Psicologia Evolucionista del Desarrollo: contemplando la ...

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fuera formulada por primera vez a mediados del siglo XIX, y la psicología no ha sido inmune a ..... ción a las bases biológicas del comportamiento humano.
Psicología Evolucionista del Desarrollo: contemplando la ontogénesis humana desde los ojos del evolucionismo CARLOS HERNÁNDEZ-BLASI, JESSE M. BERING & DAVID F. BJORKLUND

Universitat Jaume I; University of Arkansas; Florida Atlantic University

Resumen La influencia de la teoría evolucionista en la ciencia y el pensamiento humano ha sido constante desde que fuera formulada por primera vez a mediados del siglo XIX, y la psicología no ha sido inmune a dicha influencia. Sin embargo, la mayor parte de los enfoques evolucionistas se han centrado tradicionalmente en el estudio del comportamiento adulto, obviando los procesos ontogenéticos del comportamiento. En este artículo, se presenta una nueva aproximación al estudio evolucionista del comportamiento, llamada Psicología Evolucionista del Desarrollo (PED), que se ocupa de los sistemas psicológicos que son objeto de desarrollo humano. Básicamente, la PED propone un modelo evolutivo de cómo los mecanismos psicológicos evolucionados se acaban expresando, y asume que la selección natural darwiniana actúa sobre los organismos inmaduros no sólo en términos de ejercitación de adaptaciones para la vida adulta (adaptaciones diferidas), sino también sobre comportamientos que están especialmente bien adaptados para un determinado período evolutivo (adaptaciones ontogenéticas). En este sentido, creemos que la PED puede servir simultáneamente como una metateoría de corte evolucionista para la psicología evolutiva contemporánea, y como una fuente potencialmente rica de hipótesis, investigaciones e interpretaciones sobre cuestiones evolutivas. Palabras clave: Psicología evolucionista del desarrollo, psicología evolucionista, teoría de la evolución, psicología del desarrollo, Darwin.

Evolutionary Developmental Psychology: Viewing human ontogeny through the eyes of evolutionary theory Abstract The influence of evolutionary theory in science and human thinking has been pervasive since it was first well-formulated at the middle of the 19th century, and psychology has not been immune to this influence. However, most evolutionary approaches have focused on the study of adult behaviors and have overlooked the processes of ontogenetic emergence of behavior. In this article we argue for a new approach to the evolutionary study of behavior, called Evolutionary Developmental Psychology (EDP), that focuses on the psychological systems inherent in human development. Basically, EDP provides a developmental model for how evolved psychological mechanisms become expressed, and assumes that Darwinian natural selection acts on immature organisms not just to prepare them for life as an adult (deferred adaptations), but also on behaviors that are specially adapted to developmental time periods (ontogenetic adaptations). Accordingly, we believe that EDP can serve both as an evolutionarily based metatheory for contemporary developmental psychology, and also as a potentially rich source of hypotheses, research, and interpretations of developmental issues. Keywords: Evolutionary developmental psychology, evolutionary psychology, evolutionary theory, developmental psychology, Darwin. Correspondencia con los autores: Carlos Hernández Blasi. Departamento de Psicología. Universitat Jaume I. 12080-Castellón, Spain. E-mail: [email protected] Jesse M. Bering. Department of Psychology. University of Arkansas. Fayetteville, AR 72701, United States. E-mail: [email protected] David F. Bjorklund. Department of Psychology. Florida Atlantic University. Boca Raton, FL 33431, United States. E-mail: [email protected] Original recibido: Enero, 2003. Aceptado: Abril, 2003. © 2003 by Fundación Infancia y Aprendizaje, ISSN: 0210-3702

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Darwin y la Teoría de la Evolución La idea central de cualquier teoría de la evolución es que las especies cambian con el paso del tiempo, estando relacionadas con otras especies que pertencen a un linaje (s) taxonómico similar, puesto que tienen un pasado común, repleto de contingencias ambientales que han ayudado a formar sus adaptaciones presentes. Desde el siglo XVIII, se ha venido especulando sobre los mecanismos precisos del cambio evolucionista (e.g., Buffon, Lamarck, Erasmus Darwin). Sin embargo, fue Darwin, no sólo la figura señera sino también el verdadero fundador de la ciencia evolucionista contemporánea, quien permitió a las ciencias biológicas lograr su primer gran paso en el pensamiento evolucionista. Las ideas contenidas en su trabajo seminal, El Origen de las Especies (1859), tuvieron implicaciones revolucionarias para el conocimiento científico, sólo comparables, tal vez, a las ofrecidas por Copérnico, Galileo y Newton. Darwin fue el primero en conectar una serie de hechos observacionales cuya relación entre sí había pasado inadvertida hasta aquel momento. En primer lugar, tomando prestada la idea de la teoría económica de Malthus, señaló que nacen más miembros de una especie en cada generación de los que podrán realmente sobrevivir (superfecundidad). En segundo lugar, se dio cuenta de que existen variaciones entre los individuos de una misma especie respecto a sus características físicas y comportamentales, siendo dichas variaciones heredables. Finalmente, Darwin sostuvo que aquellos rasgos que ayudan a un determinado organismo a prosperar y reproducirse en un determinado entorno tienden a ser conservados en los descendiendes de dicho organismo, mientras que los rasgos que disminuyen o directamente dañan las posibilidades de reproducción de un determinado organismo es más improbable que se transmitan a las generaciones siguientes (i.e., selección natural). La idea de la evolución fue muy polémica en la época de Darwin (y aún lo es para muchas personas en la actualidad) puesto que cuestionaba interpretaciones tradicionales sobre la naturaleza humana, de inspiración inequívocamente religiosa, que habían estado profundamente enraízadas en la cosmovisión de la sociedad occidental. La teoría evolucionista, al reconocer también su aplicabilidad a los orígenes del ser humano, amenazó con poner al Homo Sapiens al mismo nivel que otros organismos vivos en el firmamento de la naturaleza. Para muchos, ello obviaba la necesidad de considerar cualquier forma de creación especial para los seres humanos, y, consiguientemente, cuestionaba el papel de Dios en el universo. En cualquier caso, es preciso señalar que esta resistencia a las ideas de Darwin no provino tan sólo de las personas con convicciones religiosas, sino también de los académicos que estaban en desacuerdo con los supuestos centrales de su teoría. Contrariamente a la asunción popular de que la teoría evolucionista y la teoría de la selección natural de Darwin son una misma cosa, ésta última tan sólo es, a todos los efectos, una de las variantes teóricas que trata de dar cuenta del hecho de que las especies cambian con el paso del tiempo, y Darwin, junto con las sucesivas generaciones de darwinistas, encontró una firme resistencia por parte de aquellos que apoyaban otras teorías evolucionistas famosas en aquel momento. La idea distintiva del darwinismo es la selección natural (i.e., la idea de que los organismos mejor adaptados a sus entornos sobreviven y transmiten los rasgos que han facilitado su adaptación a sus descendientes; no la idea de que las especies evolucionan con el tiempo y están estrechamente interrelacionadas), y esta idea fue extremadamente controvertida incluso entre los científicos y pensadores evolucionistas de la época de Darwin. Así, por ejemplo, Huxley (1942) usó el término “eclipse darwinista” cuando describió el período de evolucionismo académico que transcurre desde la emergencia de las tesis darwinistas y la asunción

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del neodarwinismo (teoría sintética de la evolución, o la nueva/moderna síntesis) durante los años 40 y 50. Y de hecho, el evolucionismo teísta o finalismo (un tipo de teología natural), el lamarckismo (la herencia de las características adquiridas), la teoría de la mutación o saltacionismo (la evolución ocurre a saltos antes que de forma gradual) y la ortogénesis (hay una tendencia a la perfección que es inherente a todas las formas de vida orgánica, y que dirige el proceso de la evolución) son tan sólo algunas de las concepciones relevantes que históricamente han cuestionado el punto de vista darwinista sobre la evolución (Arsuaga, 2001). El enfoque moderno de la teoría evolucionista, o neodarwinismo, es una combinación de las ideas de Darwin sobre la selección natural y la teoría genética moderna, cuyos orígenes se remontan a los trabajos de Mendel. Esta síntesis moderna fue inicialmente desarrollada por especialistas como Dobzhansky (1937), Mayr (1942), Simpson (1944) y Stebbins (1950), entre otros (Julian Huxley e incluso el español Francisco J. Ayala se suelen asociar también con este grupo). En la actualidad, cuando se habla de la teoría darwinista de la evolución, se hace referencia fundamentalmente a este enfoque; un enfoque que ha aportado una enorme cantidad de evidencias empíricas en favor de la teoría de la selección natural, y que ha puesto definitivamente en entredicho viejas alternativas evolucionistas como el lamarckismo y la ortogénesis. Sin embargo, es oportuno señalar que el neodarwinismo, a pesar de ser claramente el punto de vista dominante en la ciencia evolucionista contemporánea, sigue teniendo rivales. Por ejemplo, Gould (2002), partiendo de un reconocimiento de la importancia de la idea de Darwin, ha cuestionado recientemente algunos de los supuestos básicos del darwinismo: (a) la evolución tal vez no opera de forma progresiva en el curso de periodos largos de tiempo, tal como Darwin señaló, sino a menudo de forma muy rápida y puntual, por lo menos desde una perspectiva geológica (teoría del equilibrio puntuado, e.g., Eldredge y Gould, 1972); (b) otros factores además de la selección natural, incluyendo las restricciones sobre los procesos evolutivos (principalmente embriológicos), pueden erigirse en fuentes significativas de creatividad en la evolución (Gottlieb, 1992); y (c) la selección natural puede operar a la vez sobre distintos niveles de organización (e.g., las especies, el clado) así como a nivel del individuo (e.g., D. S. Wilson, 1997). Las especies evolucionan: el hecho de la evolución no es cuestionable. Ningún científico serio que se precie puede estar en contra de la veracidad de esta afirmación. Además, a pesar de los vehementes debates entre científicos sobre la naturaleza de la evolución, la mayor parte de los teóricos, tanto en biología como en psicología evolucionista, asumen que la selección natural, tal como fue propuesta por Darwin hace más de 140 años, es el principal mecanismo (aunque no el único) de la evolución. Ello no quiere decir, sin embargo, que todas las cuestiones, incluso las referentes a los mecanismos evolucionistas más básicos, hayan sido totalmente resueltas. Al contrario, muchas siguen abiertas, y ello es particularmente claro en relación con el relativamente nuevo campo de la psicología evolucionista, que pretende explicar cómo los sistemas psicológicos específicos fueron diseñados para acomodar a una especie dada a su “entorno de adaptabilidad evolutiva”. Aproximaciones evolucionistas al comportamiento humano Desde la publicación de El Origen, la influencia del pensamiento evolucionista se ha dejado notar en distintas disciplinas científicas, incluyendo la biología, la medicina, la antropología, y, en lo que nos concierne en estos momentos, la psicología. De hecho, fue Darwin quien inició el estudio de los procesos psicológicos que subyacen a la conducta desde una perspectiva explícitamente evolucio-

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nista con su libro La expresión de las emociones en el hombre y los animales (1872), donde, basándose en la anatomía facial de las expresiones emocionales, trató de demostrar la similitud en los orígenes de la emocionalidad entre los humanos y otros animales. Además, algunos expertos sostienen que las observaciones de Darwin (1877) sobre su propia hija Doody fueron empleadas para dar apoyo a sus hipótesis preliminares sobre la evolución (Bradley, 1989). La lucidez del pensamiento de Darwin es asombrosa, especialmente si se considera que, en aquel momento, no existía todavía nada parecido a una verdadera ciencia psicológica; Wundt tenía todavía que abrir las puertas del primer laboratorio de psicología experimental en Leipzig, y no fue hasta varias décadas más tarde, con la formulación de la falaz teoría recapitulacionista de Haeckel (“la ontogénesis recapitula la filogénesis”), que alguién empezó a darse cuenta de la importancia que podía tener estudiar el organismo en desarrollo para comprender mejor los mecanismos evolucionistas. De forma progresiva, sin embargo, empezaron a florecer una serie de innovadores planteamientos teóricos, que se servían de la selección natural como aproximación metateórica al estudio del comportamiento y la cognición, en el seno de distintas áreas de la psicología de orientación biológica (e.g., la psicología comparada, la psicología animal, la psicología evolucionista), así como en el seno de otras ciencias naturales (e.g., la etología, la sociobiología, la primatología) que estudian las bases del comportamiento. Probablemente una de las más importantes es la etología, una disciplina procedente de las ciencias biológicas y que es con frecuencia definida, de una forma más bien vaga, como “el estudio biológico del comportamiento” (e.g., Slater, 1985). Nacida durante los años 30 y liderada por dos futuros ganadores del Premio Nobel (Konrad Lorenz y Niko Tinbergen en 1972), la etología nos ha enseñado mucho sobre la función adaptativa del comportamiento en los animales. Esto ha sido particularmente claro desde que Tinbergen (1963) formulara las cuatro preguntas a las que, a su juicio, deberían remitirse los etólogos en relación con cualquier comportamiento: 1) ¿cuál es el beneficio inmediato para el organismo? (análisis funcional); 2) ¿cuáles son las causas inmediatas? (análisis causal); 3) ¿cómo se desarrolla un comportamiento dado dentro de la especie? (análisis ontogenético), y 4) ¿cómo evolucionó el mismo a lo largo de la historia de la especie? (análisis filogenético). Sin embargo, no fue hasta los años 60 que la etología empezó a prestar atención a las bases biológicas del comportamiento humano. De hecho, la “etología humana” es una disciplina de aparición relativamente reciente en la historia del análisis comportamental (Eib-Eibesfeldt, 1984, 1989), centrada generalmente en temáticas muy específicas (e.g., la agresión, el comportamiento no verbal, las estrategias de emparejamiento), y liderada en su mayoría por especialistas formados fuera de la psicología. Desafortunadamente, por tanto, y aunque la etología ha hecho acopio de interesantes y novedosas informaciones para la comprensión del comportamiento humano (incluyendo algunos aspectos evolutivos del comportamiento, e.g., la teoría del apego), son muchos los que piensan que la etología constituye en la actualidad una aproximación demasiado general a las bases biológicas de los sistemas psicológicos, que además no se adecúa bien para comprender convenientemente el comportamiento humano adulto, y mucho menos para estudiar las cuestiones evolutivas (e.g., Martí, 1991; López, 1983; pero ver Hinde, 1974). Otro enfoque evolucionista del comportamiento que ha tenido una considerable importancia es la sociobiología. Desarrollada a mediados de los años 70 y liderada por E. O. Wilson, un prestigioso entomólogo de Harvard, dos veces gana-

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dor del Premio Pulitzer, la sociobiología se ocupa específicamente del “estudio sistemático de las bases biológicas del comportamiento social” (Wilson, 1975). Aunque su contribución a la comprensión del comportamiento social de las distintas especies ha sido significativa, la perspectiva sociobiológica ha generado una gran controversia entre los psicólogos (ver e.g., Hernández Blasi, 1998). Existen varias razones para ello. En primer lugar, su interés por el comportamiento humano ha sido más bien secundario que principal (aunque Wilson publicó On Human Nature en 1978, sostenía en su obra seminal que “el organismo es sólo el sistema que tiene el DNA de producir más DNA”, Wilson, 1975, p. 3). En segundo lugar, la sociobiología se ha limitado, por definición, al estudio del comportamiento social, dejando de lado otros temas de gran significación evolucionista como, por ejemplo, la cognición. Asimismo la sociobiología no ha sido especialmente sensible a las cuestiones evolutivas, y, de hecho, algunos sociobiólogos niegan la significación del cambio evolutivo en sí mismo (Green, 1989). Por último, algunos sociobiólogos no han resistido la tentación de sobregeneralizar y sobreinterpretar al comportamiento social humano, en términos que recuerdan poderosamente el “darwinismo social” (ver e.g., Lewontin, Rose y Kamin, 1984). Una tercera aproximación evolucionista importante que se ocupa de la biología del comportamiento es la primatología. Siempre tomando como referencia a Darwin, los psicólogos y los biólogos comparados han creído en la continuidad filogenética del funcionamiento mental. Con respecto a la evolución humana, las especies que más recientemente han compartido un antepasado común con los humanos deberían, por regla general, compartir más características cognitivas y comportamentales (ver Parker, 2001; Parker y McKinney, 1999). Los primates, por supuesto, y en particular los antropoides (Pan troglodytes, Pan paniscus, Pongo pygmeaus, y Gorilla gorilla) son especies particularmente interesantes; con humanos y chimpancés (tanto Pan troglodytes como Pan paniscus), sin ir más lejos, compartiendo antepasados comunes hace tan sólo entre 5 y 7 millones de años. Por estas razones, los primatólogos han sostenido que el estudio científico del comportamiento de los primates no-humanos, puede aportar valiosísimas informaciones para comprender la evolución del comportamiento humano. Por ejemplo, si se acepta la propuesta de que los cerebros de los chimpancés existentes semeja la neuroanatomía del antepasado común del humano-chimpancé, entonces la destreza tecnológica de los modernos chimpancés, mostrada en cosas tales como su conducta de “cascar-nueces”, podría estar reflejando en parte la capacidad intelectual de dicho antepasado común. A lo largo del siglo pasado, numerosos científicos han fascinado al mundo con sus observaciones, sus grabaciones y sus estudios sobre primates no humanos. Köhler (1925), Harlow y Harlow (1966), Gardner y Gardner (1969), Goodall (1971, 1986), Savage-Rumbaugh (1986), y muchos otros, han documentado el impresionante parecido “humano” de muchos comportamientos de los primates no humanos (e.g., capacidades simbólicas y comunicativas, comprensión social, expresiones emocionales), proporcionando así nuevos datos y “dando qué pensar” de forma provocativa a cualquier persona interesada en los orígenes de la naturaleza humana. Comprensiblemente, la primatología se ha ocupado más del comportamiento de los primates no humanos que del comportamiento humano. Aunque este enfoque es valioso y los investigadores pueden extrapolar distintos principios generales respecto a la estructura de la psicología de los primates, una psicología verdaderamente comparada de otras mentes ha sido con frecuencia dejada de lado. Además, los primatólogos no prestan normalmente mucha atención a las cuestiones evolutivas (aunque hay, por supuesto, algunas excepciones, e.g., Sava-

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ge-Rumbaugh et al., 1993), o, incluso peor, no distinguen entre los comportamientos y las habilidades de individuos inmaduros y maduros. Por otra parte, la aplicación de tales “principios generales” a la cognición humana resulta hasta cierto punto cuestionable. Respecto a una serie de importantes dimensiones, los humanos constituyen una clase de primate muy especial. Por ejemplo, los humanos son los únicos primates que utilizan lenguaje, y recientemente se ha señalado incluso que la comprensión del mundo físico y social por parte de los chimpancés y de los humanos es (en términos cualitativos) profundamente diferente, a pesar de las muchas similitudes comportamentales entre estas especies (ver e.g., Tomasello, 1999; Povinelli, 2002). En resumen, creemos que la primatología es una disciplina muy importante –y en muchos aspectos, fundamental– para cualquier aproximación evolucionista al comportamiento humano, pero nos parece de algún modo insuficiente (al menos tal como ha venido siendo aplicada) para proporcionar todo lo que se necesita saber sobre las bases naturales del comportamiento humano y su desarrollo. En otras palabras, la primatología nos parece una disciplina necesaria pero no suficiente para poner juntas las diferentes piezas que conformen un discurso adecuado sobre los orígenes de los sistemas psicológicos humanos. Esto es cierto también para la mayor parte de aproximaciones evolucionistas al comportamiento durante el último siglo (e.g., etología, sociobiología). En términos generales, cada una de ellas se ha interesado tan sólo parcialmente por el comportamiento humano adulto, e incluso menos en el desarrollo humano. Además, muchos de los escritos que han llamado la atención del público en el pasado reciente con respecto a las explicaciones evolucionistas del comportamiento humano, no provenían en su mayor parte de la investigación científica con humanos, sino más bien de generalizaciones realizadas a partir de las observaciones del comportamiento animal (e.g., The territorial imperative, Ardrey, 1967; On aggression, Lorenz, 1966; The naked ape, Morris, 1967; The imperial animal, Tiger y Fox, 1970). Una vez más, mientras este tipo de aproximaciones tienen un indudable valor informativo, una verdadera ciencia evolucionista de las mentes humanas debe ante todo fundamentarse en los datos empíricos obtenidos con humanos, así como en comparaciones controladas con otras especies. Psicología Evolucionista A raíz del énfasis de la sociobiología y otros campos afines sobre la evolución del comportamiento, la psicología evolucionista emerge como disciplina académica formal a finales de los años 80 y principios de los 90 (e.g., Barkow, Cosmides y Tooby, 1992; Buss, 1989; 1995; Cosmides y Tooby, 1987; Daly y Wilson, 1988; Tooby y Cosmides, 1992). En el centro de sus planteamientos, se encuentra la idea de que los seres humanos han ido desarrollando a lo largo de su pasado filogenético una serie de soluciones sumamente específicas para resolver problemas recurrentes que nuestros antepasados ya tuvieron que afrontar en el “entorno de adaptabilidad evolutiva”, generalmente ubicado en el Pleistoceno, que se remonta a los 2 millones de años de antigüedad. Por consiguiente, lo que verdaderamente evoluciona son los programas de procesamiento de información; el comportamiento adaptativo surgió del pensamiento adaptativo. Los psicólogos evolucionistas emplean la selección natural para explicar procesos psicológicos complejos. Sin embargo, se han centrado primordialmente en los adultos, lo que resulta razonable, dado que son los adultos los que se reproducen, el sine qua non del éxito darwinista. Sin embargo, los individuos deben primero sobrevivir durante la primera infancia y la niñez antes de poder reproducirse, y nosotros pensamos que las características psicológicas que favorecen la

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supervivencia durante el período juvenil son tan importantes para el organismo, e incluso más, que las características de los adultos. Uno de los objetivos de la psicología evolucionista del desarrollo es estudiar con mayor detalle la influencia de la evolución en las fases tempranas del ciclo vital. Los psicólogos evolucionistas sostienen explícitamente que su disciplina no aboga por el determinismo genético. En su lugar, proponen que son los programas cognitivos evolucionados, en interacción con el ambiente, quienes producen el pensamiento y el comportamiento adaptativos. Sin embargo, no especifican cómo la experiencia y los mechanismos evolucionados interactúan, dando la impresión de que la experiencia sirve tan sólo para activar sistemas pre-formados que están en la base del comportamiento adaptativo. Un segundo objetivo de la psicología evolucionista del desarrollo es proporcionar un modelo evolutivo de cómo los genes y el ambiente interactúan para producir comportamiento adaptado. Antes de ver en qué manera la psicología evolucionista del desarrollo enriquece la psicología evolucionista tradicional, vamos a revisar algunas de las influencias históricas que han tenido lugar en el estudio de la evolución y el desarrollo. La influencia del darwinismo en la psicología evolutiva Desde su aparición en torno a 1882 (año en que Wilhelm Preyer publica la biografía infantil El alma del niño, tal vez el primer texto que explícitamente se ocupa del pensamiento infantil), la psicología evolutiva ha sido influida por las perspectivas evolucionistas y darwinianas. Schulz (1981), por ejemplo, ha señalado que la teoría de la selección natural dio apoyo a, por lo menos, cuatro ideas que han perdurado a lo largo de la historia de la disciplina: 1) existe una continuidad entre el hombre y otros animales, 2) las diferencias individuales (i.e., variación, en palabras de Darwin) son importantes, 3) el comportamiento es adaptativo, y 4) los métodos de investigación científica que no son propiamente de naturaleza experimental (e.g., la metodología observacional) pueden proporcionar informaciones cruciales sobre la naturaleza del desarrollo (cf., sin embargo, Charlesworth, 1992, para una refutación, punto por punto, de esta argumentación de Schulz). Cómo han influido verdaderamente las ideas de Darwin en la psicología evolutiva ha sido con frecuencia objeto de debate. Para algunos autores (e.g., Dixon y Lerner, 1984, 1985; Delval, 1982, 1988, 1994; Borstelmann, 1983) existe un vínculo directo entre las ideas de Darwin y la ciencia evolutiva; pero para muchos otros, este vínculo es más retórico que real (e.g., Reinert, 1979; Bradley, 1989; Morss, 1990; Fernández y Gil, 1990; Charlesworth, 1992). Una posición extremadamente crítica dentro de esta controversia es tal vez la sostenida por Morss (1990), quien ha debatido y “documentado” ampliamente en torno a lo que él denomina el “mito darwinista”. Según Morss, los padres fundadores de la psicología evolutiva (e.g., Preyer, Baldwin, Hall, Bühler, Stern, Gesell, Werner, Freud, Piaget, Vygotsky), junto con muchos otros, aceptaron sin fisuras las principales asunciones del evolucionismo sobre la heredabilidad genética y el cambio de las especies, e incluso aplicaron dichas ideas a sus respectivos planteamientos evolutivos (e.g., lamarckismo, ortogénesis). Sin embargo, Morss señala que estas ideas se encontraban realmente más cerca del pensamiento predarwinista que mostraba una mayor resistencia a la teoría de la selección natural, o bien estaban asociadas con algunos conceptos post-darwinistas que han sido rechazados. En su opinión, la más significativa de estas tesis erróneas es la teoría de la recapitulación de Haeckel. De acuerdo con dicha teoría, “la ontogénesis recapitula la filogénesis”, o, en otras palabras, la secuencia evolutiva de un indi-

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viduo de una especie es un reflejo del desarrollo evolucionista del conjunto de dicha especie, siendo los avances producidos por la evolución añadidos progresivamente a la etapa adulta de un organismo (adiciones terminales). Así, por ejemplo, las “agallas” amorfas de un embrión humano serían un vestigio remoto del pasado acuático del hombre. En este sentido, aunque va más allá del propósito de este artículo, Morss indica que dos de las teorías de estadios más importantes del siglo XX, las de Freud y Piaget, fueron sustancialmente influidas por concepciones evolucionistas falsas. Por ejemplo, Freud, siguiendo la teoría de la recapitulación, sostenía que las etapas ontogenéticas de la sexualidad se vieron muy influidas por su creencia en que había tres etapas en la evolución de la sexualidad en los animales, que, no por casualidad, se correspondían grosso modo con el id, el ego y el superego en el desarrollo humano (ver e.g., Bradley, 1989, para los detalles). De igual modo, Piaget concibió la lenta acumulación de conocimiento científico a lo largo de los siglos como un reflejo de la progresiva comprensión humana de la realidad (Butterworth y Harris, 1994), y creyó que los avances infantiles a través de una serie de etapas evolutivas parecidas refleja una recapitulación de dicha evolución intelectual (ver Morss, 1990, para un análisis en profundidad de esta cuestión). Estos puntos de vista particularmente anticuados sobre el evolucionismo han ido siendo (afortunadamente) reemplazados por otros explícitamente darwinistas, tanto en la psicología general como, más específicamente, en la psicología del desarrollo. La historia de esta influencia ha quedado claramente reflejada en áreas como la teoría del apego y las emociones infantiles. Así, por ejemplo, las contribuciones de etólogos como Hinde (1976), psicólogos animales como Harlow (Harlow y Harlow, 1966), y psicólogos evolutivos como Bowlby (1969), han ayudado a los especialistas del desarrollo a comprender mejor los mecanismos subyacentes que están implicados en el establecimiento de las primeras relaciones del bebé con otros seres humanos (que frecuentemente suele ser su madre). En el campo de las emociones, es interesante constatar que una parte importante de la investigación ha sido realizada por etólogos humanos (ver e.g., Eibl-Eibesfeldt, 1989, 1999), y por investigadores contemporáneos, como Ekman, Izard y Campos (ver e.g., Ekman, 1973, Ekman y Friesen, 1971; Izard, 1971, 1991; Barrett y Campos, 1987; Campos, Caplovitz, Lamb, Goldsmith y Stenberg, 1983), entre otros, que asumen en su conjunto una perspectiva claramente funcional/evolucionista. Así, por ejemplo, Ekman y Friesen (1971) mostraron en un famoso estudio que los niños y los adultos fore, procedentes de una cultura iletrada de Nueva Guinea, aislada de sociedades occidentales, eran capaces de interpretar adecuadamente expresiones emocionales humanas de sujetos occidentales, que les fueron presentadas a partir de series de fotografías en donde se presentaban diferentes emociones faciales. Estos resultados apoyaron la tesis de la universalidad del reconocimiento emocional de algunas expresiones faciales humanas (i.e., las emociones básicas), cuya importante función adaptativa entre los miembros de la especie humana se remontaría a la existencia de una largo (y compartido) pasado filogenético. Históricamente, pues, parece claro que el pensamiento evolucionista ha tenido una gran influencia en la psicología del desarrollo desde su establecimiento como ciencia psicológica. Sin embargo, desafortunadamente, la relación entre la teoría evolucionista y la psicología del desarrollo se ha mantenido tradicionalmente sobre una base poco sólida, e incluso hasta hace relativamente poco tiempo parecen haber sido “unos mútuamente desconocidos/extraños compañeros de cama”. En su mayor parte, los psicólogos evolutivos han encontrado las perspectivas evolucionistas interesantes, aunque irrelevantes, mientras que los psicólo-

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gos evolucionistas han considerado las perspectivas evolutivas como tangenciales a lo que constituye su principal interés, es decir, el comportamiento adulto. Psicología Evolucionista del Desarrollo ¿Qué es la Psicología Evolucionista del Desarrollo? La Psicología Evolucionista del Desarrollo (PED) ha sido definida a grandes rasgos como “la aplicación de los principios básicos de la evolución darwinista, en particular la selección natural, para explicar el desarrollo humano contemporáneo. Implica el estudio de los mecanismos genéticos y ambientales que subyacen al desarrollo universal de las competencias cognitivas y sociales, así como de los procesos epigenéticos (interacciones gen-ambiente) evolucionados que adaptan dichas competencias a las condiciones locales; asume que no sólo los comportamientos y las cogniciones que caracterizan a los adultos son producto de las presiones de la selección actuando en el curso de la evolución, sino también las características de los comportamientos y de las mentes infantiles” (Bjorklund y Pellegrini, 2002, p. 4). Desde esta perspectiva, la PED puede ser considerada simultáneamente como: 1) un marco psicobiológico general (o metateoría) para comprender el desarrollo, y 2) una fuente de hipótesis experimentales, preguntas e interpretaciones sobre los logros evolutivos desde un punto de vista ontogenético (Bjorklund, 1997b; Hernández Blasi y Bjorklund, en prensa). La PED tiene una corta historia, y probablemente carece aún de reconocimiento como campo independiente de investigación. Harold Fishbein publicó el primer libro de texto desde una perspectiva evolucionista del desarrollo en 1976, con el título Evolution, Development, and Children’s Learning. La primera colección de artículos organizada en torno a una perspectiva evolucionista del desarrollo fue el volumen editado por Kevin MacDonald (1988), Sociobiological perspectives on human development. Por su parte, el primer artículo de investigación que obtuvo una amplia audiencia partiendo de esta perspectiva fue probablemente el de Belsky, Steinberg y Draper “Childhood experience, interpersonal development, and reproductive strategy: An evolutionary theory of socialization,” publicado en la revista Child Development en 1991. Finalmente, una serie de artículos publicados a finales de los años 90 y el año 2000 parecieron perfilar de una manera más clara y genérica el nuevo campo (e.g., Bjorklund, 1997b; Bjorklund y Pellegrini, 2000; Geary, 1995, 1999; Geary y Bjorklund, 2000; Keller, 2000; MacDonald, 1997; Surbey, 1998). La PED surge dentro de una cultura de creciente y renovado interés por las ideas evolucionistas dentro de las ciencias humanas. Tenemos varias razones para creer que la PED puede ser considerada como una nueva aproximación evolucionista al comportamiento. En primer lugar, en comparación con la primatología, la etología e, incluso, la psicología comparada, la PED se centra primordialmente en el comportamiento humano. En segundo lugar, en comparación con la etología humana y la psicología evolucionista, la EDP se ocupa sobre todo de cuestiones evolutivas. Finalmente, la PED es menos reduccionista y determinista como enfoque, especialmente si se la compara con la sociobiología, la psicología evolucionista y perspectivas etológicas más “instintivistas” como, por ejemplo, la de Konrad Lorenz. Principios básicos de la Psicología Evolucionista del Desarrollo La principal asunción de la perspectiva que sostiene la PED es que la selección natural actúa no sólo sobre los aspectos de la infancia que preparan el camino para la vida adulta y que fueron explícitamente seleccionados para cumplir una

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función en el curso de la evolución (lo que nosotros denominamos adaptaciones diferidas 1) (Hernández Blasi y Bjorklund, en prensa) (como sucede, por ejemplo, con algunas de las diferencias de género halladas en distintas habilidades sociales y cognitivas). Sino que, además, en el curso de la evolución se han producido también presiones de la selección natural en los organismos en diferentes momentos de la ontogénesis, y, nosotros sostenemos que algunas de las características de los bebés y los niños fueron seleccionadas para cumplir una determinada función adaptativa en un momento determinado del desarrollo y no para preparles para la vida adulta posterior. Esto es lo que nosotros designamos como adaptaciones ontogenéticas (Oppenheim, 1981). Algunos reflejos de los bebés, como, por ejemplo, el reflejo de succión, han sido considerados buenos ejemplos de adaptaciones ontogenéticas porque cumplen una importante y específica función después del nacimiento, pero desaparecen más tarde. Sin embargo, la PED, como la psicología evolucionista en general, también sostiene que hay aspectos de la primera infancia y la niñez que no evolucionaron para resolver problemas recurrentes y que no han sido conformados por la selección natural, sino que son simplemente subproductos o remanentes residuales de adaptaciones diferidas o adaptaciones ontogenéticas (subproductos ontogenéticos), o son simples efectos fortuitos debidos a las mutaciones, los cambios en el entorno, o las aberraciones del desarrollo (ruido ontogenético). Este podría ser el caso, por ejemplo, de la presencia del ombligo en el vientre (subproducto), y de la forma particular del ombligo en cada uno (ruido), respectivamente (Buss, Haselton, Shackelford, Bleske y Wakefield, 1998). De este modo, aunque la PED, como la psicología evolucionista, tratan de identificar el valor adaptativo o funcional de un comportamiento, es preciso obrar con cautela, puesto que no todos los rasgos universales de una especie sufrieron la presión de la selección natural, y, por tanto, no pueden ser calificados como adaptaciones. Finalmente, al igual que la psicología evolucionista tradicional, pero esta vez respecto a las adaptaciones evolutivas, la PED reconoce que, debido a que las condiciones en que nuestra especie evolucionó (el entorno de adaptabilidad evolutiva) eran muy diferentes de los entornos de la era de la información en que los humanos viven ahora, muchas de las adaptaciones comportamentales y cognitivas que han sido fruto de la evolución no se ajustan bien a la vida moderna y pueden, de hecho, ser desadaptativas (lo que nosotros llam amos desajustes ontogenéticos). Los elevados niveles de actividad que exhiben los niños (en particular los varones), tan apropiados para un contexto de juego libre, pueden causar problemas cuando estos mismos niños deben integrarse en la dinámica del “siéntate y atiende” propia de los entornos escolares. De igual manera, la dificultad que muchos niños experimentan en relación con la lectura y las matemáticas era previsible, dado que implican el uso de una serie de habilidades cognitivas que son muy nuevas, en términos evolucionistas, y que aún no han experimentado la presión de la selección natural en la historia de la especie (e.g., Bjorklund y Bering, 2002; Bjorklund y Pellegrini, 2002; Geary, 2003). Además de estas asunciones básicas, hay por lo menos cuatro principios más de la PED, que deberían servir para diferenciar de una forma clara esta perspectiva de cualquier otro programa de investigación evolucionista o evolutivo (Bjorklund y Pellegrini, 2000, 2002). Estos principios son los siguientes: 1) la PED sostiene que el prolongado período de juventud del Homo sapiens se ha visto favorecido por la necesidad (y la necesidad de tiempo) de dominar un entorno social y tecnológico cada vez más complejo. Este prolongado periodo de juventud tuvo implicaciones importantes para la evolución y el desarrollo del cerebro, así como para el desarrollo psicológico;

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2) la evolución opera sobre la base de la diversidad ontogenética (variación), dado que los seres humanos viven en muy diferentes tipos de entorno, y ello requiere de una gran flexibilidad de los sistemas cognitivos y comportamentales para sobrevivir; 3) de manera consistente con el pensamiento contemporáneo de muchos científicos cognitivos (e.g., Pinker, 1997), los psicólogos evolucionistas (e.g., Buss, 1995; Tooby y Cosmides, 1992) han insistido en que los humanos (y otros animales) desarrollaron una serie de habilidades cognitivas específicas para resolver una serie de problemas recurrentes a los que tuvieron que hacer frente nuestros antepasados (e.g., obtener comida, emparejarse). Las habilidades lingüísticas son con frecuencia puestas como ejemplo de mecanismos de dominio específicos. Desde esta perspectiva, los seres humanos no desarrollaron en el curso de su evolución habilidades generales y polivalentes para la resolución de problemas, que pudieran ser aplicados con éxito en distintos dominios y en cualquier circunstancia. Nosotros estamos de acuerdo con la importancia de las habilidades de dominio específico que han sido el fruto de la evolución, pero un enfoque PED también defiende que mecanismos de dominio general, como la velocidad de procesamiento y la memoria operativa, también recibieron una presión selectiva en el curso de la evolución humana (Geary y Huffman, 2002). Esta posición es consistente con el punto de vista que, creemos, es mayoritario entre los investigadores en psicología cognitiva, desarrollo cognitivo, e inteligencia; a saber, que la cognición humana es multidimensional, componiéndose a la vez de habilidades de dominio general y de habilidades de dominio específico (e.g., Bjorklund, 2000; Fodor, 2000; Sternberg, 1997); 4) los comportamientos, las cogniciones y los rasgos físicos que aparecen y cambian desde la infancia hasta la vejez emergen de la interacción entre los mecanismos evolucionados y el ambiente. Como tales, los patrones de desarrollo no se conciben como genéticamente predeterminados (con independencia de que sean universales o no), sino como el resultado de un proceso epigenético evolucionado que adapta las competencias humanas a las condiciones locales, tal como se describe, por ejemplo, en el llamado enfoque de sistemas evolutivos (e.g., Gottlieb, 2000). No existen, por tanto, desde nuestra perspectiva, efectos genéticos o ambientales puros, sino que más bien todo se desarrolla sobre la base de la relación bidireccional entre estructura y función, que tiene lugar de forma continua a lo largo del desarrollo. A pesar de la diversidad de ambientes que el niño experimenta, el desarrollo avanza de forma muy similar en la mayor parte de individuos. La razón para ello es que los niños heredan no sólo un genoma típico-de-la-especie sino también un ambiente típico-de-la-especie. En la medida que los individuos crecen en ambientes similares a los de nuestros antepasados, el desarrollo debería seguir un patrón típico-de-la-especie. Los animales (incluyendo los humanos) han evolucionado para “esperar” un cierto tipo de ambiente. Para los humanos, éste incluye nueve meses en un útero protegido, una madre lactante, cálida y afectuosa, parientes que ofrecen apoyo suplementario, y más tarde, en la niñez, los iguales. Muchos comportamientos que tradicionalmente han sido descritos como “instintivos” pueden ser entendidos mucho mejor en términos de algo que se ha desarrollado a partir de la interacción temprana del organismo y su ambiente. Así, por ejemplo, es bien sabido que los ánades y otras aves seguirán al primer objeto que se mueva y grazne que encuentren inmediatamente después de salir del cascarón (impronta). Este fenómeno fue empleado por Lorenz (1965) como ejemplo de un comportamiento complejo que no requiere de ninguna experiencia para su expresión (i.e., un instinto). Sin embargo, esta interpretación ha sido

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cuestionada desde entonces. Asi, por ejemplo, cuando los patitos crecen dentro del huevo en aislamiento, no pudiendo oir ni las vocalizaciones de su madre, ni la de sus compañeros de cría, e incluso se les impide vocalizar a ellos mismos, esta conducta “instintiva” desaparece. Cuando se les presenta la opción después de salir del cascarón de aproximarse bien a la llamada maternal de su propia especie o a la de otra (e.g., un pollo), los patitos que adolecen de experiencia auditiva escogen su aproximación de forma completamente fortuita (ver Gottlieb, 1997). Lo que una vez se pensó que era instintivo y que estaba codificado directamente en los genes (i.e., “genes del comportamiento”) hoy sabemos que requiere de la sutil interacción de la experiencia auditiva de los animales (incluso si tan sólo son sus propias vocalizaciones) con su maduración “normal” para que pueda finalmente expresarse. Vías de aplicación de una perspectiva psicológica evolucionista del desarrollo De la misma manera que la teoría evolucionista constituye la base de la moderna biología, creemos que debe ser la base de la moderna psicología (ver Daly y Wilson, 1988; Tooby y Cosmides, 1992; Wilson, 1998), y, en particular, de la psicología del desarrollo. La PED pretende tomar el conocimiento disponible sobre cómo el desarrollo y la evolución actúan para integrarlo en una perspectiva unificada, esperamos que coherente. Sin embargo, al tiempo que subrayamos el papel que puede cumplir la PED como metateoría para la psicología del desarrollo (e.g., Bjorklund, 1997b), no la concebimos sólo como un enfoque teórico contemplativo, y, aún menos, como un enfoque teórico excluyente cuyo fin sea, en última instancia, reemplazar otras explicacion es alternativas del desarrollo. De hecho, nosotros vemos también en la PED una herramienta útil que puede ayudar a mejorar nuestra comprensión de ciertos aspectos del desarrollo (en especial, por supuesto, los funcionales), y que, a su vez, puede (y debe) coexistir y complementar otras explicaciones proximales de la ontogénesis. Por todo ello, sostenemos que la PED debería proponer interpretaciones funcionales concretas sobre datos evolutivos actuales, y ponerlas a prueba empíricamente. Recientemente hemos propuesto cinco modos diferentes, que no únicos, de hacer esto (ver Hernández Blasi y Bjorklund, en prensa, para más detalles): 1) Clasificar las características evolutivas de acuerdo con su estatus evolucionista o funcional. Anteriormente hemos distinguido tres clases de productos de la evolución: las adaptaciones diferidas, las adaptaciones ontogenéticas, y los subproductos ontogenéticos (cf., Buss et al., 1998). En otro lugar (Hernández Blasi y Bjorklund, en prensa), se ha propuesto además otro producto de la evolución, concretamente las exaptaciones: “rasgos que actualmente aumentan la eficacia, pero que no fueron generados a partir de la selección natural para su función actual” (Gould, 1991, p. 47), y, concretamente en este artículo, hemos mencionado también los llamados desajustes ontogenéticos). Uno de los retos importantes para la PED (ver el próximo apartado de este artículo) es, a nuestro juicio, elaborar un catálogo de los diferentes tipos de características comportamentales y cognitivas humanas, desde el nacimiento hasta la edad adulta, en diferentes culturas, y tratar de clasificarlas de acuerdo a su estatus adaptativo. 2) Proponer hipótesis y microhipótesis para explorar la función de los rasgos evolutivos. La “teoría de la evolución” es una teoría en verdad grandiosa, que no puede ser puesta a prueba simplemente por una serie de “pequeños” experimentos. Sin embargo, existen dentro de una perspectiva evolucionista teorías de nivel inter-

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medio (e.g., la teoría de la inversión paterna de Trivers (1972); ver Smith, 2003, en este monográfico, para una breve descripción de la misma) que sí pueden ser empleadas para generar hipótesis empíricas dentro de una perspectiva PED. Alternativamente, los investigadores también podrían trabajar desde una perspectiva bottom-up, de abajo a arriba, identificando distintos fenómenos que fueran susceptibles de una explicación evolucionista. 3) Acumular datos que provengan de distintas fuentes para poner a prueba hipótesis evolucionistas del desarrollo. La mayor parte de las explicaciones evolucionistas no pueden ser puestas a prueba directamente. No se puede repetir de nuevo el pasado lejano, ni conducir estudios longitudinales de suficiente longitud para detectar cambios evolucionistas a nivel de especie (al menos, no en la humana). Pero ello no significa que las hipótesis evolucionistas no puedan ser puestas a prueba. Lo que se requiere es una convergencia de datos procedentes de distintas fuentes de información. 4) Describir la historia filogenética y sociocultural de las características evolutivas humanas. Conocer la historia evolucionista (y sociocultural) de una especie puede ayudar a explicar el comportamiento presente y futuro, así como, en algunos casos, puede ayudar a entender algunos comportamientos problemáticos (e.g., el abuso infantil). Por una parte, los estudios comparados de especies muy próximas a la nuestra (especialmente los estudios centrados en la ontogénesis de las funciones psicológicas, en particular en los primates no humanos) pueden ofrecernos realmente mucha información útil. Por otra parte, la paleontología y otras disciplinas afines (e.g., la antropología evolucionista, la historia) pueden proporcionar informaciones muy relevantes sobre cómo vivieron nuestros antepasados, permitiendo de este modo la generación y puesta a prueba de muchas hipótesis de la psicología evolucionista del desarrollo. 5) Diseñar “experimentos evolucionistas”. Para que una teoría científica realmente triunfe, es necesario que sea capaz no tan sólo de organizar y explicar los fenómenos ya existentes, sino además de predecir fenómenos nuevos. En las ciencias del comportamiento, como la psicología, ello significa generar hipótesis y ponerlas a prueba. Esta es la base de nuestra propuesa para desarrollar lo que nosotros denominamos “experimentos evolucionistas”: modos de poner a prueba hipótesis sobre comportamientos evolucionados sobre la base de su ocurrencia (actual) entre una serie de posibilidades empíricas diferentes. Finalmente, creemos que la PED puede resultar una perspectiva potencialmente útil para entender y actuar sobre algunos comportamientos “problemáticos” (e.g., el abuso infantil, la violación, las dificultades en lectura y matemáticas) (Bjorklund y Bering, 2002; Bjorklund y Pellegrini, 2000). Así, por ejemplo, Geary y Bjorklund (2000) han argumentado recientemente, con respecto a ciertas conductas de riesgo mostradas por los adolescentes y adultos jóvenes (e.g., conducción temeraria, agresión entre varones), que dichas conductas se pueden entender mejor si las analizamos en términos de competición por estatus social, que a su vez afecta potencialmente a las oportunidades de emparejamiento de los varones (ver Weisfeld, 1999). En consecuencia, sugieren que una estrategia que probablemente pueda ser de ayuda para evitar las peligrosas consecuencias de estas conductas es proporcionar a los varones jóvenes diferentes oportunidades para conseguir estatus en un dominio u otro, a través de expresiones culturalmente reguladas (i.e., aceptables) de competitividad intrasexual, como, por ejemplo, las competiciones deportivas, e incluso, las académicas. En síntesis, y como ya hemos señalado antes, la PED pretende emplear el conocimiento disponible sobre cómo actúan el desarrollo y la evolución para

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integrar ambos en un marco teórico unificado y coherente. Esta perspectiva se basa a su vez en una serie de teorías bien contrastadas, tanto en lo que se refiere a la ontogénesis como a la filogénesis; está sujeta a falsación y abierta a futuras modificaciones, en tanto que nuevas evidencias/ideas sean presentadas; y permite la generación/puesta a prueba de teorías e hipótesis específicas en niveles inferiores. Asumimos que cabe la posibilidad de que, tal vez, en algunos casos se tienda a simplicar tanto las cuestiones evolutivas como las evolucionistas, mientras que, quizás, en otros, se puedan llegar a sofisticar dichas cuestiones de una manera excesiva. Pero, en cualquier caso, creemos firmemente que la aplicación de las ideas evolucionistas al estudio del desarrollo humano, junto con una evaluación crítica de la investigación y la teoría, permitirá avanzar a nuestra ciencia de una manera importantísima, pudiendo servir a la vez como marco de referencia común dentro del cual los investigadores evolutivos puedan estudiar temas dispares. ¿Qué debería ser lo próximo en una agenda psicológica evolucionista del desarrollo? Son muchas las hipótesis evolucionistas del desarrollo que han surgido recientemente y que han sido sometidas a prueba. En la tabla I, se muestran algunos temas que han recibido esta atención empírica o teórica desde una perspectiva PED. TABLA I Ejemplos de cuestiones evolutivas que han recibido algún tipo de explicación/interpretación evolucionista, así como algunos intentos de teorización (Fuente: Bjorklund y Pellegrini, 2000, 2002) 1. Desarrollo convencional Ritmo de crecimiento (e.g., Gould, 1977) Imitación temprana (e.g., Bjorklund, 1987) Baby talk (e.g., Fernald, 1992) Diferencias de género (e.g., Geary, 1998) Inmadurez cognitiva (e.g., Bjorklund, 1997a) Juego (e.g., Pellegrini y Smith, 1998) Teoría de la mente (e.g., Baron-Cohen, 1995) Dominancia social (e.g., Hawley, 1999) Matemática intuitiva (e.g., Geary, 1995) Control inhibitorio (e.g., Bjorklund y Harnisfeger, 1995) 2. Problemáticas evolutivas Malestar del embarazo (e.g., Profet, 1992) Estimulación precoz (e.g., Als, 1995) Efectos de los estilos paternales (e.g., Belsky et al., 1991) Rivalidad entre hermanos (e.g., Sulloway, 1996) Dificultades escolares (e.g., Geary, 1995) Infanticidio (e.g., Daly y Wilson, 1984) Abuso infantil (e.g., Daly y Wilson, 1996) Embarazo adolescente (e.g., Weinsfeld y Billings, 1988) Violencia y conductas de riesgo en la juventud (e.g., Cairns y Cairns, 1994) Trastorno de hiperactividad con déficit de atención (TDAH) (e.g., Jensen et al., 1997) 3. Teorías de corte evolucionista sobre el desarrollo Teoría del apego (Bowlby, 1969) Teoría de la inversión paterna (Trivers, 1972) Teoría de la socialización grupal (Harris, 1995)

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Sin embargo, a pesar de este esfuerzo, el campo está todavía en su infancia, y son muchas las cosas que están por hacer. Aunque tal vez es un poco pronto para proponer un programa de investigación exhaustivo y manejable para la PED, creemos, no obstante, que es posible plantear una agenda a corto plazo que prepare el camino para la investigación futura en este campo. En concreto, nos gustaría referir aquí tres líneas preliminares que los investigadores interesados en esta área deberían empezar a trabajar: 1) clasificar las etapas discretas, universales, de la historia de la vida humana en términos de desarrollo físico, cognitivo y emocional, identificando los rasgos adaptativos de estas características para cada etapa; 2) construir una taxonomía de comportamientos, ejemplificando las distintas etapas del desarrollo que deberían ser analizadas en términos evolucionistas; y 3) empezar a producir investigaciones sobre la base de las cinco propuestas mencionadas en el apartado anterior, y descritas en Hernández Blasi y Bjorkund (en prensa). La importancia de conceptualizar la historia de la vida humana en términos de etapas del desarrollo puede ser ilustrada por el modelo propuesto por Bogin (1997), resumido por Geary y Bjorklund (2000) (ver Tabla II). De acuerdo con la propuesta de Bogin, el ciclo de la vida humana consta de cinco etapas principales (infancia, niñez, pre-adolescencia o juvenility, adolescencia y vida adulta), cada una de las cuales puede distinguirse de las restantes respecto a los distintos grados de cambio físico (e.g., los rasgos infantiles vs. las características sexuales secundarias), dependencia social (e.g., el apego maternal vs. los celos de tipo sexual), y metas sociales (e.g., la competencia social vs. la conservación de la pareja). Este tipo de modelos resultan extremadamente útiles para una perspectiva PED porque nos ayudan a comprender los efectos de la selección natural en períodos evolutivos específicos. TABLA II Etapas de la Historia de la Vida Humana según Bogin (1997) (Fuente: Geary y Bjorklund, 2000) Infancia Rasgo definitorio: Para los mamíferos, este es el momento del amamantamiento. Características humanas: En sociedades cazadoras-recolectoras, los bebés son normalmente amamantados hasta la edad de 3 años. La edad de destete en los humanos es más temprana que la observada en un pariente próximo, el chimpancé, donde las crías son destetadas entre los 4 y los 5 años de edad. Niñez Rasgo definitorio: El período comprendido entre el destete y la capacidad para ingerir alimentos propios del adulto. Características humanas: Este período es más largo en los humanos que en otros primates y parece estar asociado con una infancia relativamente corta. En sociedades cazadoras-recolectoras, la niñez abarca de los 3 a los 7 años, siendo los 7 años la edad en que los primeros molares adultos aparecen y la dependencia de los adultos disminuye. Durante este tiempo, la responsabilidad para la alimentación de los niños a menudo pasa de la madre a la comunidad extensa (e.g., los hermanos mayores), aunque la dependencia social y psicológica de los padres aún perdura. Pre-adolescencia (Juvenility) Rasgo definitorio: Período comprendido entre el destete o la niñez y la maduración sexual y la independencia social. Este periodo es común a todos los mamíferos sociales y está caracterizado por el juego social y otras formas de juego. Características humanas: En las sociedades cazadoras-recolectoras, este periodo va de los 7 a los 15 años aproximadamente. Como otros mamíferos sociales, éste es con frecuencia un momento de juego social y de otras formas de juego, así como el momento durante el que la dependencia de los padres disminuye y la dependencia de los iguales aumenta.

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Adolescencia Rasgo definitorio: Comprende el proceso de maduración física, social y personal. En muchos primates, la transición entre la juvenalidad y la edad adulta no aparece marcada por un periodo claro de adolescencia (e.g., no hay una aceleración del crecimiento) Características humanas: Clara aceleración del crecimiento, y largo periodo de maduración física. Este es generalmente un momento para explorar los roles sociales y sexuales adultos y refinar las estrategias sociales ligadas a la reproducción (e.g., aquellas asociadas con la competencia por emparejarse). Durante este tiempo, las actividades sociales comunes a la juvenilidad adoptan progresivamente una forma adulta (e.g., el juego de lucha se transforma gradualmente en luchas reales). La maduración física temprana y la larga dependencia de los padres (e.g., para completar la escolarización) ha incrementado la longitud de este periodo en las sociedades industriales, en comparación con las sociedades cazadoras-recolectoras. Edad adulta Rasgos definitorios: Periodo de actividades reproductoras maduras, que implican encontrar un compañero sexual o varios (e.g., compitiendo para emparejarse sexualmente o eligiendo compañeros sexuales) e invertir en la descendencia. Para el 95-97% de las especies mamíferas, existen grandes diferencias de género en estas actividades: los machos centran la mayor parte de sus energías reproductivas en el emparejamiento sexual, y las hembras, en la crianza. Características humanas: Como otros mamíferos, la búsqueda de un compañero sexual y la inversión en la descendencia constituyen el principal centro de interés de este periodo en las sociedades cazadoras-recolectoras, así como en otras. Los humanos son atípicos entre los mamíferos, puesto que el varón invierte en el bienestar de los niños, aunque menos que la mujer, y la mujer, como el hombre, compite también para emparejarse.

Asimismo, creemos que proponer planes documentados en términos evolucionistas para hacer frente a fenómenos evolutivos con relevancia social (e.g., el abuso sexual, dificultades escolares y violencia escolar) es algo para lo que la PED se encuentra particularmente bien calificada. Esta cuestión ya ha sido explorada, por ejemplo, por Geary (1998), quien ha sugerido una taxonomía de dominios evolucionados de la mente, y ha debatido sobre las ramificaciones de estos sistemas evolucionados en el caso de los niños de nuestra época que se encuentran generalmente inmersos en programas educativos complejos (ver Tabla I en Geary, 2003, en esta monografía). En síntesis, la ciencia evolutiva (al igual que otras disciplinas históricas) ha asumido tradicionalmente que una comprensión del pasado nos ayuda a comprender el presente y a predecir el futuro. Como ya hemos mencionado antes, nosotros sostenemos que esto también es cierto cuando hablamos de filogénesis: conocer la historia evolucionista de una especie puede ayudar a explicar el comportamiento presente y a predecir el comportamiento futuro, incluyendo la mejora de algunos comportamientos “problemáticos”. Confiamos que la PED se acabe convirtiendo en una herramienta flexible para el estudio del desarrollo humano. Como modelo metateórico para el desarrollo, puede contribuir a ubicar el campo de la psicología evolutiva en una nueva dimensión, y como principio explicativo, puede servir para generar hipótesis empíricas comprobables sobre el desarrollo de la naturaleza humana.

Notas 1

Al usar el término “adaptación diferida”, no pretendemos evocar connotación teleológica alguna, de manera que las adaptaciones en la infancia anticipen las necesidades adultas. Más bien, dichas adaptaciones funcionarían a lo largo de toda la vida, adaptando a los menores a su nicho durante la infancia, a la vez que a la vida que probablemente seguirán de adultos. Ello es más probable que suceda, entendemos nosotros, cuando las condiciones/presiones ambientales de los menores y de los adultos son similares, o incluso continuas (como probablemente ocurre con la composición de los grupos sociales en los pequeños grupos de cazadores-recolectores). Los beneficios de tales adaptaciones pueden ser enormes, e incluso cruciales, para la supervivencia y la eficacia reproductora durante la vida adulta (e.g., los comportamientos relacionados con la cooperación o la competición con los miembros de la misma

Psicología Evolucionista del Desarrollo / C. Hernández-Blasi et al. especie, que están vinculados al logro de status). Sin embargo, comportamientos similares serían muy probablemente adaptativos de manera parecida durante la infancia (aunque seguramente con consecuencias menos importantes), o, en el peor de los casos, neutros para el funcionamiento cotidiano del niño. En definitiva, los efectos de las adaptaciones diferidas pueden ser mejor entendidas en términos de su efecto continuado a lo largo del ciclo vital, aunque los mayores beneficios para la eficacia inclusiva tengan probablemente lugar durante la vida adulta.

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