LOS 'ENTENADOS' DE LA TIERRA.

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Juan José Saer y algunos aportes teóricos que la crítica poscolonial ofrece como herramientas de interpelación para las ciencias sociales y para todas aquellas.
LOS ‘ENTENADOS’ DE LA TIERRA. (UNA APROXIMACIÓN A DOS RELATOS DE LA LITERATURA ARGENTINA DESDE LA PERSPECTIVA ‘POSCOLONIAL’) POR VILMA NANCI JONES* “El hombre no disfraza una verdad por error, sino por horror a su desnudez” Khalil Gibrán

RESUMEN Hay muchas formas y propuestas para leer la literatura, como también muchas otras perspectivas para leer esas formas en que se lee la literatura. El desafío para este trabajo es intentar un cruce entre la lectura de dos relatos del escritor argentino Juan José Saer y algunos aportes teóricos que la crítica poscolonial ofrece como herramientas de interpelación para las ciencias sociales y para todas aquellas narrativas del devenir histórico de la humanidad, contando, por supuesto, la narrativa literaria entre ellas. Me detendré especialmente en dos ejes de análisis: la concepción del género discursivo y de la subjetividad en los protagonistas, propiciando un diálogo transversal entre teoría y textos, por cuanto el objetivo fundamental no es enumerar conceptos que sustenten la interpretación lineal de los relatos seleccionados, sino más bien, dejar discurrir el pensamiento de un modo más exploratorio, a riesgo de que de ese discurrir decanten más preguntas que afirmaciones.

Docente e investigadora del Departamento de Letras, Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, Universidad Nacional de la Patagonia “San Juan Bosco”, Sede Trelew. Contacto: [email protected]. La primera versión del presente trabajo surgió para acreditar el Seminario de Postgrado sobre Crítica Literaria “La crítica poscolonial entre las teorías literarias. Itinerarios de un debate.” dictado en Trelew en 2008 por el Dr. Alejandro De Oto, en el marco de la Maestría en Letras que auspicia la Facultad de Humanidades de la U.N.P.S.J.B.

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BREVE REFERENCIA A LOS RELATOS… Los textos en cuestión son la novela El entenado, publicada originalmente en México en 1983, y el cuento “Paramnesia”, incluido en la antología Unidad de lugar en Buenos Aires en 1967. La primera retoma desde la ficción un suceso vinculado a la conquista de los territorios rioplatenses por parte de los españoles, aunque no se nombren explícitamente sus lugares ni sus protagonistas. La intertextualidad con el relato histórico se evidencia en múltiples detalles y, además, ha sido comentada por su propio autor. Se trata del ataque que recibe, en 1516, la expedición liderada por Juan Díaz de Solís para iniciar la exploración del Río de la Plata. Apenas pisadas sus orillas, los españoles son repelidos y muertos por nativos del lugar (aparentemente pertenecientes a las tribus ‘colastiné’1) quedando un único sobreviviente, el grumete del grupo (al parecer un adolescente de nombre Francisco del Puerto), quien, en el transcurso de los años, se ha convertido en uno de los cautivos más famosos de la historia latinoamericana. Este se ve obligado a convivir entre los indios un tiempo prolongado, durante el cual es testigo de sus vicisitudes y costumbres (el canibalismo, entre ellas) hasta su rescate y regreso a Europa, más de diez años después de aquel particular día del arribo. La novela es una suerte de memoria de esos años, en la voz narradora del grumete quien, desde Europa, ya casi anciano, intenta comprender su experiencia y, atravesando el tamiz de sus recuerdos, decide dejar registro de lo vivido junto a esos hombres y mujeres, en ese tiempo, en ese espacio, en aquellas circunstancias. El segundo relato (“Paramnesia”) tampoco nos ofrece precisiones de nombres, sitios geográficos o fechas, pero las acciones y las descripciones del lugar, aunque no se sustentan en un acontecimiento histórico particular, parecen ubicarnos en el mismo paisaje casi selvático de El entenado, junto a las arenas amarillas, a la vera del mismo río. En este caso, tres personajes: un capitán, un soldado y un fraile, son los únicos sobrevivientes (aunque el tercero finalmente muere también) de un reciente ataque de los indios al ‘real’ o fuerte español, emplazado en un claro cercano al bosque y al río. El cuento no presenta más acción que el ir y venir de un trastornado capitán del bosque al real o al río, mientras trata infructuosamente de Colastiné: “Dícese del indio de una tribu feroz (sic) de origen guaraní, que vivía en el territorio de la actual provincia de Santa Fe, a orillas del Paraná”. Enciclopedia Ilustrada de la Lengua Castellana. Buenos Aires, Editorial SOPENA, 1958.

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ordenar su mente y reconstruir sus recuerdos. En ese proceso, deambula entre los muertos, trata con sarcasmo al fraile hasta prácticamente dejarlo perecer al sol y acosa al exhausto soldado que, yaciente, accede a referirle algunas anécdotas de esa España que él ya siente una fantasía inexistente. Deambula hasta encontrar, finalmente, su propio fin, en manos del soldado quien, harto de sus peligrosos desvaríos, termina con su vida disparándole un arcabuzazo, sentado sobre el baúl que guarda las últimas provisiones disponibles.

LA CUESTIÓN DEL GÉNERO DISCURSIVO… “La ficción tiene más que ver con el mito que con la historia” Juan José Saer, El valor del mito

Uno de los puntos interesantes de observar en estos relatos es el modo en que interactúan con la categoría de género discursivo; particularmente, lo difusa que resulta dicha relación, en tanto no logramos encuadrarlos en una tipología precisa. Ya hemos dicho que El entenado parte de un acontecimiento histórico, pero lo trasciende, expandiéndose más allá de los límites que podrían ceñirlo en los marcos de la ‘novela histórica’. Su mismo autor ha manifestado en una oportunidad: “Descubrí la historia de Francisco del Puerto en el libro de Busaniche (donde hay catorce líneas sobre Francisco del Puerto) y eso es todo lo que leí sobre esta historia. Copié esas catorce líneas […] Traté de poner algunas cosas, digamos, para crear la ‘verosimilitud’ realista. Pero todo eso no es lo esencial del relato”.2 Saer nos advierte entonces ante el peligro de considerar su texto en términos que excedan el terreno de lo ficcional. Nos advierten sus dichos, pero también su arte, en la propia construcción de la trama narrativa. Por momentos, esta se acerca a los parámetros de la literatura de viajes o la crónica3, especialmente en el detalle SAER, Juan José: “El valor del mito”. En DELGADO, Sergio (ed.): La historia y la política en la ficción argentina, Santa Fe, Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, 1995; pp. 74-75. 3 Conviene tener presente que géneros como la crónica y la literatura de viajes contribuyeron a conformar la noción de “resto del mundo” para los lectores europeos, así como la concepción de un sujeto ‘doméstico’ en la periferia imperial. PRATT, Mary Louise: Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación. Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1997. 2

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con que cuenta el suceso disparador de la historia, pero deriva eventualmente en estilos más cercanos al relato picaresco (el protagonista es un adolescente que se embarca hacia América como una opción de sobrevivir a su condición de orfandad y marginalidad), la memoria (el personaje racconta y registra por escrito su historia en la ancianidad) e, incluso, la prosa ensayística, por cuanto se suceden varios tramos en los que la descripción de aspectos diversos de la vida entre los indios deviene en disquisiciones de alcance filosófico (a modo de ejemplo, citaría el análisis casi ‘semiológico’ con que pretende describir las particularidades del idioma de los ‘colastiné’)4. En esa encrucijada de tipos discursivos5 hay indicios de un diálogo intertextual de matices ‘subversivos’, es decir, se evoca el género, pero, al mismo tiempo, se ‘subvierten’ algunos de sus rasgos, resistiendo a cualquier encasillamiento de estructura o corriente literaria que pudiera conducir a una interpretación lineal del texto6. Justamente, si algo caracterizaba formalmente a las crónicas, era su linealidad en el relato; tanto si consideramos el eje temporal como el espacial, siempre se trataba de un viaje hacia ‘adelante’, hacia una meta prefijada, un ‘progreso’ en términos modernos, y eso se reproducía de alguna manera en la propuesta discursiva y en los procedimientos narrativos y descriptivos desplegados en ella.

A modo de ejemplo cito: “Era una lengua imprevisible, contradictoria, sin forma aparente. Cuando creía haber entendido el significado de una palabra, un poco más tarde me daba cuenta de que esa misma palabra significaba también lo contrario y después […] otros nuevos {significados} se me hacían evidentes, sin que yo comprendiese muy bien por qué razón el mismo vocablo designaba al mismo tiempo cosas tan dispares”, p. 172. 5 Siguiendo a Walter Mignolo tendremos en cuenta que: “Los textos se clasifican por su pertenencia a la clase más inclusiva (literarios, filosóficos, religiosos, etc.). Denominaremos esta clase, en su generalidad, formación textual, en segundo lugar, los textos se clasifican en el interior de una clase. Para el caso de la literatura, contamos con la conocida clasificación en géneros y sus correspondientes subdivisiones. Denominaremos a esta segunda operación clasificatoria tipos discursivos...” MIGNOLO, Walter: “Cartas, crónicas y relaciones del descubrimiento y la conquista”. En MADRIGAL, Luis I. (Coord.): Historia de la Literatura Hispanoamericana, Madrid, Editorial Cátedra, 1982, Tomo I (“Época Colonial”); pp. 57-58. 6 En ocasiones, el criterio para organizar y/o encuadrar el material textual no está determinado necesariamente por el tipo discursivo o la formación textual, sino que la unidad del corpus se sostiene en ejes comunes, como compartir el referente y ciertas fronteras cronológico-ideológicas. MIGNOLO, Walter: Op. Cit.; p. 58. En nuestro caso, los textos poseen un referente común: sucesos enmarcados en el descubrimiento y conquista de América, particularmente de la región del Río de La Plata; los cuales son enfocados desde una perspectiva innovadora en cuanto a la dimensión ideológica implicada. 4

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“La crónica es, en su origen, un género historiográfico que presenta hechos históricos en un orden cronológico. La crónica literaria conserva precisamente esta estructura cronológica. Generalmente, se limita a un espacio temporal y un ámbito social reducido y determinado (un reinado, una cruzada, una campaña, una batalla, etc.). Su función es documentar, recordar, y con frecuencia también ensalzar hechos y hazañas memorables”.7 El entenado, en cambio, ofrece frecuentes rupturas de esa linealidad ‘presupuesta’, porque su narrador, protagonista de lo que cuenta, va y viene de su presente a su pasado siguiendo el vaivén de sus recuerdos. En realidad, está detenido en un episodio particular de ese pasado, que parece irresuelto; un episodio que desea rescatar, sí, para la memoria personal y colectiva, pero, esencialmente, para finalmente reinterpretarlo y comprenderlo. “Paramnesia” es un cuento que, prácticamente, contiene una única acción definida, cual es la muerte final del capitán en manos del soldado que le dispara con un arcabuz, agobiado por su oscilar paranoico y el acoso de sus preguntas y desvaríos. Es, esencialmente, un relato que se ofrece como de corte realista, pero a las pocas líneas inicia una deriva hacia terrenos menos referenciales, más inciertos, con toques de grotesco. Espacio y personajes van adquiriendo, poco a poco, un aire fantasmagórico; hay sitios y seres concretos que evolucionan paulatinamente a la condición de sombras arquetípicas de una verdad histórica imposible de atrapar en el molde ineficaz del recuerdo. Paradójicamente o no, los tres personajes sintetizan tres agentes de la conquista americana (jefe, soldado y sacerdote) y, lo que puede resultar más sugerente, tres simbólicos agentes de lo que ha constituido la enunciación narrativa de ese proceso, su memoria escrita; es decir, quienes fueron voz cronista de los sucesos en la época de su propio acontecer, a saber: el cronista/jefe de conquista; el cronista/soldado de tropa, el cronista/evangelizador. No obstante ello, en este relato, ninguna ‘crónica’ logra ser reconstruida, no hay recuerdos asibles, tan sólo algunas anécdotas que operan casi como leyendas inverosímiles; la agencia discursiva de los personajes ha sido desarticulada junto con sus memorias, todo es evanescencia, todo es ‘paramnesia’8. SPANG, Kurt: “Apuntes para una definición de la novela histórica”. En A.A.V.V. La novela histórica. Teoría y comentarios, Pamplona, EUNSA, 1998; p. 53. 8 Paramnesia: “Perversión de la memoria, en que no se reconocen hechos ya experimentados, o se cree reconocer hechos que lo son por primera vez / pérdida de la memoria en cuanto a la significación 7

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De este modo, los textos que nos ocupan podrían inscribirse en la saga de relatos que abordan algún aspecto de la conquista, tan común en la literatura de las últimas décadas del siglo XIX, preocupada por construir o fortalecer los imaginarios regionales y nacionales en Latinoamérica. Sin embargo, superan ese carácter ‘moderno’ para posicionarse en una percepción que capitaliza los fracasos de los intentos de vindicación identitaria de corte nacionalista, aportando una mirada más acorde a los procesos culturales vivenciados en el pasado más reciente. Los hechos se reinterpretan o, al menos, se reinterpelan desde una perspectiva intelectual modificada por los avatares del siglo XX y sus propuestas teóricocríticas. En este sentido, a este estilo de narrativa le caben las apreciaciones de Celia Fernández Prieto respecto a la novela histórica latinoamericana contemporánea: “…la novela tiene unas posibilidades que le están vedadas a la historia, a saber, la capacidad de expresar el sentir de la memoria, de dar forma a un pasado emocional en el que no interesa tanto reconstruir lo que ocurrió, cuanto representarlo (reescribirlo) desde una perspectiva extrañadora y comprometida. Esta necesidad de desahogo verbal y pasional, esta mirada tan impregnada de tragedia e incertidumbre, no cabe en el relato histórico. Es la novela la que ofrece el cauce idóneo para que esa visión del pasado se proyecte en toda su complejidad intelectual, ética y estética. Pero, y esto es importante, se trata de una visión mestiza y contemporánea (postestructuralista), vehiculizada por una lengua común, el español, conformada en los moldes de una tradición y una retórica de género (moldes que intentan romper) y producida por la mezcla (no siempre armónica) de las raíces indígenas del escritor latinoamericano con la cultura occidental en general y española en particular”.9

de las palabras y sus signos visibles, y usando sonidos o voces conocidas pero mal aplicadas”. Enciclopedia Ilustrada de la Lengua Castellana. Buenos Aires, Editorial SOPENA, 1958 “Falsificación retrospectiva; recuerdo de personas, cosas o hechos que nunca han existido, falso reconocimiento, ilusión de lo ya visto. Trastorno de la memoria en el que existe el recuerdo de las palabras pero con olvido de su significado”. Diccionario terminológico de ciencias médicas. Barcelona, Editorial SALVAT, 1984. 9 FERNÁNDEZ PRIETO, Celia: Historia y novela: poética de la novela histórica. Navarra, EUNSA, 1998; p. 157. 160

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Esta suerte de ‘deconstrucción’10 del canon genérico se hace patente, asimismo, en cierta retórica del anacronismo recurrente en sus relatos. Cuando uno avanza en su lectura, por más superficial que esta se pretenda, hay un algo que ‘nos hace ruido’, que desentona, que juega riesgosamente en los bordes del pacto de verosimilitud narrativa. Hay razonamientos, preguntas, lenguajes (vocabulario) que, eventualmente, resultan extemporáneos a la época evocada en la historia. A modo de ejemplo, puede citarse la descripción de los ritos orgiásticos en la que resuenan ecos freudianos, o cierta apelación existencialista en la referencia al modo como los nativos conciben su mundo, su vida, la muerte. “Puse deliberadamente muchos anacronismos, sobre todo verbales. Palabras que son posteriores a los hechos porque no quería que hubiese ningún tipo de dudas acerca de la diferencia, para mí fundamental, que hay entre un libro narrativo y un libro histórico”.11 De algún modo, podría decirse que Saer apela a librar a la narración de los encasillamientos de género más comunes y prefigura un tipo textual híbrido, como híbrida será la configuración subjetiva de sus protagonistas. Así, se acerca más a la paradoja que deshace todas las certezas, despliega una cierta resistencia a la mera mímesis, sostiene la fatal inaprehensión de lo real y, con ello, contribuye a ‘decolonizar ’ ciertos preceptos canónicos instaurados con el ‘boom latinoamericano’ que ligaban las propuestas narrativas regionales a cierto imperativo de denuncia, posicionando a la ‘novela de compromiso social’ como el tipo textual de prestigio12. 10 Deconstrucción: es una categoría teórica compleja propuesta por el filósofo postestructuralista francés Jacques Derrida, que deviene en instrumento para movilizar un pensamiento alternativo, orientado hacia lo no-dicho, lo no decible, lo irrepresentable, lo oculto por las estructuras del pensamiento instituido; es decir, propicia un pensamiento sin centro, sin jerarquías preestablecidas, revolucionario, desestructurante, sin distinción entre dentro y fuera. Su aplicación conlleva una actitud fuertemente crítica frente a las palabras y los conceptos, así como también hacia las ciencias humanísticas y, particularmente, la propia filosofía, en su tradición occidental. Justamente uno de sus ejes es demostrar cómo los conceptos resultan históricos y relativos, en tanto son construidos a partir de procesos histórico-culturales y juegos retóricos en los que el lenguaje lleva un papel crucial y, por ello mismo, merece gran parte de los análisis deconstructivistas. 11 SAER, Juan José: “El valor del mito”. En DELGADO, Sergio (ed.): La historia y la política en la ficción argentina, Santa Fe, Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, 1995; p. 74. 12 A modo de ejemplo, evoco estos comentarios de Alejo Carpentier: “[El novelista], dentro del

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“La novela hispanoamericana en general, más que la europea y la norteamericana, se ha caracterizado desde el principio […] por su obsesión por los problemas sociohistóricos más que los psicológicos […] uno de los objetivos principales de este libro es comprobar el predominio desde 1979 (o 1975) hasta 1992 (o después) de la Nueva Novela Histórica por encima de la novela telúrica, la psicológica, la magicorrealista o la testimonial…”13 Aunque no es objetivo de este trabajo profundizar en ello, vale decir que, en la narrativa que nos ocupa, es posible hallar múltiples rasgos de los que Menton describe en su libro para la denominada Nueva Novela Histórica, en contraste con otros tipos de novelas e, incluso, con la novela histórica más tradicional. En Saer se intuye una crítica tácita de aquella pretensión ‘redentora’ para la literatura, puesto que en su universo discursivo, el vínculo entre literatura y realidad, entre presente y pasado, entre ser humano y mundo real o, aun, entre lenguaje y mundo referido es siempre opaco. Su propia literatura no intenta transparentar el vínculo, sino más bien, constituirse en motor reflexivo en torno a esa opacidad. Y, de haberla, esa sería su única virtud redentora. “No tengo ninguna fe en la historia. No creo ni que pueda servir de modelo para el presente, ni que podamos recuperar de ella otra cosa que unos pocos vestigios materiales, lápidas, imágenes, objetos y papeles en los que, lo reconozco, lo que parece escrito puede ser un poco más que materia. Lo que percibimos como verdadero del

contexto de los hombres pensantes, pertenece a una especie particular: la especie de los cronistas, destinados a repertoriar los acontecimientos de su época que le sean perfectamente inteligibles […] la fuerza del novelista está en su poder de ser juez de la historia. El novelista latinoamericano, en este nuevo fin de siglo, será un novelista políticamente comprometido por la fuerza de las circunstancias […] a partir de la Revolución mexicana (que aún obsesiona a muchos autores mexicanos); a partir del general despertar universitario de los años 20, ser apolítico es imposible para un escritor nuestro […] Y esto nos devuelve a los mecanismos de la Historia, haciendo forzosamente de nosotros, novelistas latinoamericanos de finales del presente siglo, los Cronistas de Indias de la época contemporánea.” CARPENTIER, Alejo: La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos. Madrid, Siglo XXI Editores, 1981; pp. 23, 30-32. 13 MENTON, Seymor: La nueva novela histórica de la América Latina 1979-1992. México, Fondo de Cultura Económica, 1993; pp. 32-33. 162

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pasado no es la historia, sino nuestro propio presente que se proyecta a sí mismo y se contempla en lo exterior”.14 Se tiende, entonces, a invalidar toda ilusión de representación directa y veraz de los acontecimientos, para lo cual recursos ‘distractores’ como los anacronismos o la fluctuación de tipos discursivos resultan particularmente efectivos, propiciando una forma de escritura a la vez “situada pero libre”.15 En relación con el manejo literario de la categoría ‘tiempo narrativo’, también cabe comentar que en los textos subyace una sensación de detenimiento, porque la acción narrativa se ‘ralentiza’: en la novela, al enfocar iterativamente el recuerdo de un episodio y un período acotado de la vida del personaje; en el cuento: por la escasa acción emergente, al priorizar la descripción de los procesos mentales del protagonista. En contraste con la idea del ‘avance’ que dicha categoría presupone en un relato, Saer, como ocurre con otros ejemplos en la prosa latinoamericana16, configura una estructura temporal orientada al aquietamiento (en el fluir constante de reflexiones insertas en la trama), el suspenso (en las alusiones al propio acto de escribir que va intercalando), el devenir cíclico (en las menciones reiterativas a determinados episodios) e, incluso, el retroceso en la percepción subjetiva de los europeos. Según él mismo ha expresado en El río sin orillas… “Representantes de uno de los momentos más sublimes de la autoconciencia europea, [los hombres de Solís] pensaban haber alcanzado, a causa de su emancipación intelectual, el apogeo de la humanidad, y, viajando en sus barcos sin darse cuenta en el tiempo a la vez que en el espacio, retrocediendo a medida que creían avanzar se toparon, en un lugar vacío y sin nombre, con una mirada exterior que redujo literalmente a nada sus pretensiones”.17 Apelando a estas pautas retóricas, entre otras, el autor cuestiona, desde el propio entramado textual, todo dogmatismo étnico, epistemológico, estético, y SAER, Juan José: Las nubes. Buenos Aires, Espasa Calpe/Seix Barral, 1997; p. 12. JITRIK, Noé: “La escritura como salida”. En La selva luminosa. Ensayos críticos 1987-1991, Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A., 1992. 16 Por citar un caso: Los pasos perdidos, del escritor cubano Alejo Carpentier. 17 SAER, Juan José: El río sin orillas. Tratado imaginario. Buenos Aires, Alianza editorial, 1994; p. 55. 14 15

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construye su propuesta de una literatura capaz de dar cuenta de la memoria de los pueblos. Como sostiene el crítico Jorge Panesi: “Los archivos de la historia siempre están adulterados, o pueden ser destruidos. Se conserven o desaparezcan, la literatura será siempre el otro archivo”18

COLONIALISMO Y SUBJETIVIDAD. LOS PROTAGONISTAS DE ESTOS RELATOS… “Quien ha entrevisto los ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él. Ese hombre ha sido él y ahora no le importa. Qué le importa la suerte de aquel otro, qué le importa la nación de aquel otro, si él ahora es nadie.” Jorge Luis Borges, La escritura del dios

Identidad y subjetividad son dos conceptos entre los que suponemos cierto vínculo, por lo que tienden a aparecer o coexistir en determinados contextos enunciativos; sin embargo, desde la perspectiva teórica que nos ocupa, no equivalen estrictamente. Mientras la primera alude a una serie de atributos reconocibles en su portador, la segunda implica más un proceso de construcción emergente de un espacio de negociación y fricción constante con lo diverso, es decir, con “lo otro” y sus propios atributos. “… la cuestión de la identificación nunca es la afirmación de una identidad dada, nunca una profecía autocumplida: siempre es la producción de una imagen de identidad y la transformación del sujeto al asumir esa imagen. La demanda de identificación (esto es, ser para otro) implica la representación del sujeto en el orden diferenciante de la otredad…”19. La modernidad no puede explicarse sin considerar que se constituyó como tal disponiendo discursivamente los cuerpos. Los relatos de la modernidad europea en América son relatos de la disposición corporal, atravesados por la idea del PANESI, Jorge: “Villa, el médico de la memoria”. En BARRENECHEA, Ana María (Ed.): Archivos de la memoria, Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2003; 24. 19 BHABHA, Homi: El lugar de la cultura. Buenos Aires, Ediciones Manantial, 2002; p. 66. 18

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‘don’: ‘dar’ un modelo civilizatorio de vida que se juzga como el único válido. Ceñidos a la mera condición de receptores de ese don, surgen los subalternos, carentes de toda posibilidad de dar, excepto la opción de darse a sí mismos. Aunque el don incluye en sí mismo la posibilidad de emancipación, en nuestra historia los nativos se entregan mansamente a su final, desisten de la oportunidad redentora que implicaría aceptar el don, entregarse a él. Herederos del pensamiento deconstructivista derridiano, e inspirados en la revisión de conceptos como el de discurso (Foucault) o hegemonía (Gramsci), Said y Bhabha exploran, con sus estudios críticos del colonialismo, los límites enunciativos de los relatos imperiales y, con ello, reparan en la cuestión de la disolución de los espacios donde se gesta la subjetividad. A partir de ellos, ya no es posible siquiera pensar la noción de sujeto sin comprender los alcances del colonialismo, el ‘otro lado’ de la propia modernidad, el que oculta su fuerza generadora de otredades.

EL ENTENADO En una novela como El entenado, supondríamos a los indios como prototipo del subalterno, pero, en realidad, todos devienen ‘otros’ de un modelo que los aliena, los enajena de toda certeza y los atrapa en esa ‘zona de contacto’: “... ‘zona de contacto’ es un intento de invocar la presencia conjunta, espacial y temporal de sujetos anteriormente separados por divisiones geográficas e históricas cuyas trayectorias se interceptan. Al usar la palabra ‘contacto’ pretendo llevar a primer plano las dimensiones interactivas y de improvisación de los encuentros coloniales, dimensiones estas tantas veces ignoradas o suprimidas por relatos difusionistas de conquista y dominación. Una perspectiva de ‘contacto’ pone de relieve que los sujetos se constituyen en y por sus relaciones mutuas”20. No se trata de una noción ‘aséptica’ de zona de contacto, como mera intersección o interrelación, sino que la misma presupone la asimetría del contacto PRATT, Mary Louise: Ojos imperiales. Literatura de viajes y transculturación. Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 1997; p. 26.

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y su influencia en el proceso de constitución de las subjetividades y, por ende, de la condición de subalternidad. En realidad, en la novela, el primer subalterno es el grumete-narrador. Inicialmente, es un prisionero, un cautivo, con lo cual podría inscribirse en la larga saga de textos en que la literatura de viajes deviene relato del cautiverio y la lucha por la supervivencia (nuestra literatura nacional da cuenta ampliamente de ello), sin embargo, a esta casilla escapa también Saer con su proposición narrativa. Las crónicas de la supervivencia han representado una modalidad literaria frecuentemente coetánea a la expansión de los imperialismos colonialistas en el mundo: “La mera existencia del texto presupone un resultado correcto para el imperio: el sobreviviente ha sobrevivido y buscó reintegrarse a la sociedad de su patria”21. Pero nuestro personaje no sobrevive por sí mismo, sino por concesión de los nativos que cumplen con él un plan premeditado: el ritual de erigirlo en ‘cronista’ y testimonio vivo de su existencia, vía de escape a la nada que los acosa con la amenaza de su persistente silencio. Él, por su parte, es un adolescente marginal y, quizás, por ello mismo, menos influido por la matriz hegemónica del ‘sentido común’, más permeable a ser interpelado y trastocado por aquella cosmovisión diversa a la que se enfrenta. El protagonista, a pesar de su origen, o más allá de él, hace una lectura divergente a la que se esperaría de él, porque, si se quiere, él mismo procede de una asimetría de base: su condición marginal, emergente de una periferia primaria, la de la propia Europa en su trance a la modernidad. Es un joven de origen europeo, pero pasa casi la misma cantidad de años que trae de Europa con los indios (10 años de convivencia)22 por lo que finalmente es subalterno en ambos mundos (Europa-América). En Europa se hace grumete por ‘imperio’ de la necesidad, ese mundo lo expulsa: “La orfandad me empujó a los puertos”23, lo hace un ‘ser marginal’: “mandadero de putas y marinos”24. En territorio americano también es subalterno: no llega a integrar el grupo de los conquistadores que alcanzan una muerte ‘mítica’ al tocar por primera vez la ribera codiciada; tampoco llega a integrarse totalmente a los indios, está supeditado

PRATT, Mary Louise: Op. Cit.; p. 87. Dice el protagonista: “Yo era arcilla blanda cuando toqué esas costas de delirio, y piedra inmutable cuando las dejé”; p. 118. 23 SAER, Juan José: El entenado; p. 9. 24 SAER, Juan José: El entenado; p. 10. 21 22

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a su necesidad de ser recordados, cosa que, por otra parte, le resulta bastante inefable: “Todo lo que creo saber de ellos me viene de indicios inciertos, de recuerdos dudosos, de interpretaciones, así que, en cierto sentido, también mi relato puede significar muchas cosas a la vez, sin que ninguna, viniendo de fuentes tan poco claras, sea necesariamente cierta”25. Además, es devuelto a los europeos casi sin decidirlo y tampoco se halla en esa Europa que encuentra al volver. Le incomoda la ropa a la que se ha desacostumbrado, no le entienden lo que dice y crece en él un ‘sinsentido’ del cual no lo salva ni su propio mito (la obra de teatro que recrea su historia cuando sale a sobrevivir recorriendo los caminos junto a otros comediantes). Todo el sistema de creencias que otorgaba sentido al plan de expansión conquistadora ha sido vulnerado por la fuerza veraz de su experiencia vital, debilitando cualquier esquema de diferencias absolutas entre los alcances del YO y el OTRO. Un símbolo preclaro de su transformación, de la ‘fronterización’ que experimenta, es la dificultad que demuestra para hablar su lengua materna al reencontrarse con sus compatriotas (en América primero, cuando es devuelto a ellos por los indios, en una canoa río abajo; y en España luego de su regreso). Sufre, así, un aislamiento quizás más profundo que el experimentado entre los indios, agravado por la actitud recelosa que le demuestran algunos de los españoles: “Tuve la impresión de que hasta yo le parecía sospechoso, como si mi larga permanencia en esa tierra me hubiese contaminado de alguna fuerza negativa”26; “Ese resquemor hacia mi persona fue, en los primeros tiempos, tan generalizado, que por momentos llegué a preguntarme si no había habido, en mi sobrevivencia, y en mi larga estadía entre los indios, algún delito secreto del que cualquier hombre honrado debía sentirse culpable, o si los indios, sin que yo lo supiese, me habían hecho solidario de su esencia pastosa, y yo andaba

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SAER, Juan José: El entenado; p. 176. SAER, Juan José: El entenado; p. 129. 167

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paseándome entre los hombres como un signo viviente que era evidente para todos, menos para mí”27. Conforma una cierta ‘identidad desdibujada’, un ‘entenado’28. Es llamativo el hecho de que ese vocablo aparece escasamente en el texto pero le da título a la novela, como síntesis metafórica del derrotero del personaje, erigido en arquetipo de la transculturación29, de un mestizaje que no ‘es’ en esencia, sino que ‘deviene’ por la experiencia. De algún modo, no se nace entenado, como una fatalidad del destino, se deviene entenado a partir de un ‘otro’ con el que se entra en relación y debido al cual se cae en la conciencia de la diferencia. ‘Entenado: hijastro, criado, pero no reconocido como hijo propio’; implica un ‘don’ con reticencias o condiciones, la legitimación de un sistema de estratos que conllevan la posibilidad o imposibilidad de acceder a ciertos derechos. ‘Entenado: nacido antes’, sugiere la subordinación o subestimación del pasado a un presente que se constituye en ‘hito fundacional’ y, con ello, patrón de toda valoración y/o construcción posible de sentido. El pasado es ‘periferia’ que amenaza desestabilizar el equilibrio del presente: su ‘centro’. Es la concepción del pasado como estigma que se proyecta al presente y redunda en alguna forma de subalternidad: quien ha quedado atrapado simbólicamente en su memoria, raramente pueda transformarse en agente de su existencia actual. Entenado, por eso mismo, no es tanto una identidad, sino una conformación posible de la subjetividad: no es, deviene, arrastrando en el camino los vestigios emergentes de relaciones anteriores. Decir entenado implica asumir la paradoja de que hay otra historia posible, aún antes del origen de todo relato histórico oficial; es decir, en términos saerianos: el triunfo del mito sobre la historia en cuanto a la capacidad de representar nuestra percepción de la experiencia. El grumete de El entenado

SAER, Juan José: El entenado; p. 135. Entenado: Del latín “ante natus”: “nacido antes”. Término vinculado a antenado, alnado, adnado o adnato. Hijastro/Que nace y crece adherido a otra cosa. Enciclopedia Ilustrada de la Lengua Castellana. Buenos Aires, Editorial SOPENA, 1958. 29 Ángel Rama ha expresado que “el vocablo transculturación expresa mejor las diferentes fases del proceso transitivo de una cultura a otra, porque éste no consiste solamente en adquirir una cultura [...] sino que el proceso implica también necesariamente la pérdida o desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decirse una parcial desculturación, y además, significa la consiguiente creación de nuevos fenómenos culturales que pudieran denominarse neoculturación”. RAMA, Ángel: Transculturación narrativa en América Latina. México, Siglo XXI, 1982; p. 33. 27 28

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narra a partir de la necesidad profunda de integrar a su vida esa etapa inasible, remontando virtualmente aquel viaje iniciático del ‘desaprendizaje’30, y lo hace casi como un espectador privilegiado, posando su mirada en todo aquello que representa una anomalía para su perspectiva de visitante. Sin embargo, no cae en actitudes de ‘escándalo’ frente a esa ‘otredad’ que se despliega ante sus ojos; su mirada es desprejuiciada, y este podría ser otro aspecto extemporáneo, inverosímil, en la construcción psicológica de este personaje, un muchacho español del siglo XVI31. Es un migrante, un transeúnte invisible en el campo de la pura extrañeza, un ‘cuerpo lanzado a lo exterior’, conflictuado en sus certezas; los nativos ocasionalmente se dirigen a él, raramente prestan atención a sus movimientos. Ellos, por su parte, no comprenden el sentido de un mundo que esté más allá de sí mismos, no se plantean siquiera interrogantes sobre su potencial realidad, aunque puedan intuirla. “Así andaban los indios, del nacimiento a la muerte, perdidos en esa tierra desmedida”.32 Por algo su ritual de canibalismo incluye la necesidad de dejar viva a una de las víctimas a fin de devolverla a su comunidad de origen para que transmita su experiencia entre ellos y, con ello, la prueba de su propia existencia en el mundo. Por una parte, su actitud se corresponde con la noción moderna de ‘sociedad tribal’33 y, por otra, actúan como cuerpos dispuestos para una narrativa histórica que parece predeterminar su rol. A modo de ejemplo va este comentario que se hace de la conducta de uno de los oficiales españoles: “De sus gestos parecía emanar la convicción de que los indios, en vez de replegarse tierra adentro al verlo llegar con sus

30 De alguna manera, el grumete es el ‘antihéroe’ de una novela picaresca del desaprendizaje, en tanto el ‘viaje’ le implica ir desprendiéndose de ciertas matrices incorporadas. Va desaprendiendo lo aprendido, como quien se deshace a lo largo del camino de prendas que, luego, aunque intente recuperarlas y usarlas, ya no le cabrán, porque el proceso lo ha transformado, porque la ‘desmesura’ de la experiencia ha modificado sus ‘medidas’. 31 Por citar un caso, el narrador no emite juicios de valor respecto al canibalismo o a las prácticas orgiásticas de los nativos, a pesar de que podría esperarse un posicionamiento en ese sentido, acorde a la mentalidad de época. 32 SAER, Juan José: El entenado; p. 116.

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embarcaciones llenas de soldados armados, hubiesen debido, en razón de quién sabe qué obligación, quedarse a esperarlo… Era como si ese oficial hubiera tenido la pretensión de que los indios conociesen de antemano los planes que él concebía respecto de ellos y que, aprobándolos sin vacilar, realizasen todos los actos que exigía su consumación. Para el oficial, la idea de que los indios pudiesen tener un punto de vista propio sobre esos planes parecía inconcebible”.34 En la novela subyace esta suerte de cosmovisión fatalista de la existencia cuando se habla de la ‘naturalidad’ con que los nativos reciben la idea de su posible muerte o desaparición. De hecho el grumete no los imagina en actitud de defensa ante el ataque europeo, sino más bien como una escena que recorren mientras se preparan a sí mismos para un futuro que intuyen señalado desde el pasado. Esto recuerda algunas de las consideraciones que Tzvetan Todorov ha hecho respecto al interjuego hermenéutico implicado en la conquista española de América: “Los indios y los españoles practican la comunicación de diferente manera. Pero el discurso de la diferencia es un discurso difícil […] un mundo sobredeterminado forzosamente habrá de ser también un mundo sobreinterpretado. […] Aquí sólo puede volverse acto lo que antes ha sido verbo. Los aztecas están convencidos de que todas esas especies de previsión del porvenir se cumplen, y sólo excepcionalmente tratan de resistirse a la suerte que se les anuncia […] la muerte sólo es una catástrofe dentro de una perspectiva estrechamente individual, mientras que, desde el punto de vista social, el beneficio que rinde la sumisión a la regla del grupo pesa más que la pérdida de un individuo […] la vida de la persona de ningún modo es un campo abierto e indeterminado, que puede ser moldeado por una voluntad individual libre, sino la realización de un orden siempre anteriormente presente […] El porvenir del individuo está ordenado por el pasado colectivo; el individuo no construye su

Una tribu se define como un grupo humano relativamente pequeño y aislado que tiende a constituirse y organizarse en torno a una percepción etnocéntrica del universo. 34 SAER, Juan José: El entenado; p. 132. 33

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porvenir, sino que éste se revela; de ahí el papel del calendario, los presagios, de los augurios”.35 Aquellos momentos reconocibles en la metáfora de todo proceso colonial (despliegue de una economía global, ocupación del espacio, reforma de la mente nativa) no se realizan plenamente en el segmento que Saer elige para su recreación. Su historia se queda anclada en un episodio traducible, si se quiere, como fracaso de ese modelo, inicia con una expedición militar frustrada y concluye en la inversión del resultado en términos culturales también: no ha sido reformada la mente nativa, en su lugar, la mente europea/española, representada en su único sobreviviente, ha sido puesta en contrapunto con una matriz en la que ya no cabe; se ha diluido toda ilusión de control del significado, y de las relaciones implicadas en la interacción significante/significado. Aquí se comprueba que no somos tanto un ‘lugar’, sino la asunción de una ‘imagen’, no tanto ‘ser’ como ‘devenir’, y más certera la noción de identificarnos con determinados signos y valores, que la categoría misma de identidad. Los grandes paradigmas demandan identidades definidas, sólidas, mientras el devenir modifica constantemente nuestras identificaciones, temporales, localizadas, migrantes. En esta novela, la demanda de identidad que se impone es la de los nativos, quienes esperan del grumete la asunción de un rol crucial en su cosmovisión: ser testigo y voz de su existencia, una demanda que competirá inicialmente con la que el propio mundo europeo le hará a su regreso, como intento de reconvertirlo, pero que, más tardíamente, triunfará en él, cuando, ya anciano, decide plasmar en papel sus memorias. “Cuando el cura que me acompañaba en el barco y que me trajo hasta aquí como se puede traer una brasa en la palma de la mano […] empezó a sentir que llegaba el momento de librarse de mi persona, sugirió a algunos principales que no había para mí más destino posible que la religión. Gracias a la convicción que ese cura tenía de que en mí residía el demonio, pude conocer al padre Quesada. Con él pasé siete años en un convento”36; “…si el padre Quesada no

TODOROV, Tzvetan: La conquista de América. El problema del otro. Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2008; p. 77-84. 36 SAER, Juan José: El entenado; p. 138. 35

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me hubiese enseñado a leer y escribir, el único acto que podía justificar mi vida hubiese estado fuera de mi alcance”.37 El grumete percibe la incompatibilidad de su nueva subjetividad ‘alterizada’ con la pretendida armonía del convento en el que lo alojan a su regreso a Europa. La percepción del ‘horror’ que trae consigo impide cualquier tipo de sensación de equilibrio e instaura el imperativo de la asimetría y el sin sentido. El contacto renovado con el mundo de origen inaugura otra metáfora en él: la de una ‘frontera de sentidos’, una zona donde las certidumbres culturales dejan de serlo, se disuelven. El vínculo cultura/imperio es también opaco, inasible, genera una zona diversa, de conflicto con el significado. Cabe recordar cuando el protagonista se une a una compañía teatral que empieza a representar su historia por los caminos, pero siente cada vez más claramente que esa historia no lo refleja y no encuentra sentido al interés creciente del público en ella. Finalmente, abandona la compañía autorizándolos a seguir reelaborando su versión de la experiencia; pero él ya no soporta participar de ese estereotipo en que se ha convertido, una ficción que cuenta lo que el colectivo desea escuchar pero no lo representa a él mismo. Se hace a un lado y escribirá luego su propia versión subjetiva de los hechos, cumpliendo el mandato que los indios otorgaban al “Defghi” (vocablo con el que lo nombraban a él e identificaban también otras acciones y elementos de la realidad): “Después de largas reflexiones, deduje que si me habían dado ese nombre, era porque me hacían compartir, con todo lo otro que llamaban de la misma manera, alguna esencia solidaria. De mí esperaban que duplicara, como el agua, la imagen que daban de sí mismos, que repitiera sus gestos y palabras, que los representara en su ausencia y que fuese capaz, cuando me devolvieran a mis semejantes, de hacer como el espía o el adelantado que, por haber sido testigo de algo que el resto de la tribu todavía no había visto, pudiese volver sobre sus pasos para contárselo en detalle a todos. Amenazados por todo eso que nos rige desde lo oscuro, SAER, Juan José: El entenado; p. 140. Con Quesada el personaje establece una relación casi filial (padre-hijo), en algún momento él refiere que le significó ‘renacer’ a una vida diferente a la de la orfandad; aunque no debe obviarse que el propósito fundamental de Quesada siempre será reeducarlo para lograr finalmente su inserción al modelo civilizatorio, quitarle los estigmas que trae de su vínculo con ‘lo monstruoso’. 37

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manteniéndonos en el aire abierto hasta que un buen día, con un gesto súbito y caprichoso, nos devuelve a lo indistinto, querían que de su pasaje por ese espejismo material quedase un testigo y un sobreviviente que fuese, ante el mundo, su narrador”.38 La categoría del estereotipo propuesta por Bhabha (2002) nos permite pensar de qué modo pretendemos volver aprehensible y predecible todo aquello que nos amenaza con la fuerza de lo desconocido, para que nos resulte menos perturbador. Su carácter iterativo produce sentido, fijándolo. Es el instrumento para transformar la anomalía en analogía. Lo que la anomalía distingue y separa por diverso, la analogía codifica e integra al propio sistema, por proceso de atenuación de las irregularidades y asimilación con lo conocido. Quizás no sea el narrador (grumete europeo) el portador de esta mirada en la novela, ya hemos dicho que su descripción del mundo hallado es detallada, con un interés desprejuiciado y, por ello mismo, algo incoherente con el pensamiento de su época. Quizás el estereotipo esté más patente en quienes ofician de receptores de su relato en Europa, tanto de sus primeros testimonios, como de la comedia que ofrece con los artistas ambulantes, en la cual su historia resultará, incluso, modificada para hacerla más digerible y previsible para el público. Por otra parte, la mímesis, como categoría estratégica del mismo discurso colonial, por la cual es posible ponderar el grado de cercanía o lejanía respecto a la matriz civilizatoria, opera en nuestro relato de un modo sutilmente invertido. El grumete regresa al ‘mundo de los blancos’ sustancialmente mimetizado con los modos de percepción y la sensibilidad de los indígenas, y eso resuelve su condición como la de un ‘entenado’ en ambas culturas. Así como la mímesis representa una amenaza para el modelo imperial, en tanto conlleva la posibilidad de que el subalterno quiera parecerse en todo al ‘amo’; los nativos no pretenden la mímesis del grumete a su tribu, eso también les representaría una cierta amenaza: integrarlo a su mundo interno sería perderlo para el mundo exterior, donde tiene un papel que cumplir como emisario, y al que, de hecho, lo hacen regresar tras diez años de convivencia, cuando registran que hay nuevas expediciones españolas en la zona para efectivizar su devolución. “Una tarde, los indios, me vinieron a buscar, muy excitados, a 38

SAER, Juan José: El entenado; pp. 190-191. 173

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mi choza. Yo los había visto discutir a menudo, en voz baja, en los días anteriores […] Tres o cuatro indios me sacaron, empujándome casi, no para hacerme daño, sino para que me apurara […] Esas miradas, en las que parecía acumularse la última esperanza que les quedaba, son la imagen más fuerte que me quedó de ellos […] son esas miradas las que me ayudan a sostener, en la noche nítida, la pluma”39. “Conmigo los indios no se equivocaron; yo no tengo, aparte de ese centelleo confuso, ninguna otra cosa que contar”.40 Y vuelve, aunque ya no sean los mismos: ni él ni el mundo exterior. Aquí resulta operativa la noción de hibridación, como idea que reúne estas experiencias en que los signos son desestabilizados y derivan hacia terrenos contrastantes con cualquier demanda concreta de identidad. Como expresaba al hablar del género textual, hay algo de poder subversivo en este concepto. Hybris, en griego, se traducía como ‘desmesura, exceso’ y aludía a la unión de un espíritu impulsivo, apasionado, con un cierto desprecio por el espacio individual del otro. También podía connotar otro tipo de ‘desmesura’, el pretender más de lo que el destino le ha asignado, ya sea como lugar en el universo, en la estructura social o en la propia dimensión existencial, en la relación con los dioses inmortales. El castigo divino a esos ‘excesos’ comúnmente era situar al individuo nuevamente al interior de las fronteras que trascendió. En síntesis, la hybris implicaba para el sujeto un comportamiento desequilibrado e irracional, hacer más de lo que le correspondía, salirse de la medida; en términos más actuales: ‘borderizarse’. Ya ha advertido Walter Mignolo que América fue incorporada a la noción de Occidente bajo la figura del ‘apéndice’, es decir, como la mera extensión hegemónica de Europa hasta sus ‘bordes naturales’, allende el Atlántico; Touraine lo ha expresado en su afirmación: “América Latina: extremo occidente”. En este marco, el protagonista de El entenado queda atrapado simbólicamente en una ‘zona’ que es periferia para ambos espacios culturales; refleja en sí mismo varios matices de la otredad que esa modernidad expansiva es capaz de generar; condensa las asimetrías posibles en ese sistema. El entenado es una clase de subalterno cuando es excluido de su Europa por la pobreza y el abandono, muta hacia otra 39 40

SAER, Juan José: El entenado; pp. 120-122. SAER, Juan José: El entenado; p. 194.

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forma de la subalternidad cuando deviene en cautivo de los nativos, y transita finalmente, a su regreso a España, hacia una condición subalterna diversa, que escapa a cualquier ‘mesura’ en su manifiesta hibridación.

“PARAMNESIA” “No se ve cosa en el sol que no sea real”, reza el epígrafe tomado de Francisco de Quevedo con que Saer introduce este cuento. Y si algo va a trasuntarlo enteramente es, por un lado, la interpelación constante a la propia noción de realidad en sus dimensiones colectiva e individual y, por otro lado, la descripción de una atmósfera saturada de luz solar, en la cual, paradójicamente, todo parecerá adquirir aspecto de irrealidad o espejismo. En ese contexto, tres personajes (capitán, soldado y fraile), con un protagonismo situado preferentemente en el primero. Este capitán muestra una conducta paranoica: deambula de un lado a otro con el nerviosismo de quien espera un nuevo ataque y, además, trata con crueldad y sarcasmo a los otros dos, más allá de la frágil condición en que se encuentran tras la embestida al fuerte. Como si ese tórrido ambiente estival lo condenase a padecer de una ‘insolación’, está trastornado al límite de no poder distinguir con claridad los recuerdos de hechos verídicos de las elucubraciones de su imaginación. Está mentalmente atrapado en otra ‘frontera difusa’, la que separa el presente del pasado. Si bien intuye la posibilidad de una experiencia vivida con anterioridad a su presente (las vivencias en España, o los sucesos anteriores en el propio proceso de conquista), es incapaz de registrarlos y fijarlos en su memoria, donde todo acontecer parece confundirse con el ensueño. La experiencia ha rebasado sus capacidades de integración y asimilación, por eso busca incansablemente en la observación minuciosa del entorno y el interrogatorio obsesivo a sus compatriotas41 la oportunidad de hallar un anclaje a la realidad. “A ver, cuéntame, ya que dices ser de Madrid […] hazme el cuento de que hay un océano y que nosotros lo cruzamos con el adelantado y él nos mandó en expedición hasta aquí.”42; “…El sol gira siempre, 41 El capitán obliga reiteradamente al soldado a que le relate una anécdota que este vivió en España justo antes de ser reclutado para dirigirse a América. Se trata de un encuentro casual con el rey y su comitiva, como consecuencia de un accidente que les ocurre a estos camino al mar, hacia donde van a pertrechar las costas contra los moros. 42 SAER, Juan José: “Paramnesia”; p. 59.

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¿ves? Pasa siempre por aquí, para que podamos ver bien que estamos aquí y en ninguna otra parte -dijo-. Y tú me hablas de un rey y de una ciudad que no existen. Mereces que te corte la lengua”43; “Anda, ve, cuéntale al Santo Oficio que me he cagado en Dios y en sus muertos. Tómate una nave, cruza el océano y ve a tu Madrid y cuéntale. Anda, ve, que tu Madrid es más real que esto”44; “Ven y cuéntame esos cuentos que has inventado, pedo de Satanás. Ven o encomiéndate a Dios y santíguate”.45 “Cuéntame, soplón -murmuró-. Cuéntame del rey y de Madrid. Cuéntame que yo te creeré”.46 En este relato, hay una paramnesia en sentido inverso. Si debiera ser la tendencia a tomar una imagen ilusoria con valor de recuerdo real, en nuestro capitán es exactamente al revés, pues él sólo ve falsedad en su entorno y en toda imagen que parezca proceder de un tiempo anterior al presente: “El recuerdo llegó enseguida, apenas pisó la hojarasca gris que los borceguíes hacían crujir y estallar, pero de nuevo, como la primera vez, venía solo, sin lo que recordaba, como si existiese nada más que la posibilidad del recuerdo y después ninguna cosa real a qué aplicarlo”47. El protagonista es incapaz de reconocer lo que le debiera resultar conocido, ha caído también (como aquel ‘entenado’) en la pura extrañeza como efecto fatal del contacto con el ‘horror’, con la verdad cruda de la expansión colonialista representada por la conquista. En otra obra suya (El río sin orillas. Tratado imaginario.), Saer reúne relatos con textos más cercanos al ensayo en los que toca algunos de estos temas vinculados a la conexión entre literatura e historia. Justamente en uno de ellos (“Verano”) expresa lo siguiente respecto a las vivencias de los conquistadores que arribaban a estas regiones: “A medida que se iban alejando de España, principios, consignas SAER, Juan José: “Paramnesia”; p. 60. SAER, Juan José: “Paramnesia”; p. 61. 45 SAER, Juan José: “Paramnesia”; p. 68. 46 SAER, Juan José: “Paramnesia”; p. 68. 47 SAER, Juan José: “Paramnesia”; p. 66. 43 44

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y racionalidad se deshilvanaban. Iban siendo expelidos más que de un lugar, de un sistema de valores, de un modo convencional de convivencia a los que nada sustituía en estas tierras desconocidas. Muy pocos conservaban las referencias necesarias para no perder pie en esa trampa”48. El cuadro dantesco que observa el capitán (cadáveres en putrefacción bajo el sol y construcciones incendiadas) representa el despliegue de la plena ‘otredad’, entendida como la faceta impensada de la experiencia, situada en las antípodas del proyecto expansivo de la metrópoli: su lado oculto. Una ‘otredad’ que conlleva la fuerza capaz de ‘subvertir’ todo orden, todo sistema racional, toda representación aparentemente consolidada de la subjetividad. El capitán, quien debiera ser el último baluarte de defensa de los valores eurocéntricos que lo trajeron al ‘nuevo’ continente, es el primero en acusar recibo de esa subversión: él ‘manda´al fraile al infierno, él descree de todo sentido vinculado al poder de la corona, él ha perdido todo control sobre la situación y sobre sí mismo. “La superación paulatina de la irracionalidad, la humanización de la humanidad, la fe en que las estructuras mundovitales podían ser transformadas por la voluntad autónoma del sujeto y quedar sometidas al dictado de la razón; todas éstas fueron creencias inherentes a la ‘imaginación histórica’ de la modernidad. Pero este tipo de codificaciones ignoraban que la acción humana se encuentra siempre localizada, configurada topológicamente, delineada por relaciones de poder que se despliegan en territorialidades específicas. Y es precisamente esta dimensión espacial la que viene siendo redescubierta por la teoría social de los últimos años”49. Como se ha dicho, no hay modernidad sin colonialidad, ni colonialidad sin gestación de una ‘otredad’. Un circuito que condiciona la conformación de las subjetividades. En este relato, el jefe militar, que conquista para la expansión de 48 SAER, Juan José: El río sin orillas. Tratado imaginario. Buenos Aires, Alianza editorial, 1994; p. 45. 49 CASTRO GÓMEZ, Santiago: “Geografías poscoloniales y translocalizaciones narrativas de ‘lo latinoamericano’”. En FOLLARI, Roberto y LANZ, Rigoberto (comp.): Enfoques sobre Posmodernidad en América Latina, Caracas, Editorial Sentido, 1998; p. 3.

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un imperio, pero, también, para la expansión de una cosmovisión religiosa particular que le da sustento moral (un ethos), deja morir a su representante (el fraile) luego de insultarlo y acusarlo de “rufián”: “A ver, cuéntame -dijo el capitán-. Cuéntame de los indios y de las picas envenenadas. Hazme creer que todo eso es real. Hazme creer que no hemos estado siempre tú y yo y Judas en este lugar, rodeados de carroña y que hay algún otro lugar que no sea éste. […] Házmelo creer, puto y rufián”50. El fraile, por su parte, no emite frase en el texto; es un ser casi inerte, que yace sediento al sol, moribundo. Su silencio opera como metáfora del fracaso del relato evangelizador para contener esta manifestación particular del horror humano: la desmesura (hybris) desatada por la ‘máquina colonial’. El soldado, por otro lado, es una figura subalterna que se desplaza de la mera condición de instrumento de la conquista (sometido a las órdenes del capitán, brazo armado de la evangelización) a sujeto de la acción (la única que transcurre definidamente en el cuento) cuando ejecuta al jefe. Su conducta muta desde el esquema de la obediencia movilizada por la codicia del botín (recompensa: tierras, oro, esclavos) hacia la matriz de la lucha por la supervivencia, reflejada en una codicia bien diversa: la del alimento. En el texto, es recurrente el empleo del vocablo ‘real’ con dos referentes claramente diferentes: como sustantivo (fuerte donde acampa el ejército y, particularmente, el rey o el general militar) y como adjetivo (verdadero, de existencia auténtica). Este juego de significados no es ingenuo, es un guiño para llamar nuestra atención en torno al eje sobre el que se estructura la reflexión propuesta por su autor. La realidad como experiencia unívoca es un imposible, resulta intrínsecamente inasible, como el pasado es irrecuperable en términos de una narrativa histórica. Para Saer, sólo el mito conserva cierto poder de contención de la experiencia, en tanto no aspira a explicarla, sino tan sólo a recrearla desde el pacto verosímil de nuestras percepciones subjetivas.

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SAER, Juan José: “Paramnesia”; p. 59.

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PALABRAS FINALES… “Funes no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado” Jorge Luis Borges, Funes el memorioso

En los dos textos que abordamos, Saer retoma, justamente, un mito fundacional de la historia regional y, si se quiere, nacional (las primeras incursiones españolas en el Río de la Plata), un mito que, en ambos casos, culmina en la narración del fracaso del plan. De esa manera, deconstruye el estereotipo de una historia fundamentada o leída exclusivamente desde los éxitos de los proyectos colectivos. Sus relatos, en cambio, fijan la mirada en la historia personal de los sujetos y, particularmente, de sujetos que rozan (o adquieren en la contingencia) la condición de subalternos del propio sistema de creencias que los trae a estos territorios. Si el subalterno se caracteriza, precisamente, por carecer de agencia y voz51, Saer se las concede con su arte y en ese mismo acto creativo, subyace una subversión, pues ubicarlos como locus enunciativo hace cesar, en un sentido, esa relación subalterna. De la descripción centrada en la distopía (espacio no deseado, que concentra los disvalores, ‘lo monstruoso’, ‘el horror’), conduce a una versión particular de la utopía, cual es el propio proceso de escritura, el propio momento de plasmar por escrito las vivencias para abrir el juego a la generación de nuevos significados. En El entenado, por ejemplo, el personaje narrador redacta en la soledad silenciosa de su cuarto de anciano sus memorias, que operan como texto alternativo a otros que han ofrecido, en el transcurrir del tiempo, versiones de su historia. A la vez, en ese acto, se ofrece él también como virtual portavoz de otras voces calladas en aquellos ‘cuerpos dispuestos’ para la meganarrativa colonial, los cuerpos desaparecidos de los nativos. Así, instaura tácitamente la pregunta: ¿quién resulta más ‘caníbal’ al fin, si consideramos la capacidad para generar una ‘máquina’ de autodestrucción sistemática de la especie, como ha sido la matriz colonialista? Pero, volviendo a los textos que nos ocupan, hay un punto articulador entre ellos: cierta retórica del péndulo, del vaivén: “Yo me siento como en vaivén, entre dos mundos”, dice el grumete (79). Va y viene el recuerdo del ‘entenado’ del SPIVAK, Gayatri Chakravorty: “Estudios de la Subalternidad: Deconstruyendo la Historiografía”. En GUHA, Ranajit (ed.) Subaltern Studies IV: Writing an South Asian History and Society. Delhi, Oxford University Press, 1985. (Traducción de Prada, Ana Rebeca y Rivera Cusicanqui, Silvia). 51

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presente hacia el pasado, como va y viene el capitán de “Paramnesia” de un lado a otro en el espacio, en la búsqueda por reconstruir sus recuerdos. Mientras la novela oscila pendularmente entre la crónica y el anacronismo, con eje en el rol de la memoria; el cuento fluctúa de la amnesia a la paramnesia, con eje en el juego mental del olvido. Se va construyendo literariamente la ‘zona saeriana’52, donde pesa más el mito que la Historia con mayúsculas, la cosmovisión indígena del ciclo y el ‘vaivén pendular’ más que la linealidad del progreso moderno; una zona donde puede haber contacto, pero también exceso y desmesura (hybris). En el primer texto: ‘exceso’ de la memoria, atada a un episodio que ha marcado la experiencia vital para siempre. Relato del recuerdo único. Reconstrucción del relato. En el segundo texto: ‘exceso’ del olvido. Relato de la desmemoria, el tiempo detenido y la alienación. Deconstrucción del relato. La ‘zona saeriana’ transita el espacio abierto entre esos extremos, y en ese devenir, contribuye estéticamente al debate en torno al lugar que otorgamos a esas dos formas de lectura del mundo y de la propia experiencia: la memoria y el olvido. ¿Qué protagonismo les asignamos en la construcción de nuestra narrativa histórica, sea individual o colectiva, nacional o latinoamericana? A la par que asoman las preguntas, su prosa va dejando emerger las voces de aquellos ‘otros’, cuyos relatos suelen perderse, guardados por el olvido u ocultos en la memoria, por debajo y detrás de todo debate intelectual; parafraseando a Frantz Fanon53, las voces silenciadas de ‘los entenados de esta Tierra’.

BIBLIOGRAFÍA BHABHA, Homi: El lugar de la cultura. Buenos Aires, Ediciones Manantial, 2002. CARPENTIER, Alejo: La novela latinoamericana en vísperas de un nuevo siglo y otros ensayos. Madrid, Siglo XXI Editores, 1981. CASTRO GÓMEZ, Santiago: “Geografías poscoloniales y translocalizaciones narrativas de ‘lo latinoamericano’”. En FOLLARI, Roberto y LANZ,

El concepto de ‘zona’ en relación con el discurso literario equivale a la construcción de un espacio o ámbito ficcional desde el cual dar cuenta de la historia, y ha sido extensamente trabajado por el propio Juan José Saer. Al respecto puede verse: “Discusión sobre el término ‘zona’”. En SAER, Juan José: La mayor. Barcelona, Planeta, 1976. 53 Me refiero a una de sus obras fundamentales: Los condenados de la Tierra. 52

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LOS ‘ENTENADOS’ DE LA TIERRA... | POR VILMA NANCI JONES

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PASADO POR-VENIR | REVISTA DE HISTORIA | 2010-2011

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