Los pies desnudos de Dorotea

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grupo de hombres se decidieran a acercarse al mozo, y más curioso aún ... Hoy propongo examinar los pies y el cabello de Dorotea, los pies desnudos.
LOS PIES DESNUDOS DE DOROTEA Constance H. Rose Northeastern University En el capítulo 28 de la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha conocemos a un desconocido, a un intruso en este lugar más o menos ameno. Cuando digo «conocemos», incluyo no solamente los personajes novelescos, el cura, el barbero y Cardenio, todos hombres, presentes en el escenario, para emplear un término teatral, sino también nosotros, los lectores. Podemos imaginar o ver al recién llegado por la óptica de estos ya familiares manchegos, cuyo papel aquí es el de mirón. La escena comienza cuando, después de oír un grito, un lamento, este grupo percibió, detrás de un peñasco ... sentado al pie de un fresno a un mozo vestido de labrador, el cual por tener inclinado el rostro, a causa de que se lavaba los pies en el arroyo que por allí corría, no se le pudieron ver por entonces, y ellos llegaron con tanto silencio, que dél no fueron sentidos, ni él estaba a otra cosa atento que a lavarse los pies.1

El desconocido ya es el blanco de todos los ojos. Es curioso que este grupo de hombres se decidieran a acercarse al mozo, y más curioso aún que lo hicieran en silencio. ¿Cuál era la razón de su acercamiento y de su silencio? De veras se comportaron como si fueran espías. No obstante, la respuesta es fácil; está claro que los pies de este joven, al pleonástico pie del fresno, los han atraído como un imán. ¿Cuál era la reacción de esta gente mirona? Catagorizaban los pies como dos pedazos de blanco cristal que entre las otras piedras del arroyo se habían nacido. Suspendióles la blancura y belleza de los pies, pareciéndoles que no estaban hechos a pisar terrones, ni andar tras el arado y los bueyes (276).

Es decir, que estos pies negaron la identidad rústica de su dueño. Finalmente, ¿Qué hizo este grupo de curiosos impertinentes, de admiradores podofílicos, si no pedafílicos, que seguían con los ojos cada movimiento del mozo? Primero el cura señaló a los demás «que se agazapasen o escondiesen detrás de unos pedazos de peña y así lo hicieron todos mirando con atención lo que el mozo hacía» (276).

1 Miguel de Cervantes Saavedra, Don Quijote de la Mancha, ed. de Martín de Riquer (Barcelona: Planeta, 1975), pág. 276. Toda referencia al Quijote implica esta edición.

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Cada observación, cada mirada era como una caricia, aún una caricia homosexual. Pero el mozo, inatento a todo, «tenía los polainas levantadas hasta la mitad de la pierna» (276), revelando así la belleza de la piel, la que «sin duda alguna, de blanco alabastro parecía» (276). Sigue con la limpieza de las ya semi-desnudas y exquisitas piernas. Y a continuación, el texto revela que «acabóse de lavar los hermosos pies, y luego, con un paño de tocar, se los limpió, y ... alzó el rostro y tuvieron lugar los que mirándole estaban de ver una hermosura incomparable» (276). Hay más de un toque de homosexualidad aquí de parte de estos espectadores, pero lo dejo sin examinar porque la figura que me interesa es el desconocido. El mozo se quitó la montera y, sacudiendo la cabeza a una y a otra parte, se comenzaron a descoger y desparcir unos cabellos, que pudieran los del sol tenerles envidia.... Los luengos y rubios cabellos no sólo le cubrieron las espaldas, más toda en torno la escondieron debajo de ellos, que si no eran los pies, ninguna otra cosa de su cuerpo se parecía, tales y tantos eran. En esto, les sirvió de peine unas manos2, que si los pies en el agua habían parecido pedazos de cristal, las manos en los cabellos semejaban pedazos de apretada nieve, todo lo cual, en más admiración y en más deseo de saber quién era, ponía a los tres que la miraban (276-277).

Como vemos, el largo y abundante pelo dorado la traicionó y la descubrió como mujer. Al sentir las miradas intensas y penetrantes, la moza, cercada y acosada, como un animal cazado, intenta huir de este círculo de admiradores, intenta huir descalza, pero «no pudiendo sufrir los delicados pies la aspereza de las piedras, dio consigo en el suelo» (277). Asi nos presenta Cervantes a Dorotea por primera vez, ya presa de los hombres, como si fuera Susana vista por los viejos3. Las dos cosas que se destacan en la descripción de su persona son los pies y el cabello, los pies y el cabello que despertaron «admiración» y «deseo» en los galanes escondidos. Hoy propongo examinar los pies y el cabello de Dorotea, los pies desnudos que atraen a los hombres y el cabello suelto que la identifica como bellísima mujer. Al contrario de los retratos renacentistas que comienzan por la cabeza, yo, como Cervantes, voy a comenzar el análisis desde abajo, por los pies. Desde Freud y su análisis de «fus» y «fut», y pasando por Kraft-Ebing, el pie de la mujer ha sido identificado con la parte más íntima del cuerpo femenino. La mujer de pies desnudos es una mujer que se expone a todo y a todos, es una mujer sensual, quizás lasciva, que no se pone límites y que se abandona al placer sexual. La mujer que no lleva zapatos es una mujer sin control, desenfrenada, demasiado liberal. Si pensamos en una película sueca de Ingmar Bergman, Las sonrisas de una noche de verano, vemos como

2 La tendencia de Cervantes de emplear metonimia en la descripción de sus personajes es frequente, sobre todo en referencia a las mujeres, las que presenta algunas veces como una «mano»; véase, por ejemplo, la mujer engañosa en El casamiento engañoso. La imagen de la mujer peinándose con sus propias manos es frequente en los poetas del Siglo de Oro y quizás se originó con el italiano Marino. 3 La historia de Susana aparece en la Apócrafa.

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las muchachas se quitan los zapatos para quitarse sus inhibiciones antes de comenzar sus aventuras sexuales en la conocida fiesta de la noche de San Juan. Igualmente podemos pensar en los fetiches, las obsesiones masculinas de poseer los zapatos de una mujer por ellos deseada, zapatos que cubren la parte escondida de la mujer, lo que observamos en muchas películas de Luis Buñuel, como Él, Viridiana o La vida criminal de Archibaldo Cruz, o en la reciente noticia de una actriz que tuvo que poner un pleito contra su secretario por haberle robado cuantiosos pares de zapatos4. Como el pie, el cabello, por metonimia, representa la persona entera, aunque si el pie se refiere a la anatomía, el cabello más que nada refleja una actitud. Hay prohibiciones en contra del pelo suelto en muchas culturas. El pelo suelto es una distracción erótica, es un estímulo sexual que hace que se desvíen los hombres de sus obligaciones e importante trabajo. Como objeto de la mirada de los hombres, el pelo suelto puede encender la pasión en cualquier varón, quitándole la facultad intelectiva. El cabello femenino aún ha desencadenado una polémica sobre los límites de las normas naturales y las restricciones culturales, pues el pelo largo y suelto representa el estado natural antes de la introducción de la cultura, sería como la diferencia entre un salvaje jardín inglés y un jardín francés, cultivado, controlado y domado. El pelo suelto y, sobre todo, abundante y dorado es una amenaza al poder patriarcal. No tenemos que detenernos en las actuales prohibiciones contra la exhibición del cabello entre los musulmanes y los judíos, los cuales formaban parte de la herencia española y la herencia cultural de Cervantes. Estas prohibiciones, mundialmente conocidas, eran también parte del mundo en que se mueve Dorotea. Ni tenemos que detenernos en las palabras de San Pablo (1 Corintios 11:7 y 10): «... el varón no ha de cubrir la cabeza porque es imagen y gloria de Dios; mas la mujer es gloria del varón», y por eso «debe tener señal de potestad» (un velo) «sobre su cabeza»5, pues esta actitud paulina es bastante conocida. Y en el Talmud (Berachot 24A) se dice que la mujer casta se cubre el pelo, se cubre el cuerpo, y silencia su voz6. Para añadir unos ejemplos de la antigüedad pagana, Valerio Máximo cuenta como un hombre se divorció de su mujer porque ella salió en público con el cabello descubierto7. También el historiador romano retrata a la reina Semíramis de Babilonia, peinándose, cuando surgió un problema estatal. Dejó su tocador para atenderlo, «teniendo una parte [del pelo] entrenzada y la otra suelta», externalizando así su ser conflictivo, dividido entre la mujer sensual y la mujer seria, conflicto que se resolvió en el camino, porque «no 4

Kim Bassinger. La Santa Biblia, versión de Cipriano de Valera (Amsterdam: 1602). 6 Citada por Molly Myerowitz Levine en «The Gendered Grammar of Ancient Mediterranean Hair», en Off with her Head!: The Denial of Womenʼs Identity in Myth, Religion, and Culture, eds. Howard Eilberg-Schwartz y Wendy Doniger (Berkeley-Los Angeles-London: University of California), pags. 76-130, en la pag. 105 (traduccion mia). 7 Citada por Myerowitz Levine en Off with her Head!, op. cit., pag. 104. 8 Cito a Sebastián de Covarrubias en Tesoro de la lengua castellano o español (Madrid, 1611). 5

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acabó de entrenzarlos hasta que cobró la ciudad»8. Sí, por supuesto, una mujer casta tiene que recogerse el cabello. Aun mejor es que lleve un velo. Podemos pensar en la ceremonia de la boda en la que la novia debe tener el pelo bien recogido y la cabeza cubierta con un velo, como signo de su virginidad y futura castidad. La ceremonia termina cuando el novio realiza el rito de descubrir a su mujer, acto que simbólicamente muestra que ella será objeto, de aquí en adelante, de la mirada de un solo hombre. Pues, regresando a la Dorotea, cubierta de un velo dorado que llega a los pies, este velo está compuesto de su largo pelo suelto y así atrae la mirada lasciva de los hombres, no disuade a nadie. «Soltarse la melena», «soltarse el pelo»—«let it all hang out». Este velo que es su cabellera, el que cubre el cuerpo, también pone énfasis en la parte prohibida, es decir en la parte escondida. Sólo se descubren los pies desnudos de esta mujer. Me resisto a explicar el significado freudiano de la imagen visual del abundante pelo que llega hasta los dos pies desnudos. Para concluir nuestro examen de los pies desnudos y el pelo suelto de Dorotea, tenemos que pensar en la iconografía. Si recurrimos a la pintura, observamos que en los cuadros de la Edad Media y del Renacimiento la mujer perfecta es la Virgen, que siempre tiene el pelo cubierto y que nunca tiene los pies desnudos. De hecho, la Virgen madre nunca muestra los pies9. Había tantas prohibiciones en contra de la exposición de estos pies sagrados que Murillo, al retratrar a la Virgen, con los pies visibles, tuvo problemas serios con los censores10. La antítesis de la Virgen es la Magdalena, la santa patrona de las prostitutas, la que siempre anda con los pies desnudos y el largo y abundante cabello suelto. Así Cervantes en su presentación de Dorotea la identifica como una mujer sensual, liberal y dada a los pecados de la carne, antes de que ella misma cuente la historia de su propia deshonra. Y antes de comenzar esta historia, Dorotea, como pecadora arrepentida, recoge el cabello y se pone los zapatos «con toda honestidad» (278).

9 David Kossoff «El pie desnudo: Cervantes y Lope», en Homenaje a William L. Fichter: Estudios sobre el teatro antiguo hispánico y otros ensayos, eds. A. David Kossoff y José Amor y Vázquez (Madrid: Castalia, 1971), 381-386, en la pág. 383, n.5. 10 Kossof, loc cit., describe varias actitudes y prohibiciones, comenzando en la página 382, donde menciona a Francisco Pacheco y revela que su fuente es Studies in the Psychology of Sex de Havelock Ellis. Augustin Redondo me ha comentado los problemas de Murillo, pero desafortunadamente su artículo no ha llegado a tiempo de ser incluido aquí.