Raul Caballero El Lider Conforme al Corazon de Dios

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ese es EL LIDER CONFORME AL CORAZON DE DIOS. ... Jetro, que también tenía otros nombres, era un hombre del desierto, líder de su hogar y sacerdote.
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LIDER CONFORME AL CORAZON DE DIOS

Raúl Caballero Yoccou

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Publicado por Editorial Unilit Miami, Fl. U.S.A Derechos reservados Primera edición 1991 Derechos de Autor ©1991 por Raúl Caballero Yoccou

Todos los derechos reservados. Este libro o porciones no puede ser reproducido sin el permiso escrito de su autor. Citas bíblicas tomadas de Reina Valera, (RV) revisión 1960

© Sociedades Bíblicas Unidas Usada con permiso. Diseño de cubierta: Cary Cameron

ISBN 1-56063-142-2

ex libris eltropical

3 [p 3]

Contenido I. Introducción 1.

La enseñanza del Antiguo Testamento

2.

La enseñanza del Nuevo Testamento

3.

El ejercicio del liderazgo A.

La administración tiene metas

B.

La administración utiliza personas

C.

La administración utiliza los dones del liderazgo

II. El líder modelo 1.

2.

Los propósitos que lo trajeron A.

Vino para hacer la voluntad de Dios

B.

Vino para salvar a los pecadores

C.

Vino para dar vida y darla en abundancia

La particularidad de su vida A.

El sentido de la oración

B.

La característica de sus obras

3.

El estilo de la enseñanza

4.

El ejemplo en su modo de ser

5.

El carácter de pastor

III. El líder y sus primeras actividades 1.

El lugar de Cristo en el corazón

2.

La transmisión de la Persona

3.

La formación de la mente espiritual

4.

La instrucción en el modelo de Dios

5.

[p 4] La conducción del rebaño a la madurez

6.

El descubrimiento del don

7.

La voluntad constante de aprender

8.

La toma de decisiones

9.

A.

La incidencia de la voluntad

B.

La búsqueda del consejo

C.

El manejo de las presiones

D.

El enfrentamiento con la realidad

La evaluación de lo actuado A.

Obediencia irrestricta al Señor

B.

Reconocimiento logrado por la grey

C.

4 Finalización de una etapa de ministerio

IV. El líder en funciones 1.

La función y el carácter espiritual

2.

La actividad y el modelo

3.

Las labores y su contenido

4.

La metodología y las expectativas

5.

La seguridad y los objetivos alcanzados

6.

La extensión de la visión y las labores

7.

Las metas y la flexibilidad A.

El sentido de la flexibilidad

B.

La flexibilidad y el ministerio

C.

La flexibilidad y las finanzas

V. El líder a solas con Dios 1.

El llamado A.

El circulo exterior: el llamado a la salvación

B.

El circulo interior: el llamado al discipulado

C.

El circulo intimo: el llamado a un servicio especial

2.

La oración

3.

La actividad del Espíritu Santo

4.

La realidad

5.

Las prioridades

VI. El líder y el perdón 1.

El ejercicio del perdón

2.

[p 5] La importancia de la culpa

3.

La experiencia del perdón

4.

El gozo de la libertad

5.

Dios puede interrumpir el ministerio de un líder

VII. El líder y sus requisitos 1.

Irreprensibilidad

2.

Autocontrol

3.

Madurez espiritual

VIII. El líder y su preparación 1.

La Biblia como punto de partida

5 2.

Pautas para el estudio bíblico

3.

Elementos indispensables en el estudio bíblico

4.

La aplicación del conocimiento

IX. Los liderados crecen 1.

La evolución de los caracteres

2.

Los peligros del crecimiento

3.

El enfrentamiento al error

4.

El trato para con los que crecen

5.

El desarrollo bíblico del grupo

X. Se multiplican las tareas 1.

La mente abierta a la delegación

2.

Algunas nociones importantes sobre la delegación

3.

La formación de nuevos líderes

4.

Los problemas en la delegación

XI. El líder y sus dificultades 1.

Sobrecarga

2.

Desánimo A.

Sujetar todos los pensamientos al Señor

B.

Observar cómo han hecho otros en condiciones semejantes

C.

Aprender a entender lo que nos pasa

D.

Reequipamiento para seguir

3.

Sufrimiento

4.

[p 6] Pérdida de objetivos A.

La importancia de la misión

B.

El recuerdo de la visión

C.

Una mirada a lo hecho hasta aquí

XII. El líder y sus riesgos 1.

El mal ejemplo

2.

El ejercicio del dominio sobre los demás

3.

La búsqueda de prestigio

4.

El abandono de la administración espiritual A.

El abandono del primer amor

B.

La soberbia del primer lugar

C.

La complicación con cosas temporales

6 D.

El abuso en las cosas sagradas

E.

El descuido del sexo

XIII. El líder y la rendición de cuentas 1.

2.

3.

Distintos ángulos de observación A.

La observación de las gentes

B.

La actitud de los hermanos

C.

La reflexión de Pablo

Confirmación del veredicto A.

El momento

B.

El alcance

C.

El método

D.

El resultado

La mirada de gratitud

XIV. Bibliografía

7 [p 7]

Reconocimientos Son muchas las personas que han intervenido en el armado y conclusión de este libro. La mención de algunas solamente, no quita mi gratitud a los demás que movilizaron mi pensamiento sea por sus escritos, como por sus dichos. Naturalmente, a los que más trabajaron con los papeles, los tengo más a flor de labios. Mi esposa Carmen está en el primer lugar y le sigue mi sobrino Guillermo Caballero, que trabajó arduamente para poner en orden algunos temas y extender los conceptos de otros. También la hermana Lilia de Lissa, que pasó los borradores a los originales. Dios les bendiga. [p 8]

8 [p 9]

Prólogo Al intentar un estudio sobre el liderazgo, frecuentemente nos enfrentamos con las características que el mundo tiene para esa función, y el modo de pensar secular de un líder. Tales particularidades giran en torno a la popularidad, el poder, la aparición en escena, el éxito, etcétera. Pero no es así en el caso del hombre de Dios, ni del tema que nos proponemos estudiar; ni siquiera agregándole las capacidades administrativas en lo espiritual o su afán por hacer la obra de Dios. El líder espiritual tiene que poseer ciertas características que lo distinguen del resto del pueblo, que son los factores que le permiten desarrollar principios para presidir al rebaño del Señor y conducirlo al cumplimiento del propósito de Dios. Esta es la razón por la cual hemos tratado de puntualizar a la persona y no sus planes, dando prioridad al modelo sobre los métodos, porque estamos seguros de que la persona ejerce una influencia fenomenal sobre los demás. No hemos dedicado espacio en mostrar cómo hacer las cosas, sino más vale agrupar ejemplos de cómo los hombres de Dios procedieron; y las escasas indicaciones que adjuntamos llevan como único fin la apertura de las mentes hacia una más profunda investigación bajo la iluminación del Espíritu Santo. Hemos procurado estudiar teniendo en cuenta las diversas situaciones que se presentan en el mundo actual, comenzando con una contemplación de la persona de Cristo [p 10] y, posteriormente, dedicando el mayor espacio a los temas considerados singulares, como son El líder en funciones, y El líder a solas con Dios, que juntamente con El líder y el perdón forman la trama de todo el contenido. Es el deseo del autor que este libro sirva para clarificar en la mente de muchos hermanos, como lo hizo en la suya propia, los principios bíblicos del liderazgo que debe encarnar el hombre de Dios, persuadido de que ese es EL LIDER CONFORME AL CORAZON DE DIOS. Raúl Caballero Yoccou, Olavarría 314, 1878 Quilmes, Argentina

9 [p 11]

I INTRODUCCIÓN La Biblia habla mucho de líderes. Enseña que el liderazgo es un medio eficaz para que Dios se relacione con los hombres. Salvo en el caso de la creación, donde Dios actuó solo, siempre ha operado por medio de líderes. Primero los llamó, luego los preparó para que trabajasen en el cumplimiento de su voluntad. Frecuentemente se vio precisado a reproducir la escena de Jeremías 18, donde chocó con la resistencia del vaso, y como no pudo formar lo que quiso, tuvo que comenzar de nuevo. Con frecuencia, una misma persona tenía que advertir sobre la ira de Dios, así como sobre su compasión y restauración. 1. La enseñanza del Antiguo Testamento Dios inició el liderazgo creando a Adán y delegándole autoridad para que presidiera la primera creación. Todo lo sujetó debajo de él, menos el acceso al árbol de la ciencia del bien y del mal para que comprendiera sus limitaciones (Génesis 1:26–28). Cuando escuchó la propuesta del diablo y la obedeció, dejó de ser administrador de Dios, perdió su autoridad y trocó su inocencia en culpabilidad. La humanidad entera quedó, entonces, bajo el maligno (1 Juan 5:19).[p 12] El primer objetivo de la estrategia enemiga se había consumado. Al hacerle creer a Adán que tenía algo superior a lo que Dios le había preparado, le arrebató su autoridad. Había desaparecido el liderazgo de Adán. Lo que siguió inmediatamente después, fue caótico; porque Satanás levantó también sus líderes que hicieran lo contrario, e implantaran la venganza, el odio, la poligamia, y la muerte (Génesis 4:8; 5:23). En medio de ésta generación, cuyo “designio de los pensamientos era de continuo solamente el mal”(Génesis 6:5) llena de violencia y corrupción, Dios llamó a Noé, varón justo y perfecto en sus generaciones, para que presidiera mediante un pacto con él el nuevo linaje que sobreviviría al diluvio (Génesis 6:13–17). Noé fue un excelente líder en su hogar, al cual involucró en un proyecto a largo plazo totalmente encarado por fe. Advertido por Dios sobre el juicio catastrófico que vendría sobre la humanidad, recibió mandato para encabezar la construcción del arca, que anticipaba un futuro del cual no había precedentes: la destrucción del mundo por agua. Cuando somos capaces de creer a Dios con una fe tal, que puede modificar totalmente nuestro estilo de vida, estamos demostrando que podemos presidir un proyecto de largo alcance. Posteriormente Dios llamó a Abraham para que dejara su tierra y su parentela y fuera embajador suyo en un lugar lejano habitado por paganos. Tanto el pacto que hizo con él—de entregar el territorio a su descendencia— como las promesas de bendición, requerían una profunda fe de parte de Abraham, cosa que demostró tener al aceptar la circuncisión como señal permanente de separación (Génesis 12:1–3; 17:9–14). Este patriarca había entrado en una relación tan estrecha con Dios que fue llamado “amigo de Dios” (Santiago 2:23) y no pensó más en la patria que había dejado, sino en la “ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hebreos 11:10). Como todo hombre, tuvo sus momentos difíciles y, desanimado, se fue a Egipto (Génesis 12:10), de donde—lo mismo que su hijo Isaac—fue restaurado por Dios. [p 13]

COMO ACTUAL DIOS CON LOS HOMBRES FIELES Dios observa la conducta de todos los hombres. Dios busca a hombres fieles que lo representen como testigos. Dios los llama y pacta con ellos sus promesas. Dios responsabiliza a las gentes por el trato con sus representantes. Dios les prueba su fidelidad.

10 Con todo, reconocemos a Moisés como el primer líder nato. Trató de ejercer esa magistratura en Egipto utilizando la enseñanza recibida en el país, pero fracasó. La Biblia dice que: “Cuando hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino al corazón visitar a sus hermanos”, porque “él pensaba que ellos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya; más ellos no lo habían entendido así” (Hechos 7:23–25). Primero vio a un egipcio que golpeaba a un hebreo y lo mató. Luego vio a dos hebreos que reñían entre sí, y los quiso pacificar, pero también fue rechazado. Dios no lo pudo bendecir porque usó el sistema egipcio de liderazgo, sin saber lo que Dios tenía para él (Exodo 2:11–14). Para que Dios lo pudiera utilizar, le faltaba el carácter pastoral que adquirió en la casa de Jetro, posiblemente un descendiente de Abraham (Génesis 25:2) que habitaba en Madián, un lugar entre la península de Sinaí y Arabia. Jetro, que también tenía otros nombres, era un hombre del desierto, líder de su hogar y sacerdote. En su casa, Moisés aprendió muchas lecciones sobre el hogar, el pastoreo, el significado del desierto y el valor de estar bajo autoridad. De ese ambiente salió también su esposa, hija de Jetro, preparada para las condiciones duras del futuro. La Biblia dice que, un día, “apacentando Moisés las ovejas de Jetro su suegro, las llevó a través del desierto [p 14] hasta Horeb, monte de Dios” (Exodo 3:1). En pocas palabras están dichas muchas cosas: Primero: El tipo de cuidado: “apacentando”. Es decir, alimentando, cuidando, pastoreando, guardando, protegiendo, etcétera, a un rebaño que lo seguía confiado. Segundo: El dueño del rebaño: “las ovejas de su suegro”. Moisés sabía que aquel rebaño no era suyo, y que actuaba en calidad de administrador. No podía disponer de ninguna de ellas, debía contarlas constantemente porque estaba seguro de que un día tenía que presentarlas a su dueño. Tercero: La fidelidad en la labor: “llevó las ovejas a través del desierto”. Siendo Jetro un beduino, le había enseñado cómo pastorear también en el desierto. Era una preparación inicial para lo que Dios necesitaba de él después. No sabía Moisés que los grandes cambios que había sufrido su liderazgo eran solamente la primera etapa de otros más, que también tenía que experimentar para llevar adelante los propósitos de Dios (comp. Salmo 78:70; Amós 7:15). Cuarto: El destino de sus funciones: “llegó a Horeb, monte de Dios”. Posiblemente, esta sea la frase que mejor sintetiza el carácter de un líder. Moisés llegó a su destino. Su pastoreo no tuvo como objeto dar vueltas alrededor de un desierto de desorientación, sino llegar hasta el pie del monte que le había servido de guía. Ese monte era Horeb, monte de Dios. El Angel de Jehová vio, en verdad, a un pastor preparado que exhibía las credenciales de su pastorado: obediencia, sujeción, orientación, perseverancia y meta (comp. Exodo 18:5; 19:3). Allí Dios se le reveló y le recordó la vigencia del pacto con Abraham. Luego transformó su liderazgo pastoral en una delicada función libertadora, al frente de la cual Moisés no se creyó ser lo suficientemente hábil, contrariamente a lo que había sucedido cuarenta años atrás (Exodo 3:10– 16). “Ven” y “te enviaré para que saques”, le dijo, “reúne a los ancianos y diles”, “y oirán tu voz”, etcétera. “Así se fue [p 15] Moisés, y volviendo a su suegro Jetro le dijo: Iré ahora y volveré a mis hermanos…” (3:18).

CARACTERISTICAS NECESARIAS DE UN LIDER Tener el carácter preparado por Dios. Cumplir con fidelidad las primeras obligaciones. Aprender a trabajar bajo autoridad. Saber que el llamado al servicio proviene de Dios. A esa primera parte del programa, Dios fue paulatinamente comunicándole otras. Al mismo tiempo que lo corregía, lo engrandecía delante de su rebaño, castigando duramente las críticas a su ministerio y el reiterado intento del pueblo por reemplazarlo (Números 12; 20:7–13). Moisés tenía además la libertad para delegar en

11 otros parte de su labor, y lo hizo siguiendo el consejo de su suegro Jetro, tema del cual nos ocuparemos en el capítulo 10. Se enfrentó también con malos líderes, como los diez que volvieron desanimados luego de la inspección a la tierra prometida (Números 13:26–33) y con muy buenos como Josué y Caleb (Números 14:38), que marcaron las pautas para el futuro de Israel. La protección que sintió Moisés, y posteriormente Aarón (Números 16), fue la misma prometida a Josué: “Nadie te podrá hacer frente todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré ni te desampararé” (Josué 1:5) (Deuteronomio 31:8; 23). Dios se mantuvo fiel a su pacto con el líder, sobre la base de que él respondiera a su santidad. Dios engrandeció a Josué a ojos de todo el pueblo. La Biblia dice que Israel sirvió a Jehová “todo el tiempo de Josué y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué” (Josué 24:31) porque preparó hombres que siguieron los caminos que él mismo había aprendido. Pero ese modelo de liderazgo se perdió posteriormente, y en los días de los jueces “cada uno hacía lo [p 16] que bien le parecía” (Jueces 18:1; 19:1; 21:25), que era lo mismo que hacer la voluntad del enemigo. Así vivieron los hijos de Elí (1 Samuel 2:12), y perdieron el conocimiento de Dios, lo mismo que los ancianos del pueblo que condujeron a la nación por las sendas del extravío e irreverencia (1 Samuel 4:3) hasta perder el arca del pacto. Una de las lecciones que se destacan desde los días del profeta Samuel, fue el ungimiento de ciertas personas elegidas para ser líderes del pueblo. Hasta ese momento, el procedimiento había sido usado solamente para consagrar a los sacerdotes (Exodo 20:41; 30:30), pero ahora se había extendido por lo menos para reyes y profetas. Consistía en derramar sobre la cabeza de la persona elegida, un cuerno—o, en algunos casos—, un cuero de aceite. El candidato quedaba consagrado para Dios en las funciones que le delegaba, y el aceite valía como emblema de autoridad y protección para cumplirlas. Atacar al ungido de Dios, era lo mismo que atacar a Dios (1 Samuel 24:6–10). De modo que todos sabían que cuando el aceite había sido derramado sobre una persona, debían obedecerla porque investía la autoridad delegada. Posiblemente, esto explica en forma más clara lo sucedido a Giezi siervo de Eliseo, que emancipándose de la autoridad del profeta, habló en su nombre al general sirio Naamán pidiéndole ayuda material que el mismo Eliseo había rechazado momentos antes. La actitud de Giezi dejó en ridículo al ungido del Señor (1 Reyes 19:16), que se había esforzado en mostrarle al militar pagano que su sanidad de la lepra era un acto de la gracia de Dios. Giezi le hizo pensar que el profeta había vacilado y cambiado de opinión, lo que, aparte de ser una mentira, era también un pecado contra Dios. Giezi perdió su ministerio y murió leproso. No entendió el alcance de la autoridad que Eliseo había recibido de Dios, y creyó que no sería descubierto en su maniobra, pero se equivocó (2 Reyes 5:27). [p 17]

EL TRATO DE DIOS CON UN LIDER No le comunica todo su plan desde el comienzo, sino paulatinamente. Lo sostiene y respalda en sus labores. Le ratifica su autoridad para cumplir sus propósitos. Desaprueba los modelos deshonestos. 2. La enseñanza en el Nuevo Testamento También en el Nuevo Testamento se observa a los líderes como representantes de Dios. Estando en el desierto, Juan el Bautista recibió “palabra de Dios” (Lucas 3:1), y desde entonces predicaba el mensaje de arrepentimiento como un verdadero embajador del Señor (Marcos 2:18). La predicación suya coincidía con el cumplimiento de la profecía “Voz del que clama en el desierto, preparad el camino del Señor…” (Isaías 40:3).

12 Era el precursor de Cristo anunciado por los profetas, muy austero en su vestimenta y comida, pero grandemente respetado por el pueblo “porque era grande delante de Dios” (Lucas 1:15). Posteriormente, vino el Señor Jesús. El era “la Palabra (Verbo), de Dios” (Juan 1:1) que “llamó a los que quiso, y vinieron a él y estableció doce, para que estuviesen con él y para enviarlos a predicar” (Marcos 3:13). No todos los llamados se convirtieron en líderes, sino los doce. Y aun ellos aprendían lentamente la sujeción a Cristo, porque sostenían frecuentes luchas en torno a quién habría de ser el mayor (Lucas 22:24). No tenían bien presente qué era lo que Jesucristo estaba queriendo hacer con ellos, ni cómo deberían testificar de su Maestro. Les llamaba más la atención quién se sentaría a la izquierda y a la derecha del Rey, que conocer la ubicación de ellos como modelos. A pesar de todo, Cristo siguió formándoles para que pudieran presidir a [p 18] muchos, seguro de que comprenderían el mensaje del evangelio, y se convertirían en sal y luz para los hombres (Mateo 5:13–14). Sabemos cómo terminaron los tres años y medio, y cómo Pedro, una vez restaurado, recibió la comisión de apacentar las ovejas del Señor (Juan 21:17). Era, tal como lo escribió más adelante, la manera que Dios había establecido para que fuera modelo de la grey. Apacentar, era mucho más que dar de comer, era brindar cuidado intenso al rebaño puesto bajo su dependencia. En verdad, tenemos que destacar que los doce y los demás que salieron obedeciendo el mandato del Señor enarbolaban algunas características que hicieron muy singular su labor: (1). Mantuvieron su identidad en cualquier ambiente, (2). Nunca pensaron que la popularidad los promocionaba a ellos, sino que creyeron que eran servidores de Cristo. (3). Con frecuencia midieron el peligro entre activismo y la dependencia, para evitar el cambio involuntario de señores. Dios cuidó de que estos antecedentes fueran cumplidos y de que las reiteradas frustraciones para detener el avance del evangelio fueran confirmaciones de la presencia de Dios en sus vidas. Las condenaciones a Ananías y Safira (Hechos 5:1–4), y a Simón el mago (Hechos 8:18–24) clarifican algunas de las maneras en que Dios cuidó a sus siervos, y sus ministerios. Con el lema: “Jesucristo es el Señor” recorrían tierras hebreas (Hechos 2:34–39; 9:1–35) y paganas (Hechos 16:31), seguros de que en verdad: “es el Señor de todos” (Romanos 10:12). El mensaje que jerarquizaba al mensajero, también le brindaba protección. Las predicaciones conmovían a las multitudes, y muchos venían buscando solución a sus problemas. Tanto Pedro como Pablo se empeñaban en hacer discípulos y enseñarles a que reconocieran a sus pastores (Hechos 14:23). El Señor del universo (Efesios 1:20–22) estaba en las operaciones, transformando a los pecadores y cambiando el estilo de vida de muchas comunidades. Indudablemente detrás de los predicadores, había poderosas motivaciones. En el caso de Pablo, la clave está al [p 19] comienzo del libro de los Romanos: “Pablo, siervo (esclavo) de Jesucristo (Romanos 1:1). Era la credencial que llevaba a todas partes. Por esa sujeción a la voluntad del Señor, pudo posteriormente agregar: “Yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor” (Gálatas 6:17). Era un esclavo feliz y sujeto, se sentía gozoso de su esclavitud voluntaria. Todas sus acciones, en consecuencia, estaban precedidas por convicciones. El verbo “enviar” que tantas veces había utilizado el Señor Jesús, fue también usado por ellos con respecto a los líderes que formaban y les asignaban distintas tareas dentro de las misiones que comenzaban a extenderse (1 Corintios 1:17; 4:17). Estos a su vez, de acuerdo con instrucciones recibidas (1 Tesalonicenses 4:1–2), vivían como modelos, tratando de encarnar lo aprendido. El Espíritu Santo, que los sellaba como propiedad de Dios, (Efesios 1:13–14) también les regalaba la gracia de vivir como partes del cuerpo de Cristo. 3. El ejercicio del liderazgo Uno de los dones que el Espíritu Santo otorga para el desempeño del liderazgo es el de administración. Este solo hecho demuestra que la iglesia es un organismo administrado donde cada uno ocupa su lugar, operando hacia la meta común por medio del Espíritu Santo. Pocas veces se menciona en el Nuevo Testamento la palabra griega Kyvernesis, y por ser una expresión náutica más bien aplicada al patrón o al timonel de una nave, no parecería tener relación alguna con la iglesia, si no fuera que está mencionada entre los dones.

13 La hallamos por primera vez en Hechos 27:11, donde dice que “el centurión daba más crédito al piloto (kybernetes) y al patrón de la nave, que a lo que Pablo decía”. Era justo, que en esas circunstancias el militar romano creyera que el timonel del buque supiera más sobre las condiciones del mar, la dirección de los vientos, y la posición de las estrellas que Pablo, y se inclinó por seguir [p 20] sus indicaciones. El kybernetes quedó entonces dueño de la situación. El Espíritu Santo otorga a algunos miembros del cuerpo el don de administración, para capacitar a la iglesia para cumplir su función. El administrador tiene la labor espiritual de producir los medios para conducir al rebaño a los objetivos (puertos) de los propósitos de Dios (Timoteo 1:7). En el tiempo de Pablo las congregaciones crecían con rapidez, y los administradores tenían que conducir a la comunidad sorteando “tormentas” de adentro y de afuera, hasta ver la meta cumplida. A. La administración tiene metas Lo acabamos de mencionar, pero simplemente quisiéramos persistir un poco más en este pensamiento. Leemos en 1 Pedro 4:10–11: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén”. No escapa a nuestra visión que la administración que es para la gloria de Dios, se convierte en la cumbre del ministerio pastoral. Hablar y hacer para que Dios sea glorificado, es trabajar de manera tal que nosotros estemos escondidos detrás del objetivo. B. La administración utiliza personas Es posible que cuando hablemos de administración nos preparemos para trabajar en la burocracia, proyecto, papeles o planes. Pero no es así, más bien Dios nos encamina a la participación, que es la utilización de los dones de la iglesia (2 Timoteo 1:8). Esto no quita que hagamos las cosas con orden, pero sensibiliza la necesidad de la presencia del Señor. Pablo le recomendó a Timoteo que lo que había oído de él, lo “encargara” a hombres idóneos, es decir a personas [p 21] aptas para administrar con competencia la enseñanza a otros (2 Timoteo 2:2) tal como él mismo lo había hecho con Timoteo. Algunos en Efeso habían naufragado, y Timoteo tenía que “pilotear” la iglesia en medio de una tormenta, evitando que la infiltración se generalizara e hiciera daños mayores. El don de administración es una gracia de Dios para avanzar en medio de las dificultades y crecer en la dependencia suya hasta llegar a la meta. “El administrador de Dios” es un retenedor de la fiel palabra (Timoteo 1:7–9), es decir, apegado al mensaje que se le enseñó, que es el evangelio apostólico no comprometido. C. La administración utiliza los dones del liderazgo Es fácil observar que, al comienzo, todas las iglesias del Nuevo Testamento tendían a unir todos los esfuerzos en una misión. Las palabras “kerygma” (que significa proclamación), “diakon” (que significa servicio), “martyr” (que significa testimonio), “koinon” (que significa comunión) y “didache” (que significa enseñanza), que con frecuencia encontramos en el Nuevo Testamento, eran canales por los cuales se concretaba la misión de la iglesia. Todos los ministerios, tanto el de enseñanza, como el de exhortación y dirección de la grey, partían del buen funcionamiento del cuerpo, ordenado y bien dirigido por hombres de Dios. La comunión, que el Señor Jesús predicó como tener “parte con él” (Juan 17:21, 13), se concretó con la venida del Espíritu Santo y la formación de la iglesia. Los dones espirituales son los instrumentos para servirnos mutuamente, y permitir que en un ambiente de bienestar, el Espíritu desarrolle otras capacidades para el enriquecimiento de todos. A medida que se fortalece la comunión (1 Corintios 1:10), crece también el testimonio para con los demás (1 Corintios 1:1; Filipenses 1:27).

14 [p 22]

DIOS OBSERVA QUE: El liderazgo espiritual se distingue por sus características espirituales. El ministerio (servicio) en la iglesia es fundamental para cumplir la misión de la iglesia. El liderazgo provisto por Dios produce el funcionamiento del cuerpo, y hace desarrollar los dones.

15 [p 23]

II EL LÍDER MODELO Uno de los temas clave en la predicación de Cristo, era que había sido enviado al mundo. Casi en cada capítulo del evangelio de Juan sobresale como un tema básico necesario para confirmar los objetivos de su venida. Por una parte, era Dios “uno con el padre” (Juan 10:30), y por la otra había aceptado sujetarse a él, para cumplir con los propósitos de la encarnación. Había descendido del cielo (Juan 3:13) para habitar entre los hombres en calidad de modelo. En Juan 10:36 leemos: “¿Al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?” Sabía quién lo había comisionado y para qué: “El Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir y de lo que he de hablar” (Juan 12:49). 1. Los propósitos que lo trajeron Con solamente leer este capítulo cuidadosamente, nos llenamos de asombro al comprobar que el plan de la redención y restauración de los pecadores necesita de una conducta conformada a los propósitos de Dios. A. Vino para hacer la voluntad de Dios “He descendido del cielo … para hacer la voluntad del que [p 24] me envió” (Juan 6:38). Hacer la voluntad de Dios, era para él su máxima prioridad. Consistía en cumplir al detalle con lo que los profetas habían anunciado acerca de su venida. Sus declaraciones: “Nada hago de mí mismo” (Juan 8:28) o “No puedo hacer nada de mí mismo, según oigo juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre” (Juan 5:30), eran formas de explicar la correspondencia entre lo que hacía y los propósitos de Dios. Que el Señor Jesús tuviera excelso cuidado en conducirse así, nos muestra la relación que debe existir entre el líder y su Dios; aunque el costo sea tan elevado como fue para él realizar la redención. Es que nunca fue fácil seguir los propósitos de Dios, y los misteriosos caminos de su voluntad han necesitado siempre de corazones ejercitados para cumplirla. B. Vino para salvar a los pecadores “…para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:17). Vino para ser líder de un gran proyecto, cual es el aplicar universalmente los beneficios del evangelio. Cuando nació y fue llevado al templo, Simeón dijo que era “luz para ser revelada a los gentiles y gloria de…Israel” (Lucas 2:32). Había venido con una misión que abarcaba la humanidad para que todos pudieran ver la “salvación de Dios” (Lucas 3:6). Sabemos de las tentaciones que tuvo, para que ese plan no llegase a término; y también sabemos de las insidias diabólicas para frustrarlo. Y no solamente desde afuera, sino también desde dentro. Jacobo y Juan pidieron autorización para pedir fuego del cielo contra los samaritanos, pero su respuesta fue: “El Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas” (Lucas 9:56). Son estos dos mismos apóstoles los que instigados por su madre aspiraron a puestos imaginarios en la mesa del reino, pero recibieron una contestación contundente: “El Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). [p 25] C. Vino para dar vida y para darla en abundancia “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10). Aunque su santa presencia producía una división entre creyentes e incrédulos, siendo la luz producía un entusiasmo magnético por seguirle. Los que lo hacían experimentaban la potencia de su vida. En verdad, uno de los grandes temas de Juan era el de la vida, vida de Dios para todos los hombres, siempre asociada con la persona de Cristo. Cristo era un líder vivo porque tenía vida en sí mismo y podía transferirla a los demás. Reiteradamente hablaba de dar vida (Juan 6:33; 10:28; 17:2) y en algunos casos, como en el que nos ocupa, de hacerlo en abundancia. Los que le seguían recibían vida y alimento sólido para expresarla sin limitaciones.

16 El liderazgo del Señor Jesús, tenía objetivos muy definidos y metas muy concretas.

PROPOSITOS SOBRESALIENTES DE CRISTO Hacer la voluntad de Dios. Salvar a las almas. Darles sustento constante. Mantener una vida de justicia. Aclarar e iluminar los pensamientos y los pasos de los suyos. 2. La particularidad de su vida Todos nosotros tenemos dos esferas de nuestra vida que necesitamos cultivar para ser completos en Dios: la comunión y la obediencia. En el caso de Cristo, como enviado del Padre, fue muy singular en su forma de representarle. Se destacó por el modo de interpretar la sujeción, porque era la manera en que podía darle a conocer (Juan 1:18). Por una parte decía: “El que me envió conmigo está … porque yo hago siempre [p 26] lo que le agrada” (Juan 8:29) y por otra: “Porque yo de Dios he salido y he venido” (Juan 8:42). En un sentido, parecían estar siempre juntos, y en otro no. Pero los evangelios nos enseñan que había una total armonía, de modo que el Padre estaba siempre en el Hijo. En un sentido, hubo separación en la encarnación, y en otro permaneció en inquebrantable y perfecta comunión. A. El sentido de la oración Los patriarcas oraron, los profetas y reyes también, pero ninguno lo hizo como Cristo, dándole un sentido de igualdad. La oración ocupaba un lugar prominente en su vida, porque era una necesidad, y con frecuencia destinaba noches enteras a conversar con su Padre (Marcos 1:35; Lucas 6:12). Hablaba del tema con los doce, contrastando con los fariseos la ostentación, o con los paganos las vanas repeticiones (Lucas 5:15–16). En el llamado sermón del monte les enseñó un modelo de oración que reflejaba alabanza, simplicidad, necesidad y brevedad (Mateo 6:5–12). Les enseñó la calidad de oración de los que perseveraban (Lucas 10:1–10) creyendo que Dios les contestaría, y (Mateo 21:22) les dijo: “De cierto, de cierto os digo, que todo cuando pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará” (Juan 16:23). Por Lucas 11, que ya hemos citado, comprendemos que su vida personal de oración creó en los doce un ansia de aprender también ellos a orar. Dice el texto: “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos” (Lucas 11:1). Fue una manera para enseñar la oración en familia, tomando él mismo el lugar de padre. Su modo de hacerlo en privado les había impresionado tanto, que reconocieron que no sabían orar. Lucas puso en pocas líneas los grandes motivos que aparecen ampliados en Mateo. Pero de inmediato, les dio el ejemplo acerca de un amigo inoportuno que fue a otro a medianoche a pedir tres panes, y recibió respuesta no porque era amigo sino porque lo vio en emergencia.[p 27] Así introdujo el ingrediente de la perseverancia en la oración, mostrando que el “que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Lucas 11:10) que posteriormente completó con la parábola de la viuda que clamaba al juez injusto hasta recibir respuesta (Lucas 18:1–7). Lo más estupendo que vieron Pedro, Jacobo y Juan fue su transfiguración en el monte alto. Dice la Biblia que “entretanto que oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra, y su vestido blanco y resplandeciente” (Lucas 9:29). Aunque no comprendían todo lo que sucedía, podían ver que Jesús era algo más que un simple maestro, y que su relación con Moisés el libertador que los judíos veneraban, y con Elías el profeta más grande que Israel había conocido, lo colocaba en un lugar de prominencia.

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PARTICULARIDADES DEL MINISTERIO DE CRISTO Estaba seguro de que representaba a Dios. Alababa a su Padre con devoción Oraba constantemente, desechando la popularidad. Sentía la aprobación de Dios. Rogaba por su Sustituto. B. La característica de sus obras Todo lo que Jesucristo hacía tenía un marco humano. Tanto los doce como las demás personas lo veían entre ellos como una visita a los humanos. Era popular, accesible y amado. Cada persona era motivo de su atención, y se sentía cerca de él el milagro del amor e interés personal. Se interesaba hondamente por las necesidades de todos, y gran parte de sus obras estaban relacionadas con los pobres y desvalidos de la sociedad. Sanaba enfermos, consolaba viudas, daba de comer a miles y liberaba de los demonios a los atormentados del diablo. Aunque los milagros eran [p 28] esencialmente el modo de mostrar sus credenciales de Mesías, los hacía también para cambiar el estilo de vida de las gentes. Infundía enorme confianza por el desinterés en las cosas materiales. Expresiones como “tu fe te ha salvado” (Marcos 5:34; 10:52) parecían recompensar a las personas, mucho más que resaltar sus virtudes celestiales. Aunque la fe era tema clave para comprender las obras de Dios y tener una confianza genuina en él (Marcos 9:14; 17:20), bastaba una pequeña evidencia para que la aumentara y fomentara hasta hacerla una bandera de la victoria. Ninguna de sus obras quedaba trunca o reducida únicamente al milagro, sino que por el contrario, en su lección espiritual, proyectaba de inmediato la idea de la bendición. Mateo 8 agrupa una serie de milagros. Primero se asomó un leproso y, postrándose, le pidió sanidad: “Quiero, sé límpio”, le contestó, “vé y muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos” (vv. 3–4). Luego un centurión, diciendo: “Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado. Y Jesús le dijo: Yo iré y le sanaré”. No… Señor, “no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente dí la palabra, y mi criado sanará”. Al oírlo Jesús se maravilló y dijo: “Ni aun en Israel he hallado tanta fe” (vv. 5–11). Luego la lección escatológica: “Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera…” (vv. 11–12). Así podríamos seguir con la sanidad de la suegra de Pedro, el aquietamiento de la tempestad, la sanidad del endemoniado gadareno, etcétera, y notar la lección espiritual detrás de cada caso. Quería que las personas no le siguieran por un interés proselitista, sino para que comprendieran la responsabilidad personal delante de Dios. Al conocerle se identificaban con sus desafíos: “Levántate, toma tu lecho y vete a tu casa” (Marcos 2:11); “Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho contigo y cómo ha [p 29] tenido misericordia de ti” (Marcos 5:19). “Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor” (Juan 5:14). Conmocionados por las maravillas, escuchaban lecciones arraigadas en las Escrituras, y desde los niños hasta los ancianos vivían una atmósfera de bendición y protección que no conocían. Ante el rechazo de los religiosos, les preguntó: “Muchas obras buenas os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis?” (Juan 10:32). “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis, y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (Juan 10:38).

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MODO DE HACER LOS TRABAJOS De acuerdo con la voluntad de Dios. Mirando el presente y alcance del futuro. Que las palabras tengan contenido y comunicación. Con esfuerzo por la unidad del rebaño. 3. El estilo de la enseñanza Podríamos decir que la enseñanza del Señor Jesús estaba íntimamente relacionada con sus obras. Muchas veces utilizaba los milagros para impartir un concepto fresco sobre su misión. Enseñó que sus labores eran el cumplimiento de la voluntad de Dios que con claridad habían escrito los profetas del Antiguo Testamento. Se esforzó por demostrar que no enfatizaba la creación de una filosofía combativa, sino que encarnaba la proclamación de las buenas nuevas centradas en la llegada del reino de Dios (Mateo 4:17, 23), razón por la cual las gentes no entendían por qué en el mensaje no había misión política y la salvación estaba relacionada solamente con el nuevo [p 30] nacimiento, que es lo mismo que entrar en el reino (Juan 3:3, 5). El traspaso repentino de los salvados del reino de las tinieblas al reino de Dios, era según lo explicó, otro modo de mostrar el perdón de los pecados y la reconciliación con Dios. Puso una nueva dimensión a las bienaventuranzas que tanto los salmistas, como los profetas habían utilizado; y aunque nos es difícil comprender algunas, nos regocijamos en que son bienaventurados “los de límpio corazón, porque ellos verán a Dios” y son bienaventurados “los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:8–9). Dios, que había tomado la iniciativa en la búsqueda de los pecadores, quería mostrarles un nuevo estilo de vida para gozar de la comunión con él. En el llamado al arrepentimiento y reconciliación, Cristo introdujo el ingrediente de la paz (Lucas 7:50), no solamente como expresión de deseos, sino como un estado en la experiencia con Dios. “En cualquier casa donde entréis, primeramente decid: Paz sea a esta casa” (Lucas 10:5). Los que aceptaban las demandas despertaban a la realidad que más tarde Pablo explicó así: “Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno … haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo … Y vino y anunció las buenas nuevas de paz…” (Efesios 2:14–17). Estas buenas nuevas es el poderoso mensaje de la vida eterna como posesión actual (Juan 3:16), para dar al reino un comienzo en el interior de cada uno de los que se someten a él. El modo de enseñar, trayendo esperanza y avivando en los suyos una nueva dimensión de entusiasmo, hizo del evangelio la dulce noticia de contenido irremplazable hasta el día cuando Cristo vuelva otra vez en gloria. Los que nos aferramos a este contenido, sentimos la libertad del Señor en su reino. [p 31]

ALGUNAS PARTICULARIDADES DE LA ENSEÑANZA Impartía conocimiento con autoridad. Tenía capacidad para hacer comprender lo que enseñaba. Enseñaba buscando la unidad de los suyos. Entendía lo que el rebaño necesitaba. Su presencia era un festejo.

19 4. El ejemplo en su modo de ser Hablar del ejemplo del Señor es condensar en pocas palabras todo su ministerio. Todo cuanto hizo era ejemplar, por un lado para agradar al Padre y por otro para mostrarnos el camino a seguir (1 Pedro 2:21). Cuando Pablo dijo: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5) no estaba señalando nada fácil, sino el modelo de humildad que había agradado a Dios. Pablo mismo confirmó: “Cristo no se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí” (Romanos 15:3). Aunque el ejemplo del Señor tuvo su clímax en la cruz, se fue desarrollando durante sus tres años y medio de cuidado delante de los suyos. Nunca explicó el significado de ser modelo, lo fue y dijo para qué. Cuando se bautizó, lo hizo para ser un ejemplo de justicia (Mateo 3:15); cuando se sometió a la prueba del desierto, se situó en las mismas condiciones del pueblo pobre para luchar contra Satanás (Mateo 4:1). Cuando aceptó el oprobio de ser expulsado de la ciudad “para despeñarle” (Lucas 4:29) porque explicaba la Escritura, lo único que hizo fue esquivarlos e irse. Se había acostumbrado a que lo criticaran (Marcos 2:7) y estar en medio de mucha falsedad (Juan 2:23–25), [p 32] porque sabía que muchos querían su muerte. Aceptó la invitación de Simón el religioso, pero bien sabía que su anfitrión estaba muy incómodo (Lucas 7:39) y que prefería—por lo que sucedió—que no hubiese venido. Jesucristo, que había nacido en un pesebre (Lucas 2:7) y no tenía donde recostar su cabeza (Lucas 9:58), dependía del sostén que le brindaban algunas mujeres (Lucas 8:3) y no disponía de dinero para pagar el tributo del templo (Mateo 17:27). Aceptó el lugar de diácono a la mesa para servir a sus discípulos hambrientos de poder (Lucas 22:27) y, finalmente, llevó su propia cruz hasta el Calvario. Luego de su resurrección, se encontró con el pequeño grupo de sus doce, totalmente desorientados, a quienes preparó un pez asado para convidarles con su almuerzo de pobres (Juan 21:12–13) y reorientarlos en los objetivos del pastoreo. Es verdad que lo que decimos sobre el modelo es poco y pasa rápidamente delante de nuestros ojos, pero también es cierto que cada párrafo llena nuestra mente de episodios inolvidables sobre aquella vida ejemplar.

PAUTAS PARA SER UN MODELO Constante interés por los demás. El servicio como esencia del estilo de vida. Estar con la gente para ver sus necesidades. Compasión sin fronteras para todos. 5. El carácter de Pastor Tanto sus palabras como sus acciones generaban confianza. Cada vez más las personas advertían que era amigo de los pecadores. No solamente sabía lo que pensaban, sino que les ofrecía su amor para proponerles cambios. Irradiaba calor, y no había reclamo que no recibiera respuesta. [p 33] Ansiaba el bienestar de todos, estimulando la pequeña insinuación que mostraban sobre el conocimiento de Dios para enriquecerlos con más. Para él, ser el buen pastor, no era solamente para “entrar por la puerta en el redil de las ovejas”, que era demostrar que legalmente era el único que podía hacerse cargo del rebaño, sino también mirarlas, reconocerlas, llamarlas, sacarlas y presidirlas. Se diferenciaba de los “extraños” en que personalizaba la doctrina y podía probar su carácter de pastor. Mientras las ovejas le seguían, oían su voz, que los cautivaba y ejercitaba en la fe. Le oían decir: “levántate”, “ven”, “ve”, “id”, “sígueme”, et cétera. Los desafiaba a hacer cosas y los sacaba del encierro de la teoría a la vida práctica.

20 El pastor se movía, avanzaba, era dinámico y se regocijaba en las victorias que compartía con todos; “Habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente”, decía, “que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento” (Lucas 15:7). Se quedaba con las ovejas en las calles, en las casas, en la adversidad y en el festín. Creaba en ellas el estímulo a la observación y les ayudaba a comprender lo que se proponía hacer. Era la puerta de la salvación y también de la libertad: “entrará y saldrá y hallará pastos” (Juan 10:9). Las ovejas se instruían a ser libres y a crecer en la percepción de la voluntad de Dios, así como a reforzar sus prioridades y a seguirlas. Al decir: “Yo soy el buen pastor”, también les decía: Soy la autoridad máxima, el padre de familia, el administrador de la economía espiritual. La protección del rebaño estaba garantizada por la responsabilidad del pastor de luchar con el lobo cuando viniera para robar, matar y destruir (Juan 10:10). Con la figura del Pastor, Cristo abrió aun más el panorama que inconscientemente había trazado Caifás cuando dijo que convenía “que un hombre muera por el pueblo … para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Juan 11:50–52), porque proclamó la misión a los gentiles que serían atraídos dondequiera que [p 34] estuvieran, y cualquiera haya sido su condición inicial, para formar un gran rebaño presidido por un Pastor (Juan 10:16).

EL CARACTER DEL BUEN PASTOR Entra por la puerta—desarrollo normal Le abre el portero—tiene la guía del Espíritu. Conoce a las ovejas y las llama por nombre—tiene una misión reconocida. Va delante de ellas—confirma su labor.

21 [p 35]

III EL LÍDER Y SUS PRIMERAS ACTIVIDADES Un modo sencillo de iniciar la enseñanza de nuestro rebaño es tomando en cuenta las etapas que Pablo mismo se había propuesto para su trabajo. Luego de explicar a los hermanos de Colosas algo de su ministerio y de la misión del evangelio, les dijo: “Es Cristo en vosotros, la esperanza de gloria, a quien anunciamos, amonestando a todo hombre, y enseñando a todo hombre en toda sabiduría, a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” (Colosenses 1:27–28). Un estudio de estas etapas de su labor nos ayudarán para saber cuales podrían ser la primeras, también para nosotros. 1. El lugar de Cristo en el corazón: “es Cristo en vosotros la esperanza de gloria” Parte de la voluntad de Dios era que los apóstoles conocieran “el misterio escondido”, que nada tenía que ver con las logias griegas, sino con el secreto que ahora Dios había revelado a los suyos acerca de Cristo y la iglesia. (Efesios 3:5). También la voluntad de Dios era que por medio del evangelio muchos le conocieran íntimamente. Aquí comienza el trabajo del líder al hacer que Cristo sea vivificado en su interior; el rebaño se inicia en la [p 36] experiencia del evangelio. Es agradable llevar a alguien a conocer a Cristo y verlo salvo, pero más agradable es ver que esa persona comience a disfrutar la vida eterna (Juan 17:3) porque conoce a la Fuente de vida. De inmediato sonríe con satisfacción porque siente paz y anhela decírselo al Señor. Se encienden en su alma las luces de la esperanza, no solamente futura, sino la que necesita para moverse hoy y mañana. Es esa esperanza de la presencia del Señor para solucionar las cosas de la vida y para depender en la victoria sobre el mal. Si no logramos que se arraigue en nuestros liderados el esplendor de mirar y experimentar que lo que tienen es lo mejor, la esperanza no dejará lugar a la visión, ni entenderán el significado de: “el amor que tenéis a todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos” (vv. 4–5); porque en sus corazones hay enredo entre el Cristo de gloria y otras cosas. 2. La transmisión de la Persona: “a quien anunciamos” Este Cristo que es el misterio en sí mismo, era el tema de la predicación apostólica. La proclamación practicada “en toda la creación que está debajo del cielo” (1:23) está aquí condensada en una intensa declaración (Katangello) de las cualidades humanas y divinas del Señor Jesucristo, con la misma vehemencia que lo había hecho en Tesalónica (Hechos 17:3) o con la delicadeza y cuidado en Corinto (1 Corintios 2:1). Para Pablo, anunciar a Cristo era poner la gloria de Dios dentro del corazón de los que le oían, de modo tal que pudieran decidir con responsabilidad lo que harían. Decir “a quien anunciamos”, significa que tanto Pablo como Timoteo y los demás que formaban su equipo de colaboradores, sabían con toda claridad que el evangelio estaba centrado en Cristo glorificado y poderoso (Romanos 1:3; Filipenses 2:9–11), cabeza del cuerpo y sustentador de todos sus componentes (Efesios 4:15– 16), que por ese hecho son la familia de Dios (Efesios 2:19), amantes del nuevo estilo de vida. [p 37] 3. La formación de la mente espiritual: “amonestando a todo hombre” Amonestar es instruir a la persona en el estilo de vida de Dios. Comienza por quitar los errores del pasado, y preparar la mente para que armonice con el fruto del Espíritu. Cuando Pablo visitó Efeso se dedicó a la delicada labor de formar las mentes de aquel rebaño que no vería más, y les dijo: “Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno” (Hechos 20:31). Si entráramos en los detalles de la vida posterior de la iglesia de Efeso, nos daríamos cuenta cuáles eran los temas que le

22 preocupaban a este pastor y cómo desde los “lobos rapaces” (Hechos 20:29), que serían enseñadores heréticos, hasta el abandono del primer amor (Apocalipsis 2:4), este rebaño estaba muy expuesto. La amonestación es el modo de sacar ideas o costumbres perniciosas (1 Tesalonicenses 5:14) para implantar procederes y comportamientos que se conjuguen con la vida de Cristo y posean capacidad para alcanzar también a otros. 4. La instrucción en el modelo de Dios: “enseñando a todo hombre” Pablo era un modelo para enseñar a los nuevos convertidos cuál debería ser su conducta cristiana. En 1 Corintios 7:10 dice: “A los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor…”, para enseñar cuál debería ser la manera de vivir de un hogar cristiano. Luego en 9:14: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio”, para encaminar a los hermanos en el sostén de los siervos de Dios. En 11:1: “Retenéis las instrucciones tal como os las entregué”. Estas instrucciones se refieren casi, con seguridad, a las enseñanzas del Señor Jesús que se transmitían oralmente y que Pablo escribió antes que fuera escrito el primer evangelio. Así las iglesias “aprendían a Cristo” (Efesios 4:20–21) [p 38] y eran liberadas de la vida de pecado, porque los creyentes “obedecían de corazón a aquella forma de doctrina” (Romanos 6:17) que les impartían. Pablo sentía la necesidad de que cada oveja del rebaño “retuviera las instrucciones” (1 Corintios 11:1) para que el evangelio no fuera solamente una doctrina bonita para creer, sino una vida comprometida para vivir. Frecuentemente les señalaba a Cristo como ejemplo: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5); “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él” (Colosenses 2:6). Es evidente que no tenía mucho interés en que los cristianos conocieran la vida histórica de Jesús, tal como apareció en los evangelios, sino en que la ética del reino de Dios transformará la conducta de los santos. “Enseñando a todo hombre” implicaba más que una responsabilidad, era la misma preocupación de que cada uno estuviera bien adoctrinado con la capacidad posterior de instruir a otro. Era lo que él mismo había hecho en Tesalónica (2 Tesalonicenses 2:5) y les recordó, diciendo: “Así que, hermanos, estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra” (2 Tesalonicenses 2:15). Servía, además, como factor unificador para que la comunión estuviera fundamentada en Cristo mismo. No para crear uniformidad, sino para que el Espíritu tuviera todos los elementos para profundizar la santidad (Romanos 8:4; Gálatas 5:16) y penetrar con su discernimiento en temas dificultosos (Filipenses 1:9–11). 5. La conducción del rebaño a la madurez: “a fin de presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre” Convendría explicar que un detalle preocupante en las iglesias desde la segunda mitad del siglo primero fue el gnosticismo, que era una herejía de origen griego que procuraba mezclarse con el cristianismo. Los iniciados en la disciplina gnóstica afirmaban, tener más sabiduría que [p 39] los demás y acceso al poder inefable. Era el camino para que el hombre interior se redimiera por medio del conocimiento. El fin vendría cuando todo lo espiritual fuera perfeccionado por medio de él. Los “hombres de conocimiento” se veían superiores en percepción y comprensión (comp. 1 Corintios 8:1) aunque despreciaran en su orgullo la misma cruz de Cristo (Filipenses 3:18). Aunque es muy difícil reconstruir lo que sucedía en aquellos días en Colosas, al leer la descripción de Pablo, es evidente la presencia de una enseñanza contraria a la persona de Cristo (1:15–19) que, mezclada con la filosofía de “vanas sutilezas” (2:8), proponía avances atractivos hacia lo que ellos denominaban la “perfección”. En esta mezcla Jesucristo era solamente un intermediario entre otros para llegar a la plenitud. Era importante, también, la observancia de las fiestas y el mantenimiento de una dieta (2:16, 21) como parte de la autonegación en la mortificación de la carne (2:20–23). Los cristianos que tenían que testificar en su ambiente tan desordenado, necesitaban conocer experimentalmente a Cristo. A este modo de alcanzar el objetivo se lo denomina también: “ser perfectos” (1 Corintios 2:6), porque los creyentes están capacitados para entender la sabiduría de Dios.

23 Aunque “perfecto” tiene otros varios significados en el Nuevo Testamento, el de comprender la voluntad de Dios o alcanzar el objetivo que él ha propuesto es para nosotros el más adecuado. Cuando en 2 Timoteo 3:16 leemos “que el hombre de Dios sea perfecto”, se está queriendo describir a un cristiano que ha alcanzado un discernimiento para ser útil para toda buena obra. Aunque es imposible llegar a la infinitud de Dios, lo que el texto afirma es que el hombre de Dios llega a un momento de su crecimiento, cuando debe sentirse libre de las ataduras de sus propias faltas. Así como perfecto en el sentido físico significa crecido hasta la normalidad, lo mismo es en lo espiritual. El dicho de Pablo a los Filipenses “así que todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos” (3:15) apunta a destacar que todos los que se dan cuenta de que se encuentran en una carrera obedeciendo el supremo llamamiento de Dios, deberían [p 40] manifestar una misma actitud de olvido para las cosas que “quedan atrás”, para evitar la claudicación entre dos pensamientos y lograr las demandas del final. En la Biblia el estado de inmadurez, o la aprobación de la niñez en materia de discernimiento, es una deficiencia que refleja situaciones incompatibles a la vida de Dios. De modo que cuando Pablo hablaba de “presentar perfecto a todo hombre”, reflejaba la lucha interna que vivía en la formación de discípulos que supieran lo que es abandonar el pasado con sus errores, o sus glorias; con sus vicios e irregularidades, para crecer hasta el punto en que Dios los pudiera utilizar (Romanos 6:13, 19).

LAS REGLAS DEL LIDERAZGO Al tomar el modelo bíblico, nos aseguramos de que Cristo preside nuestro liderazgo. El líder de Dios, conoce las metas de Dios. Las ovejas no llegan a una estatura superior a la de su líder. 6. El descubrimiento del don La iglesia es el cuerpo de Cristo, que se caracteriza por la interacción de sus miembros, presidida por los dones del Espíritu. Al fomentar la comunión (koinon), cada miembro descubre su ubicación y se robustece para servir a los demás. En ese accionar dinámico de servicio, aparecen los dones que el Espíritu va dando para el mejor desempeño del testimonio. Ya sabemos que el de presidir es uno de esos dones, que tiene la particularidad de habilitar a un miembro del cuerpo para ayudar a los demás a seguir adelante. Para mencionar específicamente que alguien posee esta capacidad, tenemos que pensar previamente que ha habido en él [p 41] un gran interés por los demás y los ha servido hasta demostrar esa cualidad. En Romanos 12:7 se la usa en relación con el movimiento de todo el cuerpo, y el término griego proistemi significa literalmente: “estar delante”. Es precisamente la posición del pastor tal como el Señor Jesús la explicó en Juan 10: “Cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas” (v. 4). Así la relación de sujeción estaba vinculada con alguien que las amaba y podía presidirlas hablándoles. En Lucas 24:50, “los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos los bendijo”, tiene el mismo sentido, que es el concentrar a los suyos detrás del Pastor para oír de él, cuando ni la religión, ni la política nacional tenía respuestas a las muchas expectativas que Cristo había creado en ellos. Ir delante es crear motivaciones para comprender los sucesos del presente, y adquirir fe para el futuro. Antes que el líder pueda ejercer esa labor, necesariamente tendrá que haber ganado, por su servicio, el lugar de “estar delante” en la conciencia de cada oveja que espera presidir. 7. La voluntad constante de aprender Para producir en el rebaño los resultados que señalamos más arriba, y estar constantemente presidiendo, necesitamos sentirnos como alumnos en la escuela de Dios. Dos tentaciones pueden dañarnos como líderes, la primera es creer que lo que sabemos es suficiente y no necesitamos continuar las investigaciones, y la segunda es pensar totalmente lo contrario, y vivir en permanente búsqueda de lo desconocido.

24 Pablo, que quería precisamente evitar que Timoteo asumiera esa actitud, trató de imprimir en él la necesidad de leer, tanto la Escritura como cualquier otro escrito que le ayudara en el combate contra los apóstatas. Lo que denominaba “las fábulas” era la manera de interpretar y comentar los dichos sagrados que ponían a la Escritura al mismo nivel que los poemas de Homero. Así, el evangelio resultaba ser una alegoría de la relación entre [p 42] Dios y el mundo que aniquilaba la redención y toda intervención de Dios para rescatar a los pecadores. Enseñadores, como Timoteo y otros, no podían quedarse con los rudimentos de la enseñanza, ni con la actitud de combatir la constante evolución de la herejía con tradiciones intrascendentes que tornaban al combate en una lucha estéril de palabras (1 Timoteo 1:4). Necesitaban estudiar constantemente el contenido de las sanas palabras y dedicarse plenamente a la enseñanza para confirmar el rebaño (Colosences 2:7). El tesoro sagrado recibió el nombre “el buen depósito” o “lo que te ha sido encomendado” (1 Timoteo 6:20; 2 Timoteo 1:14), que es una expresión bancaria, y hace del contenido del evangelio en el interior de cada miembro de Cristo un patrimonio a disposición del Espíritu Santo. Aunque ahora no tengamos las fábulas compuestas de los días apostólicos, existen también libros con muchas interpretaciones que las reemplazan, y causan dificultades similares y aun mayores. Las escuelas de interpretación se han multiplicado y traído a nuestra escena problemas exegéticos muy complejos. La situación vuelve a poner de relieve la urgente necesidad de que como líderes nos ocupemos en el estudio de la hermenéutica, que es la ciencia que nos ayuda a la interpretación sana de las Escrituras. A modo de orientación, diremos que las primeras normas que hay que tener en cuenta en la interpretación se basan sobre las siguientes pautas: Primero: La Escritura se interpreta a sí misma. Generalmente, cuando un tema se menciona por primera vez, aparecen datos que servirán de antecedentes documentales para la compresión futura. Segundo: Una afirmación sobresaliente se encuentra rodeada de contextos que certifican las intenciones del autor y favorecen la comprensión de lo que afirma. El lector tiene que leer el contenido de todo el párrafo que rodea su texto. Tercero: El significado de la palabra o frase se investiga primeramente teniendo en cuenta el uso o significado de su día, tanto por el autor que estamos [p 43] leyendo, como por otros; sean del Antiguo o del Nuevo Testamento. Además, debemos recordar que nosotros leemos una versión de la Biblia y no textos con los idiomas originales. 8. La toma de decisiones Hay decisiones que no son fáciles de tomar. No le fue fácil a Abraham dejar su tierra y su parentela para ir por la fe a lo desconocido. No le fue fácil a Rebeca decidir su ida con Eliezer, siervo de Abraham, para casarse con Isaac en tierra extraña (Génesis 24:58). No le fue fácil a Ana entregar a Samuel como lo había prometido (1 Samuel 1:28). No le fue fácil a Eliseo dejar sus bueyes y a su familia para seguir a Elías (1 Reyes 19:21), ni tampoco a Juan y a Jacobo “dejar la barca y a su padre” para seguir al Señor Jesús (Mateo 4:22). En cada caso ha habido un ejercicio interior mucho más allá de lo que nosotros mismos imaginamos o deducimos del texto de la Escritura. A. La incidencia de la voluntad Todos tenemos la capacidad de elegir nuestro modo de actuar. En esta elección pueden intervenir tanto las emociones como la verdad, y hasta las conveniencias. Las evaluaciones, es decir, lo que uno cree sobre una situación, influyen en forma decisiva en lo que vamos a hacer, y son ellas las que también limitan nuestra libertad. La Biblia nos enseña que el “discernimiento entre el bien y el mal” nace del ejercicio de los sentidos, luego que por medio del alimento sólido hemos alcanzado la madurez (Hebreos 5:14). La intención de tomar un camino u otro se puede deteriorar si nos detenemos en contensiones “sobre opiniones” (Romanos 14:1) que no salen de la superficie y levantan un muro sobre las determinaciones de fondo. Como líderes necesitamos conocer bien la verdad de todo lo que está en juego antes de aventurar una decisión. El apresuramiento puede causar tanto daño como una dilación, si para decir sí o no sobre un tema no tenemos todos los elementos de juicio. Cuando Apolos no “tuvo [p 44] voluntad de ir a Corinto” (1 Corintios

25 12:16) aunque Pablo le rogó ansiosamente que lo hiciera, fue porque la experiencia desagradable que lo había impulsado a salir todavía continuaba en vigencia. Lamentablemente, algunas decisiones están tan influenciadas por las emociones, que nuestros pensamientos nos pueden conducir a falsas impresiones y a realizar resoluciones “en caliente” que posteriormente nos cuestan revertir. Los corintios habían hecho una promesa de ayuda para los pobres, que posteriormente sentían pesada poder cumplir. Pablo, que dedicó bastante espacio al tema, les dijo: “Llevad también a cabo el hacerlo, para que como estuvásteis prontos a querer, así también lo estéis en cumplir conforme a lo que tengáis” (2 Corintios 8:11). B. La búsqueda del consejo Es una sabia inclinación del líder buscarse una persona dónde encontrar consejo para sus decisiones. El cambio de ideas con una persona de experiencia favorece la sanidad del carácter y el desarrollo de una personalidad con creciente visión en el servicio de Dios. La elección de esta persona es muy delicada al pensar que sus criterios pueden repercutir o no favorablemente en el desarrollo del rebaño. En principio, tendría que reunir algunas cualidades sobresalientes: Primero: Ser temeroso de Dios. Es decir una persona sujeta a El, y constante adorador en reverencia y contemplación. Alguien como Nehemías: “Pero los primeros gobernadores … abrumaron al pueblo … pero yo no hice así, a causa del temor de Dios” (5:15) o como David: “El temor de Jehová os enseñaré (Salmo 34:11). El temor del Señor es un antídoto a la profanación (Jeremías 32:40) y una fuente de la vida (Proverbios 14:27). Ser temeroso de Dios es pensar en la honra de su nombre y lo mejor para que los demás lo conozcan. Segundo: Alguien que conocemos bien. Una persona que por su trayectoria ha logrado demostrarnos que posee más experiencia que nosotros y está en condiciones de proveernos orientación (Exodo 18:19).[p 45] Tercero: Una persona a quien se le puede referir cualquier situación, por su carácter afable y mesurado; sabiendo que ningún problema le producirá alteraciones que nos desubicarán también a nosotros. Cuarto: Alguien que sabe conservar confidencias. Aun el consejero más avezado perderá su reputación si lo que oyó en privado sale de alguna manera a la luz (comp. Proverbios 25:19). Pero no basta que tengamos un consejero ideal, nosotros mismos debemos ser maduros, objetivos y equilibrados en los comentarios que hacemos, para que no se desvíen nuestros temas. Así, es conveniente que antes de ir en búsqueda del consejo, nosotros mismos nos aferremos a las promesas de Dios que podamos compartir con él, y juntos esperar en El. C. El manejo de las presiones Son sustancialmente las ideas o actitudes, tanto de personas como de circunstancias, que influyen sobre un líder para que modifique su trayectoria o sus planes. Nuestra vida está llena de tensiones, algunas saludables y otras perniciosas. En este momento nos referimos a las segundas, porque ponen obstáculo sistemático que amenaza constantemente con provocar una crisis. Hay pujas que simplemente se mantienen porque afectan intereses creados. Nos acordamos de los fariseos tratando de obstaculizar el ministerio del Señor Jesús porque no coincidía con ellos (Juan 19:7); como conminaron a Pedro y a Juan “para que no hablen desde ese momento en adelante a hombre alguno…” (Hechos 4:17) en el nombre del Señor Jesús. Pero la coacción podría ser también desde adentro relacionada con la ambición de alguna oveja y aun de nuestra misma lucha por retener cierto crédito enfrente de los demás. Hay tensiones pasajeras que se solucionan simplemente con dar tiempo, en cambio hay otras que no, que necesitan solución para evitar que desemboquen en una crisis. La forma más visible de esa crisis es la frustración [p 46] por incapacidad de llegar a un objetivo. Tanto la vida secular como la Biblia nos han enseñado que puede existir una persona frustrada o un plan frustrado. Para el primero diremos que miles de israelitas salieron de Egipto con la seguridad de entrar en la tierra de promisión, pero nunca llegaron porque murieron en el desierto; el plan inicial se frustró y miles cayeron en el desierto. Demas, que salió con Pablo y realizó hermosas experiencias, lo abandonó porque en su interior cambió de objetivo, se frustró la persona.

26 No debemos esperar hasta estos extremos, porque debemos decidir lo mejor antes que otros lo hagan por nosotros; aun sabiendo que el costo es doloroso. Tampoco los costos son iguales, porque no es lo mismo modificar o cancelar una salida de paseo, que decidir o no la compra de una propiedad; ni vender un automóvil, que aceptar una proposición de casamiento. Pero es allí donde están los recursos de la oración, dependencia del Espíritu (Juan 16:13) y el consejo que mencionamos más arriba. Cada decisión reclama su evaluación. D. El enfrentamiento con la realidad Tarde o temprano tendremos que enfrentar la realidad. El mismo Señor Jesús dijo: “la hora ha llegado; glorifica a tu Hijo para que también tu Hijo te glorifique a ti” (Juan 17:1). La decisión que tomemos podrá ser grande o pequeña en nuestros ojos, o grande o pequeña en verdad, pero la decisión será impostergable. Nuestra decisión debe ser constructiva, aunque quizás no a corto plazo, pero viendo los beneficios positivos que aparecerán después. Por ejemplo cuando Pablo predicó en Corinto: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna, sino a Jesucristo…” (1 Corintios 2:2), no quiso entrar en temas que pudieran ofender o equiparar la cruz de Cristo con otra cosa. Fue una decisión a largo plazo. Más tarde, en 2 Corintios 2:1 leemos: “Esto, pues, determiné para conmigo, no ir otra vez a vosotros con tristeza”. Esta determinación era más a corto plazo, pero con efectos duraderos (comp. Tito 3:12).[p 47] Dañará nuestro desarrollo y el del rebaño, si una decisión impostergable sufre tardanzas por presiones, simplemente porque los afectados ofrecen resistencia. Si las causas invocadas son de fondo, necesariamente, ellos, en primer lugar, y todos los involucrados deberemos buscar soluciones alternativas que permitan seguir con los planes. Cuando en Corinto se demoró el envío de la ofrenda, Pablo y Timoteo decidieron que Tito les visitara. Cuando conversaron el tema con él, luego de cierta reflexión, leemos: “Pero gracias a Dios que puso en el corazón de Tito la misma solicitud por vosotros. Pues, a la verdad recibió la exhortación; pero estando también muy solícito, por su propia voluntad partió para ir a vosotros” (2 Corintios 8:16–17). ¿Qué hubiese sucedido si Tito no hubiese tenido la disposición de ir? Debería haber ayudado a solucionar el problema aportando ideas precisas. Si alguna decisión que hemos tomado fue equivocada, y la experiencia así lo demuestra, debemos reconocerlo y pedir perdón según corresponda, para luego revocar la medida en forma parcial o total según el caso. De lo contrario, al daño acarreado por la resolución, se sumará la pérdida de autoridad, porque no fuimos capaces de aceptar nuestras faltas. 9. La evaluación de lo actuado Luego de un cierto tiempo en el desempeño de las tareas, llega el día de la evaluación. En 1 Timoteo 3:10 leemos: “Y éstos también sean sometidos a prueba primero, y entonces ejerzan el diaconado, si son irreprensibles”. En esta Escritura hay un principio de evaluación que es necesario tener en cuenta para toda la vida de servicio. Para hacerlo mejor, sería bueno tener presente las siguientes preguntas: a). ¿Realicé con eficacia la labor encomendada? b). ¿Cuáles fueron los resultados positivos? ¿y los negativos? c). ¿Hay cosas para corregir? ¿Cuáles por ejemplo?[p 48] d). ¿Soy un cristiano con llamamiento de Dios para lo que hago? ¿Debo continuar? e). ¿Está terminada la etapa que me corresponde? ¿“Hice techo”? f). ¿He pensado en que debo delegar? ¿A quienes? Una ayuda para contestarlas con cuidado sería la siguiente: A. Obediencia irrestricta al Señor El salmista decía: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12). Contar los días no significaba ubicarse frente a un calendario para saber cuanto faltaba para Navidad o para fin de año. No, era una consciente comprobación de la brevedad de la vida, y provocar la acumulación de la mayor cantidad de sabiduría para vivir reemplazando la tristeza y proveyendo vitalidad del Espíritu para ala-

27 bar al Señor y honrar su nombre cada vez con mayor sabiduría. Notaremos, entonces, que nuestra labor tendrá eficacia porque más y más se irá ajustando a sus planes. Es el rebaño del Señor, es él quién tiene los propósitos, y bendito el líder que lo entiende así y cada vez más ajusta la conducta a esos mandatos. La evaluación de lo que hacemos debe seguir las pautas del Señor, porque la obra es suya: “la obra para la cual los he llamado” (Hechos 13:1–3); único modo de conocer los resultados. Para saber si estos han sido positivos o negativos, tendríamos que observar cómo evaluó Pablo su ministerio: “Nuestra exhortación no procedió de error, ni de impureza, ni fue por engaño” (1 Tesalonicenses 2:3), sino “según fuimos aprobados por Dios … así hablamos” (v. 4), es decir, que él trabajo fue realizado de modo tal que mereció el beneplácito del Señor. Para Pablo la guía principal para conocer si sus trabajos podrían ser o no aprobados estaba en las respuestas que Dios ponía en su propio corazón. Así “aprobar” (o desaprobar) era una relación entre su persona y Dios con respecto a sus labores. Veía a todo lo realizado como si fuera metal que debería pasar por el fuego para verificar su genuinidad. Nosotros mismos debemos comenzar; “Así que, cada uno someta a prueba su propia obra, y entonces [p 49] tendrá motivo de glorificarse sólo respecto de sí mismo, y no en otro” (Gálatas 6:4); “Comprobando lo que es agradable al Señor” (Efesios 5:10) (comp. 1 Tesalonicenses 5:21). Pablo cotejaba su ministerio con lo que él quería y decía: “Habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado (desaprobado)” (1 Corintios 9:27) por haber extraviado los objetivos de su ministerio. B. Reconocimiento logrado por la grey Así como el Señor Jesucristo habló de los testigos que él tenía, y podían mostrar que era un líder, nosotros también necesitamos tener avales celestiales y también terrenales. Veamos qué ocurrió con él: Primero: Mencionó a su Padre que lo había enviado (Juan 5:37) y dado testimonio de él (Mateo 3:16). Segundo: En el mismo momento de su bautismo descendió el Espíritu, y leemos en Juan 1:34: “Sobre quien veas descender el Espíritu Santo y que permanece sobre él, ese es…”. Aunque el simbolismo no es muy claro para nosotros, es válido y sirvió para identificar y confirmar a Cristo. Tercero: Cristo dio testimonio de sí mismo (Juan 8:18) de que Dios le envió y de que las palabras y hechos eran del cielo. La gente creía que era así, pero los religiosos preferían contradecirlo: “Yo hablo lo que he visto acerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído acerca de vuestro padre” (Juan 8:38). Cuarto: Juan el Bautista, que había bautizado a Jesús y visto lo que sucedió, comprendió que sus palabras: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29) y todas las demás cosas que agregó, eran la verdad (Juan 5:33). Quinto: Jesús les dijo a los fariseos: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5:39). Según vemos en la conversación que Cristo mantuvo con los dos discípulos camino a Emaús, todas las Escrituras del Antiguo Testamento daban testimonio de él (Lucas 24:27).[p 50] Sexto: Los discípulos daban testimonio de él. “Vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio” (Juan 16:27). Le vieron, le oyeron, caminaron y hablaron acerca de él“ (Mateo 16:16). Séptimo: Dijo el Señor: “Yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mimas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado: (Juan 5:36). Leemos en el libro de Josué que “Israel sirvió a Jehová todo el tiempo de Josué, y todo el tiempo de los ancianos que sobrevivieron a Josué, y que sabían todas las obras que Jehová había hecho por Israel” (Josué 24:31). Estas palabras dicen de por sí que Josué había sido un modelo que había formado el carácter espiritual de muchos y cuya conducta había prevalecido sobre las circunstancias nada favorables de sus compatriotas. Por su parte, Samuel, aunque había perdido credibilidad a causa de sus hijos, el rebaño rebelde no pudo desconocer las cualidades morales que acompañaban su ministerio. De modo que cuando los desafió a juzgar su proceder: “Atestiguad contra mí delante de Jehova, 1. si he tomado el buey de alguno

28 2. si he tomado el asno de alguno 3. si he calumniado a alguien 4. si he agraviado a alguno 5. si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos con él; y os lo restituiré”, el pueblo respondió: “Nunca nos has calumniado ni agraviado, ni has tomado algo de mano de ningún hombre” (1 Samuel 12:3–4). Samuel había servido con integridad y juzgado al rebaño con rectitud, y ellos lo reconocieron; pero había descuidado un punto muy delicado, que era su familia, y esa fue su ruina. C. Finalización de una etapa del ministerio Más adelante estudiaremos la importancia de la delegación de las labores, ahora simplemente nos conviene reflexionar si la primera etapa de nuestros trabajos no está concluida y tendremos que iniciar otra.[p 51] Como el líder es una persona con propósitos y metas, él mismo sabe que se encuentra a disposición del avance. En la medida en que equipa a los santos (Efesios 4:12), en esa misma dimensión, él mismo progresa y recibe más visión para su futuro. Al seguir los pasos de los más aventajados (2 Timoteo 2:2), ciertas labores quedan atrás de por sí y otras personas deben continuarlas.

EL HABITO DE LA EVALUACION Ser prolijos en las decisiones es mostrar un buen criterio para el futuro. Las resoluciones consultadas producen experiencias compartidas. Al evaluar nuestro trabajo, permitimos que Dios intervenga para modificarlo o continuarlo. [p 52]

29 [p 53]

IV EL LÍDER EN FUNCIONES Cuando hablamos de función nos referimos a la actividad o ministerio que desempeñamos. Hemos hablado de otras personas ocupadas, y aun de cómo lo hicieron algunos hombres de Dios. Pero siempre aprendemos lecciones muy particuláres cuando somos nosotros mismos los involucrados. Nehemías estaba preparado para que Dios lo usara. En su constante oración en el palacio persa, tenía presente la condición de su nación; pero cuando se dio la oportunidad se sintió impactado y elevó la oración circunstancial que leemos en Nehemías 2:4 “Me dijo el rey: ¿qué cosa pides? Entonces oré al Dios de los cielos, y dije al rey…”. Así también puede suceder con nosotros. Estamos espiritualmente preparados, pero no sabemos en qué momento Dios nos llamará para actuar. En otras ocasiones sucede que estando ya activos sentimos la necesidad de buscar nuevas directivas, como Isaías con su: “Heme aquí, envíame a mí” (Isaías 6:8), o de reencauzar ciertas áreas del ministerio que no parecen estar bien determinadas o encaminadas. En Juan 6:28 leemos de un grupo de hombres que preguntó: “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?”. Sabían que tenían una responsabilidad, pero necesitaban directivas. Lo que el Señor les respondió no les satisfizo, porque pasaba por toda la confianza y dependencia que debían poner en él. [p 54] Además, tenían que redefinir el término: “obra de Dios” que para ellos eran manifestaciones visibles vinculadas con la vida política del país. Pero en el contexto de Juan 6, “las obras de Dios” no eran señales; porque lo que Dios reclamaba era un cambio de corazón. Estas consideraciones nos guían a pensar que un líder en actividad necesita tener siempre presente aspectos esenciales de sus labores. 1. La función y el carácter espiritual Así como aquellos judíos creían que la obra de Dios era hacer y hacer, nosotros tenemos la misma tentación. Se cruzan por nuestras mentes preguntas similares a las de ellos, y rápidamente queremos hacer y tomar inciativas. Un buen comienzo sería dado si volviésemos sobre la respuesta del Señor a la pregunta que leímos más arriba. “Esta es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:29). Nunca haremos suficiente énfasis sobre nuestra dependencia de él. “Creer” en Cristo es mantener constantemente una relación con él y seguir los pasos que nos ha marcado. En 1 Pedro leemos que seguir sus pisadas es andar por una senda misteriosa de sujeción en el dolor y desaprobación de la gente, habiendo ya negado el propio “yo”. Hay una ley natural que se opone a este modelo, y que quisiera que nuestro liderazgo no fuera así. Si una persona cae al mar, se hunde, pero si le colocamos el salvavidas se salva, Una ley natural fue contrarrestada por otra. La primera se parece a la ley del pecado, y la segunda a la del Espíritu. Nosotros que somos del Espíritu necesitamos constantemente depender de él. 2. La actividad y el modelo Hemos comentado reiteradamente que los trabajos que no se pueden mantener con el ejemplo, paulatinamente dejan de ser espirituales. Tenemos la tendencia a leer la Escritura para otros o realizar exhortaciones basadas en personajes [p 55] bíblicos de modo que nuestros hermanos vislumbren lo mejor. En la práctica los que oyen o los que son aconsejados miran cuál es el efecto que lo que decimos ha producido en nosotros, y desde ahí nos escuchan o nos abandonan. A todos nos agrada sentir la vida, más que oír las palabras, y esto solamente es posible vivificando el amor de Dios. Como la actividad puede con suma facilidad caer en el activismo, la vigilancia sobre nuestras relaciones con Dios tiene que ser constante. Con el activismo podemos hacer mucho, pero desconectado del Señor y con resultados espiritualmente pobres. La actividad espiritual, en cambio, nos ejercita a seguir dependiendo de él. Pedro rogó a los ancianos que le acompañaban que observaran ciertos detalles en su propio ministerio, para que les sirviera de alimento y sostén a ellos. Primero, les dijo que era “testigo de los padecimientos de Cristo”, es decir, que sabía cuál era el costo del rebaño; y segundo, que era “participante de la gloria que será revelada”, es decir, que sabía cuál era el destino de las ovejas. Pedro, quería que estos líderes supieran lo que él había aprendido sobre el rebaño, para que los trabajos o labores que hicieran les tuvieran a ellos mismos como modelos.

30 La palabra empleada por Pedro es en verdad la más expresiva. Es la misma de Juan 20:25: “Si no viere en sus manos la señal de los clavos … no creeré”. Está describiendo una marca imborrable, en el caso de las manos de Jesús, practicada por un elemento duro como son los clavos. En Romanos 6:17, “habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina”, es como un molde que forja un nuevo estilo de vida. Pablo decía que los creyentes de Tesalónica habían “sido ejemplo” a todos los de Macedonia y Acaya que habían creído (1 Tesalonicenses 1:7). Reconocemos que es más fácil hablar de ejemplo que actuar, trabajar, luchar contra uno mismo y aun impactar a los que nos siguen. Timoteo tenía que cuidarse a sí mismo. Tenía que rechazar a los apóstatas, tenía que enseñar a los hermanos y en todo debía dejar la marca de fidelidad. Leemos en 1 Timoteo 4:12: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino sé [p 56] ejemplo de los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza”. Las huellas que su ministerio tenían que dejar no eran los métodos de trabajo o las estrategias para el avance, sino más bien el carácter de hombre de Dios. 3. Las labores y su contenido Volvemos a 1 Pedro 5, porque allí se dan valiosas actividades pastorales: “Apacentad … cuidando” (v. 3). Estas dos palabras aluden a tareas delicadas muy relacionadas con las ovejas mismas. Pedro les indica a los líderes que se preocupen por las personas, que sientan lo que necesitan y las asistan. Dentro del trabajo de apacentar estaba el de conocer, así como el de alimentar e instruir. a. Conocer es saber quiénes son los que tenemos a nuestro cuidado. En Mateo 18:12 leemos de una supuesta persona que teniendo “cien ovejas” se le descarría una de ellas y, preocupado, deja las noventa y nueve para buscarla. Nos preguntamos ¿Cómo sabía que había perdido una? Porque sabía que tenía cien, y al contarlas le faltó una. Aplicado a nuestra lección, cada uno de nosotros tiene que saber dónde están las ovejas y a qué se debe su ausencia. b. Instruir o desarrollar en ellas las demandas de la vida cristiana. Una oveja puede alejarse porque no encuentra lo que necesita, o no sabe qué necesita. Pablo dice a los tesalonicenses: “Os rogamos, hermanos que amonestéis a los ociosos, que alentéis a los de poco ánimo, que sostengáis a los débiles, y seáis pacientes para con todos” (1 Tesalonicenses 5:14). Para estos hermanos, instruir no era solamente impartir enseñanza, sino una aplicación cuidadosa de ella a las necesidades de cada uno. Tenían que alternar con todos los hermanos para darle a cada uno su porción. Con la variedad del ministerio viene la capacitación; tenemos que expandir nuestra visión para alentar y sostener a otros, y en la actividad podemos descubrir algunos que posiblemente pueden ayudarnos y oportunamente reemplazarnos. Para crecer, el rebaño tiene que ser sano y luego nutrido en la Palabra de Dios: El [p 57] Señor había encomendado a Pedro que nutriera a las ovejas, que las apacentara con el mismo amor con que él había sido apancentado y así lo estaba haciendo (Juan 21:16). Ser sano, como cualidad espiritual, es haber abandonado “la malicia, todo engaño, hipocresía, envidias y todo tipo de chismes” (1 Pedro 2:1), para comenzar a ingerir la leche espiritual, que es la palabra de Dios. c. Consolar o confortar el ánimo de los hermanos. Algo ya mencionamos, pero queremos ampliar algunas facetas de este ministerio. Si tenemos en cuenta que entre los creyentes hay por lo menos tres clases de personas, nos percataremos de la importancia de este ministerio. Primero, están los que no se dan cuenta de lo que sucede, no perciben el dolor, ni la pobreza de la gente, ni como ese estado dificulta el crecimiento. En segundo lugar, están los que observan lo que sucede pero no se involucran en ningún tipo de acción, miran la situación desde otro plano y les parece que todo está normal, y que en alguna oportunidad Dios intervendrá. En tercer lugar, están los protagonistas, los que se animan y se sienten involucrados. A esta tercera categoría pertenecen los líderes que animan y estimulan a los necesitados. Son los que se arriesgan en labores de peligro para consolar a sus ovejas y tratan de influenciar a otros a hacer lo mismo. La mayoría de los líderes que leen estas líneas conocen las preocupaciones que asaltan al rebaño, por la pobreza material y la inseguridad en que viven. Estas situaciones suelen crear condiciones propicias para la depresión y destrucción de las personas.

31 Con la consolación, también aportamos crecimiento, no porque nosotros seamos los que hacemos crecer, sino porque la primera actividad al consolar es tratar de eliminar las causas que están trabajando en contra, y la segunda es alimentar para triunfar sobre las circunstancias adversas. La palabra griega “parakaleo” es muy amplia en su significado, pero esencialmente quiere decir “alguien llamado al lado” para consolar, confortar, animar, abogar, etcétera. En los casos cuando se requería un grado mayor de ternura, Pablo también utilizaba otro término: [p 58] “paramythia”, que más que ninguna otra cosa significa “hablar a su lado con ternura” (1 Tesalonicenses 2:11). Consolar es restituir fuerzas al cansado, es dar ánimo al abatido, es luchar juntos con el atacado por el diablo. Cuando leemos del “consuelo del Espíritu” (Filipenses 2:1) estamos pensando que Dios, por su Espíritu que está en nosotros, nos está ayudando en la prueba. Cuando en cambio, leemos del “consuelo de las Escrituras” (Romanos 15:4), creemos que esa labor la realiza la Biblia, sea que la leamos nosotros o que otro hermano venga para hacerlo. La Palabra tiene fuerte contenido medicinal que suavemente aplicamos sobre la herida o la situación adversa para ver la actividad de Dios. Pero quedan aún los calmantes que Dios quiere que sean aplicados por los líderes. Pablo, hablando de algunos hermanos, dijo: “Que son los únicos … que me ayudan en el reino de Dios y han sido para mí un consuelo” (Colosenses 4:11). Eran hermanos que habían traído buenas noticias o quizás se habían opuesto a los adversarios de Pablo, etcétera. Cualquiera que hubiera sido la labor, estaba directamente relacionada con las personas. En Efesios 6:22, Pablo mismo dice: “[Tíquico] al cual envié a vosotros para esto mismo, para que sepáis lo tocante a nosotros, y que consuele vuestros corazones”. La misión de ponerse al lado de otro para compartir sus cargas y derramar el aceite del consuelo, es de suma importancia en el desarrollo de la vida espiritual de la iglesia. Cuando un hermano está triste, su visión cae y sus fuerzas no dan para seguir. Gracias a Dios por los que se ocupan en la consolación. 4. La metodología y las expectativas La parte final de los consejos de Pedro incluye algunos cuidados que debemos tener en la actividad del liderazgo. Dice: “No por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a nuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5:2–3).[p 59] Es posible que Pedro nunca haya olvidado a Judas y la bolsa. Que tampoco haya podido omitir el sistema religioso imperante en sus días, y la tentación de oprimir a las almas. Lo cierto es que todos llevamos el germen de la avaricia dentro de nosotros, y que la lucha que se había entablado en los días de Jesús sobre cuál sería el mayor (Lucas 22:24) también está en nosotros; con el serio peligro de buscarnos y predicarnos a nosotros mismos, y no al Señor. Pero en la iglesia no debía suceder lo que ellos, como nosotros, veían en el mundo profano, labores hechas a disgusto, sin la actividad del Espíritu, es decir “por fuerza”. La actividad del líder tiene que ser gozosa, honrosa y feliz. Volvemos a pensar en el peligro de la “ganancia deshonesta”, porque aunque no es difícil pensar en la iglesia apostólica como una tentación a la codicia, porque todos eran pobres y muchos esclavos, no podemos eliminar la importancia de la advertencia. Aunque el obrero del Señor es digno de su salario (Lucas 10:7) y el mismo Pablo dice que los que trabajan en el evangelio, vivan de él (1 Corintios 9:14), es evidente del mismo lenguaje de Pablo: “no codiciosos de ganancias deshonestas” (1 Timoteo 3:3), que la tentación había ya ganado terreno en algunos. También observamos que el desvío estaba generalmente relacionado con falsas doctrinas o énfasis equivocados. En Tito 1:11 leemos que los malos enseñadores trastornaban casas enteras “por ganancia deshonesta que no conviene”, y Pedro añadió más adelante en su segunda carta que “por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas” (2 Pedro 2:3). El Espíritu de la ganancia es totalmente extraño al propósito del evangelio, y los líderes santos se unen a Pablo para decir: “No busco lo nuestro, sino a vosotros…” (2 Corintios 12:14). Por último, el pensamiento vuelve un poco a lo que ya vimos: “no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado”, como si Pedro quisiera insistir sobre el peligro del que preside. Aunque hemos sido señalados como mayordomos de las almas por un tiempo breve, necesitamos reiteradamente oír que las ovejas son del Señor. El, mismo dijo “mis ovejas oyen mi voz y me [p 60] siguen”, así que el líder santo siente la necesidad de preguntarse: Lo que digo ¿es la voz de Cristo? ¿qué le diría Cristo a esta oveja? etcétera. Estas mismas preguntas harán las pruebas a nuestro servicio y volverán a traer a luz nuestras prioridades, despertando la

32 conciencia y la posibilidad de haber perdido el verdadero sentimiento de nuestro ministerio, o en cambio, confirmando que las expectativas se han cumplido.

SINONIMOS DE PRESIDIR Presidir es también crear fe. Presidir es también planear la visión que Dios nos da. Presidir es también transferir esa visión. Presidir es también que Cristo vaya delante nuestro. 5. La seguridad y los objetivos alcanzados Cuando presidimos de acuerdo a lo que observamos en los párrafos anteriores, creamos en la mente del rebaño una capacidad cada vez mayor para enfrentar valerosamente los distintos problemas que se presentan. Es una señal de buena dirigencia que todos vayan cobrando coraje para luchar contra el enemigo y sigan lentamente transformando sus experiencias al modelo que nosotros les estamos transfiriendo. Cuando el Señor Jesús murió, los discípulos se encerraron por miedo a los judíos, sintiendo la ausencia de liderazgo. Pero cuando resucitó y se presentó con pruebas indubitables, dejaron los temores y estaban en el templo gozosos. Cuando Israel salió de Egipto y se enfrentó al Mar Rojo, pensó que todo estaba perdido; pero cuando Moisés oró a Dios y encabezó la caravana que los haría pasar a [p 61] salvo hasta la otra orilla fueron tras él y cumplieron su primer objetivo (Exodo 14:29; 1 Corintios 10:1–1). Cuarenta años después, Dios levantó a Josué para que hiciese algo similar. Se trataba de cruzar el río Jordán para poseer la tierra prometida. Era una generación nueva de israelitas que no habían visto la experiencia del Mar Rojo, pero que sabían lo ocurrido. Josué obedeció la voz de Dios e instruyó a su pueblo para esa experiencia. Hicieron todo como estaba planeado (Josué 3:7–8) y cruzaron el río cumpliendo también este objetivo. Seguros por los pasos que tomaba Josué, comenzaron la conquista de la tierra, que no cumplieron completamente porque claudicaron entre dos pensamientos y el enemigo les entorpeció (Josué 24:23). Posteriormente, después que David fue ungido (1 Samuel 16:12–13), siendo pastor de las ovejas de su padre, se presentó al rey Saúl para pelear valientemente contra Goliat, el filisteo que había desafiado a Israel. Cuando el pueblo vio la valentía de este pastor, que luchaba sin armadura humana y confiaba solamente en el Dios de los ejércitos (1 Samuel 17:45), cobraron gran valor, lo aclamaron y lo constituyeron en su líder indiscutido (1 Samuel 18:7). Décadas después, cuando Asiria desafió e invadió a Israel, el rey Ezequías animó a su pueblo diciendo: “Hay más con nosotros que con él” (2 Crónicas 32:7–8). Es verdad que en la actualidad no está Moisés, ni Josué, ni David, etcétera, pero también es verdad que Dios no ha variado. Todos tenemos en nuestro interior el poder misterioso del Espíritu, que nos conduce por caminos desconocidos que únicamente transitamos por la fe. El hombre del mundo entiende poco de la verdadera vida cristiana, porque solamente puede ver una parte desnuda de lo infinito que está en nuestro interior. Dirigir en el camino de la fe, es ir produciendo en la vida práctica del rebaño amor creciente hacia lo mejor, que es como caminar mirando hacia el cielo. No somos dueños de nuestro destino, ni capitanes de nuestra alma; dependemos de Dios, y es en fe, que “es la certeza de lo que se espera” (Hebreos 11:1), que vamos adelante convencidos, de que el [p 62] conocimiento que vamos adquiriendo nos acerca más y más a la herencia que nos tiene prometido (Hebreos 6:12). 6. La extensión de la visión y las labores En todo, tenemos que cuidar de que la fe se proyecte más allá de nosotros mismos. Si entre los hermanos—por ejemplo—se forman “pequeños rebaños” que parecen pastorearse a sí mismos, y que no salen de sus experiencias rutinarias, es que como líderes estamos demostrando alguna falla. O vamos muy adelante y las ovejas no nos siguen, o estamos muy atrás y no tienen a quien seguir. En esto también necesitamos obrar con sabiduría, para que la extensión no se detenga, ni se acelere descomedidamente.

33 Un ejemplo que podríamos estudiar para evitar la situación que mostramos, es el de Nehemías; porque antes de ponerse al frente de su contingente, evaluó la situación y la distancia que mediaba entre lo que él sentía y la desilusión que vivía el pueblo. Entonces tuvo que prepararse, primero él y luego cuidadosamente volcar su visión y experiencia en los demás. Notemos algunos pasos sobresalientes: Primero: Estaba preocupado por la obra del Señor. “Pregunté por los judíos que habían escapado, que habían quedado de la cautividad, y por Jerusalén” (Nehemías 1:2). Como respuesta supo que las personas estaban mal, el muro de la ciudad caído y las puertas quemadas. La labor era grande, desoladora e imposible para él. Segundo: Hizo conocer a Dios la intensidad de su dolor. “Cuando oí estas palabras me senté y lloré e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos” (Nehemías 1:4). Se sentó para pensar y muy acongojado dejó con el Señor su problema. Reconoció su impotencia, y que lo que había ocurrido era justo, tal como los profetas ya lo habían dicho. Pero al mismo tiempo se preparaba para ser usado en la misión restauradora. En su oración reconoció la fidelidad de Dios y su buena voluntad por oír a los suyos. También se refirió a la infidelidad de Israel, y dijo [p 63] finalmente: “Te ruego, oh Jehová, esté ahora atento tu oído a la oración de tu siervo, y a la oración de tus siervos, quienes desean reverenciar tu nombre; concede ahora buen éxito a tu siervo y dale gracia delante de aquel varón” [el rey de persia] (Nehemías 1:11). Podríamos estudiar esta oración, lo que no podremos hacer es profundizar el grado de quebranto de este pastor cautivo por el estado de sus ovejas lejos de él y sirviendo a dioses ajenos. Tercero: Dios abrió el camino para que hablara con el rey. Mucha sorpresa le causó a Nehemías que el monarca le preguntara lo que le sucedía y, aun más, que se interesara por su problema; pero Dios utilizó un medio profano para ensanchar la visión y que sintiera como suya la misión imposible. Le solicitó dos cosas: A) “Envíame a Judá”, hazme un delegado tuyo, no un judío errante, sino alguien bajo la autoridad del imperio, que a su vez estaba bajo el dominio de Dios. B) “Que se me den cartas para los gobernadores”, para obtener salvoconducto por las tierras bajo dominio persa. “Y carta para Asaf guarda del bosque del rey para que me dé madera para enmaderar” (Nehemías 2:5–10). Esta es una dimensión más en el proyecto que lo llevaba a su tierra, que no hubiese existido sin todo lo anterior. Además, “el rey envió conmigo capitanes del ejército y gente de a caballo” (Nehemías 2:9), que juntamente con la licencia para alejarse del palacio eran una seguridad extraordinaria que nunca hubiera esperado. Cuarto: Primeras actitudes en Jerusalén. Nada nos dice la Biblia del viaje ni sus penurias, no era de importancia para los planes. Cuando llegó a Jerusalén descansó y meditó. Luego de tres días se levantó de noche para observar personalmente la magnitud de los trabajos. “Me levanté de noche, yo y unos pocos varones conmigo, y no declaré a hombre alguno lo que Dios había puesto en mi corazón” (2:12). Lo que estaba en su corazón era realizar una inspección prolija de todo. Lo hizo a caballo, entrando y saliendo por las distintas puertas. Tanto él, como sus íntimos pudieron verificar y planear lo que estaba en juego. Pudieron también comprobar la fuerza de los enemigos y detectar el desaliento del pueblo y la escasez. Pero bien se ocupa el texto de recalcar que él tenía el llamado de Dios y [p 64] sus secretos: “ni había cabalgadura conmigo, excepto la única en que yo cabalgaba”. Quinto: La transferencia de la visión. Una vez que él mismo sabía todo y que había medido el estado, los trabajos y el precio de la obra, reunió a los líderes del pueblo y comenzó a comunicarles el plan. Trató de ser claro y sumamente preciso, para que cada uno supiera su trabajo (2:17–20). En cuanto a los enemigos, los puso en su lugar, diciéndoles: “El Dios de los cielos, él nos prosperará, y nosotros sus siervos nos levantaremos y edificaremos, porque vosotros no tenéis parte ni derecho ni memoria en Jerusalén”. La respuesta del pueblo fue: “Levantémonos y edifiquemos”, porque habían captado la visión del líder y creído que Dios estaba con él. Sexto: Detalles de una labor bien encarada. El celo de Nehemías animó a todo el pueblo. Había distintos grados de energía y, por algunos detalles, parece que no todos estaban convencidos; por lo menos al principio. Pero solamente al leer el capítulo 3 nos damos cuenta de que era un verdadero avivamiento, tal como solamente lo puede producir el Espíritu Santo. Los primeros obreros mencionados son el sumo sacerdote Eliasib con sus hermanos los sacerdotes. Es una lección permanente en La Biblia que los responsables sean modelos en las labores. La actitud contrasta frontalmente con lo que leemos en el verso 5: “Los grandes no se prestaron para ayudar a la obra del Señor”. Estos grandes (nobles) se quedaron sin la bendición del avivamiento a causa de su orgullo. Pero el grueso de los líderes, ocupando sus respectivos lugares, trabajaron con tesón. Era la actividad

34 de todos; nadie le pisaba los pies al compañero; todos estaban convocados y todos pensaban en terminar el muro que los separaba de los enemigos y les proporcionaba seguridad familiar. El principio enunciado por Moisés… “que yo (Moisés) y tu pueblo seamos apartados de todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra” (Exodo 33:16), y tan seriamente olvidado por Israel, estaba siendo puesto en actividad en modo muy evidente. En varias oportunidades dice el texto: “restauraron frente a su casa” (vv. 10, 23, 28, 29), como para mostrarnos en forma gráfica la necesidad de que [p 65] nosotros y los nuestros aprendamos y practiquemos la separación. Muy interesante en todo esto resulta la variedad de los servicios y el dulce espectáculo de ver a todos comprometidos en muchas cosas con un mismo objetivo. Tal cosa ocurre ahora en el cuerpo de Cristo: “Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros (Romanos 12:4–5).

CUANDO EL LIDER ENCARNA EL PLAN DE DIOS Las ovejas saben que seguir al líder es avanzar hacia la victoria. Las ovejas ven con claridad el propósito que anima al líder. Las ovejas ven en su líder a una persona comprometida con el ensanchamiento del rebaño. Las ovejas observan que la justicia es un sinónimo de libertad, y aman vivirla. Nehemías estaba solo cuando esperaba las directivas del Señor; iba delante del pueblo cuando tuvo que comunicarlas. Y vivía entre el pueblo cuando tuvo que ejecutarlas. Es parte de la sabiduría del líder saber en qué momento se halla de su experiencia y cómo lo vive. 7. Las metas y la flexibilidad El nuevo estilo de vida al cual Dios nos ha introducido (2 Corintios 5:17) nos muestra cuáles son las bases fundamentales y cuáles los métodos para alcanzar lo que Dios [p 66] quiere. Al decir nuevo (gr. Kainos) nos referimos no a algo relacionado con el tiempo para hacerlo sinónimo de flamante, sino de otra calidad o de otra naturaleza. Es decir, es una vida de otra especie, es una transformación a una nueva manera de ser (Romanos 6:4) en la cual el Espíritu de Dios domina (Romanos 7:6). A medida que Dios opera cambios en nuestro ser interior y nos acerca más a Cristo (Efesios 2:24), nos transformamos en seres más sensibles al valor de lo que Dios quiere hacer por nuestro medio, y a conocer qué cosas debemos cambiar, y cuáles son inamovibles. A. El sentido de la flexibilidad Partiendo de estos principios, ser flexibles no significa indefinido, fluctuante o permisivo, sino juicioso para saber cuál modalidad podemos variar. Nuevamente tenemos que recurrir al modelo que estudiamos en el capítulo dos, para destacar que la controversia que exacerbó a los judíos en contra de Cristo estaba basada esencialmente en los cambios que introducía en las formas o tradiciones que ellos interpretaban como invalidación de la ley. Por tener una concepción diferente del reino de Dios, no entendían cuando les decía: “El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:20–21). Las costumbres generalmente son la manera típica de congelar la Escritura a una forma de interpretación y dejar a la palabra viviente encerrada en la cultura o las formas que son difíciles de alterar; máxime para quienes no hayan ejercitado la diferencia entre costumbre y doctrina bíblica, o no hayan descubierto que el mensaje de la vida siempre suele venir envuelto en el ropaje de los pueblos, y que los pueblos cambian con el tiempo y los

35 lugares. El Señor quería que “toda carne viera la salvación de Dios” (Lucas 3:6), y para ello tomó la forma humana que lo identificaba con los hombres e ingresó en la raza hasta gustar sus horrores. Es comprensible, entonces, que habiendo amado así a los hombres, no quisiera que detalles de convivencia detuvieran el proceso iniciado en la eternidad.[p 67] Para Cristo, en consecuencia, ser flexible significaba destituir obstáculos circunstanciales y destruir barreras raciales, sociales o políticas que querían interponerse entre Dios y los hombres y evitar el cumplimiento de los propósitos. El Señor Jesús mantuvo una inquebrantable fidelidad a la ley, y la hizo el método elocuente para diferenciar los designios divinos de las enseñanzas en boga, que se habían constituido en sí mismas en el objetivo de la religión, anulando el consejo eterno. Flexibilizar, en este contexto, era liberar la verdad de los encierros humanos, para que realizara su verdadera obra. Era sacarla de los ropajes humanos que la habían constituido en sistemas de conducción de ciegos por medio de ciegos (Mateo 15:14), para darle el carácter de sobrenatural y viviente. Bien viene al caso recordar las palabras del Señor a los saduceos, que formulaban su propia interpretación del Antiguo Testamento y recibieron el reproche de ignorantes de las Escrituras y faltos de experiencia en el poder de Dios (Marcos 13:20–23). Aplicando la lección a nuestro caso, diremos que nosotros también tenemos el mensaje de la vida para dar a conocer a los pueblos, y necesitamos compenetrarnos de la crisis de fe y valores espirituales que el mundo enfrenta. Necesitamos encarar la vida, para darnos cuenta de la desgracia de las religiones con sus altas formas paganas que embaten a los pueblos más y más hasta sumirlos en el abismo de la condenación. Solamente así, descubriremos que para nosotros flexibilizar es descubrir cuál modo de actuar es el más adecuado para transmitir el evangelio sobrenatural y eterno que Dios nos confió para anunciar. [p 68] COMPRENSION DÉ LA FLEXIBILIDAD Para ser flexibles necesitamos conocer los objetivos. Para conocer los objetivos necesitamos estar seguros de nuestra función. Para llegar a los objetivos necesitamos saber distinguir entre la razón de los métodos y el valor de los fundamentos. B. La flexibilidad y el ministerio En el caso del Señor Jesucristo, se planteó inmediatamente el conflicto sobre el origen de Su autoridad. Los fariseos, que se aferraban a un conjunto de tradiciones compiladas en la Mishn, no podían tolerar la violación de lo que ellos aseguraban ser el legado oral de Moisés (Marcos 7:1–13) por las prácticas impropias del Señor. Así entablaron la disputa sobre el origen de la autoridad (Marcos 11:28) y la siguieron hasta el final. Pero no podían reducirlo por medios legítimos, porque tanto en Marcos 7 como en el caso de la expulsión de los cambiadores del templo, los argumentos de Cristo los dejaban mudos. Cuando asistió al banquete de Leví (Marcos 2:13–20) su presencia produjo un escándalo que los fariseos no podían tolerar. Les parecía impropio su presencia en ese banquete: “¿Qué es esto, que él come y bebe con los publicanos y pecadores?” (Marcos 2:16) fue la pregunta. Pero la respuesta fue otra: “No he venido a llamar justos, sino pecadores” (v. 17). Para ellos, él había ido a comer, pero en su explicación, Jesús, no puso este verbo, sino otro: llamar. Los pobres fariseos tenían una mente limitada a lo poco que veían; Cristo, en cambio, estaba preocupado con lo invisible. Tiempo después, invitado por otro fariseo, fue a su casa a comer. Simón pasó un mal momento, porque no podía comprender cómo el Señor recibía—y en su casa nada menos—a una prostituta. Por su mente pasaron [p 69] muchos pensamientos (Lucas 7:39), pero ella se fue a su casa perdonada, salvada y restaurada: “Tu fe te ha salvado, ve en paz” (v. 50). Aquel hombre conocía la ley y sus demandas, no solamente para con Dios, sino también para con el prójimo (Levítico 19:18). Tenía estatutos para el trato con los demás, pero cuando los leía, una pared invisible se levantaba delante de sus ojos, y hacía exactamente lo contrario de lo que leía. ¡Qué tragedia!

36 El error de leer y no entender, o de entender algo distinto a lo que dice, había sumergido a los fariseos en una profunda desgracia. Leían sobre el profeta que Dios habría de levantar (Deuteronomio 18:15), sobre el siervo de Jehová (Isaías 42:1–6), sobre la vírgen y el nombre de su descendencia (Isaías 7:14), y miles más de Escrituras, y no podían ver a Cristo (Lucas 24:27). El único ministerio que tenía era aferrarse a la tradición, hacer de la rutina el propósito de la vida, condenar a los pecadores y resistir a la verdad. Por esta causa, aquella generación no comprendió la presencia de Cristo, rechazó sus milagros, enjuició sus hechos y creyó que lo mejor que podían hacer era planear su muerte y no dejarlo seguir adelante. Leer la Biblia y “servir” a Dios planeando un asesinato, es el desvío más horroroso que podía sufrir la exégesis. Pero así fue.

EL USO DE LA FLEXIBILIDAD —por el Señor Jesús— Para llamar a los pecadores asistió al banquete de Leví (Marcos 2:13). Para perdonar a una prostituta arrepentida, miró su corazón y no las circunstancias (Lucas 7:39). Para salvar a un publicano entró en su casa y no se cuidó de la crítica (Lucas 19:7). [p 70] Tiempo después, otro fariseo de la misma escuela, procurando seguir los mismos pasos, fue interrumpido por el mismo Jesús, pero en condiciones diferentes. Saulo oyó una voz desde el cielo y no resistió sus demandas. El mismo calificó el hecho como: “No fui rebelde a la visión celestial” (Hechos 26:19). Aquí comenzó para él el llamado a un ministerio grande, amplio y de indescriptibles proporciones. El Señor, que había censurado la tradición que se opuso a su ministerio, abría la senda para que este “instrumento escogido” también pudiera hacerlo. Sobre esta base Pablo inició sus labores, haciéndose todo a todos, para resolver los problemas y dificultades de muchos pueblos. En un sentido, aceptaba estar bajo la ley para ganar a los hebreos (Hechos 21:18–26), y en otro se sentía emancipado de ella para alcanzar a los gentiles (Hechos 17:15–34); porque había aprendido a ponerse en el lugar de los demás, es decir, a tener el punto de vista del otro. Nos asombra que un hebreo de hebreos (Filipenses 3:5) haya podido manejar diversas situaciones difíciles al mismo tiempo. Establecía iglesias, recibía cartas, y enviaba emisarios a distintos puntos, con la mira de alcanzar aquello para lo cual había sido llamado por Cristo Jesús (Filipenses 3:12). Su versatilidad, así como su poder de adaptación, podía solamente ser comparado al del Señor Jesús. Era un predicador fogoso, y ministro amante de las almas. Con ternura pastoreaba a las ovejas que Dios había puesto a su cuidado, aunque el redil estuviera formado por gente diversa, y razas desconocidas. Los había alcanzado donde estuvieran, y exhortaba con idéntica solicitud a todos. Amaba el bienestar de los santos y se humillaba todo lo necesario para “ganar” a más. Amaba ver en ellos la transformación de gloria en gloria por el Espíritu Santo. A medida que avanzaba en edad, comprendía cada vez mejor su carácter como apóstol de Jesucristo, e interpretaba más profundamente la meta a la cual debía aspirar (Filipenses 3:13–14). Estas experiencias lo motivaban a no poder soportar las estrecheces de los judai [p 71] zantes (Gálatas 5:1), ni las liberalidades de los carnales (Romanos 16:17–18), que perdían la meta de la iglesia con sus metodologías, y se esforzaba para que todos fueran “mas que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37). Para ilustrar lo que decimos, nos basta observar que en los primeros quince años de historia de la iglesia se formaron comunidades en distintos estratos de la sociedad, con diferentes culturas y educación. Los que se convertían se relacionaban con la vida normal del rebaño, manteniendo vinculación con la sociedad a la que pertenecía (1 Tesalonicenses 1:7–8). Los convertidos de Samaria, totalmente ignorantes del evangelio, no fueron instruídos en las costumbres de la iglesia en Jerusalén, ni los de Listra al modelo de vida en Antioquía. Cada uno mantenía las costumbres do-

37 mésticas del lugar. Las reuniones en los hogares reclamaban tolerancia en las costumbres, para discipular a pueblos de distintos trasfondos y que la educación espiritual no se viera impedida. La descripción que el Nuevo Testamento hace de tantas iglesias en distintos lugares de Israel, Asia y Europa que seguían respetuosamente las enseñanzas de sus líderes, hubieran requerido páginas adicionales para reglamentar las vestimentas, comidas, formas de recepción, saludos, etcétera que no tendrían sentido alguno para la sociedad actual. Al entrar al redil, los creyentes abandonan las lealtades a sus dioses, sus rituales y su sacerdotes (Hechos 19:18–19), para gozar de la nueva vida del Espíritu. Los temas que ocupaban la atención se relacionaban esencialmente con la vida de santidad en el temor de Dios (Romanos 12:1–2); y las reformas estaban vinculadas con el cambio interior (Efesios 4:20–32). El evangelio producía rediles libres de las opresiones legales (Gálatas 5:1), peregrinos en las sendas de paz (Hechos 9:31). Al estudiar estos modelos, también comprobamos nuestra necesidad de presentar el mensaje sin barreras culturales o tradicionales que podrían limitar—o querer interferir—la obra del Espíritu. Como Jesucristo lo hizo y sus siervos después, nosotros también nos acercamos a [p 72] nuestros semejantes con sinceridad y procurando eliminar las trabas que fueran capaces de invalidar la preciosidad del mensaje que les queremos entregar. El evangelio, en primera instancia, y las labores en las subsiguientes requieren un profundo amor a Dios y al prójimo para llegar a la meta sin obstáculos. Cuanto más nos ejercitamos en conocer cuales son los principios bíblicos y cuales las formas culturales o tradicionales, tanto más avanzamos en la percepción de la meta en el camino de la santidad. C. La flexibilidad y las finanzas Parecería extraño incluir el tema en éste capítulo, pero en la dinámica del liderazgo suelen ocurrir sorpresas que debemos considerar. Tanto los antecedentes dejados por Pablo como por otros siervos de Dios indican que el sostén de las actividades y siervos del Señor deben estar a cargo de la familia de Dios (1 Corintios 9:12; Gálatas 6:6; 3 Juan 7). Pero pudiera suceder que nos enfrentemos con un regalo de alguien que no es cristiano o no nos consta que sea una oveja. Nos sentimos, entonces, abrumados y temerosos de cometer serios errores: si decimos que sí, de manchar el ministerio y profanar lo santo; si decimos que no de arruinar el buen sentimiento de alguna persona. ¿Qué hacer? ¿Tenemos antecedente bíblico? Para el caso de las finanzas y lo que involucra el patrimonio del Señor, tenemos como ejemplo el caso de la reconstrucción de Jerusalén luego de la cautividad de Babilonia. Tanto Zorobabel como Esdras y Nehemías eran fieles siervos de Dios, líderes aprobados que conocían muy bien las normas de la ley y sabían como cumplirlas. Sin embargo, la reconstrucción, los muros, el palacio y el templo con sus ofrendas, se hicieron con las provisiones de los reyes persas. En el año 536 antes de Cristo, Zorobabel asumió el liderazgo de un contingente de aproximadamente cincuenta mil personas que, con el cargamento de los utensilios devueltos y muchas otras cosas, volvían para instalarse en Jerusalén y comenzar los trabajos. La madera que [p 73] necesitaban vino por “la voluntad de Ciro, rey de Persia” (Esdras 3:7). Aunque tuvieron tropiezos por algunas contraórdenes, finalmente Darío cumplió lo que estaba escrito y ordenó acelerar los trabajos. Pero se extendió más aun, y dijo que “el gasto sea pagado por el tesoro del rey” (Esdras 6:4), legislando que “de la hacienda del rey … sean dados puntualmente a esos varones los gastos, para que no cese la obra” (v. 8). Además el rey persa proveyó todo lo necesario para los holocaustos (Esdras 6:9–10) “los sacrificios agradables al Dios del cielo”. Unas décadas después, Esdras salió de Babilonia con varios otros para unirse a los trabajadores. Este era un varón santo, sacerdote y escriba muy versado en la ley de Dios, cuya función principal era instruir al pueblo y provocarlo a la adoración. También él pidió ayuda al rey Artajerjes, la que le fue concedida (Esdras 7:1–6). Mientras estos dirigían al pueblo en Jerusalén y cada cual se ocupaba en lo mucho que había que hacer, Dios estaba hablando al corazón de otro varón que en la corte persa era copero del monarca. Este era un hombre de oración y singular dependencia de Dios. Nos referimos a Nehemías, de quien ya nos hemos ocupado. Al igual que los anteriores, salió de sede imperial llevando cartas de presentación y para la obtención de madera,

38 etcétera. Así, a distintos tiempos y con distintas ocupaciones, estos hombres de Dios presidieron una de las labores históricas más importantes de la Biblia. ¿Qué hubiese sucedido si hubiera aplicado severamente el principio de no recibir nada de los extraños? ¿Hubieran habido muros, casas, templo, sacrificios y festejos? ¿Hubieran comprobado los enemigos de alrededor que Dios estaba en actividad? Nuestras respuestas a todas estas preguntas son negativas por lo siguiente: Primero: Todos estaban convencidos de que Dios les guiaba en esas labores y que no estaban inventando una aventura. Segundo: Tomaron lo que ocurría como una excepción y no como una norma. Estaban persuadidos de que era una providencia del Señor.[p 74] Tercero: No enseñaron al pueblo a que lo siguieran haciendo, ni fijaron pautas en favor o en contra. Si como líderes mantenemos una conducta similar a la de estos modelos, podemos confiar en que recibiremos la aprobación del Señor, así como ellos la recibieron.

EL VALOR DE UN LIDERAZGO FLEXIBLE Enseña a depender de Dios en todo. Actúa convencido de que está haciendo lo mejor. El rebaño aprende a estudiar la importancia de cada decisión. Se agudiza el entendimiento para comprender los riesgos, exaltar las virtudes de lo que hacemos.

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V EL LÍDER A SOLAS CON DIOS Lo que acabamos de estudiar forma parte de las exigencias de Dios para el liderazgo. Veremos ahora el tema desde el punto de vista de la persona. Es decir, ¿cómo y cuándo siente alguien que Dios lo está preparando para un ministerio? 1. El llamado No es difícil encontrar en la Escritura que Dios haya llamado a personas, porque abundan los casos así como los métodos y los objetivos. Por ejemplo, leemos: “me llamó por su gracia” (Gálatas 1:15), “llamó mediante nuestro evangelio” (2 Tesalonicenses 2:14), “llamados … conforme al propósito” (Romanos 8:28), “llamado … a la vida eterna” (1 Timoteo 6:12), etcétera. Esta lista podría extenderse mucho si tuviéramos en cuenta también los siglos del Antiguo Testamento. Podríamos sintetizar todas las citas en tres círculos muy importantes: A. El circulo exterior: el llamado a la salvación. De acuerdo a la Biblia se realiza en forma de invitaciones, promesas o mandatos para que el propósito divino llegue a [p 76] cautivar el sentido de los pecadores y se rindan incondicionalmente a él. Tenemos hermosas invitaciones como : “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche” (Isaías 55:1), o: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Otro modo de llamar es prometer vida eterna, como Juan 3:16: “… para que todo aquel que en él cree no se pierda mas tenga vida eterna” (comp. 5:24). Los pecadores saben que solamente las promesas de Dios tienen valor por lo que son y por la seguridad de que las cumplirá. Pero Dios también imparte órdenes como: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2) (comp. Hechos 2:38; 3:19) o “Dios … ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan” (Hechos 17:30). Hemos incluido este llamado a los pecadores para que advirtamos el énfasis divino en el cumplimiento de sus propósitos y nos motive a saber cuidadosamente la actitud que asume cuando nos llama. Ese ardor santo por ver a las almas unidas a él, forma parte de la pasión en el anhelo de que su voluntad se cumpla en la tierra como en el cielo. B. El círculo interior: el llamado al discipulado. Recordamos en primer lugar el llamado a los doce y el impacto que produjo sobre ellos (Lucas 6:12–13). Luego su preocupación por enseñarles así como por corregirlos y prepararlos, para enviarlos en misión de proclamación del reino de Dios. Para el Señor Jesús no existía separación entre el llamado a la salvación y el de asumir el compromiso de seguirle fielmente. El primero era general y este segundo más particular, pero ambos implicaban el compromiso de mirarle, seguirle y someterse a él. Decenas de veces hubo personas que oyeron el “sígueme” dicho de varias maneras, que muestran cómo quería cambiar la prioridad de algunos candidatos antes de relacionarlos con el trabajo. Llamó a Simón y Andrés cuando echaban las redes en el mar (Mateo 4:18–19); a Jacobo y Juan con su padre [p 77] cuando remendaban las redes luego de finalizada la pesca (Mateo 4:21); a Mateo sentado al banco de los tributos públicos (Mateo 9:9); a Felipe en el camino a Galilea (Juan 1:43); a Pedro luego de su profunda transformación pastoral (Juan 21:19); al joven rico ansioso de poseer la vida eterna (Marcos 10:21); etcétera. Algunos circunstancialmente (Mateo 8:22) y otros en forma permanente (Marcos 8:34). El rol de los “llamados” no estuvo claro en el primer momento, porque consistía en un acto de obediencia a Cristo, aparte de los trabajos. No actuaron como una jerarquía, ni creyeron que debían constituir una réplica a la religión de los fariseos; sino que eran una comunidad atraída por una persona (Mateo 23:8–12) que deseaba formarlos a su propósito. Invitar a seguir, era de por sí crear aspiraciones de imitación (Mateo 16:24: “Si algu-

40 no quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame”) y de obediencia; para imprimir en pescadores ignorantes los ricos principios de rebaño, asociados con un pastor. Todos los que hemos recibido a Cristo estamos bajo Su llamado. No hay cristiano exceptuado. “Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame” (Lucas 9:23). “Llevar la cruz” es crucificar nuestro propio yo, un acto que en forma voluntaria y continua, marca a fuego la conducta del líder, que decide negar sus aspiraciones y su orgullo para someterse debajo de Cristo el Señor, a quien ama más que a todo. El llamado al discipulado incluye la comunión humilde, constante y paciente con nuestro Señor en su soledad, fuera del campamento, llevando el desprecio de los hombres pero la victoria de su resurrección. C. El círculo íntimo: el llamado a un servicio especial. Mientras que pensamos en el llamado salvador para todos los hombres y al discipulado para todos los creyentes, nos enfrentamos ahora con un llamado específico y que se relaciona directamente con la voluntad de Dios para [p 78] nuestras vidas. La vida de cada uno. Existe una relación entre Dios y yo que está directamente vinculada a la voluntad de Dios para mí. Cuando Ananías visitó a Saulo, le dijo: “El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad” (Hechos 22:14), anuncio que fue el punto de partida al cambio de todas las motivaciones del fariseo transformado. Desde allí, comenzó a preocuparse por esa voluntad y a mostrar marcas en su vida coherentes con ella. A los romanos les dijo: “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Romanos 14:8) (comp. 2 Corintios 5:15). Entonces la única alternativa a la voluntad de Dios es el desvarío y autodestrucción. (a) La soledad de la obediencia. Cuando hablamos de soledad, queremos ajustarnos al momento cuando solamente Dios y nosotros intervenimos. Es la relación entre dos personas, y nadie más. Ocurrió con Abraham (Génesis 11:31); Moisés (Exodo 3:10), Samuel (1 Samuel 3:4); Isaías (Isaías 6:8), y muchas otras más. El mismo principio usó el Señor para sus doce apóstoles y luego para Pablo y Bernabé (Hechos 13:1–3). Todos éstos, estaban persuadidos de que lo que hacían era a consecuencia del llamado de Dios. Nadie oyó el llamado de Samuel, ni tampoco los acompañantes sabían qué sucedía con Saulo. El encuentro había sido privado e íntimo. Pero todo había cambiado para ellos, no solamente por un tiempo, sino que toda su vida era completamente otra. Pablo ya no decía “Ténganme los fariseos como un devoto seguidor de los preceptos de mis padres”, sino “Téngannos los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Corintios 4:1), porque estaba seguro de su labor como apóstol, predicador y enseñador de los gentiles (1 Timoteo 1:12; 2:7). Nosotros, como líderes, necesitamos saber cuándo ha ocurrido ese encuentro privado, y si la respuesta de “Heme aquí” ha tenido la profundidad de los casos que observamos más arriba. Es una bendición confinada a nuestra intimidad el saber que uno ha tenido un llamado que está [p 79] cumpliendo en sujeción a la iglesia a la que pertenece y los demás disfrutan las evidencias. (b) La voluntad de Dios. Conocer la voluntad de Dios es un honor, pero cumplirla es un obligación. Todos sabemos que hay temas en los cuales no necesitamos más luz que la que ya poseemos. La Biblia está llena de principios con respecto a ciertos temas que todos entendemos claramente. Por ejemplo, cuando alguien preguntó al Señor ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios? El le respondió: “Qué creáis en el que él ha enviado” (Juan 6:28–29). Dios no tendrá en cuenta para su misión a alguien que no le ha obedecido en este tema central. Luego leemos que la voluntad de Dios es “nuestra santificación” (1 Tesalonicenses 4:3) y que seamos agradecidos (5:18). También dice que Dios quiere que probemos la fe por nuestras obras (1 Pedro 2:15) y que no nos juntemos en yugo con los infieles (2 Corintios 6:14). Pero como líderes quisiéramos sentir que luego de haber seguido estos pasos oímos su voz para nuestro ministerio en particular. Un dato a tener en cuenta es la respuesta que el Señor dio a algunos de sus oidores: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). Dejó bien claro que antes que podamos tener el discernimiento doctrinal, tendríamos que tener deseo espiritual. Antes que podamos entender lo que el Señor nos está diciendo, debemos tener el ánimo pronto para obedecerle. Está claro, entonces, que Dios no regala verdades a quien no las quiere recibir, ni guía a al-

41 guien que no está dispuesto a seguirle. Luego, el principio de la obediencia juega un rol preponderante, porque Dios no promete manifestar su voluntad a nadie que no esté dispuesto a cumplirla. Dentro del espíritu de la sujeción está el Salmo 66:18 “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado”, que es un desafío a la santidad. Es la lucha interior entre nuestras dos naturalezas (Romanos 7:18) una de las cuales anhela lo contrario a la voluntad de Dios (Gálatas 5:17). Pero 2 Pedro 2:4 insiste en que habiendo huido de la corrupción que hay en el [p 80] mundo, debemos poner toda diligencia en esto mismo y añadir a nuestra fe virtud, luego conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal y amor. Añadir de nuestra parte, significa poner todo énfasis para que el conocimiento y la excelencia de Dios sean visibles en sus preciosa y grandísimas promesas. Otro factor decisivo en el conocimiento de la voluntad de Dios es el uso de nuestro sentido común ejercitado en la santidad. Ya lo dice el Salmo: “Encaminará a los humildes por el juicio y enseñará a los mansos su carrera” (Salmo 25:9), y: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar” (Salmo 32:8). El hombre de negocios que inicia sus tareas seculares en este espíritu, no necesitará sentarse a la puerta de su comercio para saber si Dios quisiera que abra la puerta. De igual manera, el pastor que anda este sendero puede confiar que cuando ha huido del pecado, podrá añadir los ingredientes que den fruto en el conocimiento de la voluntad de Dios. Otro principio esencial nos lo da Proverbios 3:5–6: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tu veredas”. Nuevamente, está la clara promesa de guía, pero en forma condicional, que ahora es: “reconócelo en todos tus caminos”. Es decir, Dios está dispuesto a dar más guía a los que han obedecido la que ya han recibido. Ocurre constantemente con los conductores que siendo de noche se sientan al volante de su automóvil. Lo primero es encender las luces, para ver solamente alrededor; luego de salir a la ruta, cambia por la “luz alta”, para ver el panorama a mayor distancia. A medida que va andando, va conociendo mejor el camino que transita y vuelve a su luz normal. El cambio de luces ha sido un modo de tener la confirmación de que está seguro en lo que hace. ¿Qué dice la Biblia? “Por el camino de la sabiduría te he encaminado, y por veredas derechas te he hecho andar. Cuando anduvieres, no se estrecharán tus pasos, y si corrieres no tropezarás” (Proverbios 4:11–12). Si somos obedientes en la parte de la voluntad de Dios que él nos ha revelado, tendremos luz para ver algo más adelante. Dios promete dar más luz a los que andan en la luz que ya les ha [p 81] dado. Teniendo delante la figura de la luz, volvemos al Salmo: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105), que se complementa con el versículo 133: “Ordena mis pasos con tu palabra, y ninguna iniquidad se enseñoree de mí”. Las enseñanzas, los ejemplos, los principios y razones de la fe, etcétera, que traza la Escritura son de una fuerza tal que forman la enciclopedia del estilo de vida de Dios, preparada para cada situación de nuestra vida.

COMPROBACIONES DEL LLAMAMIENTO Haber verificado que Jesucristo es el Señor. Estar seguro de nuestro carácter como discípulos. Tener indicios de que Dios nos ha ratificado. Poseer testigos de lo que decimos. 2. La oración El término oración significa “deseo dirigido para recibir algo bueno”. En realidad, es la búsqueda de Dios porque él es lo mejor. Decía David: “A ti, oh Jehová, levantaré mi alma” (Salmo 25:1); “Señor, delante de ti están todos mis deseos, y mi suspiro no te es oculto” (Salmo 38:9). Hermosa descripción de la oración, el deseo de encontrarnos con Dios. Cuando aspiramos a que Dios nos mire, le damos la oportunidad para que haga lo que quiera en nosotros y por nosotros. Es el momento cuando parecería que el cielo y al tierra se besaran. No que la oración valga para persuadir a Dios a que realice nuestra voluntad o a que apresure sus acciones, sino que es como echar mano de su voluntad. La oración ciega, en cambio, puede tener resultados distintos. Dice el Salmo 106:15: “El les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos”, porque Dios les vio tercos y no sumisos; así que lo que recibieron [p 82] no contaba con la aprobación suya. El líder que ora trata de encontrarle y ser hallado de él. Saulo en su desesperada persecución de los santos fue sorprendido en Damasco y cambiado en

42 otra persona. Fue entonces cuando dice: “Y le vi [al Señor] que me decía… “ (Hechos 22:18) y recibía la comisión de ir “lejos a los gentiles”. Nuestra oración, como líderes de Dios, no es una constante petición, sino una invariable visión que nos mueve a la vocación y a la ventura de vivir el propósito de Dios. Así ocurrió con Isaías: “El año en que murió el rey Uzías, vi al Señor sentado en un trono muy alto; el borde de su manto llenaba el templo” (Isaías 6:1 VP). El profeta se encontraba orando en el templo, quizás preocupado por la muerte del rey y el desenlace que esto podría tener. En oración, Isaías sintió la presencia de Dios, y descubrió que no solamente había provisión para la nación, sino también para él: limpieza, santidad y llamado al servicio. Los efectos de la dependencia son grandes, porque destruyen nuestro propio saber para implantar el de Dios; es la razón por la cual Dios quiere que oremos y el diablo se opone. El enemigo trabaja con nuestra imaginación. Dios en cambio lo hace con nuestra voluntad. A la operación del diablo, debemos los pensamientos que rodean nuestra mente que evitan la oración o la hacen fracasar. Pensamientos que nos vienen para perturbar cuando estamos tratando de sintonizar con Dios, y nos traicionan. ¡Cuán importante es el autoexamen en la experiencia del líder! El mismo David dice: “Si tuviera malos pensamientos, el Señor no habría escuchado” (Salmo 66:18 VP) ¿Malos pensamientos? ¿En qué sentido podríamos orar con malos pensamientos? Consideremos, por ejemplo, lo siguiente: Primero: Pensamientos de suficiencia. Son los que nos hacen ver sobre los demás y correctos en todo lo que hacemos. Sabemos que no es así, pero en el momento de probarlo el orgullo se anticipa a la oración, que es en sí humillante, y caemos. ¿Será por esta causa que la oración de Cristo es: “Padre nuestro …. dános …. perdónanos… líbranos”? Nos parece que sí. Dios odia el orgullo, le es abominación, porque, ¿qué tenemos que no hayamos [p 83] recibido? (1 Corintios 4:7). Trágicamente, la arrogancia tiene algunas “hermanas” que siempre la acompañan y forman la familia de la impiedad. Son la contienda, la crítica, la envidia, la ira y otras (Salmo 106:16). Si algo podemos clamar ahora mismo es: Dios mío, sálvame de mi orgullo; Señor tráeme cerca de Cristo, porque cuanto más cerca estoy de él más lejos me hallaré de mí mismo. Segundo: Pensamientos de duda. Posiblemente la incredulidad sea el estorbo mayor para la oración. El Señor Jesús dijo que el Espíritu Santo convencería al mundo de pecado: “De pecado, por cuanto no creen en mí” (Juan 16:9). Nosotros no somos del mundo, pero la falta de crecer en él muchas veces nos acompaña. Es Santiago quien dice: “Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra” (Santiago 1:6). Algunos no tienen, porque no piden; otros no tienen, porque no creen. Creer que Dios responde a la oración es el primer paso para disponernos a la respuesta. Dios puede decir que sí, todavía no, o no, pero siempre contesta; y nosotros recibimos paz en su contestación (2 Corintios 12:8–9). El líder necesita sabiduría, y la Biblia nos dice cómo conseguirla. El texto dice que se la dará a todo aquel que la solicita y sin reproche (Santiago 1:5). Si en este tema tan sustancial para nuestro ministerio dudamos, entonces, ¿cómo podremos guiar a las ovejas a la seguridad? Tercero: Pensamientos de desamor. La oración de fe, va precedida por un espíritu de amor. No podemos estar mal con los hermanos y bien con Dios. El espíritu de oración es necesariamente el mismo espíritu de amor. El Señor Jesús enseñó a orar por los que nos persiguen (Mateo 5:44–45). Lamentablemente, esto tenemos que aplicarlo a veces a los creyentes que han tomado una posición adversa al líder. Pero el texto es bien claro: “Si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:15). ¿Cuántas veces nosotros como líderes, sin haber perdonado nuestras ofensas, hemos repetido y hasta estudiado los detalles de esta oración?[p 84] El urgente clamor bíblico para que amemos a los hermanos recorre todas las páginas de la Biblia, porque el que “aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas” (1 Juan 2:9), pero el que ama es nacido de Dios (1 Juan 4:7) y no tiene tropiezo alguno en el ministerio (1 Juan 2:10). Tan serio es lo que decimos, que aun las malas relaciones matrimoniales estorban las oraciones (1 Pedro 3:7). Cuarto: Pensamientos de mezquindad: La oración nos hace depender de Dios en lo que nosotros no podemos hacer; pero lo que nos corresponde lo tenemos que hacer cuidadosamente y no esperarlo del Señor. El “dadles vosotros de comer” (Marcos 6:37) fue una orden tan definida, como “quitad la piedra” (Juan 11:39), y ambas nos enseñan nuestra responsabilidad para con los demás.

43 Clamar al Señor por dinero cuando tenemos lo necesario, es pedir mal y no recibir. Rogar sin alabar es tener un espíritu de mezquindad. Decía David: “Con labios de júbilo te alabará mi boca … cuando medite de tí en las vigilias de la noche” (Salmo 63:5–6). El Nuevo Testamento también enseña que todas nuestras peticiones deben ir envueltas en “acción de gracias” (Efesios 5:20; Filipenses 4:6; Colosenses. 3:17; 1 Tesalonicenses 5:18). Si hemos señalado algunos inconvenientes en la oración no es para detenernos en ellos, sino por el contrario, para reconocerlos, confesarlos y crecer. Todo líder sabe cuán necesaria es la oración, y cuánto espera Dios de los intercesores. Uno de los grandes dramas de Israel antes de la cautividad es que no hubiera quienes oraran, y la Biblia dice que aun Dios mismo se maravilló de que “no hubiera quien intercediera: (Isaías 59:16). Es cierto que ahora tenemos el Espíritu que intercede, pero también es cierto que nos utiliza a nosotros para hacerlo. Todos sabemos que el modelo de intercesor fue el mismo Señor, no solamente por sus noches misteriosas de oración (Lucas 6:12) o sus madrugadas de comunión con el Padre (Marcos 1:35), sino además por sus lloros delante de los muros de Jerusalén (Mateo 23:37) o sus alabanzas espontáneas como: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así [p 85] te agradó” (Mateo 11:25–26). Los ejemplos se acumulan hasta Getsemaní, donde lo hizo “angustiado y entristecido en gran manera” (Mateo 26:37), orando por tres veces sobre lo grande que tenía por delante: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú”. ¡Cuán difícil nos es comprender todo este tema y entrar en la posesión del espíritu de oración que adornó al Señor Jesús! El ejemplo que nos muestra la dependencia del Señor, aunque está lejos, es nuestra meta; y sus dichos pueden muy bien formar nuestra vida en la comunicación con Dios. Recordemos que cuando dijo: “Os digo que todo lo que pidiéreis orando, creed que lo recibiréis y os vendrá” (Marcos 11:24), o como dice la Versión Popular: “todo lo que ustedes pidan en oración, si creen; que ya lo han recibido, así será”. “Pedir orando” es similar a “orar con toda oración y súplica” (Efesios 6:18); que es ese deseo, que como líderes anhelamos que el poder de Dios, que mueve todas las dificultades, quite también las que están en nuestro interior, para que veamos la respuesta de Dios. El deseo de que Dios intervenga en nuestro ministerio es el alma de la oración, porque encierra la intimidad de lo que esperamos del Señor. Leemos en Jeremías 29:13: “Me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón”. Así ocurrió con la reforma introducida por el rey Asa, ¿por qué? Porque “todos los de Judá se alegraron de este juramento, porque de todo su corazón lo juraban, y de toda su voluntad lo buscaban, y fue hallado de ellos; y Jehová les dio paz por todas partes (2 Crónicas 15:15). Cuando los deseos espirituales son dominantes, el amor “de todo tu corazón” (Deuteronomio 6:5) es la ley invariable del ruego con toda oración. Según el Señor enseñó, bajo estas condiciones tan saludables, esperamos ya tener la respuesta en el cielo aunque aun no haya llegado a la tierra. La bendición celestial es la respuesta de Dios a nuestra oración hecha con fe y sin tropiezos. Nada es más emocionante que oír del Señor: “Creed que lo recibiréis”, y bendito sea el cristiano [p 86] que siente que Dios ha respondido y disfruta su respuesta en paz. Un modo saludable de concluir estos pensamientos es traer a la memoria algunos ejemplos de líderes que se caracterizaron por este modo de orar. Abraham clamó sobre Sodoma. En su súplica reconoció ser “polvo y ceniza” y depender de la bondad de Dios. “No se enoje ahora mi Señor”, dijo en más de una vez, y siguió orando hasta conocer la profundidad de la condescendencia de Dios. En cada oportunidad recibió la respuesta, solamente a lo que pedía, y fue comprendiendo hasta dónde podía continuar con su ruego. Abraham estaba conociendo la mente de Dios. El no le dijo como procedería, pero leemos que cuando Dios destruyó las ciudades de la llanura “se acordó de Abraham, y envió fuera a Lot de en medio de la destrucción, al asolar las ciudades donde Lot estaba” (Génesis. 19:29). No siempre sabremos cómo Dios hará su obra, pero tenemos la certidumbre de que la rogativa tendrá respuesta. También viene a ayudarnos la oración de Moisés: “Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito” (Ex. 32:31–32). Dios le oyó, pero no contestó como pidió; en cambio, le dio una revelación más profunda de su santidad (Exodo 33:7–17). El líder que vive cerca de Dios, con quien él habla, se convierte en un participante de sus planes que luego comunica a sus seguidores (Exodo 34:32–35).

44 ¿Qué decir de Elías y el fuego del cielo (1 Reyes 18); de Daniel y las revelaciones hasta el fin del siglo (Daniel 9); de Ezequías y la impureza del pueblo (2 Crónicas 30:18–20); de los que reconstruyeron la nación luego del cautiverio: Esdras y Nehemías (Esdras 10:1; Nehemías 1:4, 6, etcétera), a quienes Dios miró como líderes santos y les respondió con bendición y abundancia? ¿Cómo olvidar a Pablo y Silas en la cárcel (Hechos 16), o las oraciones en la prisión tanto de Pablo (Efesios 1:16; 3:14; Filipenses 1:9; Colosenses 1:9) como de Epafras (Colosenses 4:3) y los demás, que tanto bien han prodigado a los santos de todos [p 87] los tiempos y nos han enseñado la noble función del hombre de Dios? De todo esto podríamos decir que la oración nos hace apropiar de sus promesas y nos ilumina sobre sus propósitos. Por ella desechamos nuestros planes, a veces absurdos, para implantar sus directivas. Como líderes, reconocemos que la oración reduce nuestras pretensiones, y abre la puerta para conocer más de cerca a Dios.

LA ORACION EN LA VIDA CRISTIANA Orar es saber que Dios tiene lo mejor para nosotros. Al orar inquietamos las fuerzas del mal, y suelen atacarnos dudas. Cuando oramos nos humillamos ante Dios para aceptar sus propósitos. La oración descubre la importancia de los obstáculos y nos hace apropiar del poder de Dios. 3. La actividad del Espíritu Santo Antes que el Señor Jesucristo comisionara a los doce para representarle en el mundo, les habló de la obra que el Espíritu Santo haría en ellos. Primero les dijo que vendría para estar con ellos, y luego que estaría en ellos (Juan 14:16–17). Vendría para ayudarlos y para presidirlos del mismo modo en que él lo había hecho. Tendría una función docente y les recordaría las enseñanzas recibidas (Juan 14:26). Les inyectaría poder para dar testimonio a los demás (Juan 15:26–27). Sería el encargado de convencer al mundo y de guiar a los cristianos a toda la verdad. Con su voz profética sabrían las cosas que habrían de venir (Juan 16:7–15). Desde Pentecostés, tanto ellos como los que estaban [p 88] en la escena comenzaron a distinguir parte de lo que habían aprendido del Señor. Los primeros líderes de la iglesia que se mostraron llenos de valor, también estaban llenos del Espíritu Santo (Hechos 4:8). Para cumplir el ministerio, Saulo recibió la visita de Ananías que le dijo: “El Señor Jesús, que se te apareció en el camino … me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo” (Hechos 9:17). Los que fueron elegidos para servir a las mesas, también fueron varones “llenos del Espíritu y de buen testimonio” (Hechos 6:3–4); algunos de los cuales fueron posteriormente poderosos predicadores (Hechos 6:10; 8:5). En las mismas condiciones, Pablo dirigió sus viajes y aceptó la soberanía de Dios (Hechos 13:1–4; 16:6–7). Es la única manera en que el siervo de Dios gozará de la victoria y sentirá su corazón rebosante para alabar y agradecer lo que Dios está haciendo por su medio (Efesios 5:18). Está viviendo en la plenitud de Dios. También la Biblia enseña que los hombres ungidos para el servicio (Exodo 28:48) y que fueron separados para él, vivían de una manera especial. La unción los santificaba y también habitaba. Así ocurrió con el mismo Señor (Lucas 4:18) y con los predicadores que él apartó (comp. 2 Corintios 1:21). El Espíritu, además les proveía del suministro necesario para todos los trances del ministerio (Filipenses 1:19). No solamente fortaleza, sino también percepción sobre el valor de las dificultades. Pongamos un ejemplo: Supongamos que un jinete ve desde lejos un monumento en medio de su camino. A medida que se acerca le llama más la atención. Al llegar a él, el caballo se detiene porque lo ve como un obstáculo, en cambio el cabalgante desciende para observarlo mejor. Los cuatro ojos miraron y vieron lo mismo, pero solamente el hombre conoció la verdad y contempló su belleza. Monta de nuevo, desvía al animal y sigue. El caballo podría pensar: “Yo sabía que no podríamos saltar sobre este obstáculo, se la gané a mi jinete”. El cabalgante en cambio dice: “¡Qué hermosura de estatua y cuántos datos útiles contiene que no conocía!”. ¿Cuál de los dos tiene la comprensión del valor [p 89] de los obstáculos? Todos estaríamos de acuerdo en que la tiene el jinete.

45 Dios ha constituido a los líderes para que perciban la importancia de todas las cosas. El Espíritu les ha dotado de coraje, “de poder, amor, y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7). Es lo que significa 1 Juan 2:20: “tenéis la unción del Santo y sabéis todas las cosas”. Cristo es el Santo que por su Espíritu nos hace participantes de su conocimiento, así como de su santidad, Cuando el Espíritu llama a un líder, también le ilumina para que conozca la voluntad de Dios y estudie las Escrituras así como las circunstancias, de un modo tal que esté en constante perfeccionamiento. Es la manera como la unción puede aplicar con frescura el poder divino para él y sus ovejas. Es además el modo como le mostrará la importancia de los “obstáculos”, el valor de la pruebas, y tendrá una visión clara para desarrollar sus labores (1 Juan 2:27). Los líderes sujetos al Espíritu no tienen temor a las circunstancias, porque saben que por ese camino han sido guiados por él, y esperan sus respuestas. Con verdadera paz y creciente anhelo de comunión, producen frutos gratos a los ojos de Dios.

LA OBRA DEL ESPIRITU SANTO Está en todos los creyentes para formar el cuerpo de Cristo. Tiene la función de enseñar, revelar, guiar en distintas maneras y fortalecer a los siervos de Dios. Con la unción, podemos tener la percepción de las cosas, y la capacidad para conocer y enfrentar las circunstancias y el futuro. [p 90] 4. La realidad Creámoslo o no, lo que estamos estudiando nos enfrentará con la realidad de nuestro liderazgo, y tarde o temprano nos asaltarán inquietudes profundas que nos harán pensar si realmente estamos delante del rebaño o existe una barrera imaginaria que nos separa de él. Comenzará un cuestionamiento santo sobre si “el ejemplo de los creyentes” (1 Timoteo 4:12), o el “tú has seguido mi doctrina, conducta, propósito, fe longanimidad”, etcétera (2 Timoteo 3:10) se aplica o no a nosotros. En esta lucha está la presencia de dos mentes. La primera, es la mente natural que quisiera conformarse a lo que sucede, y tapar con la mano lo que dice la Biblia tratando de esconder la realidad. Pablo hablaba de esta mente como la gobernada por la carne (Romanos 7:23–25) con las antiguas inclinaciones que pugnan por apagar las inquietudes. Pero es por este canal que entran las asechanzas (Efesios 6:11) y las maquinaciones extrañas (2 Corintios 2:11) del enemigo. La segunda es la mente del Espíritu, de la cual ya nos hemos ocupado. Caminar de acuerdo a ella es vivir una constante lucha íntima, no solamente porque se es hijo de Dios, sino porque ir delante del rebaño significa afrontar peligros y resistir batallas (Santiago 4:7) hasta resultar más que vencedores por medio de aquel que nos amó. La mente espiritual está cautiva a Cristo, para que no militemos más según la carne, que sería una propuesta aceptable para Satanás (2 Corintios 10:3–5), sino de acuerdo al propósito de Dios. Aprendemos así a ver las cosas desde el punto de vista de Dios, que no es tarea fácil, sino sacrificada de autosujeción como el sentir “que hubo en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5). La misma presencia del rebaño nos sirve para realizar una constante verificación de nuestro modo de ser. Si las ovejas se dispersan, se desunen y la discordia empieza a caracterizar lo que hacemos, es señal de que estamos obrando mal. Pablo les preguntó a los corintios si los celos, las contiendas y las disensiones que había entre ellos, no [p 91] eran una verificación de que andaban “como hombres” (1 Corintios 3:3). La respuesta era sí. Posiblemente nos ocurra como a Pedro, que exista cierta incoherencia en nuestro testimonio. El, primero ayudó a los de Antioquía y después los desorientó (Gálatas 2:11–14). Sucedió que luego de la conversión de Cornelio (Hechos 10), Pedro comía y mantenía comunión con creyentes gentiles. Para Pedro habían desaparecido las barreras, pero ciertos visitantes procedentes de Jerusalén que no creían en esas actitudes progresistas intimidaron al apóstol para que se retractara de esas prácticas; y aunque sabía que el Señor había destruido toda pared de separación entre los hermanos, se apartó de los hermanos gentiles. Estas actitudes condenaron a este

46 pastor, y necesitó que otro siervo de Dios le mostrara su error. Pedro se encontró consigo mismo y aprendió que el pastor tiene que ser estable en sus creencias y conductas. Pedro cayó en la trampa de no comprender toda su realidad interior, y en el momento de la prueba simuló ser un hebreo intachable para que los visitantes de Jerusalén no llevaran de vuelta un informe que dañara su prestigio. ¿Qué le había sucedido? Posiblemente, no había aún analizado que el llamado de Dios para ir a una casa gentil (Hechos 10) había modificado toda su forma de ver a las almas, y que cuando el Espíritu le había dicho: “Ve” (vv. 20–22), su prestigio estaba también gobernado por Dios. Una de las lecciones que aprenderemos como resultado de esta comprobación es que nuestra mente está en constante avance. No lo sabemos todo, no lo manejamos todo; y tenemos que decidir si nuestra realidad será asemejarnos a la mente de Cristo (Filipenses 2:5–7), con su padecimiento injusto (1 Pedro 2:21; 3:18); o a la nuestra propia que se moldea de acuerdo a las circunstancias. Crecer es avanzar “en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18) y para ello necesitamos tomar ciertos pasos muy definidos: Primero: Reconocer nuestra limitación. Dice Filipenses 3:12: “No que lo haya alcanzado ya, ni que sea ya perfecto”. Es decir: Yo no tengo aún las cualidades de semejanza de Cristo que debería tener. No he llegado aún, [p 92] no conozco al Señor como debo, ni tampoco he experimentado el poder sobrenatural de su resurrección. Todavía siento el señorío de mis limitaciones. Con seguridad Pablo dijo todo esto oponiéndose al espíritu de suficiencia que había ganado alguno de los filipenses. Segundo: Gustar del entusiasmo en el avance. Leemos seguidamente en Filipenses 3:13: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está adelante…” Saber nuestra limitación no resuelve de por sí el problema. Estamos forzados a reconocer la realidad, pero así mismo estamos obligados a buscar la salida. Ni sentarnos a llorar nuestra desgracia, ni intentar cuanto camino nos parece que podemos seguir. Pablo había recorrido con su mente los caminos y las salidas, y todas menos una estaban cerradas. “Una cosa hago” (vv. 13): “olvidando ciertamente lo que queda atrás”. Vivir en el pasado, es vivir en el fracaso, porque es atarnos a lo irreversible o lo que hicieron otros, o a lo que hicimos en otra época. Aprendemos del pasado, pero nos preparamos para vivir el futuro. Así lo demostró Pablo: “extendiéndome a lo que está delante”. Otra vez se siente olímpico, y no puede comprender a un corredor yendo hacia adelante, mirando para atrás; pero además piensa como un corredor y está seguro de que cada minuto de su vida es preciosísimo, porque puede definir la competencia. Sentía pasión por tener todo su ser involucrado en la lucha, cuya meta veía, pero no había alcanzado aún. Tercero: Llegar a la mayor brevedad posible al objetivo. Dice Pablo “Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:14). Pablo definió el premio como lograr el objetivo del llamamiento supremo que era Cristo mismo. Quería ser como él, quería alcanzar los objetivos para los cuales Dios lo había llamado. Era una fuerza que nacía de su alma e inundaba todo el ser, controlando y motivando pensamientos y acciones. Pablo se había propuesto vivir la realidad. [p 93] 5. Las prioridades Lo que acabamos de ver puede ser un sacudimiento que desequilibre nuestra existencia. Tal vez quisiéramos renunciar a todo y comenzar de nuevo, tratando de redimir (o aprovechar) el tiempo. Se nos plantea un serio conflicto, porque una balanza de precisión está ante nuestros ojos. Por una parte, quisiéramos ser líderes como Pablo, y por otra tememos comprometernos. Descubrimos, entonces, que la vida entra en una confusión, porque no sabemos cómo distribuir nuestro tiempo. Nuestras funciones seculares (no siempre el líder está a tiempo completo) están resentidas, porque nos parece que les destinamos demasiado tiempo; nuestro hogar se resiente por la ausencia del padre. Nuestra misma salud comienza a dar señales de deterioro con menos sueño y más pobreza en la vida espiritual. Planteos en el trabajo, planteos en la casa, planteos en la iglesia. El rebaño mira para un lado y para otro, está buscando a su pastor. ¡No hay tiempo para nada! es una frase repetida, y el problema parece no tener solución. Pero el tiempo se usa o se descarta, no se puede postergar. Redimir el tiempo es usarlo con Dios y para Dios, es enfrentarlo con el reloj suyo y usarlo sabiamente.

47 Primero: ¿Qué significa prioridad? El diccionario nos diría que es un sinónimo de precedencia, preferencia o preeminencia; es decir una indicación de orden y rango. Sin embargo, en la Biblia el criterio es un poco diferente. Cuando el texto dice: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende la ley y los profetas” (Mateo 22:37–40), no está queriendo decir que yo amo primero a Dios y en segundo lugar a mi prójimo, sino que mi responsabilidad de amar a Dios incluye también a mi prójimo. No son dos calidades de amor, sino una misma responsabilidad en la que Dios se menciona primero por ser tal. Hay una responsabilidad básica de amar y dos relaciones. Así lo leemos en Gálatas 5:14: “Porque toda la [p 94] ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, donde no se menciona al amor de Dios, pero ya hemos visto que así lo menciona el evangelio y afirmar una parte del mandamiento es confirmarlo totalmente. Este mismo principio encontramos en Romanos 13:8–9. Luego, verdaderamente, la prioridad es amar ante todo. Posteriormente veremos cómo llegar. Segundo: ¿Cómo establece Dios la prioridad? El texto habla de: amar a Dios y al prójimo. Sabemos quién es Dios, porque es único, solo y verdadero (Juan 17:3), pero el prójimo, ¿es también uno solo? o ¿son muchos? En Romanos 13:8 que citamos más arriba leemos: “No debaís a nadie nada, sino el amarnos unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley”. Aquí “el prójimo” son todos los hermanos, todos aquellos distinguidos con la salvación que nos alerta para andar “de día” esperando el retorno de Cristo (vv. 11–12). Luego en Romanos 15:2 “Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación” otra vez vemos que no solamente es “soportar las flaquezas de los débiles” (v. 1 ), sino que también es tener “entre vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús” (v. 5). Amar a mi prójimo es, entonces, aplicar el amor de Dios a todos los que me rodean. Este pensamientos es el que encierra Efesios 4:25: “Por lo cual desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros”. Donde Dios está, está también el amor y el amor es el vínculo perfecto (Colosenses 3:14). La prioridad es amar a Dios sobre todas las cosas. Es lo mismo que leemos en Mateo 6:33: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Cuando “las cosas” ocupan el lugar del amor, estamos pecando, y no hay bendición. Leemos en 1 Corintios 10:31: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Estas consideraciones nos tranquilizan, porque cuando un líder tiene que atender a su hogar está también amando a Dios, tanto como cuando empleamos tiempo en la iglesia. Amar a mi señora y a mis hijos, es amar a mi [p 95] prójimo como Dios manda. Alguno, debido al trabajo secular, tiene que abandonar momentáneamente algunas actividades, y se siente mal porque cree que está robando a Dios. Pero en su conciencia puede tener paz, porque no ha cambiado el amor a Dios por “las cosas”, sino que aun por ese medio está honrando a Dios; siempre que pueda aplicar la Escritura: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Colosenses 3:17). Tercero: ¿De qué manera debemos aplicar las prioridades? En lugar de hablar o de insistir en que Dios está primero en la vida, es más coherente decir que es el centro de mi vida. Así lo dice el texto: “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón…” (Mateo 22:37). para que nunca pueda salir de nuestra intimidad, y si lo hace ya no amamos más con el amor de Dios; “las cosas” ocuparon el centro. Necesitamos, ahora, conocer como hacemos para que sea así en la vida práctica. Al leer la Biblia descubrimos que nos manda a realizar ciertas cosas. Ordenes tales como: “Sed santos, porque yo soy santo” (1 Pedro 1:16); “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús” (Filipenses 2:5); “orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17), que, al formar parte de nuestra relación con Dios, nos ayudan a comunicarnos sabiamente con él y entrar mejor en los secretos de su voluntad. Luego, estamos en una sociedad que necesita conocer a Dios, y comenzamos a dar testimonio. El tema de ser “testigos” no solamente ocupó la mente de los apóstoles (Hechos 10:39–41), sino que debería ser preocupación de todos los cristianos, y muy especialmente de los líderes (1 Pedro 5:12). Si él ha querido que estemos en un trabajo, cumplamos con una tarea ineludible, pero con gozo. Dios trabaja con nosotros sobre el tema del amor. Mientras Jo profundizamos ocurren cosas en nosotros. Se crea un sentir de dar que no existía antes, que es la evidencia nuclear del amor de Dios: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propi-

48 ciación por nuestros pecados” (1 Juan 4:10). Dios dio a su Hijo [p 96] (Juan 3:16), y este modelo moldea todo el estilo de la vida cristiana: “Cada uno dé como propuso en su corazón … porque Dios ama al dador alegre” (2 Corintios 9:7). “Gracias a Dios por su don (regalo) inefable” (2 Corintios 9:15). En consecuencia, proveer para la familia es dar amor (1 Timoteo 5:8) y cubrir las necesidades de los santos es diseminar amor (Romanos 12:13–16); así como cualquier actividad que represente “andar en amor” (Efesios 5:2) no proveyendo a intereses fuera de él. (comp. 1 Tesalonicenses 4:9–11). Cuarto: ¿En qué modo vive las prioridades un líder? Leemos en 1 Juan 4:11: “Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros”. El modo en que Dios demostró su amor fue de tal magnitud que cubrió todas las esferas de nuestra vida. Tito 3:4–7 nos da una breve reseña de lo que decimos: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”. ¿Cómo podemos aplicarlo a nuestra experiencia? En primer lugar: de ninguna manera, porque el amor de Dios es único. Pero, pensando posteriormente, diríamos que haciendo por los demás lo mismo que nos agradó que Dios hiciera con nosotros. Amar, hacer misericordia, y recibir en gracia. La diferencia enorme está en los límites tan distintos a que nosotros podemos llegar, pero el principio es el mismo. Cuando nos ejercitamos en lo que el amor puede hacer y dar, se agudiza el sentido de ser “hacedores de la palabra” hasta transformarnos en unos “bienaventurados en lo que hacemos” (Santiago 1:22–25). ¿Qué sucede, entonces, con nuestro tiempo? Que lo usaremos de modo tal que en todo seremos modelos. Ser modelo delante de la ovejas, es ser modelo delante de la familia, y ser modelo en el trabajo, etcétera; porque [p 97] administramos el amor de Dios (comp. Gálatas 6:4). Cuando discernimos bien nuestro papel, aprobamos lo mejor (Filipenses 1:10), y siempre Dios está en el centro de nuestro ser. Las respuestas se producen luego de aprender a reconocer y evaluar. Por ejemplo: ¿Es mi lugar en la iglesia o en casa? En este momento debo saber que es en casa, por esta y esta razón, ¿Cómo puedo ser un líder si tengo que trabajar secularmente en horas inadecuadas? Pero ¿qué dice 1 Pedro 2:19? “Porque esto merece aprobación, si alguno a causa de la conciencia delante de Dios, sufre molestias padeciendo injustamente”. Naturalmente, que el texto está aplicado a los esclavos, pero cuánta honra hay para Dios en nuestras vidas cuando sentimos su conformidad en el trabajo que nos parece un absurdo. Por este medio también aprendemos a vivir bajo autoridad.

LOS FUNDAMENTOS DE LAS PRIORIDADES La base de la prioridad es conocer el amor de Dios. Vivir en prioridad es administrar el amor de Dios. El discernimiento y la madurez son los medios para conocer el funcionamiento de la prioridad. Es nuestra prioridad estar donde estamos seguros de que Dios nos ha puesto. [p 98]

49 [p 99]

VI EL LÍDER Y EL PERDÓN Perdonar es quitar la culpa del culpable. Ver a una persona con la carga de la falta que cometió, es no haber ejercido aún la gracia del perdón. 1. El ejercicio del perdón En la última parte del libro de Génesis, un adolescente de diecisiete años (Génesis 37:2) amado de su padre, pero muy aborrecido por su hermanos, fue sentenciado primero a morir ahogado en una cisterna, y luego, como ésta no tenía agua, a desaparecer de la escena vendido odiosamente por veinte piezas de plata a una caravana de mercaderes que se dirigía a Egipto (Génesis 37:25). Solo, sin papá, sin mamá y sin familia, fue montado en un camello, para oír un idioma nuevo, costumbres nuevas y dejar de ser hijo para transformarse en un esclavo para siempre. Los hermanos, mientras tanto, con la sangre de un cabrito mancharon la túnica que le habían quitado, para decirle al padre que una bestia lo había devorado. Pasaron alrededor de treinta y cinco años, y José acompañado por Dios ocupó lugar muy destacado en Egipto, rodeado de honores y de mucha fama. Un día, llegaron hasta él unos viejecitos miserables y desposeídos a quienes José reconoció como sus hermanos. Al verlos se [p 100] echó a llorar con disimulo, pero no podía reprimir sus recuerdos y entristecerse al comprobar las consecuencias de la mentira, del odio y del pecado. José les perdonó, pero el fuego ardiente del remordimiento no pudo apagarse en los corazones de ellos, y cuando murió Jacob pensaron que José tomaría represalias; pues suponían que el perdón era una manera política de manejar un tema delicado frente a una persona tan anciana como su padre. Le enviaron, entonces, un mensaje: “Y enviaron a decir a José: Tu padre mandó antes de su muerte, diciendo: Así diréis a José: Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque mal te trataron; por tanto, ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre. Y José lloró mientras hablaban. Vinieron también sus hermanos y se postraron delante de él, y dijeron: Henos aquí por siervos tuyos. Y les respondió José: No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón” (Génesis 50:16–21). Este modelo de perdón tiene algunos componentes importantes: Primero: El perdón tiene que ser verdadero. José ya los había perdonado (Génesis 45:6–7), pero ellos dudaban. No conocían el carácter de un varón de Dios, ni el ejercicio del perdón de Dios. Estaban acostumbrados a los modos de los pueblos y no sabían que José había aprendido otro estilo de vida en la presencia de Dios. Se había acostumbrado a no fingir, y a desechar la simulación que había en ellos mismos. El perdón que floreció cuando les vio llegar a Egipto, era una auténtica evidencia de hombre de Dios. Segundo: Lo sucedido le causaba dolor. “José lloró mientras hablaban”. Tanto en el caso anterior como en este, corrieron por su mente muchos episodios y sucesos que ya tenían el veredicto de Dios y la historia lo evidenciaba. Nuevamente José palpó las consecuencias de la mentira, y se entristeció en gran manera al ver a sus [p 101] hermanos presos de la pesadumbre y del remordimiento que arrastraron por tantas décadas. El pago de la venganza es la herida incurable del desasosiego permanente. Lloró por ver la miseria del pecado en su propia familia; lloró porque los amaba, y se entristeció mucho al ver a esos hombres mayores vencidos por una vida de culpa, gustando la triste recompensa del engaño. El líder perdona cuando siente el dolor por el pecado. Tercero: Supo ocupar su lugar: “¿Estoy yo en lugar de Dios?” Es una tendencia humana el ocupar un lugar de preferencia o justificativo frente a una persona que se humilla como lo hicieron esos hombres. Hubiera sido su oportunidad para enorgullecerse sobre ellos, pero no ocupó ese lugar. José sabía que solamente Dios podía perdonar, y se dio cuenta de que estaba frente a la gracia divina. El perdón no es un merecimiento, sino una gracia, y la gracia es de Dios. Solamente El podía—y puede—decir: NO. El líder perdona cuando permite que Dios ocupe su lugar. Cuarto: La lección extraída del error: “Vosotros pensasteis mal contra mí, pero Dios lo encaminó a bien”. Aquellos hombres hicieron un mal y se quedaron toda la vida con el remordimiento. No tenían a Dios, ni reve-

50 lación de Dios. No había en sus planes más que un corto “aquí y ahora” que no les permitió ascender al carro de la victoria. José, que había comprendido que estaba sobre todas las cosas, tenía otra interpretación: “Dios lo encaminó … para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo”. Si él no hubiera tenido un corazón perdonador, Dios no hubiera podido enseñarle el valor de las pruebas; porque su amargura hubiera dominado todo y condicionado aun los planes divinos. Quinto: La evidencia de haber perdonado: “No tengáis miedo … yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló y les habló al corazón” (v. 21). Los tranquilizó, les prometió abundante sostén y los consoló tiernamente. Efectivamente, José había perdonado a sus hermanos. Si estos cinco pasos pueden ayudarnos, diríamos que un líder ha perdonado cuando esta quinta actitud es una realidad: “los consoló y les habló al corazón”.[p 102] Otro ejemplo que podría ayudarnos es el de Moisés, quien siglos después, siendo ya Israel un pueblo grande, Dios levantó para que los libertara de Egipto. Este líder tuvo que perdonar ataques del pueblo, pero uno de éstos cobró singular relevancia. Andando por el desierto cerca de Hazerot, María—su hermana—levantó una calumnia con el fin de destruir al siervo de Dios. Dios aplicó esa murmuración como a sí mismo (Números 12:2) y la mujer fue severamente castigada con lepra, en una breve ceremonia donde intervino la nube de la presencia de Jehová, y fue arrojada del campamento por siete días. Se vivió una situación tensa, porque la profetisa había caído y todo el pueblo permanecía detenido como si Dios quisiera que una meditación sincera se apoderara de cada integrante. Seriamente atacado por su hermana, Moisés estuvo afligido; no solamente por la cercanía familiar, sino por la obra que Satanás quería hacer entre los responsables. Por causa de un miembro de su familia todo se había detenido. Dios quería que la sanción fuera una lección y no una venganza, y Moisés tenía la misma interpretación; pero los tiempos eran distintos. Moisés quería evitarle el destierro y Dios no. La oración del libertador fue: “Te ruego, oh Dios, que la sanes ahora: (Números 12:13); pero la respuesta fue: “Sea echada del campamento por siete días”. Dios quería que ella supiera el precio de la murmuración, que todos supieran que Moisés era el hombre aprobado por él, y que con la murmuración en medio no hay avance: “Y el pueblo no pasó adelante hasta que se reunió María con ellos” (v. 15). ¿Cuándo un líder perdona? Cuando puede orar por su adversario en la manera en que lo hizo y esperar que Dios actuara según su voluntad. Otros siervos de Dios también perdonaron. Podríamos recordar a David, Jeremías, Isaías o Daniel, cuyas vidas eran modelos de sujeción al Dios perdonador. Pero ¿qué sucede conmigo o con usted que muchas veces el perdón parece un acto imposible, y cuando se logra es motivo de divulgación como algo sensacional y no corriente? Hemos leído y nos ha conmocionado el caso de [p 103] Esteban. Pero con frecuencia no deja de ser un buen ejemplo de alguien “distinto” a nosotros; porque eso de clamar de rodillas: “Señor no les tengas en cuenta este pecado” (Hechos 7:60) ¡parece no ser aplicable a nuestro contexto! Es que no necesitamos llegar a casos tan extremos. Tiempo después del incidente de Esteban, ocurrió otro en la ciudad de Colosas. Un esclavo robó a su amo y lo abandonó. En la cárcel de Roma, el fugitivo dio con Pablo, quién le explicó con cuidado el amor de Dios y la salvación para los pecadores. Onésimo se convirtió sinceramente al Señor, pero temía mucho retornar a Filemón. Pablo le preparó una carta de presentación. “Quizás para esto se apartó”, le dijo, “para que le recibieses para siempre; no ya como esclavo, sino como más que esclavo, como hermano amado.… si me tienes como compañero, recíbele como a mí mismo, y si en algo te dañó o te debe, ponlo a mi cuenta” (Filemón 15–18). Allí fue Onésimo con su carta y su corazón, para ser perdonado para siempre. Querido líder, ¿no nos hace falta a ti y a mí, motivar nuestros corazones en la búsqueda de la sensibilidad del Espíritu, para emprender el sendero difícil del perdón? Y si lo hiciéramos ¿no habría mucha gloria para Dios, que es el perdonador por excelencia? ¿No es verdad que cuando perdono, no lo hago yo, sino la gracia de Dios que aplico para perdonar?

51 2. La importancia de la culpa En la Escritura leemos que “el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4); “que toda injusticia es pecado” (1 Juan 5:17), y que los pensamientos como las palabras llevan una carga de pecado. Por ejemplo dice: “De toda palabra ociosa que hablen los hombres de ella darán cuenta en el día del juicio” (Mateo 12:36), o: “que todo lo que no es de fe es pecado” (Romanos 14:23). Cada uno de nosotros es culpable de quebrantar la ley de Dios, aunque no nos demos cuenta o creamos que no es así, porque estamos constantemente en infracción. El [p 104] tema de la culpa tal como Dios lo ve (Exodo 20:7; Levítico 5:2–5; 1 Corintios 11:27) es grave, aunque a nosotros por vivir en un entorno de gracia nos parezca que no es así. ¿Qué apropiación debemos hacer nosotros de la culpa? La respuesta a esta pregunta nos auxiliará para ejecutar el perdón. Lo primero es ver que Cristo vino “en semejanza de carne de pecado” y “condenó al pecado en la carne” (Romanos 8:3). Es un modo de comprender el significado de Isaías 53:9–11, donde dice que fue “herido por la rebelión del pueblo”, por medio del quebrantamiento y sujeción a padecimiento; tanto que hubo mucha aflicción en su alma, porque “los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí [él] (Romanos 15:3). Sin querer, entonces, cuando nos apropiamos de la culpa de alguna falta o pecado, es lo mismo que si quisiéramos arrancarle el efecto a la cruz y mejorarlo por nuestro medio. Es como si dijéramos que Cristo no llevó todos los pecados, ni sufrió todos los vituperios y que de algún modo tenemos que hacer justicia aparte por algunas culpas. En segundo lugar, 2 Corintios 5:14 dice que “uno murió por todos, luego todos murieron”, mostrando que la obra sustituidora de Cristo es de carácter inclusivo. Uno murió y aplicó su muerte a todos. Pablo enseña que Cristo voluntariamente sufrió el destino que nos correspondía. “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). Dios le hizo pecado, le trató a él como deberíamos ser tratados nosotros, y le hizo sufrir las consecuencias penales de nuestra transgresiones. Cuando Cristo pasó por las tinieblas profundas de la condenación, cargaba sobre sí mismo el pecado (y los pecados) de mis hermanos y los míos propios. Dios quiso que cargara la culpa sucia del pecado y fuera tratado como delincuente, a fin de que nosotros gustásemos de la blancura de ía santidad. El pago fue por todos, todos están incluidos en el perdón. Volvemos a formularnos la pregunta ¿Qué apropiación debemos hacer nosotros de la culpa? Y la respuesta sale de por sí: Ninguna. ¿Hay algo que debemos juzgar? [p 105] Nada; ya está todo juzgado, nosotros simplemente aplicamos la justicia, no de los hombres, sino de Dios. Queda bien firme, en consecuencia, que solamente Dios tiene el derecho o la prerrogativa de no perdonar. 3. La experiencia del perdón Ya al comienzo de los evangelios leemos que Juan el Bautista predicó el arrepentimiento y el perdón de los pecados (Marcos 1:4), y posteriormente el Señor Jesús insistió en el tema (Marcos 2:5; Lucas 7:43). Tanto Mateo como Marcos enseñan que el perdón es de Dios, y que hay pecados que él se reserva el derecho de no perdonar (Mateo 12:31). Asimismo, muestran la importancia de que los hombres ejerciten el perdón como un principio legítimo para reclamar lo mismo de Dios. Leemos: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial, mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14–15). Posteriormente, la cruz de Cristo aparece en las epístolas como el medio para las bendiciones de Dios a los hombres, y notablemente, la primera de ellas es el perdón; que está intimamente relacionado con la redención (Efesios 1:7; Colosenses 1:14). El perdón es el don de la gracia y el sendero hacia la vida eterna, obtenido gratuitamente mediante la desaparición de la culpa (Efesios 4:32; Colosenses 1:14). Perdonar es libertar de la culpa, como bien lo expresa el verbo griego aphiemi, cuyo significado fundamental hallamos en Lucas 4:18: “pregonar libertad a los cautivos … poner en libertad a los oprimidos”. En Mateo 18:27: “perdonó la deuda”, y Lucas 17:4: “Y si siete veces al día pecare contra ti y siete veces al día volviera a ti diciendo: Me arrepiento, perdónale”, es el mismo verbo y es como si literalmente dijera : “Quítale la culpa” (comp. Mateo 18:21).

52 [p 106] 4. El gozo de la libertad Si se tratara de un incrédulo ¿qué respuesta daríamos a la pregunta: Qué debe hacer un culpable? No tardaríamos en decir que tiene que arrepentirse y confesar sus pecados para que Cristo le perdone (Lucas 24:46–47). Pero ¿qué sucede si esa persona fuese un creyente? La respuesta se demora un poco y finalmente decimos: Lo mismo. ¿A qué se debió la demora? Primero, a que estamos seguros de que pecamos contra Dios, pero nos cuesta más creer que también lo hacemos contra los hermanos. Segundo, a que en el primero una de las partes es Cristo, y sabemos que él siempre perdona. En cambio, en el otro caso los dos son seres humanos y los hombres no sabemos perdonar. Necesitamos volver una y otra vez a las Escrituras para disfrutar de la enseñanza sobre el perdón entre hermanos; para saber que la confesión mutua de las faltas libera los corazones, ennoblece la comunión unos con otros y produce generosa sanidad en el alma. ¿De qué otra manera se puede interpretar Santiago 5:16? “Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados. La oración eficaz del justo puede mucho”. Al “retener” las faltas, nos atamos a ellas, y son a la postre las que dirigen nuestro ministerio. No, a este hermano por esto; no, al otro por aquello otro, y finalmente… disponemos de más inhibiciones, limitaciones y restricciones para el trato con los hermanos que si no fuéramos del Señor. Además, todas las cosas, que no son del Señor, resultan en instrumentos poderosos en las manos del enemigo para deprimir, limitar, enfermar y cuanta otra cosa le sea posible realizar en perjuicio del evangelio. ¿Qué hacer? Volver nuevamente al mensaje del evangelio, para reconsiderar cómo fuimos perdonados. Dice el texto que “el evangelio es el poder (dynamis) de Dios para salvar” (Romanos 1:16). Pablo, que en más de una oportunidad destacó la diferencia entre el “poder” y las “palabras” (1 Corintios 18; 4:20), es quien resaltó que ese poder transforma todas las esferas de la vida y cambia por completo los sentimientos.[p 107] Toda potencia puesta a nuestras disposición es por gracia, cuya raíz original es similar a la de gozo, de modo que donde podemos aprovechar del gozo es porque hemos echado mano a la gracia y viceversa. Usar de la gracia es tener libertad para dar, y nada mejor que volver a gozar del perdón del evangelio para dar perdón y disfrutar del gozo de la gracia. Tanto el gozo como la gracia van de la mano con la libertad; de modo que es correcto decir que el ejercicio de la gracia (al perdonar) produce de inmediato gozo, y ambos libertad para actuar (Romanos 6:18, 22).

EL PERDON Y SUS CONSECUENCIAS Perdonar es quitar la culpa del culpable; condenar es verlo siempre cargado. Confesar es decir todo lo que sentimos, y hacer una radiografía de lo que somos. Nos enfermamos cuando seguimos cargando males que Cristo ya llevó, y nos engañamos al creer que son nuestra cruz. Aceptar la obra de Cristo es hacernos responsables por la administración del perdón que él nos da. 5. Dios puede interrumpir el ministerio de un líder Como Pablo en su día, hoy también debemos vivir una disciplina cuidadosa, conscientes como él de correr el riesgo de “ser eliminados” (1 Corintios 9:27) de la carrera. Como Pablo, nosotros también sabemos que nuestro cuerpo es el vehículo del fracaso. El hablaba de ponerlo en servidumbre, es decir, cuidar lo que veía, lo que pensaba y lo que obraba. Nosotros también necesitamos estar atentos, controlar nuestros actos y nuestras inclinaciones, poniendo todo bajo el señorío de Cristo.[p 108] Pablo también enseñó a Timoteo las mismas condiciones de autocontrol: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te-salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4:16).

53 Tener cuidado de “ti mismo” es ejercer “dominio propio”, que es una de las cualidades para estar aprobado de Dios. Leemos en Romanos 12:3: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí coa cordura, conforme a la medida de la fe que Dios repartió a cada uno”. La advertencia nace de nuestra tendencia a querer controlar a los demás, instigados por la mente carnal (Romanos 8:5); y luego de los primeros logros la contaminación anula la posibilidad de pensar sobriamente. La amonestación es que tengamos cuidado con la mente, que es la puerta para la entrada a todas las maquinaciones de Satanás (1 Pedro 5:8). Los descuidos se observan cuando las ovejas comienzan a deliberar sobre la conducta del pastor, porque significa que ya no le siguen porque lo cuestionan. En muchos casos, como él cambia de actitud y se arrepiente de sus errores, las cosas se revierten y recupera su autoridad delante del rebaño, que vuelve a tomar el camino hacia las metas. Pero suelen existir oportunidades cuando Dios interviene porque el pecado ha dañado algún principio básico, tal como el del sacerdocio (contaminación, descuido en las ofrendas, etcétera) y no permite que un mal modelo, roto en su base, siga nuevamente como líder. Nos recordamos de Nabad y Abiú (Levítico 10:1), que murieron quemados por manejar a su antojo las cosas sagradas. De Coré y sus familiares, tragados vivos por un intento de modificar el oficio sacerdotal por subversión (Números 16:10). De los hijos de Elí, sentenciados a muerte por robar de la ofrenda que los israelitas traían a Dios (1 Samuel 2:27–29). De Ananías y Safira, fulminados delante de Pedro por defraudar de la ofrenda y negarlo (Hechos 5:1–10). En la Biblia tenemos otros casos en que la sanción no [p 109] fue tan severa, porque los siervos de Dios quedaron con vida y Dios perdonó el pecado, pero el ministerio sufrió una pérdida irreparable. Tomemos el caso de Moisés y Aarón que modificaron las órdenes recibidas e hirieron la roca en Cades de dos azotes. “Por cuanto no creísteis en mí”, dijo Dios, “para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Números 20:12). Sabemos que Moisés rogó reiteradamente a Dios para que revocara esta sentencia (Deuteronomio 3:26), pero Dios le contestó: “Basta, no me hables más de este asunto”. El, con la pena del ministerio perdido, tuvo que preparar y alentar a su sucesor (Deuteronomio 3:28). Aarón, por otra parte, no tuvo prerrogativa alguna y murió en el monte Hor, y pasó el ministerio a manos de su hijo Eleazar. Varios siglos después, Sansón el nazareo, haciendo menosprecio de su condición, jugó con el pecado, y finalmente entregó su consagración (Números 6:1–8) a los enemigos del Señor, siendo el juez de Israel. Los filisteos le cortaron el cabello y le sacaron los ojos para convertirlo en un juguete de sus fiestas, porque Jehová se había apartado de él (Jueces 16:20). El ex juez, atado con cadenas, hacía en la cárcel la labor de un animal; mientras los enemigos alababan a su dios y decían: “Nuestro dios entregó en nuestras manos a Sansón nuestro enemigo” (Jueces 16:23). En su oración final, pidió a Dios que le concediera fuerzas para vengarse por sus dos ojos, y así fue. Un día cuando todos ofrecían sacrificios a Dagón, lo colocaron para palpar las columnas de la casa. Con la oración “Solamente ésta vez, oh Dios” y el deseo “Muera yo con los filisteos”, terminó sus días. En verdad, Dios tenía otro destino mejor para él, si hubiera acabado sus días como juez suyo. Dios perdonó a Sansón, pero nunca más ocupó esa magistratura. Los años pasaron, y Saúl ascendió al trono de Israel. Con el pretexto de reservar animales para el sacrificio, desobedeció la voz del Señor. El profeta Samuel le dijo: [p 110] “Por cuanto tu desechaste las palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey” (1 Samuel 15:23). Saúl siguió viviendo muchos años, pero David fue ungido por rey. (1 Samuel 16:12). Fue David quien dijo a Salomón: “Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre, y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tú le buscares, lo hallarás; mas si lo dejares, él te desechará para siempre” (1 Crónicas 28:9).

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EL EJERCICIO DEL PERDON Perdonar es aplicar a otro la eficacia del evangelio tal como Dios me la aplicó a mí. El líder que perdona enseña a otros el camino para que le perdonen a él. El líder que no perdona se expone a la pérdida de su liderazgo; cuando lo hace queda habilitado para continuar siendo líder. Dios perdona los pecados, pero no siempre restituye el ministerio.

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VII EL LÍDER Y SUS REQUISITOS Con frecuencia leemos en la prensa que se solicitan personas para puestos de autoridad, y también se estipulan los requisitos. En algunos casos, con el agregado de: “inútil presentarse si no reúne estas condiciones”. Aunque el liderazgo espiritual es distinto en muchos aspectos, por la presencia del Espíritu Santo es justo pensar también que las demandas sean importantes. Siendo espiritual, nunca podemos pensar que puede haber quedado a criterio humano. Un dirigente (pastor, diácono, anciano, responsable de grupos juveniles u otras funciones de guía) representa al Señor Jesús en lo que hace. Cuando habla, cuando actúa, cuando decide, está reflejando lo que Cristo haría. Tanto en Hechos 6:1–8, como en 1 Timoteo 3:1–3; Tito 1:5–11 y 1 Pedro 5:1–5, tenemos cuadros bien definidos de como son los representantes que Dios busca. Podríamos diferenciar las funciones, pero no desconocer que como servidores de Dios, todos representamos su estilo y particularidad. Los requisitos no son una opción. Leemos: “Es necesario que el obispo sea…” (1 Timoteo 3:2), porque ante toda aspiración personal, primero tenemos que encontrarnos con Dios. Es esta singularidad lo que hace más difícil buscar a un líder espiritual, que nombrar uno al azar. Vamos a contemplar algunos detalles precisos: [p 112] 1. Irreprensibilidad “Es necesario que el obispo sea irreprensible” (1 Timoteo 3:2). Aunque nadie espera de un ser humano la perfección absoluta, todos anhelan que el líder tenga los niveles de santidad y compostura que la Escritura prescribe. Una media docena de palabras, con muy filosos contenido y acepciones, componen en sustancia el principio de irreprensibilidad en el Nuevo Testamento. Un ingrediente común es “el de no ser hallado en falta o libre de todo cargo válido”. Por ejemplo, leemos en 2 Pedro 3:14: “Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas (las que narra en los versículos anteriores), procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz”. Es una recomendación que afecta a toda la iglesia, y no solamente a los líderes, como preparación comprometida para la venida del Señor. Con el mismo espírit aunque con otro término similar, leemos en 1 Tesalonicenses 3:13: “Para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos”; con ello se induce a todos los cristianos a ser intachables. No nos parece exagerado si afirmamos que “el estar libre de cualquier cargo válido” es imperativo en todos los miembros del rebaño para cumplir el propósito de Dios. En Filipenses 2:14–15 leemos: “Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo”. La murmuración, que no es el estilo de vida de Dios, mancha o contamina la santidad y por su acción evidencia que somos reprensibles. Si así debería ser la conducta del rebaño, ¿cuál es el requerimiento para el pastor? Es mayor, constante, profundo para que sea capaz de guiar a sus ovejas por el sendero irreprochable tanto en la manera de pensar como de ser. En 1 Timoteo 5 leemos acerca de la conducta o trato con los hermanos. Habla de los ancianos, de las [p 113] ancianas, de las jovencitas, de las viudas, etcétera. Cada edad tiene sus problemas, sus inclinaciones y desvíos. Pablo le dice a Timoteo: “Manda también estas cosas para que sean irreprensibles; porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo”. (vv. 7– 8). En este caso, la irreprensibilidad de la comunidad cristiana radica en que cada uno obre con justicia en su hogar, haciendo todo conforme al mandamiento de Dios. Es muy natural que el líder que tiene que enseñar conducta, relaciones familiares y todo lo que dice el texto, sea santo en el proceder, con un comportamiento capaz de respaldar las directivas. Lo que estudiamos nos intranquiliza y, lejos de concedernos luz verde, nos hace recapacitar por si acaso estuviéramos contradiciendo lo que debemos enseñar. Pero sentimos paz cuando nos cercioramos de que el Señor quiere intervenir; “el cual también nos confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro

56 Señor Jesucristo” (1 Corintios 1:8). Cristo mismo ratifica nuestro deseo y acude con su Espíritu para afirmarnos y hacernos modelos (ver Colosenses 1:22). Pablo decía a los tesalonicenses: “Vosotros sóis testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes” (1 Tesalonicences 2:10). En los primeros doce versículos de ese capítulo, él mismo explicó el significado de irreprensibilidad en la vida de un líder; de modo que nosotros no necesitamos investigar un terreno desconocido. Simplemente tenemos que leer y cumplir lo que leemos. En Tito 1:6–7 otra vez nos encontramos con parte de lo que hemos estudiado. Salvo que en este caso dice que el líder “es administrador de Dios”, es decir, que tiene una clara visión de lo que le ha confiado para distribuir. Ni él, ni lo que posee es suyo, porque todo es de Dios (1 Pedro 4:10–11). Se mueve delante del rebaño compartiendo la posesión divina. Es un mayordomo fiel en distribuir “los misterios de Dios” (1 Corintios 4:1–2). Sobre esto mismo nos ocupamos más adelante en este libro. [p 114] 2. Autocontrol Antes que Cristo fuera muerto, Pedro creía que la espada era el mejor instrumento para ser un buen dirigente; hasta que después de la resurrección él se la cambió por la vara de pastor (Juan 21:15–17), con la cual habría de apacentar miles y miles de ovejas. El Señor sabía que el no que tuvo que decirle a su modo de ser, sería para su bien, y para el bien de muchos. Así también los no que aparecen en 1 Timoteo 3 y Tito 1:7 nos humillan: “no pendenciero” (buscapleitos VP); “no codicioso de ganancias deshonestas” (dinero mal habido); “no soberbio” (arrogante, altivo, terco); “no insincero (sin doblez, sin faltar a su palabra, no con doble intención); “no teniendo señorío” (aplastador de voluntades 1 Pedro 5:3); “no dado al vino” (no bebedor en exceso, borracho); “no iracundo” ( no irritable, furioso, exasperable), son necesarios. Nosotros tenemos el control del Espíritu para que “cada cual … no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piensa de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno” (Romanos 12:3). Necesitamos rogarle a Dios que nos ayude a pensar con prudencia, con sensatez para que la gracia nos permita ser moderados en el trato con los hermanos. El equilibrio que otorga la mente gobernada por el Espíritu es de tal magnitud que los que ejercen bien el liderazgo “ganan para sí un grado honroso y mucha confianza en la fe que es en Cristo Jesús” (1 Timoteo 3:13). El autocontrol, además, es una advertencia contra cualquier tipo de tendencia a la doble intención (comp. Oseas 7:8), que puede desembocar en una falsa santidad, y en trabajos que confunden el activismo con el servicio a Dios (Santiago 4:2; 1 Juan 3:22). El énfasis bíblico sobre los “no” del ministro importan mucho para disfrutar el gozo y satisfacción en la vida espiritual. Las conversaciones, las deducciones, las conclusiones practicadas con equilibrio, favorecen la preparación de prioridades, sin las presiones del apuro o la urgencia de las circunstancias. La templanza abre las puertas a la voluntad del Señor. [p 115]

COMO PENSAR EN LOS REQUISITOS Que la irreprensibilidad abarca todas las esferas de la vida. Que ese carácter tiene que comenzar en la intimidad del líder. Que por ser administrador de Dios, maneja cosas sagradas que debe compartir sin contaminarlas. Que el autocontrol activado por el Espíritu Santo es la seguridad que evita la caída. 3. Madurez espiritual Dice el textos: “no un neófito” (1 Timoteo 3:6), porque puede envanecerse y caer en la condenación del diablo. En otras palabras, dejar de vivir como ciudadano del reino de Dios, para volver a ser lo que era antes y utilizar los métodos que el diablo utiliza. Si el líder olvida ser “amable” (afectuoso, cordial, agradable), se está traicionando; sus opiniones comenzarán a ser desalentadoras, hirientes y difíciles de resistir. Comenzarán, en consecuencia, la sucesión de pérdidas: pérdida de la expectativa, pérdida de la amistad, etcétera. Por ser tan pertinen-

57 te al ministerio del líder, trataremos de observar algunos componentes de la madurez espiritual que aportan las Escrituras: A. Santidad. “santo” (Tito 1:8). Uno de los requisitos bíblicos del líder, es ser santo. Ser santo es participar de Dios. Solamente cuando vivimos en santidad caminamos en comunión con él, pero en el mundo de perversión. El santo se caracteriza por vivir la vida que Dios le propone que viva (1 Corintios 1:2) y no por el lugar donde vive. Dios nos ha llamado a la santidad (1 Tesalonicenses 4:7) y nos deja en la tierra para que crezcamos en la santidad. Bien lo dice 2 Corintios 7: “Así que, amados, puesto que [p 116] tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (v. 1). Y luego en 1 Tesalonicenses 3:13, que ya citamos mas arriba: “Para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad…”. Fuimos salvos para ir al cielo, somos santos para quedarnos a vivir la vida cristiana hasta que el Señor lo disponga. Si el líder no tiene bien claro que el árbol bueno da buenos frutos, y que su ministerio es mostrar esos frutos, es muy difícil que su servicio sea eficaz. En la alegoría de la vid y las ramas (Juan 15) el énfasis sobre la justicia de Dios con respecto al fruto es muy preciso y severo. El líder que siente la responsabilidad de conducir al rebaño cerca del Señor, siente como propio el mandamiento de 1 Pedro 1:15–16: “Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo”. La nueva vida surge de la redención (1 Corintios 6:20), y la evidencia de la redención es la santidad (1 Corintios 3:16–17). El santo santifica al Señor en su corazón, lo convierte en el único Dueño y única causa de su existir (1 Pedro 3:15). El guía santo conduce al rebaño por sendas de santidad (Salmo 29:2; Deuteronomio 26:19). B. Conocedor de la Escrituras. “apto para enseñar” ( 1 Timoteo 3:2). Aunque en otras porciones de la Biblia observamos que el líder tiene que emplear otros dones para el ejercicio de su ministerio, el tener capacidad de enseñador es una obligación. “Apto para enseñar” no significa que deba ser un hombre de púlpito, sino la cualidad de conocer al Señor, las doctrinas de la fe, la conducta cristiana y comunicar los principios con fe y visión. En Tito 1:9 leemos: “Retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen”. Este texto alude a tres tipos de personas: (1) Al líder (en este caso anciano de la iglesia), que tiene que mantener firme la palabra de Dios, sujetarse al [p 117] texto para que posea las bases de sustentación para su fe (1 Timoteo 1:19; 3:9; 2 Timoteo 1:13). (2) Las ovejas. “para que también pueda exhortar con sana enseñanza”. La enseñanza necesariamente tiene que estimular a los santos, consolarles en sus dificultades, confortarles en sus pérdidas, y mostrarles los propósitos de Dios (comp. Romanos 6:16–17). (3) Los que contradicen. “y convencer a los que contradicen”. Reprochar y convencer son auténticas actividades del Espíritu (Juan 16:8). El próximo párrafo de Tito 1 describe quiénes son los que contradicen; a los cuales, él tenía que reprender “duramente”, para que fueran sanos en la fe. La historia de la iglesia demuestra la importancia de obtener estos principios y de confirmar las Sagradas Escrituras en la vida de los santos (2 Timoteo 2:24). C. Limpia conciencia. “que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia” (1 Timoteo 3:9). “El misterio de la fe” es toda la doctrina cristiana encerrada en el evangelio (1 Corintios 13:2; 14:2), que tiene su centro en Cristo (Colosenses 2:2). Solamente los que viven en intimidad con él reciben constantemente luz para conocer más y más de él (Efesios 1:17–18). Aunque es responsabilidad de todo el rebaño guardar el contenido de la doctrina, Dios ha puesto en los líderes la carga de saber cómo hacerlo. Lo que podría ser confusión para otros, no lo es para el líder; porque sigue con cuidado la actividad de Dios, cuidando de no manchar su conciencia con interpretaciones que no se encuentran dentro del evangelio (2 Timoteo 1:13). La conciencia adormecida se debilita y contamina (1 Corintios 8:7), pero con la vitalidad de la palabra se limpia y vuelve a poseer reflejos sobre los caminos que hay que transitar (1 Timoteo 1:5 y 19). Es un espejo sucio, las imágenes aparecen inciertas y muchas veces duplicadas o borrosas. La conciencia es el espejo del alma; necesita limpieza constante (Hebreos 9:14) en comunión con el Señor (Hebreos 10:22). Bien leemos en Hebreos 13:18: “Orad por nosotros, pues confiamos en que tenemos buena [p 118] conciencia, deseando conducirnos bien en todo” (1 Pedro 3:16). D. Hogar en orden. “que gobierne bien su casa” (1 Timoteo 3:3) El líder en la iglesia es una extensión del líder en el hogar. Necesita valerse de un solo amor para dirigir la familia, y de un solo amor para conducir al

58 rebaño. Las comunidades griegas, como eran polígamas, vivían en constantes divorcios; no conocían el amor recto. Los cristianos nacidos en ese ambiente componían la iglesia, pero no podían dirigirla porque no eran modelos en el control del hogar. Además, el texto dice: “Que gobierne bien su casa”. Gobernar es presidir con normas, transfiriendo amor con disciplina. La disciplina que está ligada al corazón del líder, con la cual ordena su propia vida. Gobernar es instruir, aconsejar, acompañar, disciplinar y administrar. “Gobernar bien” es hacer todo esto de acuerdo con la voluntad de Dios (1 Timoteo 5:17). En el caso que estudiamos, gobierna su casa y cuida de la iglesia; donde cuidar es otra manera de velar, atender, corregir, etcétera, así como alimentar y consolar. Luego, presidir de acuerdo a la voluntad de Dios es cuidar como él desea. Es en este contexto que debe ser hospedador (1 Timoteo 3:2; Tito 1:8), para que los hermanos puedan comprobar en su hogar el modelo que aspira para el rebaño. El amor que reina entre los miembros de la familia, la convierte en un respaldo irreductible para el pastor (Romanos 12:13), como para cualquier miembro (1 Timoteo 5:10) del rebaño (Hebreos 13:2). E. Amor puro. “amantes de lo bueno” (Tito 1:8). El amor es de Dios y Dios aborrece lo malo. Para representar a Dios, tenemos que amar como El ama. La frase es tan amplia que incluye todas las cosas que hacemos. El guía “amante de lo bueno” se cuida de sus afanes (Filipenses 4:6–7) y los carga sobre el Señor. Trabaja en sus ocupaciones seculares como sirviendo a Cristo (Colosenses 3:23).[p 119] Nuestro corazón tiene tendencias hacia el mal, pero la conciencia despierta por el Espíritu los rechaza. Nehemías cultivó el amor a lo bueno cuando oró rápidamente al cielo antes de dar respuesta al soberano (Nehemías 2:4). Antes de cualquier decisión inoportuna, el líder persuadido de sus limitaciones mantiene una relación instintiva y habitual con Dios para conocer su pensamiento. El “amante de lo bueno” utiliza más que una simple cortesía en sus tratos, emplea el amor, que es “sufrido, benigno, que no tiene envidia, que no es jactancioso, que no se envanece”. No se limita a las formalidades, porque usa el amor de Dios, que “no es indecoroso, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor”. Ha descubierto que la sobriedad, la justicia y la equidad son muestras de “lo bueno” y las sigue. Al esforzarse por conocer a cada oveja conoce también sus distintos puntos de vista, a veces nacidos de la enseñanza o cultura, y se rige por el radar escritural: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10:31). El tacto, la discreción, hará que otros también aprendan a amar lo bueno y lo sigan. Ser “amante de lo bueno” es proseguir hasta alcanzar la meta de la bondad y continuar con ello en pensamiento y acción. Amar lo bueno es presidir nuestras acciones como Dios lo haría (Mateo 25:35–40). Es también cuidar las relaciones afectivas, para no producir sospechas sobre amores ilegítimos. (2 Timoteo 2:22). Aunque nos hemos de ocupar del tema con más detalle en los capítulos diez y once, es oportuno recordar que ser “amante de lo bueno” pone en vigencia las reglas espirituales en la relación entre sexos; primeramente en la pureza del pensamiento (Mateo 5:28), y luego en las acciones (2 Samuel 13) que suelen quebrar muchos ministerios. [p 120]

CONSIDERACIONES SOBRE LA MADUREZ Ser maduro es tener, aparte de los años de crecimiento, todos los ingredientes para representar a Dios. Ser santo es poner el alma a disposición de Dios. Ser bíblico es reglamentar la vida con su voluntad. Ser armonioso es utilizar el amor como medio de comunicación.

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VIII EL LÍDER Y SU PREPARACIÓN Vivimos en una época cuando lo más fácil, parece ser lo más adecuado; donde lo sistemático y cuidadoso que demanda esmero con tiempo, no es ya necesario. Comidas de pronta preparación, vestidos de uso ligero, didácticas de poca profundidad, etcétera, parecen ser las normas apuradas de este siglo decadente. Pero no puede ocurrir lo mismo en el caso del estudio bíblico, porque las personas que inician su vida bebiendo leche tienen que llegar a la vianda. La misma “leche espiritual” (1 Pedro 2:2) necesita de consejeros espirituales que favorezcan su asimilación, para que la ovejita recién nacida crezca sana. La Biblia nos muestra qué imprescindible es que los guías del rebaño conozcan el alimento y hayan llegado por el uso espiritual de la Biblia a ser “maduros en el modo de pensar” (1 Corintios 14:20). Los avivamientos más grandes conocidos, tanto en los tiempos bíblicos como en los posteriores de la historia de la iglesia, nacieron con hombres usados por Dios en la lectura y obediencia de las Escrituras. Están permanentes los nombres de Ezequías (2 Reyes 18); Josías (2 Reyes 22); Asa (2 Crónicas 17); Esdras (Nehemías 8), que encendieron la llama de la santidad y quebraron la idolatría para hacer del pueblo de su día una casa dedicada al Señor. También en el curso de la historia de la iglesia ha habido grandes movimientos hechos por Dios con instrumentos [p 122] útiles que amaron y vivieron las Escrituras. Al leer el Salmo 1, vemos con más claridad cuál es la persona que Dios utiliza y cómo se verifica que es así. Dice que el varón de Dios se abstiene de seguir los modelos de los pecadores y, en cambio, se deleita en la ley de Dios, en la cual medita de día y de noche. Es curioso que el verbo hebreo hagah, traducido aquí por “meditar”, sea el mismo que en Isaías 31:4 se traduce “rugir”; que es la actitud del león sobre su presa cuando desea comerla. Como Jeremías, el hombre de Dios desea “comer” la Palabra (Jeremías 15:16) para saciarse y dar “fruto a su tiempo”. Bástenos dar un recorrido al Salmo 119, el más largo de la Biblia, para descubrir el corazón encendido de un líder que encontró la razón de ser de su experiencia, y las bendiciones innumerables, por haber conocido la voluntad de Dios. 1. La Biblia como punto de partida La Biblia deriva su nombre del griego biblion, que significa rollos o libros. Biblia significa entonces: Los libros. Biblión era un pequeño rollo confeccionado con fibras del interior de una caña (papiro) y preparado para escribir. Tal como la conocemos ahora, la Biblia está compuesta por sesenta y seis libros, que fueron escritos por unos cuarenta autores en el término de aproximadamente mil quinientos años. Contiene temas de historia, ciencia, poesía, ética y muchos otros más; pero el central es la revelación salvadora de Dios, que tuvo como culminación a la persona de Cristo. Tanto los autores del Antiguo como del Nuevo Testamento estaban convencidos de que Dios hablaba por medio de ellos de modos distintos, a fin de darles el mensaje preciso e infalible que denominaron las Escrituras (Lucas 24:45; Juan 5:39). Dice Pablo: “El evangelio de Dios, que el había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras…” (Romanos 1:1–2) (comp. Romanos 16:25–26), para demostrar [p 123] que el mensaje de Dios nos llegó por revelación y está escrito en su libro. Dios mismo le explicó a Moisés que todas las palabras que había hablado con él, eran firmes (Deuteronomio 29:1; 31:16–19) y se volverían como testigo en condenación, cuando el pueblo pecara contra él. Josué tuvo a la ley como su norma luego que entró en la tierra de promisión (Josué 1:1–8; 23:6), para ser obedecida sin reservas y con reverencia. Hay infinidad de casos que demuestran la autoridad de la ley de Dios, pero uno de los más resonantes es el de Uza al mirar y tocar el arca del pacto (1 Crónicas 13:7–10).

60 Los judíos en los días de Cristo reverenciaban las Escrituras como plenamente inspiradas, aunque fallaban en el modo de guardarlas. Hay más de trescientas referencias al Antiguo Testamento registradas en el Nuevo que aclaran mucho de lo que fue dicho en la antigüedad. Solamente que los fariseos creían que tenían que establecer normas para su utilización. Pero para los escritores del Nuevo Testamento no era suficiente hablar de la Biblia como genuina (Gálatas 4:30), tenían también que demostrarlo. Por esa causa, en muchos lugares, nos encontramos con que dichos de David o Moisés son normas de Dios (Levítico 18:5; Romanos 10:5) para otros escritores. En el Nuevo Testamento leemos del Antiguo Testamento como la “Ley” (Mateo 5:18), que es un término que en hebreo significa instrucción más que legislación, y señala el contenido de la Escritura tal como el Señor Jesús la impartió a su pueblo. Aunque en nuestras biblias parece haber una marcada diferenciación entre estos dos testamentos, tal separación es solamente de forma, porque el libro es uno. La unidad del libro tiene como primer efecto que una parte ilumine la otra, y nos preserve de sobreenfatizar una verdad en perjuicio de las demás; preparándonos para comprender cada afirmación en el contexto del todo. Debemos abocarnos a la lectura en el sentido más amplio, aunque posteriormente necesitamos dedicarnos a algún tema en particular. Es un error desconocer el contenido de toda la Biblia, simplemente porque algunos libros [p 124] son más difíciles, o porque no nos parezca que lo que dicen sea pertinente para nosotros. No debemos “repasarla” simplemente para “pescar” versículos que necesitamos para alguna emergencia. Tenemos, más bien, que dedicarnos a dos maneras de un mismo proyecto: A) a leer para conocer el libro, y B) a estudiar temas o pasajes con propósitos definidos. Muy pronto descubriremos que la Biblia es la Palabra de Dios porque a cada promesa le corresponde su cumplimiento posterior; hecho que en muchos casos puede ser comprobado por la historia. Por ejemplo, Dios le dijo a Abraham que su descendencia sería esclava por cuatrocientos años (Génesis 15:13) y la historia posterior lo probó (Exodo 12:40–41). También le dijo a Abraham que su descendencia poseería esa tierra (Génesis 15:16–20) y la historia del libro de Josué es su cumplimiento (Josué 1:1–4). Lo más glorioso de las promesas está en la persona del Redentor, que comenzó con Génesis 3:15 y siguió por todo el Antiguo Testamento, por medio de los escritos de los profetas (1 Pedro 1:11–12), hasta el cumplimiento más minucioso. El verbo cumplir o el dicho “para que se cumpliera” la Escritura, se encuentra más de treinta veces en el Nuevo Testamento. Hay, además, muchas otras formas para señalar la ejecución de la palabra profética (Mateo 8:17; 26:56). 2. Pautas para el estudio bíblico Todo estudio tiene que producir en nosotros una mejor sujeción a Dios, aunque lo que estemos leyendo no tenga un aplicación directa a nuestro caso. Si leemos, por ejemplo: “Quedaos vosotros en el ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49), debemos comenzar por entender que esto fue dicho a los del siglo primero, después de la Pascua; y quizás no pueda ser aplicado de la misma manera a ningún otro líder. Pero es posible que algo nos esté queriendo enseñar que Dios se encargará de aplicarlo, en el contexto de nuestra [p 125] experiencia; y con toda seguridad, la promesa del poder para el trabajo es imprescindible para toda circunstancia. Sin en cambio leemos: “Por lo demás, hermanos, gozaos en el Señor”, no necesitamos preguntar si Dios tiene el propósito de aplicarlo a nosotros, porque es evidente que es para todos y en todo lugar. Otro tanto ocurre con: “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca” (Filipenses 4:5). Hay centenares de pasajes con mandamientos, y cada uno necesita su estudio basado en el texto y el contexto, la relación histórica y la percepción que Dios esté dando, al líder o líderes en ese momento de su historia, para la correcta aplicación. Otro modo en que el líder se apropia de la palabra es verificando algunas de las miles de promesas que Dios da. Algunas no son directamente para el estudiante, pero pueden ayudarle a ver la grandeza de la provisión divina. Por ejemplo, leemos: “¡Jehová Dios de vuestros padres os haga mil veces más de lo que ahora sois, y os bendiga, como os ha prometido!” (Deuteronomio 1:11). Esta promesa está relacionada con Israel, pero nos es una bendición solamente leerla; y nos edificamos al saber que Dios puede y quiere bendecirnos de ese modo. Hay algunas que están condicionadas. Por ejemplo: “Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos .… Bendito serás tú en la ciudad…” (Deuteronomio 28:1–7).

61 También está hablando de Israel, y condiciona la bendición a la conducta del pueblo. Pero ¿no es verdad que también la obediencia condiciona la bendición de Dios a nuestras vidas? Algunas veces damos con promesas que son directas y nos llegan como una lluvia de bendición: “La esperanza de la vida eterna, la cual Dios prometió desde antes del principio de los siglos” (Tito 1:2). Este modo de reabastecernos de las provisiones de Dios hace que el líder sea un hombre creciente en fe y poderoso en la confianza, para la guía de la ovejas. El suministro constante de Dios por medio del Espíritu [p 126] (Filipenses 1:19; Gálatas 3:5) genera crecimiento y unidad entre el pastor y las ovejas. Otro medio eficaz para los líderes es el del ejemplo, tanto el que hallamos en las Escrituras, como el que vemos en otros siervos de Dios. La Biblia tiene modelos de justicia, de fe, así como de pecados y de dudas. Por ejemplo: “Los soberbios se burlaron de mí, más no me he apartado de tu ley” (Salmo 119:51); “Enséñame buen sentido y sabiduría porque tus mandamientos he creído” (Salmo 119:66). Estos son ejemplos de justicia. En cambio, cuando Habacuc dice: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya fruto … con todo, yo me alegraré en Jehová” (Habacuc 3:17–18), es un ejemplo de fe y total confianza en el Señor, que no hallamos a nuestro alrededor. 3. Elementos indispensables en el estudio bíblico Generalmente ya tenemos nuestra Biblia preferida que usamos en nuestros estudios en público. Es bueno tener en cuenta la versión que usa el rebaño, para no producir confusiones sobre palabras. En el estudio personal, cada líder debe generalmente tener otra versión a disposición para cotejar lo que estudia. Nos permitirá lograr algunos matices útiles, especialmente para aquellos que no conocen hebreo o griego. Es necesario un diccionario de la lengua española, especialmente en nuestros países latinoamericanos, infiltrados con muchos modismos y palabras extranjeras. Es verdad, que no siempre el diccionario da con el significado bíblico de un término, pero es imprescindible saber qué significa tal o cual palabra en castellano. Junto a esta herramienta, es bueno usar el de sinónimos y antónimos castellanos, donde tendremos palabras del mismo significado o el contrario, según convenga; y evitarnos la búsqueda de sinónimos con “muletillas” tales como: “podríamos decir…”, “evidentemente…”, “valga la [p 127] redundancia”, etcétera que deterioran lo que anhelamos enseñar. Prepararemos también nuestro libro de notas, que además de servir para acumular lo que aprendemos, nos irá lentamente mostrando de qué modo avanzamos. Notas que realizamos a principio de año sobre algo que nos llamó poderosamente la atención, no nos son necesarias ya al fin de ese año; en cambio buscamos otras de mayor valor. Luego tratamos de poseer la Concordancia de las Sagradas Escrituras (D. P. Denyer o similar) y un Diccionario Bíblico, juntamente con algunos otros libros que sugerimos al final del capítulo. (1) Con lo que disponemos, comenzamos a estudiar la Biblia, teniendo como prioridad que es el Espíritu Santo quien enseña (Juan 14:26) y tenemos que inclinarnos ante su maestría. No es conveniente que comencemos a inclinarnos por tendencias en la interpretación que traerán discusiones interminables y desbaratarán el rebaño. Sí, examinar todo lo que leemos, especialmente lo que más se aplica a las necesidades precisas del ministerio. Los libros son materiales auxiliares, de modo que bien les cabe aquello de: “examinadlo todo, retened lo bueno” (1 Tesalonisences 5:21), porque cada autor expresa cuando escribe cómo es su teología. Por eso nos conviene tener un pequeño índice de los rasgos teológicos de cada autor que nos agradaría investigar. Naturalmente, en esta materia también tenemos que ser equilibrados, dado los miles de hermanos que han escrito, Pero, supongamos que deseamos estudiar la Teología Sistemática, de Luis Berkhoff, es más que oportuno saber quién fue ese teólogo, y dónde estudió. Cuáles temas serán fuertes y cuáles no. Cuando leemos, reunimos información e interpretación que tenemos que comparar cuidadosamente con la Escritura. Tenemos que aprender a disentir antes de calificar. Los líderes que no saben discrepar, con suma velocidad cuestionan a otro de “mala doctrina”, cuando lo que en realidad ocurre es simplemente una diferencia de interpretación. Tomando las precauciones convenientes y aumentando la investigación, es posible que sí, lleguemos a [p 128] la conclusión de que tal o cual autor está errado en este y este tema. Para muchos hermanos el disentimiento es motivo de separación, pero la Biblia no marca esa actitud como válida hasta probar en profundidad el origen y alcance del debate.

62 Los líderes que conservan la amistad entre sí, y cultivan la consulta sobre distintos temas, crecen en el discernimiento y aumentan la visión sobre el sentido de muchos pasajes bíblicos. Aprenden a tratar los temas con imparcialidad y se esmeran en buscar la dirección del Señor sobre las interpretaciones que hacen. 4. La aplicación del conocimiento A la postre, lo que aprendemos tiene que servir para aplicarlo a la vida cotidiana y a la solución de los problemas del rebaño. De ahí, el énfasis que hemos hecho sobre el discernimiento que debemos tener en la aplicación de lo que aprendemos. Con frecuencia nos encontramos con cosas que tienen una directa referencia o mención en la Biblia, como podrían ser temas sobre la santidad (1 Tesalonicenses 4:3–7; 2 Corintios 7:1), el hogar (Efesios 5:23–30; 6:1–9) etcétera y entonces nuestra labor es más fácil. Pero en otras ocasiones no es así, porque la situación planteada no existía en el siglo primero; entonces debemos remitirnos a las reglas generales de conducta. Tomemos el tema de la droga, las múltiples formas de la quiebra de hogares, los vicios en general, las diversiones, etcétera. ¿Cómo actuar? Un modo sabio es estudiar cuidadosamente el andar del cristiano en las múltiples maneras en que aparece en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, leemos Romanos 6:4; 13:13; 2 Corintios 4:2; Gálatas 5:16; Efesios 4:1; 5:2; 5:8, 17; y veamos las demandas de Dios. Sabemos, que no hay regla fija para la aplicación de la Biblia, pero podríamos tener en cuenta los siguientes principios: Primero. Clarificar bien el problema teniendo cuidado de investigar aun hasta los detalles.[p 129] Segundo. Observar cuál o cuáles principios bíblicos están en juego y podrían dañarse. Tercero. Buscar las Escrituras que podrían aplicarse, cuidando celosamente hasta dónde el texto que usamos es pertinente. Podría suceder que parte de lo que empleamos esté bien, pero otra parte estuviera fuera del contexto. Cuarto. No debemos resolver la crisis con apresuramiento, sino con dependencia de Dios. Una vez que pudimos encuadrar nuestro problema en el principio bíblico, el camino para la solución estará abierto y sabremos decidir otros casos.

ESTUDIO Y APLICACION DE LAS SOLUCIONES Leer la Escritura para saber todo lo que dice, y no solamente lo que nos interesa. Agotar todos los recursos bíblicos antes de recurrir al pensamiento de otros. Estudiar a otros autores con el propósito de analizar su pensamiento. Aprender a discernir es tan importante como saber respaldar lo que consentimos.

R. Brown: El mensaje del Antiguo Testamento (Editorial Certeza) F. F. Bruce: El mensaje del Nuevo Testamento (Editorial Certeza) E. Getz: Refinemos la perspectiva de la Iglesia (Editorial Caribe) W. E. Vine: Diccionario expositivo del Nuevo Testamento (Editorial Clie) Gene Getz: Edificándonos unos a otros (Editorial Clie) Gene Getz: La medida de una iglesia (Editorial Clie)

63 Jay Adams: Capacitados para restaurar (Editorial Clie) Larry Christensen: La familia cristiana (Editorial Betania) Watchman Nee: La iglesia normal (Editorial Clie) Watchman Nee: El hombre espiritual (Editorial Clie) Ray Stedman: La iglesia resucita (Editorial Clie) Sanford Lasor: Una iglesia viva (Editorial Clie) [p 130] Dick Eastman: La hora que cambia al mundo (Editorial Vida) Rosalind Rinker: Como celebrar el culto familiar (Editorial Clie) Francis Schaeffer: La Iglesia al final del Siglo XX (Ediciones Evangélicas Europeas) Francis Schaeffer: Huyendo de la razón (Ediciones Evangélicas Europeas) Peter Wagner: Sus dones espirituales (Editorial Clie) Gary Kuhne: Dinámica del Evangelismo (Editorial Clie) Francis Schaeffer: La verdadera espiritualidad (Ediciones Evangélicas Europeas) Luis Berkoff: Principios de la interpretación bíblica (Editorial Clie) Thomas Fountain: Claves de interpretación bíblica (Casa Bautista de Publicaciones) M.S. Terry: Hermenéutica (Casa Bautista de Publicaciones) Josh McDowell: Evidencia que exige un veredicto (Cruzada Estudiantil y Profesional para Cristo) Leon Morris: El salario del pecado (Ediciones Evangélicas Europeas) Leroy Eims: Como ser el líder que debieras (Editorial Clie) John R. W. Stott: El cuadro bíblico del predicador (Editorial Clie) Ernesto Trenchard: Introducción a los cuatro evangelios (Literatura Bíblica)

64 [p 131]

IX LOS LIDERADOS CRECEN Es de esperar que si cumplimos bien con nuestra función de líderes, veamos cómo se reproducen en los hermanos nuestras enseñanzas; cómo nuestras vivencias van cambiando el modo de ser de nuestro rebaño. Es coherente pensar que algunos de los dones se hayan despertado entre los hermanos y se comiencen a reproducir en ellos los rasgos de su pastor. Cuando el espíritu pastoral reina en el grupo, hay quienes reconocen que también tienen ciertas “ovejitas” a las que ya comienzan a pastorear, tratando de que algunos alimentos que les fueron provechosos puedan ser disfrutados por ellos. 1. La evolución de los caracteres Cada líder se ve enfrentado a la necesidad del progreso espiritual, porque cada vez más se siente consciente de que su rebaño será a la postre lo que él mismo es. Si el diablo puede retrasar su evolución interior, las ovejas reflejarán ese atraso. Cuando Evodia y Síntique (Filipenses 4:3), dos hermanas de Filipos, colaboradoras de Pablo, se disgustaron entre sí por falta de sujeción mutua (Efesios 5:21), Pablo pudo mostrarles el camino para revertir la situación, porque él mismo había crecido en el trato con las ovejas.[p 132] En Hebreos 5:14 leemos cómo evoluciona el carácter y qué podemos esperar de un cristiano victorioso. Dice el texto: “Pero el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”. Veamos algunos detalles: En los versículos anteriores el escritor menciona a cristianos detenidos en el crecimiento, a quienes llama “niños”. En su limitación, a causa de la falta de ejercicio, podían caminar, pero no entender. Por no haber crecido ni elaborado un carácter espiritual no pudieron ser discipuladores. Pero en el versículo 14 están los otros. Aquellos cristianos que “han alcanzado madurez”, es decir la condición alcanzada cuando hemos suministrado leche pura (1 Pedro 2:2) y han realizado sus ejercicios espirituales para beneficio suyo y de los demás. Tenemos que esperar y anhelar que nuestro rebaño crezca, y el carácter de “niño” se vuelva en ellos de “hombre” espiritual. 2. Los peligros del crecimiento Ya sabemos que cuando los niños crecen, también aumentan los peligros. Una de la características comunes es que “todo se lo llevan a la boca”,porque quieren probar, o quieren comer y no saben discernir entre lo que es alimento y lo que no lo es. La boca sirve para investigarlo todo. A medida que nuestras ovejas crecen ocurre lo mismo. Algunos quieren leer más y compran libros con títulos atractivos. Otros reciben “cassettes” de amigos que han asistido a tal o cual lugar. Algunos vuelven sorprendidos de una campaña a la que fueron por curiosidad; otros tienen parientes que sabiendo el interés que están demostrando por las cosas espirituales, insisten para que se unan a ellos, etcétera. Parece que muchos se interesan por la “alimentación” de nuestras ovejas. En el entrenamiento, el líder tiene que vigilar constantemente estas inclinaciones para evitar este tipo de alimento que destruirá la vida espiritual de la oveja. Si el [p 133] rebaño cuenta con toda la nutrición que necesita, confiará en el líder; pero si en “otros lugares” hay más alimento que en casa, nuestro liderazgo está comenzando a tambalearse. En los últimos tiempos se ha agravado la mala interpretación de la Escritura, porque, sumado a los peligros que indicamos más arriba, está “la búsqueda del texto que me habla”. Significa, tomar como práctica el abrir la Escritura en cualquier parte para “ver qué dice”, y tomarlo como sistema de curación para todos los males o de dirección para todas las decisiones. Vemos cualquier tipo de interpretación, sin reglas ni principios, queriendo hacer funcionar el “yo-aquíahora” de cualquier Escritura aparecida al azar. Aunque no descartamos cualquier modo en que Dios nos quisiera hablar, lo normal es leer el texto con todo el contexto y trasfondo, para ver lo que realmente dice y si tiene alguna aplicación al caso específico de una persona. En esta materia, son de gran importancia las lecciones que

65 hayamos dado al comienzo de la vida cristiana y que dependen mucho de la preparación espiritual del líder y de la confianza que haya ganado entre el rebaño. Otro peligro es que nosotros querramos dosificar siempre la información que tiene el rebaño, no permitiendo que crezcan en el discernimiento. Corremos el riesgo de evitar por mucho tiempo que se encuentren con la realidad del mundo que les rodea y apartarlos de las doctrinas o enseñanzas en boga que ya tendrían que conocer por nuestra misma boca. 3. El enfrentamiento al error Dos podrían ser los canales para el ingreso del error. Primero: Nosotros mismos como líderes somos una constante amenaza. Nuestros descuidos pueden producir cambios en la manera y vivir de las ovejas. Pueden comenzar a notar una diferencia entre lo que les enseñamos y lo que somos, y el propósito del Señor puede sufrir sin que ellos vean la solución. El peregrinaje de Israel por el desierto se extendió por más de treinta y ocho años, a causa [p 134] de un proceso de incredulidad producido por diez de sus líderes (Deuteronomio 1:26; Números 14:34). Aquella situación fue irreversible, y muchos murieron en el desierto. Nuestra incredulidad puede producir un mal diagnóstico y permitir la entrada y acción de muchos males. Pablo y Bernabé habían sido separados para la misma misión, pero según parece la visión de uno era distinta a la del otro y se separaron (Hechos 15:36–41); para dejar a Bernabé en la incógnita y silencio por el resto de sus días, aunque buena labor haya hecho con Marcos, su sobrino. Los entredichos suelen tender a la separación, y la mejor medicina es la confesión y la humillación, porque así Dios bendice a todos. Reconocemos que la misma actividad de dirigir fomenta el carácter autoritario, que fácilmente desemboca en el autoritarismo. El entusiasmo y la dinámica de ver las cosas hechas pueden ser fuentes de error, que muchas veces nos pasan inadevertidas o las disimulamos con un “viraje” en las acciones. Para nosotros nos parece normal, pero las ovejas sufren. En otras ocasiones, una oveja evade la sujeción y actúa por su cuenta; posiblemente porque considera que ha llegado su tiempo de ser pastor y no oveja. Comienzan las órdenes paralelas y los roces que afectan a todos. Esta persona, o personas, comienzan a buscarse espacio y lo hacen mal. Sea cual fuere el argumento utilizado, producen tropiezos en contra de la enseñanza aprendida, y la Biblia dice “que os apartéis de ellos” (Romanos 16:17–18). Así, por razones diversas no nos libramos de los ataques del enemigo. Como ya lo sabemos, bien hacemos cuando diariamente estamos listos a reconocer nuestros errores y rectificarlos. El rebaño que contempla nuestra madurez como líderes, recibe una enseñanza silenciosa más valiosa que muchos sermones. Conviene agregar que algunos de nuestros errores están en el terreno de las bromas o chanzas, sean en forma de burla o de chacota, que se suelen descontrolar. Como líderes, debemos ser joviales, con alto sentido del humor y de la camaradería. Pero, si no guardamos los límites nos convertiremos en un tropiezo. Parte del rebaño “disculpará” [p 135] los excesos; otros aplaudirán la jocosidad; y otro tercer grupo, quizás el más espiritual, estará totalmente desorientado. Hemos puesto en juego nuestro ministerio y para rectificarnos debemos volver a la sobriedad, que es la cualidad singular en el hombre de Dios (1 Timoteo 3:2; Tito 1:8; 1 Pedro 1:13). Segundo: Otra amenaza, tal como lo mencionamos en el párrafo anterior, suelen ser la “infiltraciones” en el rebaño, que pueden tener varios orígenes. Algunos pueden llegar con “heridas” sobre problemas personales que no sanan y que comienzan a transferir a los demás. Esto es mucho peor si se trata de fricciones entre hermanos de alguna iglesia. Quieren ser oídos con su “tema”, sin reparar el daño que están produciendo, ni delante de quién están hablando. La costumbre del chisme, tan común en el mundo secular, suele ser hábito también entre algunas ovejas, y necesitan un trato personal adecuado a su situación (comp. 1 Corintios 10:10; Filipenses 2:14). Hay ovejas que vienen de otro redil, diciendo que “no quieren saber nada con las iglesias” (porque seguramente han estado en varias y no se han integrado a ninguna). El complejo de éstas, está formado por una parte de disgusto, otra de rebeldía y otra de frustración. Su proceder en estas condiciones ha sido confusa, y también tienen parte de grave equivocación; todo lo cual importa una conducta muy alejada de la enseñanza que estamos impartiendo y que Dios está bendiciendo. Debemos tener cuidado de que no ingresen al rebaño en esa si-

66 tuación, porque necesitan mucho tiempo para sanarse, corregirse y captar la visión de victoria que estamos tratando de que reciban las ovejas que surgen. ¿Cómo tratar con ellos? Como nos manda la Biblia, con humildad y amor, pero con seguridad y definiciones acerca del estilo de vida que Dios quiere para su pueblo. Seguramente tendrán poca noción sobre el principio de la autoridad, y como consecuencia, la sujeción será un tema muy difuso. (1 Corintios 16:16; Efesios 5:21–22; 1 Pedro 5:5–6). Tendremos que averiguar qué sucede, para seguir con la labor; cuyo paso inmediato es la confesión, para vivir la restauración. [p 136]

SINTOMAS DE CRECIMIENTO El carácter de la oveja se parece cada vez más al de los miembros de una misma familia. La sujeción al líder es una evidencia del mejor conocimiento de Dios. El rebaño que avanza por un terreno adverso ha demostrado conocer a su pastor. 4. El trato para con los que crecen Una de las maneras como podemos mejorar nuestras actitudes para los que crecen, es tratar de ver las cosas como ellas las comienzan a ver. Con frecuencia tenemos roces porque los seguimos viendo como “niños”, y ya no lo son; tienen pensamientos sanos aunque les cueste expresarlos con claridad. Es nuestro deber “recibir con gozo” (Filipenses 2:29) la sugerencia, el plan o los cambios que propongan, pensando en el futuro y no tanto en nosotros mismos. El mismo avance del rebaño nos obliga a caminar y a aprender nuevas dimensiones sobre la prudencia, especialmente cuando recibimos confidencias que quizás tendremos que consultar con otro hermano; como hizo Felipe cuando unos griegos vinieron a decirle que querían ver a Jesús, y él se lo consultó a Andrés (Juan 12:20– 22). Una de las maneras en que el diablo podría detener el crecimiento es incentivando y fomentando envidias. Los celos no se ven, y el diablo disfraza de verdad para que resulten de algún modo una situación que hay que resolver. Como líderes espirituales, debemos detectar esa cizaña (1 Timoteo 6:4; 1 Pedro 2:1) y denunciarla como obra del enemigo. Si no averiguamos lo que sucede y ponemos fin a la anomalía, estamos poniendo en juego nuestro liderazgo. Cada día que pasa la pérdida será mayor, con un creciente desánimo para todos.[p 137] Los que crecen advertirán que tienen que resolver algunos problemas similares o los que ellos mismos planteaban, o que ellos mismos eran. Nos consultarán para definir “medias verdades”, que es esa modalidad de contar una parte de una situación para lograr que la solución se vuelque hacia el lado conveniente. Es el caso de Saúl cuando quiso justificar su desobediencia a Dios (1 Samuel 13:9–13; 15:20–24). Si nosotros ya pasamos por esa experiencia con alguna oveja del rebaño, nos será más fácil aconsejar. Si fuera la primera vez, entonces podemos trabajar juntos. ¿Cómo? Primero: Tomar los datos por escrito—o grabados—del problema de acuerdo a una de las partes. Cuando concretamente poseemos ese punto de vista, debemos decir que creemos que esa es la verdad, pero que debemos confirmarlo, para seguir “la verdad en amor” como dice Efesios 4:14. Poner el caso delante del Señor. Segundo: Hacer lo mismo con las partes afectadas por lo anterior, y descubrir qué implicancia tiene lo que hemos oído. Por ejemplo, leyendo Daniel 6:1–13 notamos una treta “legal” para eliminar a Daniel, donde todo parecía tener una fisonomía sana, pero detrás de esa pantalla se escondía un odio traidor y espantoso. Nosotros tenemos que investigar bien, antes de “firmar un decreto”, porque después puede ser demasiado tarde. Pablo, teniendo en cuenta estos casos, le decía a Timoteo: “No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos, consérvate puro” (1 Timoteo 5:22).

67 Tercero: Ya tenemos ahora pauta suficiente para tomar una ubicación provisional y volver sobre el caso con la primera persona, tratando de que nos aclare los puntos que nos quedaron oscuros. En el caso de Saúl, que comentamos más arriba, el profeta Samuel le formuló una pregunta que descubrió lo escondido en el corazón del rey: ¿“Pues qué balido de ovejas y bramido de vacas es éste que yo oigo con mis oídos?” (1 Samuel 15:14). La respuesta fue clave para la solución de la verdad. Aquí también nos enfrentamos con la madurez del líder para manejar su enojo, porque las ovejas aprenderán de él. Por una parte, el Señor es “lento para la ira” (Jonás 4:2) [p 138] y por otra firme en su decisión (Jueces 2:20; 2 Samuel 6:7). La incredulidad creó en Cristo una ira santa (Marcos 3:5), pero mantuvo su amor por las almas. Otra situación que podría darse con el crecimiento es el gozo del rebaño, o algunos de ellos, al alcanzar y alimentar a los nuevos. Esa satisfacción es honorable pero peligrosa, degenerará en orgullo o autosuficiencia. Cuando los setenta discípulos que el Señor envió en gira misionera volvieron, le dijeron: “Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre”. Y El les respondió: “No os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijáos de que vuestros nombres, están escritos en los cielos” (Lucas 10:17–20). El gozo puede transformarse en una prioridad en sí o puede hacernos pensar en la capacidad que tenemos de hacer. Ambas cosas serían una distorsión del gozo genuino que viene del Espíritu Santo (Romanos 14:17), que ansía dar gloria a Dios. Es nuestra oportunidad en el liderazgo canalizar el gozo del rebaño hacia nuevos objetivos en la vida cristiana: “El gozo con que nos gozamos a causa de vosotros delante de nuestro Dios, orando de día y de noche con gran insistencia…” (1 Tesalonicenses 3:9).

EL TRATO CON LOS HERMANOS Confidencial: manteniendo la santidad y el amor. Imparcial: cuidando la justicia y el honor. Puro: actuando con profundidad y seguridad. Equilibrado: considerando lo importante como básico, y los detalles como secundario. [p 139] 5. El desarrollo bíblico del grupo Lo que estudiamos acerca de la preparación del líder en el capítulo anterior, hacemos ahora extensivo a las ovejas. Sabemos que el estudio bíblico es imprescindible, pero debemos crear el ambiente para que los demás lo crean así. Es conveniente la discipulación, y también que sean conocidas las doctrinas de la gracia (tales como arrepentimiento, fe, redención, justificación, vida eterna, etcétera) y no solamente de modo parcial o aislado. Además, y sobre todo, las ovejas tienen que conocer bien el valor de la palabra de Dios, y cuál es su gran diferencia con cualquier otro libro. Saber que es inspirada por Dios y que tiene poder para transformar las vidas, afectará la experiencia de cada oveja e impulsará a todos para ser útiles para toda buena obra. Posiblemente, entonces, un buen comienzo sería dar un repaso a 2 Timoteo 3:16–17: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. Como nuestro rebaño tendrá que moverse cada vez más entre gente de creencias diversas, a medida que den testimonio de la verdad se verán amenazados sus conocimientos y tendremos que exhortarles constantemente para que sigan lo que han aprendido y nos informen de las dificultades que pudieran surgir. Cuando Pablo le decía a Timoteo que “toda la Escritura es inspirada por Dios”, estaba tratando de convertir, primeramente al Antiguo Testamento y luego las cartas, en fuente suprema de autoridad (2 Corintios 2:17; 2 Tesalonicences 2:13), para que el Dios invisible fuera conocido por este medio a su alcance. Somos líderes en un siglo de cuestionamientos, donde tenemos que transmitir, como Cristo lo hizo ante sus doce, la veracidad inquebrantable de la revelación (Juan 10:35), y confirmar a nuestros seguidores para que sepan que creer en Cristo es creer en la Biblia y viceversa (Juan 5:39–47). Pero, además, la Biblia es como una

68 brújula [p 140] orientadora del camino hacia la victoria. Leemos en Josué 1:8: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino y todo te saldrá bien” (comp. Josué 22:5; Nehemías 9:3). Pablo dice que la Escritura es “útil”, y esto es precisamente el resultado práctico de la inspiración. Por eso también leímos el texto de Josué, y la recomendación de seguir puntualmente las normas de santidad y adoración. Son las Escrituras las que “pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús (v. 15). La revelación no vino para satisfacer curiosidades o incitar a los hombres a la discusión, vino como vehículo de la salvación y de la vida eterna. (1 Juan 3:5). La Biblia es testimonio a la actividad divina en la historia, producto sagrado de la obra salvadora de Dios (Exodo 15:6; Deuteronomio 3:24). Pero por la Escritura no aprendemos solamente la salvación del alma, sino la salvación integral de la vida. No es solamente un credo, es también una conducta. Es suficientemente poderosa, y contiene la energía necesaria para salvar, la sabiduría para instruir, la santidad para reprochar y corregir, y la iluminación para guiar al hombre de Dios a toda buena obra. Si nuestro rebaño cree y vive esta propuesta, crecerá y se reproducirá de modo agradable a los ojos de Dios.

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X SE MULTIPLICAN LAS TAREAS Al cumplir con la voluntad de Dios en el ministerio, también observamos cómo crece el rebaño, y cómo con las dificultades que notamos en el capítulo anterior aumentan también las demandas; especialmente relacionadas con la atención de las nuevas esferas de labor que surgen. Entre éstas están la evangelización, los encuentros en las casas, el estado espiritual de los nuevos creyentes, la consejería, la obra social, y todo lo inherente a las necesidades juveniles. La preparación de líderes para la atención del cúmulo de labores pone a prueba nuestras prioridades y si hemos crecido para enfrentar el desafío o estamos en la situación de antes. Uno de nuestros conflictos es conocer la capacidad de cada uno de nuestros allegados y los dones que hayan evidenciado, para que tomen más responsabilidad. 1. La mente abierta a la delegación El caso de Moisés es útil para ilustrar lo que decimos. Leemos en Exodo 18:14–24 que Jetro su suegro le dijo: “¿Qué es esto que haces tú con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde?… No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú y también este pueblo que está [p 142] contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti, no podrás hacerlo tú solo…. Enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta, y de diez. Ellos juzgarán al pueblo todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño”. Aunque Moisés tenía entre su pueblo todos los hombres que necesitaba, y se habían desarrollado para las distintas funciones del peregrinaje, no los usaba porque no tenía bien definido su propio rol. La guía del pueblo era de responsabilidad divina (Exodo 13:21; Deuteronomio 32:12) y era obligación de Moisés mantener una buena relación entre ellos y Dios (Exodo 3:18–22). Pero él creía que al multiplicarse los problemas también el debía sumar más horas a los trabajos; no cuidando las prioridades, en el principio de mantener el contacto con Dios. Jetro, le ayudó para observar cuál era su verdadera labor y cuáles las de otras personas de la congregación. Le planteó, primeramente, tres razones por las cuales tenía que delegar: Primero: que su salud se quebrantaría. Segundo: que el pueblo esperaba demasiado tiempo para encontrar soluciones a sus problemas. Tercero: que todo tendía a derrumbarse. (Exodo 18:3, 23). Pero no le mostró solamente los defectos, sino también un sistema para poner prioridades a los temas y, por ende, a las funciones; lo que a su vez reclamaba la búsqueda de la persona ideal para cada ocupación. Además, le indicó cómo buscar esas personas: Primero: Enséñales a ellos las ordenanzas y las leyes. Segundo: Muéstrales el camino por donde deben mirar. Tercero: Lo que han de hacer. Pensando ordenadamente en el trabajo y su futuro, y teniendo en cuenta la calidad de la vida espiritual del [p 143] pueblo, Jetro también le dio las pautas para elegir a los líderes: Primero: “Escoge tú entre todo el pueblo”; es decir, su responsabilidad para elegir sin preferencias, observando el desarrollo habido en todos. Segundo: “Varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad que aborrezcan la avaricia”, es decir, personas íntegramente sanas, sujetas al Señor y sin compromisos temporales, que tuvieran sensibilidad a la santidad de Dios.

70 Tercero: “Pónlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez”; es decir, varones que supieran el significado de trabajar bajo autoridad y que no tuvieran pretensiones o apetitos personales de ubicación. Que estuvieran sujetos a autoridad para que pudieran enseñar sujeción. Moisés comprendió que el Señor estaba detrás de estas palabras (v. 23) sabía que venían de la persona que por cuarenta años le había ayudado a formar su carácter de pastor: “e hizo todo lo que dijo” (v. 24). Hasta aquí, él mismo había demorado el avance de la justicia entre el pueblo, pero ahora todos habían ganado, y se habían formado las bases para practicar la delegación de autoridad. La congregación aprendía que nadie es imprescindible y todos necesarios. Pero para poder asumir esta nueva esfera de labor, Moisés tuvo que cambiar de mentalidad; primero, para escuchar los consejos, y estar dispuesto a abandonar lo que hacía; después para cumplir su verdadero rol y permitir que otros también lo hicieron. El administrador pierde habitualmente la visión que viene de Dios; porque esto de: “Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios” (v. 19) demanda tiempo a solas con él, que es imposible dedicar con el activismo de estar de la mañana a la noche resolviendo “cositas”. La prioridad para Moisés era “estar delante de Dios”, antes que delante del pueblo. La labor cansadora de los detalles consumió el tiempo que tenía que dedicar a Dios y todo se hubiera derrumbado. Una vez que las labores se distribuyeron, podía tener hermosas conversaciones con los nuevos líderes, a quienes [p 144] tanto bien hacían los contactos con el ungido del Señor. Bien se ha dicho que es mejor preparar a diez para trabajar, que estar preparado para hacer el trabajo de diez. 2. Algunas nociones importantes sobre la delegación Cuando un líder logra que las cosas que tiene entre manos se hagan por medio de otro, está llegando a la cúspide de su liderazgo. Descubrirá, entonces, que las mejores lecciones sobre delegación están en las mismas Escrituras. No todos los casos son iguales, ni las decisiones parten de circunstancias análogas; pero al estudiar algunas de ellas, podremos encontrar puntos básicos similares: Moisés tuvo que delegar más de una vez (Exodo 18:13–26; Números 27:18–23) Josué delegó en Eleazar y otros (Números 34:16; Josué 14:1) Elías delegó en Eliseo (2 Reyes 2:11–13) Esdras delegó en doce sacerdotes (Esdras 8:24–30) Los apóstoles en los diáconos (Hechos 6:1–6) Pablo en los ancianos de las iglesias (Hechos 14:23) Pablo en Timoteo (1 Timoteo 1:3; 6:13–14) Pablo en Tito (Tito 1:5) Al estudiar estos casos diríamos que la delegación es una actividad espiritual realizada con cuidado, donde la autoridad de Dios es preeminente, y dónde no hay emergencia, ni cambio repentino en las prioridades del líder. Es válida la norma de 1 Timoteo 5:22: “No impongas con ligereza las manos a ninguno”. Al estudiar estos casos también nos es más fácil descubrir un procedimiento para delegar:

71 Primero: La búsqueda y detección de “hombres fieles” (2 Timoteo 2:2). Un modo de agilizar el discernimiento [p 145] en esta ocupación es ser humilde y reconocer que no todo lo que hacemos es nuestro; que otros nos han ayudado en nuestra formación, y que también es justo que hayamos ayudado a que otros se formen. Es utilizar la capacidad de obispo (griego epíscopos) cuando miramos y observamos a nuestro alrededor la presencia de “hombres fieles” (comp. Hechos 6:3). Segundo: Una vez detectadas las personas con las cualidades bíblicas exigidas, les enseñamos a presidir, y les damos la oportunidad para que demuestran su fidelidad. Corregimos con ética cristiana (Romanos 12:10) los posibles errores y les mostramos el camino más adecuado para que puedan formar “hombres idóneos” (2 Timoteo 2:2) a quienes delegar posteriormente. Tercero: Si nos hubiésemos equivocado en las personas elegidas, debemos explicarlo con claridad, y con toda la verdad, para proceder a la rectificación. Si por el contrario, como es de esperar, funcionan bien, tendremos que dedicar tiempo con ellos para ensanchar la visión de la misión de la iglesia. 3. La formación de nuevos líderes Delegar significa poner la carga sobre otro. En Hechos 6:3 leemos: “… a quienes encarguemos este trabajo”; en 2 Corintios 5:19: “… nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación” (ver también 1 Tesalonisences 2:12; 1 Timoteo 1:18; Timoteo 2:2). Poner la carga sobre otro es morir a esa carga; es dejar en otras manos lo que antes manejábamos nosotros. Esa muerte nuestra es difícil de afrontar. Nos parece fácil decidir si conservamos el liderazgo sobre ese tema y al fin de cuentas los nuevos líderes siguen nuestros lineamientos; pero es mucho más difícil si encargar es poner la carga sobre otro para que la lleve según lo sienta en el Señor. La decisión se hace tanto más difícil cuanto más observamos lo siguiente: Primero: Generalmente ningún líder asume su función pensando en delegar, sino en trabajar con lo que tiene [p 146] hasta el fin. Solamente leyendo la Escritura como lo hemos hecho aquí aprendemos el estilo de Dios. Segundo: Una de las razones por las cuales el líder no delega es porque se siente artífice de algún proyecto, y cree que nadie lo puede continuar como él. Posiblemente así pensó Moisés cuando él solo atendía a dos millones de personas. Tercero: Otro problema es que a nosotros los mayores nos cuesta tener confianza en los jóvenes; sin pensar qué edad teníamos nosotros cuando asumimos tal o cual responsabilidad. El temor a “perder el control” es tan grande, que algunos somos capaces de perder los objetivos para conservar los detalles. Cuarto: El valor que asignamos a “sentirnos al frente” es una recompensa muy elevada para abandonarla. El saber que otro hermano sea consultado o tenga la decisión sobre temas que antes manejábamos, a nosotros nos hace mucho mal. Lo grave de estos cuatro puntos es que cuando pensamos así estamos corriendo el riesgo de salirnos de debajo del señorío de Cristo para ponernos debajo del nuestro. Y entonces sí que estamos frente a un drama: tenerlo todo, plan, estructura, hermanos, etcétera, pero el Señor ausente. Algo parecido a la iglesia de Efeso en Apocalipsis 2:1–7.

LA DELEGACION COMO PARTE DEL MINISTERIO Delegamos cuando ponemos una carga sobre otros hombres y morimos frente a esa responsabilidad. Delegamos en el momento que comenzamos a preparar a otros líderes. Delegamos cuando estamos dispuestos a aceptar otra metodología. Delegamos cuando el rebaño reconoce que otro líder está haciendo parte de nuestra labor.

72 4. Los problemas en la delegación[p 147] Por lo que hemos estudiado hasta aquí, descubrimos que la vida del rebaño es esencial para la formación de todos; incluyendo el desarrollo de los dones que deben caracterizar a un líder. Cuando el rebaño de por sí provee instrucción mutua de todo tipo, tanto formal como informal, y ayuda para integrar al nuevo líder, sabe resolver sus carencias y problemas más íntimos. Teniendo en cuenta este antecedente, comprendemos mejor por qué Pablo buscó a su primer colaborador entre las iglesias que él mismo había plantado en la Galacia (Hechos 16:1). Fue una norma que guió sus pasos desde el primer momento, para evitar que “solitarios”, sin compromiso y sin vínculos profundos con las iglesias locales, pudieran enseñar temas de sujeción y comunión que ellos mismos no habían practicado. Si tomaramos como modelo el modo en que Pablo preparó a Timoteo teniendo como base su arraigo a sus iglesias locales, podríamos detectar las siguientes: 1. Observación: Cuando llegó a Listra e Iconio, ya sabía que la misión a la cual había sido llamado era extensa en tiempo y territorio, y que, luego de la experiencia con Juan Marcos, necesitaba un ministro con buena base eclesial. Vio a Timoteo, y supo de su buena formación en las Escrituras (2 Timoteo 1:5), y aun cuando le faltaba la imagen de padre que él mismo tendría que suplir (1 Corintios 4:17), lo vio responsable en sus labores y formador de la comunión que las iglesias veían con gran beneplácito (Hechos 16:2). 2. Capacitación: Timoteo era un joven dócil y gustoso de aprender. Vio a Pablo como un padre que le podía instruir y ampliar la visión para la extensión del evangelio. “Pablo quiso que fuera con él” y Timoteo se sometió a un liderazgo de avanzada. Lo circuncidó, para enseñarle a tener flexibilidad con las personas con que debía relacionarse (Hechos 16:3). Quizás Pablo mismo le explicó que anteriormente se había opuesto a la circunsición de Tito, porque los que la procuraban pensaban que formaba parte de la salvación (Gálatas 2:3). Timoteo comenzó su capacitación asimilando estas dos lecciones: sujeción y flexibilidad.[p 148] 3. Entrenamiento: Se acostumbró a ver iglesias que crecían y a ver las prioridades: a) “confirmadas en la fe” (vida exterior), y b) “aumentaban en número cada día” (crecimiento exterior). Pablo le ayudaba a ver la conveniencia de la unidad en la diversidad, tal como se había conversado y concordado en Jerusalén (Hechos 16:4), y que así como él estaba sujeto a Pablo, ambos lo debían estar al Espíritu Santo (Hechos 16:6–7). La visita a Europa fue una especie de prueba de fuego para él, así como ir a Panfilia había sido para Juan Marcos (Hechos 13:13). Pablo comenzó por formar un equipo de por lo menos cuatro personas (Pablo, Silas, Lucas y Timoteo) con quienes Timoteo tenía que aprender a trabajar, obedecer y seguir planes que no había diseñado. Navegaron a Filipos, y dieron vueltas algunos días hasta reunirse con unas mujeres. En ese encuentro se convirtió Lidia, y Timoteo aprendió a llevar almas al Señor en otra cultura y con otro idioma. Luego se encontró con la oposición y el encarcelamiento de los líderes Pablo y Silas. Se quedó con Lucas, posiblemente apaciguando el susto de los hermanos en casa de Lidia (v. 15). Aunque joven, ya sabía: a) trabajar junto a otros líderes, b) tener paciencia hasta ver la voluntad del Señor, c) como se conducía un alma a Cristo, d) qué hacer frente a la oposición y encarcelamiento de una parte del equipo. 4. Experimentación: Timoteo entró luego en otra etapa de su ministerio. Tuvo que dejar a Pablo, unirse a Silas y quedarse un tiempo en Macedonia (Hechos 17:14), para reencontrarse luego con él en Atenas (dato no registrado en Hechos) (1 Tesalonicenses 3:1). Salir luego solo nuevamente para Macedonia (Tesalónica)en una misión muy delicada. Nada menos que confirmar, exhortar y tranquilizar a la iglesia en tribulación (1 Tesalonicenses 3:1–8). En el ínterin, Silas estuvo en otra misión, y ambos se unieron para encontrar en Corinto a Pablo (Hechos 18:5), que estaba “entregado por entero a la predicación de la palabra”. No conocemos exactamente cuáles fueron los pasos que siguieron de aquí en adelante; pero Timoteo podría haber acompañado a Pablo hasta Efeso y desde allí [p 149] realizar dos misiones en Corinto (1 Corintios 4:17 y 16; 10–11), de las que podríamos extraer las siguientes lecciones: a) “hijo amado y fiel en el Señor”—la calidad del líder formado. b) “el cual les recordará mi proceder en Cristo”—la sujeción al líder anciano.

73 c) “de la manera en que enseño en todas partes”—el patrón de conducta conocida. d) “él hace la obra del Señor, así como yo”—la identificación en el ministerio. 5. Liderazgo: Desde la primera encarcelación de Pablo hasta el fin de sus días, fue la última etapa en el ministerio de Timoteo. Estuvo en la cárcel de Roma, juntamente con Lucas y otros valiosos líderes (Colosences 4:7–14). Aprendió de ellos y compartió con ellos. Timoteo había comprendido el valor de trabajar en equipo, y estaba preparado para iniciar otro trabajo en Macedonia (Filipos) (Filipenses 2:19–24). Pablo, por otra parte, se sentía abrumado por las noticias del Asia Menor, y la infiltración pagana que sufrían algunas iglesias, especialmente Efeso y Colosas. Así que, luego de unos dos años en Roma y ya en libertad, navegó con Timoteo a Efeso, y allí lo dejó (1 Timoteo 1:3). A esta iglesia, quizás la más importante, Pablo había dedicado unos veintisiete meses de trabajo, enseñanza y preparación de líderes. Desde la cárcel les había enviado una carta señalando la lucha del cristiano contra los poderes satánicos (Efesios 6:12), y ahora que los veía avalanzarse sobre los santos. Les dejaba a Timoteo con la misión más delicada en la historia de su “hijo” (1 Timoteo 1:18) a quien había preparado bien durante más de veinte años. Pablo le delegó autoridad para disponer o mandar (1:3–4); para enseñar la relación con las autoridades, la sujeción masculina y femenina al Señor, el reconocimiento de líderes, la conducta en la iglesia, y las operaciones de los espíritus engañadores (6:4); para exhortar a los ancianos, las jóvenes y las viudas (5:1–16), etcétera. Le confió una labor árdua y muy engorrosa, y le advirtió que debía cuidar de sí mismo, y ser ejemplo en [p 150] todo, huyendo de las tentaciones y siguiendo la justicia (6:11). Le ordenó que peleara la buena batalla, que guardara el mandamiento y que evitara conversaciones profanas y sin sentido. Timoteo enfrentó situaciones muy difíciles, que parecerían haberlo desanimado un poco; pero Pablo que lo apoyaba desde su cárcel de muerte le envió una segunda carta en la que lo exhortó y sostuvo, recordándole que “no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Timoteo 1:7); y lo instó a que siguiera cuidando el buen depósito que había en él, para que pudiera practicar con felicidad el ministerio que había recibido.

FORMACION DE NUEVOS LIDERES Buscar y preparar a hombres fieles e idóneos para enseñar a otros. Tomar en cuenta el modo en que se conducen en fe y carácter. Encargarles labores cada vez más delicadas y observar sus éxitos para corregir sus errores. Entregarles misiones importantes al conocer bien su manera de ser y la forma de encarar los problemas y las soluciones; no antes.

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XI EL LÍDER Y SUS DIFICULTADES Por lo que venimos estudiando, y vimos especialmente en el capítulo anterior, muchas son las dificultades que a diario tenemos que enfrentar. Algunas nacen del avance que vamos experimentando, otras de los ataques del enemigo al rebaño o a nosotros mismos, y otras de nuestros errores. Precisamente, a estas últimas debemos prestarles una atención especial porque pueden ser las primeras que el enemigo utilice para deteriorar todo el ministerio. 1. Sobrecarga La demanda del servicio, más el entusiasmo al ver que las cosas se mueven, son factores adversos para que dispongamos de tiempo. Con frecuencia solemos atascarnos con trabajos que se acumulan más y más, y a ninguno queremos decir que no. El resultado es cansancio y a menudo irritabilidad. Las cosas comienzan a no moverse bien, y el hogar nota la ausencia del padre. Pero la situación se realimenta, porque en muchos casos nosotros mismos comenzamos a sentirnos imprescindibles. Por una parte, no hemos preparado discípulos o continuadores; y por otra, hay quienes entre el rebaño se esfuerzan en hacernos creer que somos “indispensables” (comp. Job 32:21–22). Nuestro deber es reaccionar y [p 152] desbaratar esa actividad, pero si nos lo llegamos a creer, a las cargas existentes se suman las relacionadas con el hecho de que el siervo de Dios se transformó en siervo de los hombres. Por haber tratado de mantener la supremacía, nos hemos convertido en esclavos de algunas ovejas, parcializando nuestra labor. La sobrecarga no es buena de por sí, y menor aun en estas condiciones. En otras circunstancias ocurre que, como notamos que Dios está bendiciendo, nos sentimos indispensables y nos transformamos en el centro del círculo. Bien sabemos la tentación que le sobrevino a Elías, cuando por unas tres veces repitió: “Yo solo he quedado” (1 Reyes 18:22; 19:10–14). Fue su modo de autocompadecerse, porque en su desaliento le pareció que experimentaba la “ausencia de Dios”; pero cada vez que lo dijo se encontró con El, incluso para anunciarle quién sería su reemplazo (1 Reyes 19:16). En nuestro caso, por una parte hemos de tener el aplauso de algunas ovejas y por otra, dedicarnos a delegar trabajo. 2. Desánimo Varios factores suelen componer este modo de pensar. Nos desalentamos porque la rutina unida a la pérdida de los objetivos abate a todo el rebaño y las ovejas comienzan a dispersarse. Aumenta el desapego y las críticas, y el enemigo comienza a intensificar sus ataques. Como esta situación es grave, dedicaremos espacio a buscar caminos hacia la solución: A. Sujetar todos los pensamientos al Señor: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4:7). El hombre del mundo suele emplear mecanismos rápidos para aliviarse; si se halla en mala situación económica, suele pedir prestado o hipotecar su casa; si se siente desanimado fuma abundantemente; si está triste, [p 153] frecuenta el cine; si no duerme o siente tristeza, recurre al médico o psiquiatra, etcétera. Cree tener la solución a sus males y disponer de esa solución; pero no es así. Se hunde más y más. El método de poner todo a disposición del Señor es el bíblicamente válido: “Mejor es el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad” (Proverbios 16:32). Una parte importante de nuestros desequilibrios se producen por el conflicto interior generado al querer hacer frente a las dificultades, y saber que no podemos. Se engendran, entonces, formas de defensa, para prevenir el reconocimiento real de lo que sucede. Se produce la “imagen de papel” que presenta afuera un ser fuerte, aconsejador infalible, que triunfa siempre y que tiene las soluciones que cualquiera de las ovejas necesita. Para adentro, en cambio, está el ser desgastado, impotente que ensaya caminos sin respuesta a sus muchas frustraciones.

75 El primer paso es admitir la dificultad y comenzar a controlar los pensamientos y los sentimientos, alabando a Dios porque aun ese medio es el sistema que proveyó para que le reconozcamos como Señor: “Has aumentado, oh Dios mío, tus maravillas; y tus pensamientos para con nosotros, no es posible contarlos ante ti. Si yo anunciare y hablare de ellos, no pueden ser enumerados (Salmo 40:5). B. Observar cómo han hecho otros en condiciones semejantes: David oraba: “Las angustias de mi corazón se han aumentado; sácame de mis congojas. Mira mi aflicción y mi trabajo, y perdona todos mis pecados” (Salmo 25:17–18). Posiblemente, para llegar a esta conclusión sea necesaria la ayuda de un consejero espiritual; es decir un pastor que nos muestre nuestros errores y nos ayude a ser sinceros con nosotros mismos y con Dios. Es probable que lo que nos ocurra sea producto de decisiones mal tomadas, o de falta de conciencia de la importancia de las distintas esferas de la vida, incluida la espiritual—Biblia, oración, comunión con los hermanos, etcétera. Todo esto crea ansiedades internas que necesitamos compartir con otro siervo del Señor que no solamente nos escuche, sino que tenga las pautas del [p 154] camino hacia la solución. Salomón creía que en el consejo había seguridad (Proverbios 11:14) y también victoria (Proverbios 24:6). C. Aprender a entender lo que nos pasa: En 1 Corintios 5:7 leemos: “Limpiáos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sóis”. El desaliento por el fracaso no tratado a tiempo acumula tristezas con odio y enojos reprimidos que enferman hasta la depresión. Al bajarse el ánimo, todo aparece en una dimensión exagerada; e incluso, alguna causa a la que atribuímos importancia aparece muy sobrevalorizada. No es una, sino todas juntas las que conducen a la pérdida de la percepción. El conflicto es aun mayor si aspiramos a vivir impertérritos delante de los demás, una especie de “estatua de marfil” que mantiene su brillo de día y al sol, y también de noche y con nubes. Volviendo al texto de 1 Corintios que citamos, es necesario que reconozcamos que tenemos “vieja levadura”, quizás haciendo una lista de las iras y decepciones reprimidas para dejarlas con el Señor, orando sobre ellas todas las veces que sea necesario. Para ser sensatos, tendremos que preguntarnos cuándo comenzamos a sentirnos así, y cuál fue nuestra decepción principal etcétera. Al tomar conciencia de dónde estamos, pasamos a decirle a Dios que nos perdone por temas específicos descubiertos. Solamente Dios, por medio de la sangre de Cristo, puede borrar estos pecados y sus efectos. Es en esta actitud que podemos hablarle de “dedicarnos nuevamente” a él y sentir que vuelve a aceptar nuestro servicio. Dice Romanos 6:19: “Hablo como humano, por vuestra humana debilidad; que así como para iniquidad presentasteis vuestros miembros para servir a la inmundicia y a la iniquidad, así ahora para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia”. D. Reequipamiento para seguir: Leemos en el Salmo 50:23: “El que sacrifica alabanza me [p 155] honrará; y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios”. La parte del texto que hemos puesto en cursiva, señala las dos caras de la moneda. Primero, “al que ordenare su camino”, que es nuestra responsabilidad, que es nuestro compromiso, lo que nosotros tenemos que hacer; Dios, en segundo lugar, mostrará su salvación. A la sanidad de las heridas seguirá el enriquecimiento de la vida espiritual, por las experiencias frescas que a cada paso se van sucediendo, gustosos alimentos de su mano grande y generosa. Las mismas verdades conocidas y enseñadas aparecerán como nuevas, con algo indescriptible de sustancia celestial. Las Escrituras forman la “nueva masa” de la que leímos en 1 Corintios 5:7, que es como si hubiéramos suscrito de nuevo el pacto con el Señor, y brotara de nuestro interior una canción nueva (Salmo 33:3) agradable a sus oídos. 3. Sufrimiento En la Biblia encontramos con frecuencia que las labores del liderazgo han producido intensos dolores, producto de la oposición, de los errores o de un prueba divina. El mismo hecho de que Dios nos haya separado para el liderazgo nos aisla, y muchas veces vivimos un ambiente de soledad (Jeremías 37:14–21). En el Salmo 119:67 leemos: “Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba; mas ahora guardo tu palabra”. El dolor al cual se refiere David era un correctivo de Dios. Fue una necesidad para que reaccionara a sus privilegios, y como bien lo dijo después: “Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos” (v. 71).

76 El dolor es disuasivo, es para convencernos de que estamos errados acerca de la voluntad de Dios. Pero también permisivo, porque Dios accede a que nos sobrevengan, porque estamos haciendo cosas sin su consentimiento y nos va mal. Dios tolera ciertas cosas para que las abandonemos. Un líder como Abraham fue intensamente probado [p 156] cuando Dios le pidió la ofrenda de su hijo Isaac. Lo hizo, n parte, para que Abraham supiera hasta dónde era capaze obedecer; y en parte para que verificara el alcance del pacto, cuando le dijo: “mi pacto entre mí y ti” (Génesis 17:2). El dolor destruye la autosuficiencia falsa y ensancha la verdadera. El testimonio se vuelve más creativo después de pasar por el fuego y de verificar el cumplimiento de las promesas de Dios. Pablo creía que sus sufrimientos eran el modo para comprender mejor el sentido de identificación con Cristo (Filipenses 3:8–13); para prepararlo mejor para un ministerio más arriesgado (Filipenses 4:12). Es decir, que al descubrir el objetivo del dolor; cambiamos nuestra actitud y comenzamos a aprender las lecciones tal como Dios las imparte. Descubrimos que el sufrimiento, sea físico o ministerial, es para profundizar la comunión. En los momentos difíciles, cuando nadie puede llegar a nuestro problema, Dios está presente. “La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto. Mis ojos están siempre hacia Jehová, porque él sacará mis pies de la red. Mírame, y ten misericordia de mí, porque estoy solo y afligido. Las angustias de mi corazón se han aumentado; sácame de mis congojas” (Salmo 25:14–16). Estos textos demuestran que la fuerza de la oración radicaba en el modo en que David veía a Dios. Sus dolores espirituales fueron los vehículos que lo acercaron más y más a él en confianza y seguridad. Muchos líderes pasan por momentos extraños de sufrimiento, y necesitan que el Señor les oiga pronto y les responda (Salmo 102). No porque sientan que está lejos de ellos, sino porque la situación les apremia, y solamente él tiene la solución. Noé recibió una promesa que también podemos hacer nuestra: “Mientras la tierra permanezca, no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor, el verano y el invierno, el día y la noche” (Génesis 8:22). Dios asienta sus promesas sobre sus pactos para darnos confianza en nuestra inseguridad. [p 157]

LA SOLUCION PARA ALGUNOS PROBLEMAS Si no podemos ver quién nos reemplace, es porque nos vemos a nosotros mismos en una dimensión distinta a la real. El desaliento en las manos del Señor se convierte en un reequipamiento para seguir. Pensar en lo realizado es un modo de buscar al Señor para el futuro de nuestras labores. 4. Pérdida de objetivos Las consideraciones que formulamos más arriba, añadidas a las innumerables estrategias que el diablo pone delante, podrían deteriorar nuestro rumbo y hacernos perder el objetivo; que es una de las situaciones más graves en las que nos podríamos encontrar. Es similar a encontrarnos en medio del mar remando con un solo remo, que además no está ubicado convenientemente. El botecito se mueve, pero está siempre en el mismo lugar. “Hay que hacer algo”, puede ser un lema que agrande nuestro bote que se puede convertir en un buque, pero es lo mismo. El problema radica en la pérdida del rumbo y no en el aumento de los trabajos. Cuando ocurre así, no tenemos que mejorar planes, sino rectificar los errores o estar dispuestos o perderlo todo. Una de las maneras más rápidas para que nos apartemos de los propósitos es transformar la actividad en activismo. En este “hacer por hacer” algunas ovejas, muy preocupadas por lo que sucede, comenzarán a reclamar

77 el retorno a las prioridades, y querrán volver a la dependencia de Dios; otras se sumirán en la indiferencia y otras se esforzaran para colaborar con “el botecito” sin temas y sin rumbo. Recapacitar y analizar con cuidado lo que sucede nos [p 158] exigirá tomar un tiempo de quietud para repasar algunos temas principales, como por ejemplo: A. La importancia de la misión. Esto significa responder a la pregunta: ¿Qué estoy haciendo? Al pensar la respuesta, saltará una frase como esta: “Ahora no lo sé, pero al comienzo me propuse hacer la obra del Señor”. Si para nosotros la obra del Señor, era lo mismo que para Esdras “la obra de la casa de Dios” (6:22), entonces tenemos gráficamente ilustrada la pérdida; y lo doloroso es que hemos involucrado a Dios en el fracaso, porque todos saben que el líder es el siervo suyo. Esdras relató que, debido a la oposición de afuera y a la frialdad de adentro, el enemigo consiguió que se detuviera “la obra de la casa de Dios en Jerusalén” (4:24). Pero dos profetas que hablaron de lo que sucedía estimularon para reiniciar las labores (5:1–2). Un activista en “la obra” bien puede creer que está en lo mismo que al principio, pero no es así. Ahora el Señor no está en la labor, y “la construcción” está detenida. Hageo les dijo a aquellos hombres que había razones por las que la actividad se había detenido, y les hizo meditar en su proceder (Hageo 1:5, 7; 2:15). En el fondo, habían cambiado la visión y Dios “detuvo sobre ellos la lluvia” (Hageo 1:10). Trabajar y trabajar sin lluvia del cielo es hacerlo en vano, y es mejor parar totalmente antes de seguir creando frustración. El peligro del profesionalismo con su activismo desbordante, está siempre al asecho del líder. Es el “hacer y hacer” que nos aleja de las personas y nos coloca como centro de “lo mucho que tengo que hacer”, donde las prioridades están trastocadas. B. El recuerdo de la visión. Ya nos hemos referido a la visión que como líderes debemos tener. No se trata de la experiencia que especialmente tenían los profetas del Antiguo Testamento, sino de ese llamado especial de Dios para ejecutar algo específico en su obra. Uno de los mecanismos usados por Hageo, en el [p 159] ejemplo que dimos más arriba, fue buscar, entre los presentes, ancianos que recordaran la gloria del primer templo, para que relataran cómo era el plan inicial. Así leemos: “¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto esta casa en su gloria primera, y cómo la véis ahora? ¿No es ella como nada delante de vuestros ojos”? (Hageo 2:3) (comp. Esdras 3:12). El templo edificado por Salomón era un monumento a la esplendidez y magnificencia que muchos desconocían. Aquellos líderes necesitaron volver a tener una nueva visión de los proyectos y esfuerzos del pasado, para conocer el propósito de Dios y volver a tomar el entusiasmo para seguir. Posiblemente ahora tengamos que pensar en lo mismo. Volver a estudiar el andar en los pasos de dignidad (Efesios 4:1) y confesar todas las cosas que han dañado la santidad (1 Pedro 1:15–16). Volver a recordar el fervor de los primeros pasos, para analizar como fueron iniciados. Volver a repasar las experiencias, para localizar la superficialidad que se puso como velo delante para cegar el futuro. C. Una mirada a lo hecho hasta aquí. Los análisis objetivos siempre son beneficiosos. Un ejemplo podría constituirlo la actitud de Samuel luego de su victoria sobre los filisteos, esos enemigos centenarios del pueblo de Dios, que habían hostigado a muchos líderes y ganado diversas batallas. Un día Samuel, teniendo que enfrentarlos, sacrificó al Señor y clamó de todo corazón, y Dios lo oyó. Como resultado el enemigo invencible fue derrotado, y Samuel levantó un monumento en el lugar con la inscripción: “Eben-ezer” diciendo: “Hasta aquí nos ayudó Jehová” (1 Samuel 7:9–14). Además, los filisteos no entraron más al territorio de Israel mientras vivió Samuel, y les fueron restituidas al pueblo de Dios todas las ciudades y hubo paz. Lo interesante está en que “todos los años [Samuel] iba y daba a vuelta a Betel, a Gilgal y a Mizpa” (v. 16), que, aparte de juzgar a la nación, servía para recordar las victorias grandes del Señor. Volver a glorificar su nombre por lo que hizo es [p 160] reabastecer nuestra alma para continuar en el futuro, es volver a recordar los propósitos suyos en el llamamiento al liderazgo y refrescar los triunfos sobre el enemigo, que gana si nos hace marchar de espaldas a Dios.

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LECCIONES DE LAS DIFICULTADES Al prevenir la sobrecarga conocemos mejor nuestra capacidad de trabajo. El ministerio solitario conduce a una vida de soledad, el ministerio compartido a un vida enriquecida. Descubrir el objetivo del sufrimiento o adversidad, es sinónimo de avance en el propósito de Dios. Perder el objetivo de la misión es peor que no haber iniciado la labor.

79 [p 161]

XII EL LÍDER Y SUS RIESGOS Este capítulo es una continuación del anterior, aunque el enfoque sea distinto. Al iniciarlo, debemos decir que existen riesgos producidos por el ministerio y otros por el ministro. Hay inconvenientes que nos sobrevienen por nuestra determinación de cumplir el mandato, y otros por sucumbir a las tentaciones. Tocante a lo primero ya hemos estudiado algo en casi todos los capítulos, pero especialmente en el cuarto y séptimo; solamente que siempre tenemos el cuidado de pensar que no hemos dicho todo lo que hay que decir con respecto a los riesgos del ministerio y, en verdad, parecería que siempre podemos agregar una palabra más. Sin embargo, para evitar caer en repeticiones, nos limitaremos a lo que Pablo dijo a ios Tesalonicenses: “Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni por engaño, sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones. Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es testigo; ni buscamos gloria de los hombres…” (1 Tesalonicenses 2:3–6). En estas pocas palabras, Pablo describió por lo menos siete riesgos en el ministerio que rodeaban su exhortación, predicación y acción dentro del rebaño. El se [p 162] había cuidado de hacer todo para agradar a Dios, y a causa de ello había sufrido bastante. Con respecto a lo segundo, es decir, los riesgos que pudieran sobrevenir por las tentaciones personales que sufre el ministro, podríamos señalar lo siguiente: 1. El mal ejemplo Un descuido puede ser usado por el enemigo para destruir el potencial espiritual y hacer fracasar al siervo de Dios. Pudiera ser alguna opinión sin madurar, o alguna ligereza en transmitir confidencias. Quizás, desprolijidad en ajustarse a la verdad o gestos que no condicen con la vida de los santos. Ya mencionamos en otra parte lo que le sucedió a Pedro, que habiendo sido un ejemplo en Galacia, por temor a los hombres produjo una escena de fingimiento que manchó su reputación (Gálatas 2:11–14). Pero, reprendido, aprendió la lección, y posteriormente, el mismo dice que los pastores debemos ser ejemplos del rebaño (1 Pedro 5:3). La figura del pastor está unida a la santidad, al temor de Dios, a la conducta de veracidad, etcétera; y cuando estas cualidades esenciales se dañan, nos quedamos con la persona pero no con el liderazgo. Pablo exhortaba a los cristianos a “vivir delante de Dios” (2 Corintios 4:2; 7:12) por el respeto que significaba el llevar su nombre. 2. El ejercicio del dominio sobre los demás Para ser líder, es necesario que los liderados estén sujetos. El peligro está en que nos olvidemos de quién es el Señor del rebaño, y comencemos a manipularlo; es decir, a usarlo para beneficio propio. Algo así como lo que hizo David cuando envió a todos a la guerra y él se quedó en Jerusalén. Después que se acostó con la mujer de Urías, se produjo un movimiento de personas para aquí y para allí a fin de que Urías muriera y el nacimiento del niño apareciera legítimo (2 Samuel 11). Pero Dios dijo: No.[p 163] Quizás, y Dios lo quiera, no lleguemos a semejantes manejos de los que están a nuestro cuidado, pero sí a realizar cosas semejantes a lo que leemos en Gálatas 6:13: “Ni siquiera los que se circuncidan cumplen todo lo que la ley dice. En cambio quieren que ustedes se circunciden, para así ellos presumir de haberlos obligado a ustedes a llevar esa marca en el cuerpo” (Dios Habla Hoy). ¿Dónde estaba el manipuleo? En que ciertos líderes sometían a sus hermanos a ritos para ganar crédito con los judíos que abogaban por este tipo de proselitismo (comp. Filipenses 3:3). ¿No podrían existir ahora quienes impongan algo a los hermanos, para quedar bien con otros o para demostrar capacidad de dominio sobre los que tienen a su cuidado? 3. La búsqueda de prestigio El mundo está lleno de personajes que andan en busca de prestigio. Hay quienes se afanan para que todos sepan quién es el cerebro de los aciertos, y no investiguen por qué causa ocurren los fracasos.

80 Pero no debe ocurrir así con nosotros. En el tiempo antiguo, Dios le ofreció a Moisés, ponerlo delante de gente mejor que Israel, cuando le dijo: “Yo los heriré de mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más fuerte que ellos” (Números 14:12); pero él no quiso, porque creía que, a pesar de todo, los propósitos del Señor para él estaban unidos a ese pueblo, y oró para seguir con ellos. Buscar prestigio propio es cambiar el objetivo del plan, y eso no puede ser correcto (Romanos 14:18). La mirada que ponemos en las apariencias estimula la aprobación humana, pero nos aleja de la mirada de Dios. La tentación de convertirnos en ídolo es tan peligrosa como caminar al borde de un precipicio. Las ovejas tienen que ver a su pastor como alguien que sobresale por sus cualidades espirituales, el medio por el cual Cristo es exaltado en medio del rebaño. Así como un día un palo sirvió para levantar a la serpiente de bronce en el desierto, a la cual los israelitas mordidos tenían que [p 164] mirar, nosotros debemos ser únicamente medios para levantar a Cristo, al cual todos tienen que ver.

CONSIDERACIONES SOBRE LOS RIESGOS Seguir el modelo bíblico es comprender lo que Dios exige. Si el Señor no es el Pastor, nosotros no somos sus representantes. Cuando el Espíritu convoca por medio de un líder, la atracción es hacia el Señor. El líder puede ganar prestigio, pero solamente Dios le confiere autoridad. 4. El abandono de la administración espiritual Estamos rodeados de un ambiente de superficialidad que con suma facilidad nos invade. Imperceptiblemente podemos ir cediendo lugares que corresponden al Señor, si permitimos que hábitos o pensamientos nos distancien de los objetivos trazados por Dios. La administración espiritual reclama una comunicación constante con el Dueño del rebaño. Varias defecciones, todas unidas entre sí o cada una por separado, pueden integrar los estados espirituales en los cuales hemos abandonado el ministerio del Señor. Trataremos de estudiar algunos, presuponiendo que ni son los únicos ni van generalmente solos, sino que forman parte de un nuevo estilo de vida que se opone a la ley del Espíritu. A. El abandono del primer amor: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Apocalipsis 2:4). El trabajo, la paciencia, el sufrimiento, [p 165] la severidad con los malos, la firmeza contra la hipocresía, etcétera habían caracterizado a los líderes de Efeso. Dios, que todo lo ve, sabía que no habían desmayado en poner las cosas en su lugar, pero también sabía que todo se había realizado a costa de la pérdida irreparable del primer amor (comp. Jeremías 2:2–5). Nada de malo había en lo realizado. Nadie hubiera podido detectar lo que estaba en juego, pero evidentemente estos pastores se amaban a sí mismos antes que a Dios. Querían demostrar la capacidad para poner orden, pero tenían desordenado el corazón. Dios es amor (1 Juan 4:8, 16), de modo que abandonar el amor primero, es abandonar a Dios. Permanecer en el amor es estar en Dios; en esencia, en sus planes, en todo lo que quiere. El mismo escritor de Apocalipsis dice repetidamente que conocemos ese amor por la cruz del Calvario y la muerte de Cristo. Dice 1 Juan 3:16 “En esto hemos conocido el amor, en que el puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos”. ¿Qué había sucedido con los líderes de Efeso? Tenían todo, pero por haber abandonado el amor al Señor, la relación con hermanos era fría. Los reglamentos se habían convertido en los líderes del rebaño, y el desconcierto era muy grande.

81 La solución demandada por Dios fue muy severa: “Recuerda, por tanto, de donde has caído, y arrepiéntete y haz las primeras obras”; es decir una rectificación total en el modo de pensar y de ser. B. La soberbia del primer lugar: “Diótrefes, al cual le gusta tener el primer lugar entre ellos, no nos recibe” (3 Juan 9). Con liviandad, Diótrefes había preparado un mal diagnóstico de los hermanos, y los disciplinaba a discreción. Como Juan, estos hermanos tenían hermosos momentos de comunión con Cristo; pero él para dominarlos, reglamentaba esa comunión y quería guiar al rebaño usando instrumentos del diablo: “parloteando con palabras malignas”. Diótrefes reprimía a la iglesia arrebatándole el señorío a Cristo, y doblegando a [p 166] las ovejas con formas de vida ajenas al reino de Dios. Con ferocidad eliminaba todo aquello que pudiera dañar su investidura; aunque, juntamente con un rebaño asustado, hubieran huido el amor, la comunión y progreso. En su irritación, había disciplinado a Juan, el ungido del Señor, quizás pensando que su presencia devolvería a ese rebaño el amor que él quería para sí. Nosotros también podemos incurrir en el mismo absurdo, si actuamos pensando en nuestra posición; aunque no podamos ver a Cristo en lo que hacemos, o invoquemos su nombre para conducirnos como lo hacemos. En el ambiente de tirantez vuelven a sonar las palabras de Pedro: “No como teniendo señorío sobre los que están a vuestro [nuestro] cuidado, sino siendo ejemplos de la grey” (1 Pedro 5:3). C. La complicación con cosas temporales: “Ninguno que milita se enreda con los negocios de la vida” (2 Timoteo 2:4). Problemas graves nacen de la pérdida o abandono de la verdadera misión. Algunos aman más la comodidad que el ministerio como, Demas (2 Timoteo 4:10), y se van tras ese objetivo. Otros creen que el ministerio se puede atender “a ratos libres”, quizás como Arquipo (Colosenses 4:17), y lo ponen de lado. Otros creen que el ministerio es un modo para obtener una posición de prosperidad, e invocando que Dios es rico, se “marean” por el dinero. Otros creen que Dios no les ha llamado a dar “más tiempo al ministerio” y dan solamente los momentos de sueño (Efesios 5:14). ¡Cuántas maneras de pensar! Lamentablemente, si nos enredamos, realmente perdimos el liderazgo. Las ovejas comprenden que ya no dependemos del Señor, sino de las circunstancias, y que nuestros enredos no nos permiten usar la percepción espiritual. Necesitamos volver a entronizar a Cristo, para desatar estas ligaduras y gozar de su libertad. D. El abuso en las cosas sagradas: “No te corresponde a ti, oh Uzías, el quemar incienso a [p 167] Jehová” (2 Crónicas 26:18). La historia del rey Uzías había sido muy satisfactoria, porque “persistió en buscar a Dios” (2 Crónicas 26:5). Pero un día, enorgullecido, se introdujo en terreno prohibido, queriendo dominar esferas que Dios tenía reservadas para sí; y fue destituido. Este mismo fue el primer error que cometió Saúl (1 Samuel 13:8–15), y Samuel tuvo que reprenderle severamente. Estas cosas ocurren cuando en un proceso de autosuficiencia crece el amor propio y sucumbe la santidad. Hechos similares suelen acompañar a veces a nuestro liderazgo, y entonces se detiene la transformación del Espíritu (2 Corintios 3:18) y se destruye la vida espiritual del rebaño. Andar en santidad es también ver a Dios en todos nuestros actos (Hechos 12:14); es ser guiados por el Espíritu (Romanos 8:4). Andar es mucho más que trabajar, es tener una vida dinámica sujeta a la dirección del Espíritu Santo. Si manipulamos las cosas sagradas, estamos siguiendo los dictados de la carne en total conflicto con Dios; cegado en cuanto al camino de santidad. Una vez dañado el honor de la santidad, nos será más fácil ingresar en el lugar santo para malversar ofrendas destinadas a Dios o gastar dineros en gustos personales. Una vez que se veló en nosotros el rostro de Dios, la naturaleza carnal tendrá acceso a las determinaciones, y habremos comenzado a ser juguetes de nosotros mismos; sin advertir que él ha puesto ya su ojo de justicia sobre nuestro pecado (1 Pedro 3:12). Sin quererlo, pero sabiéndolo, a nosotros también nos puede suceder algo similar a lo de Uzías. E. El descuido del sexo: “A las jovencitas, como a hermanas, con toda pureza” (1 Timoteo 5:2). A la irreprensibilidad de la cual Pablo le habló a Timoteo (1 Timoteo 3:2) le agregó otros adjetivos de pureza y santidad (1 Timoteo 5:22). Una de las asechanzas más eficaces que el diablo usó—y usa—contra los líderes es el sexo. Muchos hombres de Dios, que

82 se alejan de las relaciones con su hogar y se aislan del conveniente consejo pastoral, han caído atados de pies y manos junto a una o varias mujeres que fingían admirarlo. [p 168] A veces, como en el caso de Judá, la entrada de la codicia (Génesis 38:16–18) desplazó a las reglas del Espíritu. En otras ocasiones faltó la confesión del pensamiento torcido hacia lo impuro (Filipenses 4:8); y el líder siguió esa senda hasta la fatal caída, con un estrépito que prevalece por toda una generación. Bien se encarga el diablo de preparar tretas o trampas para ellos, porque sabe que el daño para el evangelio es enorme. El antídoto bíblico es el eficaz: “Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:3). El término “puro” es hagnos en griego, y significa entre otras cosas: casto, puro, claro. Se usa en 2 Corintios 11:2 como el objetivo de Pablo para lo Corintios: “Os he desposado con un solo esposo, para presentarnos como una virgen pura a Cristo”, donde nuevamente la vida cristiana aparece como un casamiento en las condiciones bíblicas sin intromisión de amores foráneos. El primer paso en la derrota está en dejar de mirar al Señor para mirarnos a nosotros mismos y lo que somos; y el segundo, en mirar a una mujer. El envilecimiento que produce el ver a un modelo en las honduras del pecado es de tal magnitud, que el Espíritu no restablece más su credibilidad delante de ese rebaño. Sí le perdona el pecado, como también debemos hacerlo nosotros si se arrepiente y lo confiesa; pero una cosa es el perdón del pecado y otra la restitución del modelo. Dice la Escritura: “Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca” (1 Corintios 6:18). De modo que la fornicación es única en el género de los pecados. Otra advertencia de Dios es: “Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él, porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:17). “Destruir”, en este versículo, significa: descomponer, corromper, hacer de menor calidad, etcétera, y se utiliza para señalar la retribución para los que dañan las condiciones de la santidad. Es la situación que se plantea cuando un líder quiere “seguir al frente” sin confesar, sin reconocer y sin esperar el veredicto de Dios sobre lo [p 169] sucedido; imitando sin quererlo a los mismos paganos(2 Pedro 2:12). Pablo le recomendó a Timoteo: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4:16). La pérdida para el rebaño era fatal si Timoteo no se cuidaba a sí mismo. Si él erraba al blanco y caía, habría enlodado el evangelio con sus propuestas, y desbandado al auditorio por falta de liderazgo y de doctrina. El, también, se hubiera sumado a los erráticos que Pablo le menciona en sus cartas, que tanto dolor le habían producido. La advertencia para nosotros sigue en pie, es la misma, tiene el mismo origen, y está aplicada con el mismo poder. Dios nos vuelve a llamar a la santidad: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia” (Colosenses 3:12).

ADVERTENCIA SOBRE LOS PELIGROS DEL LIDERAZGO Vigilar el primer amor es también una manera de saber qué lugar ocupa Dios en nuestras vidas. Cumplimos con nuestra responsabilidad cuando ocupamos nuestro lugar, y perdemos nuestro lugar cuando buscamos posición. Para conocer el valor que damos al amor, debemos saber cuánto valen las cosas y viceversa. Obrar en santidad es trabajar delante de Dios: si nuestras manos están limpias, nuestro corazón es puro. [p 170]

83 [p 171]

XIII EL LÍDER Y LA RENDICIÓN DE CUENTAS Siendo mayordomo del Señor, es previsible que debamos rendir cuentas. Como ya lo hemos visto en los capítulos seis y once, constantemente tenemos que presentarnos delante de él, y en algunas oportunidades recibir reproches muy amargos, así como en otras recompensas. La Biblia, sin embargo, nos enseña que aún nos espera el día cuando todo el ministerio será expuesto delante del Señor. En Hebreos 13:17 dice: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta” Dar cuentas significa que, aparte de presentarnos delante de Dios, tendremos que explicar el modo en que cuidamos del rebaño. No nos agrada admitir que nuestro liderazgo esté tan expuesto como para que, no solamente Dios intervenga, sino que, como veremos a continuación, también los hombres lo observen; aunque él sea el único que juzgue. Esta reflexión surge de 1 Corintios 4:1–5, que trataremos de investigar: 1. Distintos ángulos de observación A. “Téngannos los hombres por servidores de Cristo (v. 1): La observación de la gente. La primera fuente de juicio [p 172] son los demás. Cuando miran, ven hombres, pero cuando contemplan los movimientos, ven “servidores de Cristo”. Pablo se refería a los remeros en un barco romano que ocupaba la fila inferior, los esclavos. Sujetos a un régimen de labor muy riguroso, estos hombres no percibían recompensa, salvo el saber que la embarcación avanzaba. Por otro lado, el servidor de Cristo es un “administrador de los misterios de Dios”, es decir, la persona que realmente maneja y distribuye las verdades. Parecería que la comparación de esclavo remero no coincidiría con la de administrador de Dios. Lo que ocurre es que la primera, muestra la sujeción al Señor; y la segunda, la relación con los demás. “Los misterios” son las cosas escondidas que Dios tiene para los que le aman (1 Corintios 2:9), y que los líderes reciben y comparten con el rebaño. B. “Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros” (v. 3): La actitud de los hermanos. También los corintios habían querido tener una parte en el juicio a Pablo, y querían determinar el futuro de su trabajo. Aunque Pablo estaba sujeto a la iglesia de Antioquía, y también respetaba a las que fundaba y posteriormente visitaba, esa iglesia en particular, no estaba en condiciones de emitir ningún parecer respecto de él. El estado de caos en la administración espiritual y la jactancia por el pecado (5:2), les había privado de competencia para emitir opinión sobre su maestro. Antes de pensar en juzgar a Pablo tendrían que haber averiguado quién tomaría la primera piedra. Francamente, la osadía de los corintios era muy grande. Pero a Pablo no le preocupaba el “tribunal humano”, sino, como ya lo había explicado, el temor de estar delante del Señor (1:8; 3:13). Los hermanos que no conocían su corazón, no podían evaluar sus móviles; ni se daban cuenta de la gravedad del pecado de calumnia en que incurrían. Estaban incapacitados para lo que tenían que hacer, que era copiar modelos (4:16; 11:1) y en cambio querían introducirse en los temas que no les correspondían. [p 173] C. “Ni aun yo me juzgo a mí mismo” (v. 3): La reflexión de Pablo. No es que hubiera perdido el autorreproche, sino que no deseaba justificar sus actos. No dijo que no tuviera faltas, sino que no le correspondía hacer un veredicto sobre su ministerio. No se preocupaba por su evaluación; porque era un remero en el buque de Dios, y únicamente él podía darle o quitarle la recompensa. No quería que su ministerio estuviera influenciado por presiones, aunque fueran de él mismo. Pablo distinguía bien una fuente de observación de un tribunal. Nos hace bien estar bajo las fuentes de observación, nos incentiva en la dignidad de nuestra labor. Las advertencias, las correcciones y aun los exámenes que debemos rendir, nos estimulan para refinar y perfeccionar los métodos hacia al objetivo (2 Corintios 4:18).

84 2. Confirmación del veredicto Las obligaciones que Pablo había cumplido en Corinto, así como las actitudes asumidas contra la división, y contra la posición de la sabiduría griega, habían fomentado entre algunos hermanos un ambiente para crear un tribunal de juicio. Pablo estaba convencido de que su conciencia estaba limpia y de que esos hermanos desubicados debian suspender esa actitud. Los corintios solamente veían el momento que pasaban, pero no tenían noción sobre el futuro. Tampoco comprendían lo que Dios estaba haciendo en el cambio de las ovejas hacia una vida espiritual. Frecuentemente, también los actos de muchos líderes pasan por la incomprensión circunstancial de hermanos que se resienten cuando notan que están afectados sus intereses, y copian a los corintios, sin ver ni comprender el futuro. A. “Hasta que venga el Señor” (v. 5): El momento. Esta frase abre nuevamente el tema de la aplicación práctica de la venida del Señor. Por siglos los [p 174] teólogos han pasado horas y horas escribiendo cronologías y buscando alternativas a sus opiniones divergentes, sin lograr resultado absoluto. La Biblia, en cambio, aborda el asunto con fuerte interés práctico. En el caso que nos ocupa, tenemos un vehemente llamado a detener esos juzgamientos, a ver las cosas de otra manera. Porque a pesar de que Pablo y Apolos tenían diferencia en las opiniones (v. 6) tenían una misma meta y mostraban ser ejemplo. El Señor que, es el Juez, aún no había venido; por consiguiente, no había llegado el tiempo del juicio. Así también con nosotros: si cometiéramos el error de juzgar, subordinaríamos la dignidad del evangelio al arrebatarle los derechos al Señor. Algunas veces los mismos líderes hemos caído en la trampa de juzgar a nuestros colegas delante de las ovejas por causas que nos parecen equivocadas; sin advertir el daño para el rebaño y la deshonra para el Señor. Esta es la más alta expresión de la murmuración, por la cual Dios condenó a María la hermana de Aarón con lepra (Números 14:1–3). Pablo, que conocía bien su ministerio y el riesgo que corrían aquellos hermanos, se afanó por sofocar lo que estaba seguro de que Dios no aceptaría; es decir, compartir el trono de su justicia con los hombres (comp. Romanos 14:3–4). B. “el cual aclarará también lo oculto de las tinieblas” (v. 5): El alcance. Cuando venga el Señor corregirá aun el modo de juzgar, porque inagurará la era de la verdad. Desaparecerán, entonces, las sospechas y los juicios prematuros con las limitaciones de todo tipo que tenemos ahora. “Hasta que venga el Señor”, significa detenernos en nuestros dictámenes apresurados, para depositar todo en el trono de quien es el titular de esa magistratura. Aclarar lo oculto de las tinieblas, es sacar a la luz lo que ahora no se ve. Muchos secretos escondidos durante la vida, sean [p 175] buenos o malos, sean asuntos privados o conocidos, que han estado en la incertidumbre estarán a plena luz. Ya lo dice el texto: “No hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). Hoy él sabe todo, cuando venga nosotros también lo sabremos. Un día Acán, en riguroso secreto, fue el líder de un saqueo de cosas reservadas para Dios (Josué 7). Nadie lo sabía, nadie lo había visto y todo parecía haber acontecido en el más riguroso secreto. Pero Dios lo vio y lo denunció, y Acán fue posteriormente ajusticiado en público. Como en aquel día lejano, ahora también podemos realizar cosas en oculto que nosotros reservamos por temor a perder nuestro lugar; sin reparar que un día la perdida será aun más catastrófica. Al pensar que Dios sacará a la luz una vida entera con todo lo que tiene de escondido, nos turba y nos hace temblar. Parte de la reacción surge porque “ignoramos” que ya ahora Dios sabe todas las cosas. Leemos en 1 Samuel 16:7: “Y Jehová respondió a Samuel: No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”.

85 Eliab no tenía el corazón recto delante de Dios, y nadie lo sabía, ni aun Samuel; pero al oírlo hablar más adelante acerca de su hermano y acumular acusaciones falsas y denigrantes, soltando la lengua desmedidamente, nos damos cuenta lo que Dios había determinado (1 Samuel 18:28–30) (comp. 2 Crónicas 6:30). ¿Qué dice el Salmo 44? “Si nos hubiésemos olvidado del nombre de nuestro Dios, o alzado nuestras manos a dios ajeno, ¿no demandaría Dios esto? Porque él conoce los secretos del corazón” (20–21). Dios es omnisciente, todo lo sabe, todo lo escudriña, todo lo analiza de acuerdo a su estimación infalible nacida de su conocimiento perfecto (comp. Apocalipsis 2:2, 9, 19, 23; 3:1, 2, 15). Por otro lado, habrá llegado también el momento de la [p 176] claridad para las cosas bien hechas, algunas de las cuales habían pasado inadvertidas por nosotros. Será un comienzo fresco, cambiador del modo de comprender aun lo que nosotros no entendíamos, ni podíamos explicar. Pablo estaba seguro de que había actitudes, así como labores que había hecho con autenticidad, que los corintios no sabían, algunas de las cuales quizás ni sabía él mismo, pero que Dios sacaría a la luz. Así como leemos que Jesús vio todo en el caso de la mujer que daba las dos blancas, también nos dice el texto que está viendo a los que dan de comer o beber a otros; a los que reciben en sus casas y dan abrigo y medicina en casos de necesidad. Dios mira a los que visitan las cárceles, identificándose con sus hijos perseguidos, y en su momento aparecerá la recompensa. C. “manifestará las intenciones de los corazones” (v. 5): El método. La palabra “intenciones” significa: resoluciones o determinaciones del corazón. Las hay por parte de Dios: “A éste, entregado por determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios…” (Hechos 2:23) y también de los hombres: “Y siendo incómodo el puerto para invernar, la mayoría acordó zarpar también de allí…” (Hechos 27:12). Manifestar las intenciones, es entonces, poner en claro las razones por las que ciertas resoluciones se tomaron y sus resultados. Pablo les dijo a los líderes de Efeso que no había rehusado darles a conocer todos los propósitos (las resoluciones) de Dios (Hechos 20:27) para el funcionamiento de la iglesia. Es el mismo Señor quien hará visible lo que nadie jamás pudo, ni puede ver, que es el interior de nuestro ser. Descubrirá por qué hicimos esto o aquello y, en ese análisis, sabremos qué hicimos y las resoluciones para hacer lo que no pudimos. Leemos en Job: “Sus ojos están sobre los caminos del hombre, y ve todos sus pasos” (34:21). “Manifestar” (griego phaneroo) es poner en forma visible una dimensión a los actos o trabajos que han permanecido en oculto; es dar a conocer lo que no se vio a [p 177] la vista humana. En 1 Timoteo 3:16 dice que “Dios fue manisfestado en carne”; y Juan insiste en más de una oportunidad que Cristo era la manifestación visible de la vida eterna (1 Juan 3:8). En el caso de nuestras obras, también están las dos dimensiones: la que se ve y la que no se ve. El Señor pondrá más luz sobre la primera, y sacará a luz la segunda. Así lo explica en 1 Corintios 3:13: “La obra de cada uno se hará manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego será revelada; y la obra de cada uno cual sea, el fuego la probará”. Todos sabemos que Dios ha colocado el fundamento, que es Cristo, y nos ha dado el privilegio de edificar sobre él. Esto nos obliga a trabajar con materiales que estén de acuerdo con la calidad de ese basamento. Los materiales son los ingredientes de nuestra conducta: En este caso nos referimos a los líderes aunque el texto habla de “cada uno”. El resultado de nuestros esfuerzos puede estar entre los materiales útiles o de los materiales inútiles. La misma frase “si alguno” o “cada uno”, como por ejemplo: “Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó, recibirá recompensa” (v. 14), nos ayuda para pensar en “algún líder”, o: “Si cada uno de los líderes” edifica, tenga cuidado como lo hace, porque la inspección es minuciosa para cada cosa que hayamos hecho. Un verdadero “día” para todas las acciones y pensamientos guardados. El fuego son los mismos ojos de Cristo (Apocalipsis 1:14), mirando y quemando mucho de lo falso y fingido que nos había caracterizado, y produciendo un incendio de grandes proporciones. Por muchos años trabajamos con un estilo devida, que terminará de modo tan desesperante. ¡Qué terrible será percibir que mucho de lo que hacíamos para “honrar al Señor”, no era tal, sino al contrario, servía para su afrenta! ¡Señor, quién estas líneas escribe está conmovido por su propia rendición de cuentas! ¡Señor, como a mí, ayuda también a quién las lee! Tenemos también la convicción de que Dios ve el “oro, la plata, y las piedras preciosas”, que pasan por el fuego y reciben un fuerte impacto de purificación, para luego recibir la recompensa.[p 178]

86 La escena de solemnidad que representa todo este espectáculo, se incrementa por la aparición de la fidelidad de Dios: “él [la persona sometida a prueba] mismo será salvo, aunque así como por fuego” (v. 15), lo cual es la evidencia de “estar en Cristo”. D. “cada uno recibirá su alabanza de Dios” (v. 5): El resultado. Dios, que juzgará “los secretos de los hombres” (Romanos 2:16) y demostrará que es el único que “escudriña la mente y el corazón”, dará también la aprobación justa. Tener la alabanza de Dios significa recibir la aprobación que corresponde al veredicto del tribunal de Cristo (2 Corintios 5:10). Cuando el Señor Jesús estaba en el mundo y habló del tema de las recompensas, abarcó dos esferas de la vida cristiana. La primera en relación con el servicio en general; es decir, los creyentes que han trabajado con fidelidad a él y sufrieron por su causa. Así en Mateo 5:11–12 leemos: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros”. Otra mención, que no tiene directa relación con el cielo pero que es muy importante es: “El que recibe a un profeta por cuanto es profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo por cuanto es justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa” (Mateo 10:41–42). La tercera referencia está en Lucas 6:35: “Amad, pues, a vuestros enemigos, y haced bien, y prestad, no esperando de ello nada; y será vuestro galardón grande…” Casi al final de su ministerio, el Señor dijo: “De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que haya dejado casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o [p 179] adre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá en veces más, y heredará la vida eterna”. (Mateo 9:28–29). La segunda relación con la recompensa está directamente ligada con la mayordomía de los líderes. Veamos: e1 mayordomo fiel y prudente (Lucas 12:41–47) (Mateo 24:45–51); las diez minas (Lucas 19:11–26); los obreros de la viña (Mateo 20:1–16); los talentos (Mateo 25:14–30). Estas son parábolas que muestran las recompensas a personas asignadas a tareas específicas, y en todas está presente la venida del Señor. Cada una tiene su característica, pero el Juez manejará las cosas con la sabiduría de la verdad. En todas están los que han cumplido y los que han fallado; pero las que más nos cautivan quizás sean las que contienen una bienaventuranza particular: “Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así” (Mateo 24:46); o: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entren el gozo de tu señor” (Mateo 25:21). Estos son los que han hecho “tesoros en los cielos” (Mateo 6:19–21), que serán reconocidos en el gran día de Cristo. (comp. Marcos 10:21). Cuando nos referimos a la recompensa, “recibirá la alabanza de Dios”, significa que él tiene reservada una aprobación que nadie conoce, para entregar a quienes han trabajado conforme a su corazón, aunque no de acuerdo a los hombres. En 1 Pedro 1:7 leemos: “Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo”. Este versículo, ubicado detrás de otros que hablan de la “herencia incorruptible”, de alguna manera vinculan esa porción de la eternidad con la alabanza o aprobación que estamos estudiando. La herencia juega un papel importante en las relaciones entre Israel y Jehová, normalmente relacionada con una posesión (Números 27:7) terrenal, que en Jeremías 2:7 es heredad de Dios. Pero la idea dominante en la Biblia es que se trata del disfrute legítimo de algo que no es el resultado de nuestros méritos. La herencia es una [p 180] posesión de privilegio, y describe la bendición conferida al hijo de Dios (Efesios 1:14). Pablo le dijo a los líderes de Efeso que tenían “herencia entre los santificados” (Hechos 20:32), que es en verdad “incorruptible, incontaminada e inmarcesible reservada en los cielos” (1 Pedro 1:4). ¡Gracias a Dios! 3. La mirada de gratitud Como pastores en el rebaño del Señor, estamos sumamente agradecidos por nuestro expectante futuro. Aceptamos con humildad la advertencia: “Mirad por vosotros mismos, para que no perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo” (2 Juan 8). Nos bendice en gran manera oír de “galardón completo” y del estímulo bíblico para trabajar por él; como si se abriera ante nuestros ojos una ventana inmensa en el cielo y viéramos al Señor dándose a sí mismo como herencia eterna, y con él lo que aún no ha penetrado en el corazón

87 humano. Al final de la historia, cuando los tiempos terminen, leemos: “He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”. (Apocalipsis 22:12). En ese “cada uno” estamos también los líderes que, como aquellos del Antiguo Testamento, esperamos “la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios“ (Hebreos 11:10). Tratamos de esforzarnos para llegar a la meta aprobados y aparecer entre la lista de los vencedores mencionados en Apocalipsis 2 y 3, que reciben por su testimonio y labores distintas recompensas, una de las cuales colma la medida de nuestra admiración: “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21). Como la salvación es individual, así también la recompensa lo es. Cada líder puede mirar a la suya con esperanza. Lo que fue el símbolo del triunfo en los juegos olímpicos griegos, la palabra de Dios lo aplica a nuestra trayectoria pastoral, convirtiéndonos en mucho más que simples triunfadores terrenales. Los premios (griego, [p 181] stephanos) cubren áreas definidas, especialmente en aquellas en las cuales el enemigo puso mayor empeño en meter sus flechas encendidas para quemarnos. Así hay una retribución para los que triunfaron en el autocontrol (1 Corintios 9:24–27); otra para el que ganó almas (1 Tesalonicenses 2:19–20) otra para el que sufrió la tentación (Santiago 1:12; Apocalipsis 2:10) y otra para el que aguardó la venida del Señor (2 Timoteo 4:5–8). Quizás la que más nos afecta sea la de 1 Pedro 5:4: “Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria”; porque Pedro eligió para el Juez el carácter de Príncipe de los pastores, es decir, el Pastor por excelencia (2:25). Alguien que. ejerciendo justicia entenderá y pesará cada experiencia con la balanza del pastor; supo de nuestras limitaciones, y aun nos alentó a seguir haciendo una labor similar a la de él. Por un lado la rendición de cuentas nos hace temblar, y por otro nos estimula a confiar. “Vosotros recibiréis”, dice el texto, confirmando que la recompensa es segura luego de haber pasado por la prueba. Podemos descansar en la culminación de nuestras labores, y saber que la respuesta a muchas oraciones se ha concretado con su presencia real delante de los pastores. Comprendemos mejor ahora el porqué de las advertencias: “Nadie os prive de vuestro premio” (Colosenses 2:18); “Retén lo que tienes para que ninguno tome tu corona” (Apocalipsis 3:11); porque representan el conocimiento anticipado que Dios tiene y quiere transferirnos, para que ya gocemos del gran día de la fiesta que no debemos despreciar o descuidar. Es propósito suyo encender el alma de los pastores, y mantener el fuego ardiendo delante de la grey hasta el día cuando aparezca en su gloria. Por muchos años, como líderes, hemos enseñado a alabar a Dios. Ahora, al final de los días, oímos que Dios nos alaba a nosotros: “cada uno recibirá su alabanza de Dios”. Así de grande es el amor de Dios. [p 182] LA ACTIVIDAD DE LA JUSTICIA Los hombres ven nuestro servicio, pero Dios conoce nuestras intenciones. Por ser lo oculto del servicio más importante que lo visible, solamente Dios puede juzgar. La justicia de Dios no aprueba todo, ni condena todo; solamente recompensa lo que es justo.

88 [p 183]

XIV BIBLOGRAFÍA Adams, Jay: Vida Cristiana en el hogar (Tell) Adams, Jay: Capacitados para aconsejar (Clie) Adams, Lane: ¿Por qué me cuesta tanto alcanzar la madurez? (Clie) Allen, Roland: Missionary Methods (Eerdmans) Allen, Roland: La expansión espontánea de la Iglesia (Aurora) Bounds, E. M.: Fundamentos de la oración (Clie) Bruce, A. B.: The Training of the Twelve (T & T Clark) Bruce, F. F.: La defensa apostólica del evangelio (Certeza) Coleman, Robert: They Meet the Master (Revell) Collins, Gary: Hombre en transición (Caribe) Cornwall, Judson: La fe no fingida (Vida) Crabb, L.: Principios bíblicos en el arte de aconsejar (Clie) Cramer, R.: La psicología de Jesús y la salud mental (Caribe) Elms, Leroy: Disciples in Action (Navipress) Engstrom, T. W.: Un líder no nace, se hace (Betania) Ferguson, Sinclair: Taking Christian Life Seriously (Zondervan) Gangel, K.: Competent to Lead (Moody) Geisler, N.: La ética cristiana del amor (Caribe) Getz, Gene: La medida del cristiano: Estudios en Tito (Vida) Getz, Gene: La medida de una iglesia (Clie) Getz, Gene: Refinemos la perspectiva de la iglesia (Caribe) Gets, Gene: Edificándonos los unos a los otros (Clie) Henrichsen, Walter: Disciples Are Made (Victor) Hill, Mónica (ed): How to Plant Churches (Marc Europe) Hoff, Pablo: El pastor como consejero (Vida) Horne, H.H.: Teaching Techniques of Jesús (Kregel) Hunt & McMahon: La seducción de la cristiandad (Portavoz) [p 184] Ellinski & Wofford: Organization & Leadership in the Church (Zondervan) Kornfield, D.: Leader’s Manual for the Church Renewal (Paternoster) Khune, Gary: La dinámica del evangelismo (Clie) Khune, Gary: La dinámica de adiestrar discípulos (Betania) La Haye, Tim: Cómo estudiar la Biblia (Betania) Lasor, S. M.: Una iglesia viva (Clie)

89 Lovelace, R.: Dynamics of Spiritual Life (IVP) Lundstrom, L.: La oración de poder (Vida) Mac Arthur: The Gospel According to Jesús (Zondervan) Mallone, G.: Furnace of Renewal (IVP) Murray, A.: Consagración total (Clie) Murray, A.: Crecimiento en Cristo (Clie) Nee, Watchman: La iglesia normal (Clie) Nee, Watchman: Autoridad espiritual (Vida) Nicholls, B. (ed): The Church: God’s Agent for Change (Paternoster) Pate, L.: Misionología (Vida) Perry, L.: Getting the Church on Target (Moody) Richards, L.: A New Face for the Church (Zondervan) Sanders, O.: Liderazgo Espiritual (Vida) Schaeffer, F.: La iglesia al final del siglo XX (Literatura Evangélica) Stedman, R.: La iglesia resucita (Clie) Steven, P.: Liberating the Laity (IVP) Stott, J.: El cuadro bíblico del predicador (Clie) Stott, J.: La misión cristiana hoy (Certeza) Stott, J.: Las controversias de Jesús (Certeza) Strauss, R.: Gane la batalla de la mente (Vida) Sweeting, J.: Cómo iniciar la vida cristiana (Moody) Swindoll, C.: Desafío a servir (Betania) Trenchard, E.: Primera Corintios (Editorial Literatura Bíblica) Yonggi Cho, P.: Grupos familiares (Vida) Youssef, M.: Liderazgo al estilo de Jesús (Clie) Youssef, M.: Leading the Way (Marshall Pickering) Wallis, A.: Orad en el Espíritu (Betania) Wagner, M.: La sensación de ser alguien (Caribe)