “Escalas y funciones urbanas en América Hispánica hacia el año 1600. Primeras conclusiones”, en HARDOY, Jorge E. y SCHAEDEL, Richard P., (dir.), El proceso de urbanización en América desde sus orígenes hasta nuestros días, Buenos Aires, Instituto Torcuato Di Tella, 1969, pp. 171-172

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el punto de vista teórico, debió resolverse el modo de compaginar el modelo empírico de la cuadrícula ya ideada y construida en el siglo XVI con el intento rectificador de los criterios cortesanos legislados en 1573 por Felipe II, o de optar entre ellos. Sin duda, la problemática americana no era abrir anchas calles que uniesen monumentos significativos como en Roma, ni ahuecar tejidos urbanos compactos para abrir plazas nuevas como en Valladolid, Córdoba o Madrid. Arte barroco y urbanismo barroco. En 1915, con Wölfflin, se planteó decisivamente el contraste formal entre el Renacimiento y el Barroco en los campos artístico y arquitectónico, aceptándose desde entonces, la sustantividad del Barroco en dichos campos. Pero siempre ha resultado engorroso aplicar a lo urbano colectivo las categorías estilísticas nacidas para explicar las creaciones individuales que elaboran las formas del arte. Los tiempos, las duraciones, son distintas en el arte y en la ciudad. No es posible trasladar el análisis wölffliniano a lo urbano sin más, no teniendo en cuenta esa condición de palimpsesto propia de la ciudad, en la cual estructuras urbanas diversas se superponen y perduran mucho más allá del tiempo estilístico que les dio origen. Ya en tiempos de Paolo III (1534-49) y Sixto V (1585-1590), se habían iniciado transformaciones revolucionarias en las ciudades europeas, injertando en el denso tejido urbano de la antigua Roma avenidas con su perspectiva recta y prolongada, el point de vue rematando en un gran monumento, al mismo tiempo que Tintoretto pintaba sus fugas hacia el fondo del cuadro. Así, la gran ciudad adicionó al tradicional modo europeo de aproximación a los monumentos por medio de calles irregulares, nuevas visiones rectas y prolongadas a lo largo de anchas avenidas que, como fuertes vectores, señalan a los monumentos. Eran los mismos años en los que, rodeados por una problemática geográfica, histórica y cultural esencialmente distinta, los hispanoamericanos estaban trazando y comenzando a construir más de doscientas ciudades con calles anchas, iguales y paralelas, cada una de las cuales ofrecía, en sus dos extremos, perspectivas infinitas que no remataban en ningún monumento. Pero no debe pensarse que esta falta de límites fuese el resultado de una operación espacial consciente que anticipase las perspectivas barrocas europeas del siglo XVII, sino más bien la consecuencia de una distribución pragmática de la tierra virgen americana entre los vecinos que habrían de habitarla. Y para hacerlo con precisión le bastaba al fundador, luego de 1530, sólo la indicación de tres cifras: la cantidad de manzanas, el largo de la cuadra y el ancho de la calle. La ciudad hispanoamericana y el barroco En 1980, en Roma, Erwin W. Palm se preguntaba sobre la cualidad barroca de la ciudad hispanoamericana, es decir, si era posible señalar elementos urbanos hispanoamericanos que tuviesen carácter barroco, tal como se encuentran en la Europa occidental, una composición con “grandes ejes para dirigir la atención hacia un punto de preferencia, un point de vue”. 4 Comenzaba a responderse Palm con escepticismo sobre la posibilidad de encontrar algo semejante en la América española. Aún así, enumeró, en forma preliminar, las notas barrocas señalables: el tipo de Plaza PALM, Erwin Walter, ¿Urbanismo barroco en América Latina?”, en Atti Vol. I Simposio Internazionale sul Barocco Latino Americano, Roma, Instituto Italo Latinoamericano, 1982, pp. 215-220 4

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Mayor que, como en Lima, con los conventos cercanos, concentra un eje de los poderes convirtiendo en anexo al resto de la ciudad, la perspectiva de las calles por la unificación de los edificios, la fachada retablo dominando la plaza y la alameda externa a la ciudad enmarcada por lugares de devoción. Era evidente que Palm encontraba en la estructura urbana hispanoamericana cuadricular, de calles paralelas, escaso parentesco con el barroco urbano europeo de ejes convergentes a un point de vue, pudiendo señalar como barrocos solamente la alta concentración funcional y aspectos parciales vinculados con el paisaje urbano. Hoy sigue siendo evidente, en opinión de los especialistas de los países hispanoamericanos, que la estructura urbana de la mayoría de las ciudades de españoles fundadas en los siglos XVII y XVIII, mantuvo como modelo el tipo urbano de cuadrícula simple inventada en el Caribe y México hacia 1530. Refiriéndose a Colombia, Salcedo afirma que “Las poblaciones de españoles fundadas o repobladas en el siglo XVII se ciñeron en sus trazados a las tradiciones consagradas desde la primera mitad del siglo anterior“5. Sobre la Audiencia de Quito, dice Ortiz Crespo que “Al haberse originado y consolidado la estructura urbana colonial desde muy temprano, no hubo cabida para ensayos de carácter barroco en nuestro territorio”6. Finalmente, respecto del Río de la Plata, sostiene Viñuales que “Es así como en la Argentina podemos hablar de un urbanismo barroco no a partir de las trazas regulares de sus ciudades sino teniendo en cuenta la vida que en ellas se daba” 7. Y es que no sólo la realidad contundente de las ciudades acabadas de trazar era difícilmente modificable, sino también que el outillage mental de quienes tuvieron a su cargo los proyectos urbanos de los siglos XVII y XVIII estaba necesariamente condicionado por la imagen potente del sencillo invento geométrico de 1530: la cuadrícula. Fue, en cambio, como apunta Viñuales, en el uso que se hizo de la estructura en cuadrícula, en las actividades de sus habitantes, en las funciones urbanas, donde se percibe el fundamento barroco de la cultura hispanoamericana en los siglos XVII y XVIII. Añadimos que esa vida barroca dejó sus huellas en la forma urbana; escasamente en la estructura urbana pero sí en el paisaje urbano mediante las portadas, los balcones, las torres y hasta en los aderezos efímeros de las fiestas que, en ciertos casos, quedaron gráficamente registrados como los de la plaza de Panamá cuando “...celebró toros, comedias y máscaras a N.C.M. D. Fernando VI, Q.D.G., en el mes de febrero año de M DCCXLVIII” 8. La centralidad geométrica y funcional de la plaza mayor. Dos de las características salientes de la ciudad hispanoamericana en cuadrícula --la geometría rigurosa de la traza y la centralidad funcional de su Plaza Mayor-- la inscriben como versión americana de una ciudad ideal del Renacimiento. En efecto, no sólo se trata de una ciudad trazada con regularidad extrema, sino que 5 SALCEDO, Jaime, “El urbanismo en Reino de Granada y Popayán en los siglos XVII y XVIII”, en GUTIÉRREZ, Ramón (coord.), Barroco Iberoamericano de los Andes a las Pampas, Barcelona, Madrid, Lunwerg, 1997, pp. 185-192. 6 ORTIZ CRESPO, Alfonso, “Ensayos de urbanismo barroco en la Audiencia de Quito”, en GUTIÉRREZ, Ramón (coord.), Barroco Iberoamericano de los Andes a las Pampas, Barcelona, Madrid, Lunwerg 1997, pp.229-242. 7 VIÑUALES, Graciela, “Urbanismo en el Río de la Plata”, en GUTIÉRREZ, Ramón (coord.), Barroco Iberoamericano de los Andes a las Pampas, Barcelona, Madrid, Lunwerg, 1997, pp. 318 8 GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ, Planos de ciudades Iberoamericanas y Filipinas existentes en el Archivo de Indias , vol. I, Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local, 1951, p. 256

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también su Plaza Mayor ocupó una definida posición central en la traza agrupando en sí misma y en sus lados todas las actividades principales y las propiedades de los vecinos más caracterizados. Con lo cual la Plaza Mayor, desde su concepción fundacional, se preparó para ser la composición espacial y monumental más notable de la ciudad. Esta concentración funcional fue adquirida por la ciudad hispanoamericana, luego de la experiencia fundacional en el Caribe y Tierra Firme, en la cual Santo Domingo, Panamá o La Habana evidencian todavía un planteo policéntrico medieval que fue recién superado a partir de la fundación de México en el lugar de Tenochtitlán, simultáneamente o poco antes que se “inventara” la cuadrícula en Natá, Guatemala, Oaxaca o Guadalajara. 9 Pero la partición de las manzanas en cuatro solares hizo que cada uno de los lados de la plaza resultara dividido en dos, con el límite entre ambos solares coincidiendo con el eje de simetría de plaza. Esta disposición impidió toda composición clásica que incluyera un gran monumento dominante con su eje medio coincidente con el de la plaza, del modo como lo hicieron la Iglesia y plaza de la Annunziata de Florencia o la segunda catedral de México levantada como volumen aislado prácticamente en el eje de la Plaza del Zócalo. Esta disposición anticlásica perduró en los siglos XVII y XVIII y fue corregida parcialmente en 1776 para situar la Catedral de la Nueva Guatemala. Ya en San Ramón de la Nueva Orán (Arg.), fundada en 1794, la división de la manzana en tres solares por cuadra permitió colocar al edificio de la iglesia en el solar central y su eje litúrgico en coincidencia exacta con el eje de simetría de la plaza. Las disposiciones de 1573 Bajo Felipe II, necesariamente debía aparecer una reglamentación que diera pautas precisas. En 1573 firmó el rey la “Instrucción...” que, en 149 ordenanzas, recopilaba y ordenaba lo legislado hasta entonces sobre las nuevas poblaciones. Las ordenanzas contenían un modelo físico de ciudad que no coincidía con el modelo empírico de la ya generalizada cuadrícula. Establecía que la plaza debía ser un rectángulo de proporciones uno a una vez y media y estar totalmente porticada; de ella debían salir cuatro calles principales --también porticadas-- por el centro de sus cuatro lados, además de otras ocho calles de las cuatro esquinas; la iglesia debía levantarse fuera de la plaza. Bastan estos rasgos para evidenciar que tanto el trazado como la organización funcional de la ciudad a partir del diseño de la plaza que se prescribía como modelo en la corte de Felipe II poco tenía que ver con el tipo de ciudad y plaza que ya se había generalizado en América. Como ya dijera el P. Guarda hace más de treinta y cinco años: “...bajo el imperio de estas leyes ya van trazadas hacia 1573 en América doscientas magníficas ciudades” 10 Por otra parte, creemos muy probable que, más allá de la posible inspiración clásica del modelo físico legislado en 1573, éste se relacionara con el proyecto de Francisco de Salamanca para la nueva Plaza Mayor de Valladolid que reemplazó a la destruida en el incendio de 1561 11.

NICOLINI, Alberto, op. cit., pp. 601-602 GUARDA, Gabriel, O.S.B., “Santo Tomás de Aquino y las fuentes del urbanismo indiano”, Boletín de la Academia Chilena de la Historia, Santiago de Chile, No. 72, primer semestre de 1965, pp. 2829. 11 NICOLINI, Alberto, op. cit., pp. 605-606 9

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Permanencia de la estructura urbana en los siglos XVII-XVIII. Las ciudades de españoles fundadas en el s. XVI tuvieron un desarrollo desigual en los siglos siguientes debido a la incidencia de los distintos factores que las diferenciaron funcionalmente por el distinto papel que cada una desempeñó en el sistema político, religioso y económico indiano. En un buen número de ellas se verificó el crecimiento poblacional acompañado con la extensión de la superficie urbana ocupada, en la cual continuó la tendencia a utilizar la cuadrícula como el modo más racional de ampliar la superficie urbanizada, especialmente donde dominó el terreno plano. Pero ello no fue posible donde no hubo control del crecimiento o donde debieron enfrentarse terrenos de compleja topografía o cursos de agua. En otros casos, la traza debió adecuarse a cinturones de muralla de perímetro curvo, como en Cartagena, o a los caminos y/o a edificios de envergadura que se consolidaron fuera de la traza fundacional, como el convento y plazuela de San Francisco de Bogotá. Sin perjuicio que, desde comienzos de la conquista, hubo ciudades irregulares por diferentes razones, la cuadrícula --o al menos la regularidad rectilínea-- continuó siendo dominante en la mayor parte de los proyectos urbanos de los siglos XVII y XVIII como puede ejemplificarse con Nuestra Sra. de Talavera de Madrid de 1610, Montevideo de 1730 y Orán de 1795 12. Los numerosos casos de traslados por la evidencia de lo inconveniente que resultó el sitio inicial tienden a reiterar la cuadrícula inicial como Guadalajara, en Nochistlán en 1532 y en el actual sitio en 1542 13, San Miguel de Tucumán, fundada en 1565 y trasladada en 1685 14, Concepción del Bío Bío, fundada en 1565 y trasladada en 1764 15. Al interior de la manzana, se fue produciendo una progresiva subdivisión parcelaria como así también la modificación de las proporciones del solar El proceso de la división de los cuatro solares iniciales tuvo distinto ritmo en cada ciudad. En La Plata (hoy Sucre), en el lado nordeste de la Plaza Mayor sobre el que no se edificaron edificios públicos, hacia 1600 ya se había concretado la división en ocho predios; en la actualidad la división es de diez.16 Mucho más lento ha sido el proceso de subdivisión de los solares en la ciudad de Córdoba, en la cual, hacia 1700, todavía no había ninguna cuadra que hubiese llegado a la fragmentación en ocho predios. En la tardía fundación española de San Ramón de la Nueva Orán, se dividió cada manzana en un número mayor de solares, pero nunca en más de cuatro por cuadra. Esta modalidad, aún en mayor número de solares, es común en las fundaciones del fin del siglo XVIII en toda Hispanoamérica, como en Santa Bárbara en México, de 1751, cuyas manzanas estaban divididas en veinte solares 17.

12 TORRES LANZAS, Pedro, Relación descriptiva de los mapas, planos, etc. del Virreinato de Buenos Aires existentes den el Archivo General de Indias , Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, 1925, pp. 10, 73,141. 13 LÓPEZ MORENO R., Eduardo, La cuadrícula en el desarrollo de la ciudad hispanoamericana. Guadalajara, México, México, Universidad de Guadalajara, 1992, pp19-28. 14 DE LÁZARO, Juan Fernando, La traslación de la ciudad de San Miguel de Tucumán, Nueva Tierra de Promisión al sitio de La Toma, Tucumán, Universidad Nacional de Tucumán, 1941, p.73. 15 MAZZEI DE GRAZIA, Leonardo y PACHECO SILVA, Arnoldo, Historia del traslado de la ciudad de Concepción, Concepción (Chile), Universidad de Concepción, 1985, pp.15-18 16 GISBERT, Teresa, Urbanismo, tipología y asentamientos indígenas en Chuquisaca, La Paz, Universidad Mayor de San Andrés, 1982, pp.16-17 17 CHUECA GOITÍA, Fernando y TORRES BALBÁS, Leopoldo, Planos de ciudades iberoamericanas y filipinas existentes en el Archivo de Indias, t. I láminas, Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local, 1951, p. 237.

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Pero la subdivisión progresiva del primitivo solar cuadrado modificó sustancialmente las proporciones de los predios resultantes que, con cada nueva división, estrecharon la dimensión de su frente, manteniendo muchas veces la dimensión del fondo. Así, un lote típico producto de una extrema división en la ciudad de Buenos Aires puede tener 10 varas de frente por 70 hacia el fondo que llega hasta el centro de la manzana. Una vivienda instalada en ese terreno pudo seguir estructurándose en base a crujías y patios, pero configurados en una secuencia extremadamente alargada, lo que motivó que se bautizara este tipo de casa como casa chorizo, tipo que es frecuente en Buenos Aires y también en otras ciudades hispanoamericanas que sufrieron un proceso parecido. Una cuestión adicional es el hecho de que la subdivisión parcelaria, en la mayor parte de los casos, no alteró, o apenas lo hizo, la división fundacional en cuatro partes; debido a ello, hoy podemos, de manera retrospectiva, verificar si ese trazado cuatripartito existió en una ciudad determinada mediante el análisis de su tejido parcelario actual. Así, podemos asegurar que ni en Potosí ni en Cuzco y probablemente tampoco en Quito existió esa división que tan claramente se percibe, en cambio, en Buenos Aires o Santiago de Chile. Ciudades nuevas Entre los casos interesantes de proyectos de ciudades nuevas con características originales, se pueden mencionar, al comienzo del período, los de San Juan de Ulúa (1590) y Portobelo (1600?) debidos al ingeniero Batista Antonelli, ambos eludiendo la extrema regularidad de la cuadrícula y el segundo con una sorprendente adaptación monumental a la topografía del lugar18. Como un planteo novedoso, social y urbanísticamente, deben anotarse los conjuntos de las Misiones Jesuíticas de los siglos XVII y XVIII en Paraguay, Argentina, Brasil y Bolivia que, aun recreando el planteo misional de los conventos mexicanos del siglo XVI, innovaron fundamentalmente por su composición; los volúmenes de las viviendas del poblado indígena se ordenan según un eje que conduce a la plaza y remata en la gran fachada de la iglesia. También podemos mencionar casos de modificaciones conscientes de la cuadrícula canónica, como la plaza de cuatro manzanas conteniendo la iglesia en Santiago de Compostela de las Vegas de 1747 y el importante proyecto de 169 manzanas de tamaños diversos, llevado a la realidad con modificaciones, de la nueva ciudad de Guatemala de 1776 19. Algunos proyectos parecieran haber recogido algo del modelo prescripto en la legislación de 1573, como lo muestra el plano de 1673 de la nueva Panamá con una plaza apenas rectangular con cuatro calles medianas y cuatro más que salen de los ángulos; la variante sencilla de sólo calles medianas se concreta desde 1607 en San Juan Bautista de la Ribera (Arg.) 20 y se populariza en el siglo XVIII en ciudades de Cuba, Uruguay y Chile, como Rancagua 21 Otro caso interesante de cuadrícula modificada es el de Orán ya citado, cuya plaza no está en el centro, sino que deja ese puesto al solar de la iglesia matriz y, en torno a ella las manzanas de los tres conventos forman un triángulo perfecto. Id. Id., pp 233,270 TERÁN, Fernando de, (dir.), La ciudad hispanoamericana. El sueño de un orden, Madrid, Centro de Estudios Históricos de Obras Públicas y Urbanismo, 1989, pp. 138,74 20 CHUECA GOITÍA, Fernando y TORRES BALBÁS, Leopoldo, op. cit., pp. 262,17 21 GUARDA, Gabriel O.S.B., Historia urbana del Reino de Chile, Santiago de Chile, Ed. Andrés Bello, 1978, p. 340 18 19

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Entre los proyectos utópicos no concretados hay que mencionar el trazado radioconcéntrico de Bernardo Darquea de 1798 para la ciudad de Río Bamba 22 y la fortificación de Nacimiento de 1756, atribuida al entonces Gobernador Amat, diseñada en forma de trapecio para acomodarse correctamente a la topografía .de la pequeña meseta dominante sobre la confluencia del Vergara con el Bio Bio.23 Casos notables de completamiento o reforma de áreas urbanas. Ciertas áreas urbanas completadas o reformadas dentro de las condiciones geométricas de regularidad lineal o de la cuadrícula lograron originalidad y gran calidad compositiva y volumétrica; en ellas puede encontrarse lo mejor de la espacialidad urbana barroca hispanoamericana. Debe destacarse, en primer lugar, la Plaza Mayor de México, el Zócalo, la plaza más grande de Hispanoamérica, casi un cuadrado de más de 200 metros de lado con el volumen de la Catedral prácticamente en el eje mediano, teniendo a su lado la soberbia fachada del Sagrario. Le sigue la otra capital virreinal, Lima, trazada en cuadrícula en 1535, adosada a la ribera del Rimac y descripta magníficamente por el plano de 1687, con la Plaza de Armas de 450 pies de lado que reúne la Catedral, el Palacio Virreinal y las Casas del Cabildo, a lo que se suman los dos enormes conventos de San Francisco y de Santo Domingo, conformando el gran centro de poder que destacaba Palm. Asimismo, pueden calificarse de notables la Plaza de Armas de La Habana, el conjunto de dos plazas con la catedral en medio de Valladolid, hoy Morelia, y la más notable plaza conventual de Hispanoamérica, la de San Francisco de Quito. Casos interesantes para el análisis son, indiscutiblemente, las plazas mayores de Concepción del Bío Bío en el sitio de Penco, la Plaza Mayor de dos módulos de Buenos Aires, la articulación de las plazas de Potosí, de las plazoletas conventuales de La Plata y la relación muralla-cuadrícula de Trujillo. Pero la pieza maestra del espacio urbano hispanoamericano a pesar de la aparente rigidez de la cuadrícula es el centro de Guadalajara tal como lo mostraba el plano de 1745 y que hoy ha perdido no sus monumentos pero sí la composición y la escala de sus espacios urbanos. El conjunto articulaba la Plaza Mayor, dos plazoletas y el atrio de la catedral dejando al gran volumen de ésta en el centro de la composición que se integraba por las Casas del Cabildo, el Real Palacio, la Real Caja, la casa del Obispo, la iglesia de la Soledad y el colegio Seminario; a todo ello se sumaban, como fondo uniforme, las recovas en los edificios particulares que alargaban la composición, por la actual calle Pedro Moreno, hasta el gran atrio del convento de la Compañía.24 Cambios en las funciones en los siglos XVII y XVIII25 La tendencia al policentrismo funcional, característico de la ciudad medieval tardía, fue habitual en las fundaciones del archipiélago antillano, a comienzos del siglo XVI, pero a partir de Tenochtitlán-México y, en forma generalizada, desde la utilización 22 ORTIZ CRESPO, Alfonso, “El urbanismo en la Audiencia de Quito”, en Estudios sobre urbanismo iberoamericano, siglos XVI al XVIII, Sevilla, Junta de Andalucía, 1990, pp.225-239. 23 GUARDA, Gabriel O.S.B., op.cit (1978), pp. 104-105 24 HARDOY, Jorge E., op. cit., p.275 25 La cuestión de las funciones urbanas y su localización en la planta urbana es bastante más problemática, en cuanto a las fuentes disponibles, que lo atinente a la forma urbana. La cartografía, en pocos casos ofrece información algo más que esquemática y las fuentes escritas, rara vez “localizan” en la ciudad la descripción de la vida cotidiana; las fuentes pictóricas son la tercera fuente disponible, pero hasta el siglo XIX, fue habitual que sólo testimoniara las grandes ceremonias.

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de la cuadrícula con plaza central, se sustituyó el zoning funcional especializado por la concentración multifuncional en la plaza única. En efecto, luego de 1520, las nuevas ciudades comenzaron a centralizar la totalidad de las funciones significativas, reuniendo en el espacio de una sola plaza a la sede de gobierno, a la iglesia matriz, al mercado, y atrayendo de manera centrípeta al resto de las actividades, así fuesen permanentes o esporádicas. La plaza, “escenario de juras reales, juegos de cañas y sortijas, justas, corridas de toros y paseo del estandarte real, es igualmente estrado de la justicia, marco para representaciones sacrales, autos y misterios, misas al aire libre, grandes procesiones litúrgicas y penitenciales, presenciadas por un concurso de verdaderas muchedumbres” 26. Este panorama ya existía en la antigua plaza azteca transformada en la del México de Cortés con el solo agregado edilicio de la iglesia, diseñada como iglesia palatina, es decir, formalmente dependiente de las Casas Viejas de Cortés por sus dimensiones y por el modo de inserción en el espacio urbano. La capital virreinal completará esta concentración funcional cuando, hacia 1570, alrededor de la gran plaza coexistan el Ayuntamiento, el Palacio Virreinal, la Audiencia, las mesillas y se estén levantando los muros de la nueva Catedral 27 Pero, una vez adoptada la cuadrícula, el concepto de centralización espacial que reúne todas las funciones principales se concretó en el único módulo sin edificar colocado en el centro del cuadrado. La centralidad, como centralización de actividades, se mantuvo aún en las ciudades litorales cuyas trazas se adosaron a los cauces de los ríos. Sin perjuicio de la centralización de las funciones principales en la Plaza Mayor, la disposición habitual de los conjuntos conventuales, con la iglesia en uno de las esquinas de la manzana, permitió que, habitualmente, delante de la iglesia se dejase libre un espacio a manera de atrio que cumplía las funciones religiosas tradicionales de ante-iglesia. Algunas veces, el atrio o pequeña plaza o plazoleta se abrió al costado de la iglesia conventual, como en La Merced de Quito, o también en la manzana que enfrentaba los pies de la iglesia, como ocurrió en la Compañía de Bogotá o en San Agustín y La Merced de La Plata. Con frecuencia, la plazoleta fue utilizada para actividades comerciales; en La Plata, por ejemplo, “Cuando hay fiestas de toros en la plaza, se salen estas gateras de ellas y se van a otra que están en San Agustín, donde arman sus tiendas, adonde también se vende la cebada, paja y yerba y forraje de las cabalgaduras, cuyo pienso ordinario todo el año es paja, cebada, alfalfa,...” 28 En Quito, la gran plaza de San Francisco, que se prolonga por una calle hasta la plazoleta lateral de La Merced, se ha venido usando como área importante de comercio hasta hoy. En México, una de las más antiguas y tradicionales plazas conventuales fue la gran plazoleta de Santo Domingo que reunió, además del convento, los edificios de la Aduana y de la Inquisición y el atrio de escribanos. En el puerto de La Habana, la plaza comercial es, a la vez, la del convento de San Francisco. En Puebla, tres plazas secundarias tenían actividades específicas: regocijos, ferias de mulas, venta de leña y carbón 29 GUARDA, Gabriel, O.S.B., “En torno a las plazas mayores”, en VI Congreso Internacional de Historia de América, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1982, pp 363. 27 SÁNCHEZ DE CARMONA, Manuel, “Plaza Tenochtitlán, México ss. XVI-XVII”, en CA. Revista oficial del Colegio de Arquitectos de Chile, Santiago de Chile, Editorial Antártica, diciembre 1987, pp 33. 28 RAMÍREZ RAMÍREZ DEL ÁGUILA, Pedro, Noticias políticas de Indias y Relación Descriptiva de la Ciudad de la Plata Metrópoli de las Provincias de los Charcas y nuevo Reino de Toledo..., transcripción de Jaime URIOSTE ARANA, Sucre, Imprenta Universitaria, 1978, pp. 38-39. 29 GUTIÉRREZ , Ramón, Arquitectura y urbanismo en Iberoamérica. Madrid, Manuales Arte Cátedra, 1983, p. 96. 26

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El notable crecimiento poblacional provocó que, a fines del siglo XVIII, la ciudad de México alcanzara los 100.000 habitantes y Lima 70.000, mientras que Buenos Aires, Santiago de Chile y Caracas superaran los 40.000 30. Ese crecimiento, a pesar de la crisis del siglo XVII, hizo que, como siempre en la historia, se produjera una ampliación notable, en cantidad y tipo, de los servicios disponibles de las ciudades, que se concretó físicamente en un gran aumento en la cantidad de edificios dedicados a la administración, el comercio, el culto, la educación y la salud. La cartografía del s. XVIII es expresiva al respecto, precisando los lugares de la ciudad en los que se asentó cada uno. En particular, los cambios generados a fines del siglo XVIII por la política de los Borbones produjeron una prosperidad general, tanto en España como en América. Los censos de fines de ese siglo muestran, en todas partes, el importante crecimiento demográfico; y la excelencia cartográfica de entonces permite evaluar fácilmente las consecuencias de ese progreso en la transformación de las ciudades desde el siglo XVI. El comienzo del proceso se ejemplifica con el plano de la ciudad de Mendoza de 1562 que sirvió para adjudicar los solares de las 25 manzanas a vecinos e instituciones; encontramos cinco manzanas enteras dedicadas a la iglesia matriz, a los conventos de San Francisco, Santo Domingo y La Merced y al hospital de naturales y españoles, sin que constasen previsiones para el cabildo. En el siglo XVII, por un lado, en el Tucumán, la fundación de Talavera de Madrid en 1668, aunque prácticamente duplicó el número de manzanas no introdujo novedades en la cantidad de solares destinados a edificios púlicos. En cambio, una ciudad importante en la Carrera de Indias como Cartagena, para fines de ese siglo ya tenía 1500 vecinos y una catedral, dos parroquias, cinco conventos más dos de monjas, cabildo, casas reales, aduana, casa de moneda, inquisición, tres hospitales, un colegio, almacenes de víveres y de pólvora y, desde luego, importantes fortificaciones. En el siglo XVIII, se hacen evidentes grandes transformaciones con el solo cotejo de los planos. Los de La Habana de 1603, 1730 y 1776, por ejemplo, evidencian el crecimiento en superficie edificada y la gran cantidad y notable dispersión en la traza de los edificios públicos, entre ellos: nueve conventos, cinco hospitales, dos alamedas “nuevas”, ayuntamiento, administración de correos, real administración de rentas, contaduría, oficinas del intendente, del ministro de marina, factoría de tabacos, arsenal, construcción de navíos 31. Lima, poco antes del gran terremoto de 1687, tenía, además de catedral, cabildo, palacio del virrey, doce iglesias, siete conventos más once de monjas, cinco hospitales, cinco asilos, siete colegios y seminarios, universidad desde 1551 y la Alameda de los Descalzos. A fines del siglo XVIII, se habían agregado un teatro, una plaza de toros, el jardín botánico, el Paseo de Aguas, alumbrado general, la carretera al Callao y, en 1811, el colegio de medicina. La nueva capital virreinal de Bogotá tenía, en la última década del siglo, un panorama no muy diferente, aunque sobresalen la exposición botánica, la biblioteca real, la imprenta, el coliseo y el observatorio astronómico de 1803. Pero los espacios públicos --plaza, plazoletas, calles-- fueron el escenario de la vida cotidiana y de la fiesta. La vida cotidiana llenaba la plaza y sus cercanías con el bullicio del comercio; en La Plata en 1639: “En la plaza y calle de mercaderes, hay de treinta tiendas arriba, de mercaderes gruesos de ropa de Castilla y de la tierra, ...algunos almacenes y otros de menor porte, y por toda la ciudad cien pulperías, donde se vende pan y vino y otras cosas de comer...Pulperías de indios hay muchísimas...De todos oficios hay muchas tiendas, las más son de indios que ocupan la plaza y ocho 30 31

GUTIÉRREZ , Ramón, op. cit., p. 225. CHUECA GOITÍA, Fernando y TORRES BALBÁS, Leopoldo, op. cit., planos 64,65 y 68.

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cuadras que salen de ella por las esquinas.” 32 Las tiendas ocupando toda la superficie de la plaza tenían carácter temporario, pero en la plaza de la Nueva Guatemala, tal como se la documenta en el plano de 1785, los cajones destinados a tiendas formaban una fila completa contorneando el perímetro de la plaza en sus cuatro lados. La fiesta fue predominantemente religiosa; de diez y nueve fiestas que tuvieron lugar en Lima en agosto de 1632, diecisiete fueron acontecimientos religiosos. 33 La ciudad misma ofrecía un espacio ya sacralizado por los hitos principales constituidos por las iglesias con sus volúmenes complejos, sus atrios, sus campanarios, sus fachadas y sus portadas. Pero, además, la fiesta engalana el espacio urbano, transformando a la ciudad desnuda con una abundante escenografía efímera de altares procesionales, arcos de flores y ramas, cruces, palios y tribunas, mientras los balcones se adornan con colgaduras y las procesiones organizadas por las cofradías aportan carros, estandartes, pendones y su propia vestimenta festiva. Del mismo modo que, en España o en Hispanoamérica, el espacio-cajón de las iglesias se fue transformando en un espectáculo barroco por medio del equipamiento de retablos, púlpitos y pinturas, la ciudad cuadricular de la cotidianeidad se vive barroca en ocasión de la fiesta. Nos quedan testimonios iconográficos muy valiosos, como la entrada del Virrey Morcillo a Potosí, pero ninguna imagen ha sido tan reveladora en la iconografía urbana hispanoamericana como la transformación de la plaza, apenas edificada, de Panamá cuando, en 1748, celebró toros, comedias y máscaras. Entre los escritos notables tenemos los de la fiesta de Corpus en Potosí en 1608 o, en La Plata, de la que nos queda una extraordinaria crónica de 1636 titulada “De las fiestas y regocijos que esta ciudad de la Plata, hizo a la buena venida del ilustrísimo señor don fray Francisco de Borja, su arzobispo” Fueron ocho días de fiestas continuas para lo cual se dispusieron “dos arcos triunfales de curiosa arquitectura... Entró su ilustrísima en los clamores de repiques de campanas, música de instrumentos, de chirimías, clarines y trompetas... estaban las calles ricamente adornadas de telas y sedas...fue pasando debajo de muchísimos arcos de flores y de verdura hasta llegar al triunfal que la ciudad le tenía dedicado y prevenido; era muy grande, hermoso y de excelente arquitectura de cantería imitada, obra dórica con los escudos de armas reales, de su ilustrísima y ciudad, muchas empresas, letras y jeroglíficos, grandes pirámides y agradable perspectiva, costó un mil pesos...pasó por los mercaderes y volvió por los sederos a llegar a las gradas de su iglesia, en cuyo remate estaba fabricado el arco triunfal que le dedicaba, suntuoso y rico, de obra muy imitadora de aquellos grandiosos testigos de los romanos triunfos; éste era muy lucido, de obra jónica...todo dorado y mucha pasamanería de oro sobre terciopelo carmesí...En otros contrapedestales de los principales del arco... hechos de madera pintados de blanco y oro, estaban los retratos de cuerpo entero de los reyes y reinas nuestros señores, Felipe 3º. y 4º...Tres o cuatro días pasaron que se ocuparon en hacer tablados, despejar y limpiar la plaza, luego de lo cual dieron comienzo las fiestas que fueron ocho; en los seis primeros se “corrieron doce toros bravos cada día y hubo juegos de cañas, palo ensebado, una quema de castillo, unos fuegos echados por la boca por “un gigante de fiera estatura, significado en Prometeo”; en el séptimo día, en la iglesia, se dieron los premios de las composiciones poéticas de una justa literaria y en el octavo se hizo a la RAMÍREZ RAMÍREZ DEL ÁGUILA, Pedro, op. cit, p. 106. GUTIÉRREZ , Ramón y Cristina ESTERAS, “La vida en la ciudad andaluza y americana de los siglos XVI al XVIII”, en Estudios sobre urbanismo iberoamericano, siglos XVI al XVIII, Sevilla, Junta de Andalucía, 1990, p. 170. 32 33

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noche “una máscara de graves y costosas invenciones con tres carros, uno de música, otro un galeón y el tercero un gran arco triunfal” 34 El paisaje urbano en los siglos XVII y XVIII En el principio, el paisaje de la ciudad ex-novo del siglo XVI o aún el de la del siglo XVII, no era urbano sino rural. El paisaje urbano, es decir la forma urbana determinada por las fachadas de los edificios al interior de la ciudad, se fue construyendo lentamente y reconstruyendo constantemente; alcanzó rápidamente un grado de consolidación importante en ciudades principales como las dos capitales virreinales; pero en la mayor parte de Hispanoamérica, el equilibrio urbano-edilicio de la ciudad compacta recién fue logrado hacia el fin del período barroco, en la segunda mitad del siglo XVIII. El arte, la arquitectura, la música, la literatura barrocos hispanoamericanos pudieron concretarse sin contextos locales limitativos. La ciudad hispanoamericana en el período barroco estuvo sujeta al fuerte condicionamiento de la estructura urbana previa, homogénea, sin acentos ni contrastes, con un único elemento diferenciado: la plaza central. En el período barroco, el crecimiento poblacional, el enriquecimiento funcional derivado del aumento de las actividades urbanas, el uso alternativo, permanente o efímero de los espacios públicos y el nuevo paisaje urbano resultante de la suma de las fachadas de los edificios barrocos, todo ello cualificó la estructura urbana de la cuadrícula neutra del siglo XVI, transformándola en un espacio barroco a la española o a la hispanoamericana. Las transformaciones arquitectónicas produjeron la construcción paulatina del paisaje urbano. La edificación de la traza vacía se había cumplido en Lima ya en el siglo XVII, como así también en la México de 1628, según la vista aérea de Gómez de Trasmonte; en La Plata, el proceso no había concluído a fines del siglo XVIII y en Salta tampoco del todo en 1850. Uno de los rasgos principales del paisaje fue la homogeneidad de la manzana compacta manteniendo de manera uniforme el límite entre lo público y lo privado definido por paramentos lisos y encalados. Claro que hubo excepciones debidas a las características locales de los materiales: el tezontle y la chiluca en México, la piedra blanca en Arequipa o el basamento prehispánico en Cuzco. Sin embargo, la homogeneidad de la cuadrícula permitió recortes en el volumen de la manzana compacta; fueron típicos los atrios conventuales o plazoletas, con los que se lograba el desahogo del acceso a la iglesia como también alternativas comerciales a la Plaza Mayor; ya mencionamos la excepcional composición del centro de Guadalajara, logrado con el simple expediente de articular la plaza mayor con huecos menores abiertos a expensas de las manzanas contiguas. El otro elemento homogeneizante, uniformizador, fue el soportal o recova que, recomendado por la legislación de 1573, fue aplicado fragmentariamente en edificios públicos como cabildos y, abarcando cuadras enteras, sólo en forma tardía en los siglos XVIII y XIX, como en Guadalajara, Cuzco, Arequipa y Cochabamba o fragmentando la gran plaza en dos, como en Buenos Aires, a comienzos del siglo XIX. En la Nueva Guatemala de 1776, el proyecto para la plaza preveía recovas en tres de sus lados, exceptuando del dispositivo sólo el lado que parcialmente ocupaba la fachada de la catedral. 34

RAMÍREZ DEL ÁGUILA, Pedro, op. cit, pp. 175-183.

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Una cuestión fundamental que ocupó buena parte del tiempo, esfuerzos y recursos de los siglos XVII y XVIII fue la fortificación de las ciudades situadas en las áreas más conflictivas de la Carrera de Indias, como ocurrió con los puertos del Caribe, pero también con los del Pacífico como Panamá, el Callao y Lima o aún en el Río de la Plata, como fue el caso de Montevideo. Sin duda, las murallas se convirtieron en elementos homogeneizadores del perímetro urbano, a veces en conflicto con la cuadrícula, pero también en elementos diferenciadores del territorio específicamente urbano. La alameda, en el principio simple hilera de álamos adosada a un cauce que le proporciona vida, situada en los bordes urbanos o extramuros, sirvió de placentero lugar de paseo en fuerte contraste paisajístico con la densidad edificada de la ciudad. Se aprovecharon cauces naturales como en la Alameda de Hércules de Sevilla o en la Alameda de Santiago de Chile. Excepcionalmente, tuvo carácter de superficie parquizada como en México y, con frecuencia, se aprovechó el desalojo de antiguas murallas para crear el paseo periférico en el contorno urbano como en Veracruz y la Habana. Poco a poco, el simple hecho natural fue equipado y convertido en un atractivo motivo de encuentro social. Los rasgos individualizadores aportados por las peculiaridades de cada edificio no llegaron nunca a plantear discrepancias radicales; se mantuvieron dentro de las características del tipo general o local y, sobre los paramentos planos con escaso relieve, proyectaron fuertes volúmenes los balcones, las portadas y las tiendas esquineras, Los balcones de madera, proyectando el interior de la planta alta hacia afuera, fueron comunes en toda el área del Mediterráneo y se difundieron en Canarias y América con extraordinario éxito, constituyendo, a veces, balconajes extensos a lo largo de una fachada. Hoy perduran ejemplares aislados en muchas ciudades y también conjuntos significativos, constituyendo quizá el rasgo fundamental del paisaje urbano en Cartagena, La Guaira, Cuzco y Lima; en esta ciudad se encuentra el ejemplar quizá más notable de América, el balcón del Palacio Torre Tagle. Las portadas constituyen composiciones autónomas con respecto al resto de la fachada que tienen por finalidad señalar el acceso y dar cuenta de su importancia. Desde ejemplos tan ilustres como la de San Pablo de Valladolid, la de la Universidad de Salamanca o la del Palacio San Telmo de Sevilla, en América se recorrió un parejo arco estilístico desde la Casa del Cordón en Santo Domingo hasta la de la Inquisición de Cartagena, el Sagrario de México o, en Lima, la de San Francisco y, de nuevo, la del Palacio Torre Tagle. Fue frecuente que la o las portadas se adicionaran tardíamente al edificio, particularmente en el período barroco, tal como ocurrió con las dos portadas de la catedral de La Plata o, a finales del siglo XVIII, la portada en forma de baldaquino adicionada a la catedral de Quito en su acceso desde la plaza. Una variante apropiada, en el caso de las iglesias, fue la portada retablo, cuya estructura de calles y pisos reitera la composición del retablo en madera del altar al interior de la iglesia. La puerta esquinera fue un dispositivo arquitectónico adecuado a la actividad del comercio instalado en la esquina de la manzana cuadrada de la cuadrícula urbana. Situado el comercio en la esquina de dos calles, una doble puerta con sus hojas a 90 grados, una hacia cada calle permite plantear la actividad comercial en ambas direcciones; en el ángulo queda el poste esquinero que puede ser de madera dura o de mampostería, en forma de columna. En los casos más simples el soporte está formado por dos trozos de muro, pero entonces, si los trozos son suficientemente grandes, disminuye o se anula el efecto de hueco en la esquina. Este elemento arquitectónico, 1096

infaltable en las ciudades hispanoamericanas desde México hasta Chile y el Río de la Plata, fue sistemáticamente utilizado presentando rasgos comunes en todo ese inmenso territorio y variaciones escasas que no afectaron la idea esencial. Una circunstancia interesante es la ausencia de semejante dispositivo fuera de América. En España lo habitual es el reforzamiento constructivo y visual del ángulo y no, justamente su debilitamiento con un vano. Un solo ejemplo asimilable a los americanos hemos encontrado en la ciudad de Sevilla. Es posible que haya existido en forma más generalizada o que la edificación en dos o más plantas lo haya hecho inconveniente, precisamente por el debilitamiento del ángulo y por ello hubiese desaparecido. Es también posible que este recurso hubiese sido particularmente apropiado en la ciudad regular en cuadrícula, dado que cada cruce de calles define las cuatro esquinas de los edificios a 90 grados, lo que impulsa el aprovechamiento de estas encrucijadas urbanas para instalar allí la actividad comercial. Por otra parte, la importancia defensiva de la esquina como atalaya con su visión despejada hacia los cuatro rumbos seguramente contribuyó a que se construyera, en la planta alta, un balcón esquinero con tejaroz, lo que contribuyó a reforzar la jerarquía arquitectónica y ornamental de la esquina. En muchos casos, al disponerse ambos elementos en la misma esquina, la tienda esquinera en planta baja y balcón esquinero en la alta se terminó conformando un acento importantísimo en las fachadas desnudas. Como ha sido dicho en otro lado, desde comienzos del siglo XVI, con el ejemplo ilustre de la catedral de Santo Domingo, el modo habitual de inserción de la iglesia matriz en la Plaza Mayor hispanoamericana ha sido de lado. 35 Recién hacia fines de ese siglo, con la construcción de las nuevas catedrales de México y Lima se volvió a un esquema direccional rígido según un eje desde el exterior urbano hasta al altar, como había sido habitual en las iglesias cristianas desde la época constantiniana. Ocurrió que poco después de terminada la tercera etapa del Concilio de Trento, en 1563, San Carlos Borromeo, arzobispo de Milán, publicó sus “Instrucciones”, obra de 1577, en la que se refirió al problema de la arquitectura sacra. De sus minuciosas prescripciones, señalamos lo determinado en el libro I, capítulo VII: “Por el frente levántense las entradas de la iglesia; sin duda sean impares y exactamente tantas cuantas naves son aquellas de las que consta la iglesia...En cambio, ni por la parte de atrás, ni ciertamente por los lados se construya alguna entrada para la iglesia...” 36. Es claro que las prescripciones de Borromeo sólo tenían jurisdicción en su diócesis; tampoco podemos afirmar que sus criterios hubiesen sido conocidos en el mundo hispánico a pesar de la gran vinculación que Milán siguió teniendo con España hasta el siglo XVIII y considerando que antes de 1603 ya se habían hecho tres ediciones en latín de su obra. Pero, lo cierto es que, conocidos o no los criterios de Borromeo, simultáneamente en América, habían estado cambiando los criterios para el emplazamiento de las dos nuevas catedrales de las capitales virreinales, México y Lima. En la de México, en 1570, se abandonaron los cimientos ya construidos desde 1562 que pretendían levantar “un gran templo que tenía por modelo la catedral de Sevilla...manteniendo su eje principal oriente-poniente, según la tradición medieval...ahora la catedral giraba su eje y daría su fachada principal a la plaza...” 37. En el caso de Lima, la pequeña iglesia mayor de Pizarro fue colocada de lado a la plaza; concluida en 1538, duró hasta 1542 cuando se comenzó la segunda no terminada hasta 1552; en ésta, también levantada 35 NICOLINI, Alberto, “Sobre la inserción urbana mudéjar de las iglesias en Andalucía e Hispanoamérica”, en Cuadernos de Arte, Granada, Universidad de Granada, No 27, 1996 36 BORROMEO, Carlos, - Instruccioines de la fábrica y del ajuar eclesiásticos, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1985, pp. 11-12. 37 SÁNCHEZ DE CARMONA, Manuel, op.cit.p. 34

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de lado, una “...puerta lateral, la del Evangelio, daba al atrio y hacía frente a la plaza mayor..." 38. Pero, desde alrededor de 1570, comenzó a levantarse el nuevo edificio catedralicio de Lima, dispuesto con los pies hacia la plaza; fue inaugurado parcialmente en 1606, fecha en la que comenzó la demolición de la iglesia anterior. Finalmente, podemos preguntarnos si hay alguna evidencia acerca de que la ubicación de la iglesia de lado hacia la plaza formase parte de la mentalidad colectiva de los hombres del siglo XVI hispanoamericano. Creemos que puede darse un primer paso hacia el conocimiento de la cuestión a partir de las famosas 38 imágenes de ciudades de Guaman Poma de Ayala.39 Más allá de la discutida identidad del autor, no cabe duda de que el conjunto de las imágenes nos permite resumir la idea de la relación entre la iglesia y la plaza que tenía un altoperuano o un español residente en el Perú a fines del siglo XVI y principios del XVII. Las plazas constituyeron el centro de atención del autor y, en 30 de las 38 imágenes de ciudades que se incluyen en la obra, la iglesia principal aparece de lado, con una torre y proporciones y aberturas que parecen indicar iglesias mudéjares de una sola nave. Entre las ciudades así representadas están Bogotá, Quito, Rio Bamba, Cuenca, Trujillo, Guayaquil, Cartagena, Lima, El Callao, Arequipa, Potosí y Chuquisaca. De las restantes imágenes, en cuatro casos no es fácil distinguir la relación iglesia-plaza y en los otros cuatro, la ancha iglesia tiene sus pies a la plaza y dos torres dispuestas simétricamente. Si tenemos en cuenta que 1615 es la fecha aproximada de terminación del manuscrito, estos últimos cuatro casos podrían estar reflejando el conocimiento que el dibujante tendría del nuevo edificio catedralicio de Lima que se estaba levantando con los pies hacia la plaza desde alrededor de 1570 y que se inaugurara parcialmente en 1606.40 Para 1615 --fecha presunta del fallecimiento de Guaman Poma--, el largo proceso de la construcción de las nuevas catedrales de México y Lima ya dejaba ver lo que serían, finalmente, dos grandes catedrales según los modelos de Jaén y Valladolid, con su gran fachada de dos torres a los pies mirando hacia la plaza. Conclusiones No es posible aplicar a lo urbano colectivo las categorías estilísticas nacidas para explicar las creaciones individuales que elaboran las formas del arte. Los tiempos, las duraciones, son distintas en el arte y en la ciudad, en la cual estructuras urbanas diversas se superponen y perduran mucho más allá del tiempo estilístico que les dio origen. La ciudad hispanoamericana consolidó, en el siglo XVI, un tipo urbano nítidamente definido por su estructura física en cuadrícula, sin acentos ni contrastes y con un único elemento diferenciado al centro, la plaza multifuncional. Dicho tipo se consolidó como modelo en la práctica pero también en la mente de los hispanoamericanos de los siglos siguientes. En el período barroco, el crecimiento poblacional, el enriquecimiento funcional y el uso permanente o efímero que se les dio a esos espacios, conjuntamente con el paisaje urbano resultante de la construcción de edificios barrocos transformó la estructura urbana neutra del siglo XVI en un espacio barroco a la española, o a la hispanoamericana. 38. HARTH -TERRÉ, Emilio, "La obra de Francisco Becerra en las catedrales de Lima y Cuzco". En Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas , Nº 14, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 1961, pp. 21-23. 39 POMA DE AYALA, Felipe Guaman, Nueva Crónica y Buen Gobierno. (Codex péruvien illustré), Paris, Institut d’Ethnologie,1936, pp. 997-1072. 40 . HARTH-TERRÉ, Emilio, op. cit., pp. 25-32

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La vida barroca dejó sus huellas en la forma urbana; escasamente en la estructura urbana, pero sí en el paisaje urbano mediante las portadas, los balcones, las torres y hasta en los aderezos efímeros de las fiestas que, en ciertos caso quedaron gráfica o literariamente registrados.

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